Revista Semana, # 1436, 31 de octubre de 2009;
En un libro, la primera esposa y uno de los 20 hijos de Osama ben Laden cuentan por primera vez detalles íntimos de su vida. Mientras ella tiene una visión romántica, su hijo lo destruye.
Desde cuando Osama ben Laden se convirtió en el hombre más buscado del mundo, hace ocho años, nunca antes se había contado su historia desde la perspectiva de la familia. Jean Sasson, escritora estadounidense y corresponsal en Oriente Medio durante 12 años, acaba de publicar Bajo la sombra del terror, la vida de Osama ben Laden revelada por Najwa, la primera de sus esposas, y Omar, el cuarto hijo de los 11 que tuvo con ella. Jean fue contactada en 2008 por Omar y el resultado es una historia de contrastes: Najwa tiene una visión idílica de un marido respetuoso, sabio y protector; su hijo retrata a un frío tirano obsesionado por la guerra y el Islam, para quien los hijos no eran otra cosa que soldados para la causa. "Creo que Osama cambió -le dijo la autora a SEMANA-, al principio amaba a Najwa y era muy cuidadoso, pero después su vida política y militante se hizo más importante que sus esposas y sus hijos".
Cuando Najwa se casó con su tímido primo Osama, vivió un sueño. A sus 15 años estaba enamorada, "me encantaba todo de él, desde su apariencia hasta sus modales suaves y su carácter fuerte. Para describirlo, diría que era un chico orgulloso pero no arrogante. Era delicado pero no débil. Era grave pero no severo". "Najwa, tú eres para mí como una perla preciosa que debo proteger", le decía Osama, de 17 años. Para ella, la vida con su esposo fue feliz a pesar del aislamiento, sus prolongadas ausencias y su fervor por la guerra santa. Aprendió que no debía cuestionar las decisiones de su marido por extrañas que fueran. "Najwa, ¡deja de pensar!", le habría ordenado Osama. Él, un hombre de gustos sencillos que agradecía tanto un pedazo de pan como el mejor corte de carne, la hacía sentir segura y respetada. Según cuenta, Osama dejó en sus manos una de las decisiones más importantes: le dijo que quería tomar una segunda esposa, pero que no lo haría si ella no estaba de acuerdo.
Osama era muy religioso y se empeñaba en vivir de manera austera a pesar de ser muy rico por los negocios de construcción de la familia. Insistía en imitar a Mahoma y alejar de su hogar todo lo que solía llamar "los males de la vida moderna", que incluían la nevera, ventiladores, aire acondicionado, gaseosas, dulces, juguetes e incluso las medicinas para el asma de sus hijos, que pretendía curar haciéndoles respirar a través de un panal. Pero eso no le impedía darse el lujo de comprar autos último modelo. Para glorificar el Islam, tomó cuatro esposas y tuvo 20 niños. "Mi padre odiaba a sus enemigos más de lo que amaba a su hijos", dice Omar, y recuerda un día que Osama los reunió y les dijo, "Hijos míos, hay un papel en la pared de la mezquita. El papel es para hombres que son voluntarios para ser bombarderos suicidas. Aquellos que quieran dar la vida por el Islam deben agregar su nombre". Él esperaba tener el orgullo de que alguno de sus hijos aceptara. Uno de los menores lo hizo y Omar le preguntó a su padre si iba a permitirlo. "Esto es lo que debes saber, hijo mío. No tienes más lugar en mi corazón que cualquier otro hombre o muchacho en todo el país".
Como todo niño, Omar creció convencido de que su padre era un héroe, y así lo veía cuando mostraba su habilidad matemática venciendo a la calculadora en complicados cálculos mentales y vibraba con sus historias del campo de batalla en Afganistán. Aunque su cuarto hijo siempre buscó su atención, Osama no era un hombre afectuoso y parecía que nada lograba despertarle algo de calidez paterna. De hecho, era cruel con sus hijos y solía golpearlos con una vara por infracciones como sonreír mostrando los dientes, hablar muy fuerte o hacer un chiste.
Era común que llevara a los hijos hombres a largas caminatas bajo el sol ardiente y no les permitiera tomar ni una gota de agua hasta cuando volvieran a casa. Convencido de que algún día tendrían que vivir en condiciones extremas, una noche se internó en el desierto con sus cuatro esposas y 16 hijos sin equipaje ni provisiones. Al llegar obligó a los varones a cavar huecos, uno por cada miembro de la familia, y allí pasaron la noche. "Acostada en aquel agujero y tapada con arena, mirando al cielo bañado de estrellas, me decía que mi marido conocía mucho más el mundo que nosotros. Todos éramos perlas para él, y él quería protegernos. Además, ¿quién sabe? Tal vez llegaría un momento aterrador en que mis hijos y yo tendríamos que huir de guerreros, agradecidos por las lecciones de Osama", recuerda la enamorada Najwa. Ese día estaba próximo.
Como le dijo Jean a esta revista, "su esposa casi no sabía nada de su vida militante, y su hijo sólo pudo enterarse de algo cuando en 1996 viajó a Afganistán con él. Omar nunca fue miembro de Al-Qaeda, pero observaba lo que pasaba a su alrededor y algo intuía. Claro, nunca imaginó la magnitud de esas misiones". Cuando Osama llevó a su familia a instalarse en las montañas de Tora Bora sin agua, ni electricidad, Najwa lo aceptó con estoicismo, pero para Omar ya era demasiado y sólo pensaba en alejarse. Un día Osama le confesó que quería destruir Estados Unidos hasta que los musulmanes lideraran el mundo. Omar, que habría preferido que su padre se dedicara a cultivar girasoles como solía hacerlo en sus fincas, le preguntó cuándo pararía la guerra. "¡Lucharé hasta mi muerte! ¡Pelearé hasta mi último aliento! ¡Nunca detendré mi lucha por la justicia!", respondió.
Omar dejó Afganistán y convenció a su madre de que hiciera lo mismo cuando un amigo suyo le advirtió que debía huir porque un gran plan estaba en curso y muchos morirían. El 11 de septiembre Omar vio como cualquiera en el televisor la imagen de dos edificios que ardían. "¡Mira lo que ha hecho mi hermano!" gritaba su tío, pero Omar no estaba convencido de que su padre fuera el responsable. "Sólo más tarde, mucho más tarde, cuando se atribuyó la autoría de los ataques, supe que tenía que renunciar al beneficio de la duda. Era el momento de desechar el sueño que me había permitido, en la esperanza febril de que el mundo estuviera equivocado y de que mi padre no había ideado tan espantoso día". Llamó a su madre, pero ella no podía hablar. Desde ese momento, ninguno de ellos ha vuelto a saber nada de él, ni de ningún otro de los miembros de la familia que se quedaron en Afganistán.
Y si bien sus visiones de Osama son distintas, ambos comparten el dolor de haber visto al hombre que amaron convertirse en el terrorista odiado por Occidente. "Aunque no puedo ordenarle a mi corazón dejar de amar a mi padre, hay ocasiones en que se me llena de rabia por sus acciones que le hicieron daño a mucha gente. Como hijo de Osama ben Laden, lamento todas las cosas terribles que ocurrieron, lamento que se hayan destruido vidas inocentes, lamento el dolor que todavía lacera muchos corazones", afirma Omar. Najwa, quien ahora vive en Siria con tres de sus 11 hijos y desconoce el destino de los demás, prefiere evitar el tema, y dice que sólo puede hablar de los atentados desde su condición de madre, "mi corazón siente el dolor de cada pérdida y no llora sólo por mis hijos, sino por los que todas las madres han perdido". Habían vivido junto al padre y esposo, pero ese día conocieron al terrorista.
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