2 nov 2009

Historia de espías

Historia de espías
Revista Semana # 1435, 31 de octubre de 2009;
Detrás de la masacre de nueve colombianos en el Táchira hay una telaraña de conspiraciones y paranoia que agrava la crisis regional.
Hace una semana se supo que nueve jóvenes colombianos, un peruano y un venezolano habían sido cruelmente masacrados en Venezuela, cerca de la frontera. Eran humildes vendedores de maní que habían sido secuestrados 12 días atrás por un grupo armado en Chururú, Táchira. Sus cuerpos aún no habían sido sepultados cuando ya voces del gobierno venezolano los tildaban de paramilitares, y acusaban al gobierno de Colombia de estar infiltrando espías y grupos irregulares por la frontera. Aunque las primeras hipótesis atribuyeron la matanza a grupos guerrilleros, y otros a una guerra entre bandas de narcotraficantes y paramilitares, a medida que transcurrieron los días se fue configurando un escenario mucho más macabro y complejo, que muestra cómo las relaciones entre Colombia y Venezuela están en un momento explosivo y peligroso. Una verdadera bomba de tiempo.
Una soterrada guerra fría entre los dos países que lleva varios años, y que ha pasado del insulto personal a la guerra comercial, subió la tensión en las últimas semanas. Primero, cuando en septiembre el ex jefe de informática del DAS Rafael García dio una entrevista a Noticias Uno en Venezuela en la que aseguró que el presidente Uribe conocía de un plan tramado en 2003 por el entonces director del DAS, Jorge Noguera, y el jefe paramilitar 'Jorge 40', para enviar un comando paramilitar a Caracas para asesinar a Chávez.
García ha estado durante varios meses en Venezuela bajo la protección de la Dirección de Inteligencia Militar. A sus explosivas declaraciones se sumaron las del paramilitar Giovanny Velásquez, quien en sendas entrevistas con el canal Al Jazeera y con el Nuevo Herald acusó al ex gobernador de Zulia Manuel Rosales, de haber convocado paramilitares para un complot contra Chávez, y aseguró que el gobierno colombiano conocía estos planes. En Colombia estas denuncias no tuvieron mayor repercusión, por la baja credibilidad de estos controvertidos personajes.
En Venezuela, sin embargo, con base en estos testimonios, la Asamblea Nacional aprobó un informe donde la tesis de la conspiración contra el gobierno se hizo oficial. El 11 de octubre, en medio de ese clima, misteriosamente Chávez no estuvo en su tradicional Aló Presidente y oficialmente sólo se dijo que estaba enfermo. Pero los organismos de inteligencia tienen información de que tuvo que salir en secreto a Cuba, pues había un atentado inminente en su contra. Diez días después, el 21 de octubre, Chávez emitió un decreto presidencial en el que autoriza la creación oficial de las milicias bolivarianas como parte de la estrategia de defensa de su pueblo ante una posible invasión extranjera, como pregona su doctrina de seguridad. En otras palabras, Chávez le dio vía libre al pueblo para que se arme. Eso implica no sólo que las Fuerzas Armadas pierden el monopolio de la fuerza, sino que está creando un ejército ideologizado y a su servicio.
En este contexto aparecieron la semana pasada los cadáveres de los 11 colombianos masacrados, y un sobreviviente: Manuel Cortés. Cuando empezaban a surgir hipótesis sobre lo ocurrido, el gobierno de Chávez anunció que tenía en su poder a cuatro colombianos que estaban espiando en su territorio. Acto seguido, el ministro del Interior, Tarek Al Aissami, mostró ante la Asamblea Nacional en pleno, documentos reservados del DAS que revelan que ha habido operaciones de la inteligencia colombiana sobre Venezuela, Cuba y Ecuador. Todo esto apenas horas antes de que Colombia y Estados Unidos firmaran el controvertido acuerdo de las bases militares.
¿Qué tiene que ver la masacre de estos humildes vendedores de maní con todo este delicado escenario geopolítico y militar? Una de las dos hipótesis más fuertes que hay sobre la masacre es que la habrían cometido el ELN, que se mueve como pez en el agua en Táchira, según el gobernador César Pérez Vivas, con la tolerancia de las Fuerzas Armadas. La otra es que habrían sido las Fuerzas Bolivarianas de Liberación, una guerrilla prochavista que se mueve en la frontera con el supuesto objetivo de contener la entrada de paramilitares. Pero en cualquier caso, diversas fuentes consultadas por SEMANA en la zona fronteriza y en Caracas coinciden en que ni el secuestro ni la matanza se pudieron haber hecho sin complacencia de las Fuerzas Armadas venezolanas. La operación ocurrió a dos kilómetros del aeropuerto militar de Santo Domingo, en un área donde hay por lo menos dos bases fijas de la Guardia Nacional.
Pero hay datos adicionales. Agencias de inteligencia colombianas saben que en mayo pasado, en el fuerte Tavacaré, en el estado Barinas, hubo una reunión a la que asistieron miembros de la cúpula de la Dirección de Inteligencia Militar (DIM) y se habló de crear un dossier sobre la infiltración de miembros del DAS y de paramilitares en la frontera, con el objetivo de capturarlos y crear un caso judicial contra el gobierno de Colombia.
Más inquietante aún resulta que muy pocos días antes de que aparecieran muertos los 11 jóvenes, un coronel de la inteligencia del Ejército venezolano haya estado indagando si uno de los secuestrados, Manuel Cortés -el sobreviviente- tenía nexos con el DAS o con los paramilitares. A eso se sumó la inoportuna declaración del vicepresidente venezolano, Ramón Carrizales, quien antes que ofrecer apoyo para esclarecer la masacre, dijo que había indicios de que eran paramilitares y que no descartaba que fueran infiltrados del gobierno de Uribe. Diversas voces del gobierno de Chávez se limitaron a decir que lo ocurrido en la frontera no era más que la exportación de la guerra colombiana en su territorio, una disputa entre grupos guerrilleros y paramilitares o mafiosos. No obstante, el escenario que quedó configurado esta semana es más complejo y preocupante.
¿Que hay detrás de todo esto?
Por un lado, hay un problema de política doméstica. Chávez ha perdido terreno no sólo en las encuestas, sino en gobernabilidad, y este tipo de episodios se le presentan como una perfecta cortina de humo. Pero no sólo eso. Los estados fronterizos, especialmente Zulia y Táchira, están en manos de sus opositores acérrimos. Las acusaciones de infiltración de paramilitares y agentes de inteligencia, aliados con sus adversarios, le cae como anillo al dedo para socavar la legitimidad de estos hacia las próximas elecciones. El riesgo es que la intensa polarización política de Venezuela desemboque en episodios de violencia política o criminal, algo que hasta ahora no ha sido usual en ese país. Manuel Rosales, hoy exiliado en Perú, ha terminado acusado por la Asamblea Nacional de estar conspirando para matar a Chávez, y el gobernador de Táchira, César Pérez Vivas, de reunirse frecuentemente con paramilitares en Colombia. Convertir a los adversarios políticos en criminales o conspiradores puede ser una fórmula efectiva para el gobierno.
Pero en todo esto también hay una dosis combinada de espionaje y paranoia. En 2005 un grupo de 153 paramilitares colombianos fueron capturados en la hacienda Daktari en Táchira. Aunque nunca se pudo comprobar que su plan fuera matar a Chávez, sí está claro que querían establecer un frente en Venezuela, y que contaban con el apoyo de políticos y empresarios de ese país. También hay versiones, como la de Rafael García yl a de Giovanny Velásquez, de que miembros del DAS estarían involucrados en este tema.
Dos años después, un episodio gravísimo, propio de la peor guerra fría, se mantuvo en el más bajo perfil. Un oficial y un suboficial de inteligencia militar de Colombia fueron brutalmente asesinados en el estado Zulia, cuando realizaban una operación de inteligencia contra las Farc. Aunque los venezolanos dijeron que esta guerrilla los había descubierto y matado, hay pruebas de que ellos fueron capturados por la Guardia Nacional. El gobierno de Venezuela cree que estos dos oficiales no buscaban a Iván Márquez, como se ha dicho, sino que hacían parte de un comando especial para desestabilizar a Venezuela.
Los capítulos más recientes son aún menos claros. Si bien hace un mes fue capturado en Maracay el agente del DAS Julio Enrique Tocora, quien portaba una identidad falsa, el gobierno asegura que estaba por razones personales en Venezuela y él mismo ha dicho que le tendieron una trampa para que entrara al país y fuera capturado. Hay otras tres personas detenidas en Venezuela, acusadas de espionaje. Sin embargo, el director del DAS ha dicho que ninguno de ellos tiene relación con esa entidad.
De otro lado, el ministro del Interior de Venezuela, Tarek Al Aissami, reveló los documentos de una gran operación de inteligencia de Colombia contra sus vecinos para tratar de mostrar a Uribe como un factor de desestabilización de la región. Lo que tiene en sus manos el gobierno de Chávez es la filtración de una investigación interna que hizo el DAS a una de sus agentes, Mónica Cardoso, quien, según un alto funcionario de esa entidad, quería robar información sobre actividades de contrainteligencia donde el DAS intentaba detectar actividades de espionaje de los venezolanos y ecuatorianos en territorio colombiano.
El gobierno de Uribe ya sabía que estos documentos estaban en manos de Venezuela y que su contenido, a pesar de que hacía parte de una investigación normal y legítima dentro de los parámetros de inteligencia, iba a ser interpretada como parte de un plan conspirativo de Colombia contra sus vecinos.
Los documentos de inteligencia en realidad afectan más a Ecuador que a Venezuela, por eso pocos dudan que el ministro Al Aissami los presentó con gran despliegue mediático con el propósito de obligar a Rafael Correa a pronunciarse, como luego lo hizo, y de paso torpedear la inminente reconciliación con Colombia. Correa dijo que si se comprobaba que había espionaje, suspendería los acercamientos con Colombia. Al respecto, un alto funcionario del gobierno de Uribe le dijo a SEMANA que Venezuela ha hecho todo lo posible por obstruir el clima de confianza que se ha construido con Ecuador.
Puede ser casual que Venezuela sacara los documentos reservados del DAS justo horas antes de que se firmara el acuerdo de las bases militares en Washington, a pesar de que los tenía en su poder desde hace varias semanas. Pero toda la orquestación sobre denuncias de espionaje, paramilitarismo y complot tienen el propósito político de mostrar a Colombia como una amenaza para la región y un país desestabilizador del vecindario. No para elaborar un caso ante la justicia internacional, escenario donde Chávez es visto como un caudillo tropical de mano dura, sino para llevarlo a unos predios ideológicos más afines, como el Consejo de Seguridad de Unasur, y lograr un mayor aislamiento de Uribe en Suramérica.
Colombia, por su parte, en todo este episodio lo que ha hecho es tener encendidas las antenas de sus organismos de inteligencia, incluido el DAS, sobre lo que pasa en Venezuela, con el fin de defender su seguridad nacional. Labores que sí son de incumbencia del DAS, y no, como lo venía haciendo, grabar ilegalmente a magistrados, periodistas y defensores de derechos humanos críticos del gobierno.
Todo lo anterior refuerza la hipótesis de guerra asimétrica con la que Chávez se ha mantenido en el poder. Nada justifica más su política de crear milicias que mostrar evidencias de que paramilitares y espías lo están invadiendo por las fronteras. Chávez siempre ha dicho que Colombia será la cabeza de playa por donde los gringos lo invadirán. El uso de las bases militares colombianas por parte de Estados Unidos ha acrecentado su paranoia. Por eso no es extraño que, llevando a la práctica lo que ha dicho durante años, empiece a prepararse para una guerra irregular, o de "resistencia", como él la ha llamado. La pregunta que ronda en el ambiente es si la masacre del Táchira es un primer episodio de una guerra irregular en territorio venezolano o es simplemente un crimen espeluznante contra unos indefensos muchachos que quedaron atrapados en una lógica de conspiraciones, miedos y amenazas de guerra.
Pies de seda
En Colombia, sobre todo en sectores de análisis estratégico, crece la idea de que los constantes incidentes con Venezuela, y su progresivo escalamiento, son un típico escenario de preguerra, donde los enemigos suelen construirse primero en los discursos, y entre los dos países se ha pasado de la retórica hostil a la ruptura de relaciones comerciales y políticas, y hace rato se está jugando con candela en términos de seguridad.
Hace unos años pensar que podría existir un incidente bélico en la frontera causaba risa, dados los lazos que unen a los dos países. Ya causa temor. Cada vez más existe la convicción en el gobierno y las Fuerzas Militares de que Venezuela es un santuario de la guerrilla y el narcotráfico, y que eso amenaza su seguridad interna y la regional. Pero en el gobierno venezolano cada vez se cree más que hay una conspiración de Estados Unidos y Colombia para tumbar a Chávez. Esta visión que tiene cada uno del otro es muy preocupante, ya que sólo alimenta el maniqueísmo y el odio entre los dos países.
Frente a este desolador panorama Colombia tiene el reto de actuar con mucho tacto e inteligencia. En la frontera con Venezuela hay un polvorín de narcotráfico, guerrilla y paramilitares, que frente a la dinámica política en la que andan los dos países puede ser el detonador de un conflicto de mayor envergadura. Más aun cuando hay pruebas de que altos militares venezolanos les brindan apoyo logístico y económico a las guerrillas colombianas, y que a la vez, están conformando grupos irregulares en su propio país. Es decir, que existe el riego de que un eventual conflicto militar entre los dos países no ocurra como muchos han imaginado, con Chávez mandando sus Sukhoi a Colombia y Uribe sus K-fir a Venezuela, sino una guerra irregular donde empiecen a morir civiles marcados por la sospecha.
En ese sentido, aclarar esta masacre es muy importante para los dos países. Porque si queda en la impunidad, se convierte en una patente de corso para quienes están fraguando una estrategia criminal.
Hablar de un escenario prebélico quizá suene exagerado, pero la dinámica de los acontecimientos es inquietante: la profunda desconfianza entre los dos Presidentes; la paranoia del chavismo sobre una invasión a su país; la leña que le meten al fuego las bases gringas; la convicción del gobierno colombiano de que Venezuela se esté convirtiendo en un santuario de grandes criminales, y ahora las masacres en la frontera, revelan que la cosa va de mal en peor. Ya se transita por la guerra verbal y la confrontación comercial; pareciera que se estuviera entrando a los terrenos pantanosos de la guerra sucia. Un coctel explosivo que hay que parar cuanto antes.

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