CONECTADOS. La era de las redes sociales
DELIA RODRÍGUEZ.
PERFILES DE ÁLVARO CORCUERA Y GUILLERMO ABRIL El País Semanal, 25/04/2010
PERFILES DE ÁLVARO CORCUERA Y GUILLERMO ABRIL El País Semanal, 25/04/2010
Cada vez es más fácil acercarse a ese ‘sueño’ de tener un millón de amigos. Las redes sociales en Internet –como Facebook, Tuenti, Twitter y MySpace– están cambiando totalmente la forma de relacionarnos con nuestros vecinos, conocidos, clientes, seguidores, compañeros de trabajo y aficiones, íntimos… Algunos ven riesgos de adicción y pérdida de privacidad y del verdadero sentido de la amistad, pero más de 900 millones de personas ya se han dejado seducir. Para muchos –como los nueve personajes que ilustran este reportaje– es la manera más novedosa de socializar y sentirse acompañados.
Eva encontró el pasado diciembre en su Facebook un mensaje de un tal David que se apellidaba Ojea, como ella. La invitaba a unirse a un grupo donde se buscaba el rastro del apellido familiar. En ese instante reconoció a su primo, con el que perdió el contacto a los cuatro años, tras el divorcio de sus padres. Desde entonces, y hasta el momento en el que la nota apareció en su ordenador, no había vuelto a saber nada de su familia paterna. De hecho, supo de la muerte de su padre a través de otro mensaje por Internet de David.
Nunca estuvimos tan conectados a los demás como en este momento de la historia. Frágiles, pero extensos, los vínculos que nos unen a los demás se han multiplicado gracias al nacimiento de una tecnología, las páginas de redes sociales, que ha abierto posibilidades impensables hace años. Por ejemplo, que los treintañeros Eva y David (una desde Madrid y el otro desde Galicia) saltaran un muro formado por décadas de secretos familiares para encontrarse.
Historias como la de los dos primos ocurren continuamente a uno (amigos), dos (amigos de amigos) o tres grados de separación (amigos de amigos de amigos). Aunque parezca mentira, ni siquiera estamos lejos de Angelina Jolie, George Clooney o cualquier otra persona del mundo. Como mucho te separan un puñado de amigos o conocidos, dice la famosa teoría de los seis grados de separación.
El éxito de las redes sociales ha sido fulminante. Los expertos no encuentran ningún otro producto que haya recibido una acogida tan veloz y masiva. Tuenti y Twitter nacieron hace sólo cuatro años; Facebook, seis, y la pionera MySpace hace siete. Hoy, 940 millones de personas las componen en todo el mundo. Las hay globales y locales, elitistas o populares, orientadas al empleo o al ligue, fáciles y difíciles de utilizar, para jóvenes y mayores. Pero todas tienen en común que están formadas alrededor de las personas, dejando ver las líneas invisibles que son las relaciones que nos unen. Como una inmensa colmena humana en la que se puede revolotear de una celda a otra.
Facebook es la reina, la red social más popular del planeta. La utilizan 400 millones de personas, y si sus miembros formaran la población de un país, se trataría del tercero más habitado del mundo, sólo superado por China e India. En España ha pasado en un año de cuatro millones de usuarios activos a más de ocho. En ciertos círculos y edades es difícil encontrar a alguien que se mantenga ajeno. A pesar de haberse convertido en el gran directorio de los seres humanos, es a la vez algo tan sencillo como una página web en la que todo el mundo puede participar a cambio de dar su nombre real y añadir a sus conocidos. Una vez dentro, uno cuelga textos, fotos o enlaces, juega a juegos, declara en público que es fan de algo o (mucho mejor) ve qué han hecho los demás.
Aunque el término “red social” ya casi sólo se utiliza para las páginas de Internet tipo Facebook, la expresión posee un sentido mucho más amplio. Lo es, por ejemplo, una tribu del Amazonas o un grupo de vecinos que se turna para cuidar a los niños. En los últimos tiempos luchan por comprender el complejo funcionamiento de las redes matemáticos, físicos, biólogos, genetistas o investigadores sociales. Al último grupo pertenece el científico norteamericano James Fowler, que junto a Nicholas A. Christakis analizó en 2007 millones de datos médicos de los habitantes de la pequeña población de Framingham, en Massachusetts (Estados Unidos). Al hacerlo se encontraron con varias sorpresas. Por ejemplo, que los comportamientos se pueden “contagiar” no sólo entre conocidos, sino también entre personas que jamás se han visto y que están separadas hasta por tres grados. “Es más probable que algunos amigos, amigos de los amigos y amigos de los amigos de los amigos del obeso medio también sean más obesos de lo que cabría esperar atendiendo únicamente a las leyes del azar”, escriben los investigadores en su libro Conectados, recién publicado por Taurus. No sólo se trata del peso. Dejar de fumar o encontrar pareja también depende en parte de nuestra red social.
Podemos entender que si nuestro mejor amigo engorda, nuestro riesgo de engordar se triplique. Pero es que si el amigo de nuestro mejor amigo al que jamás hemos visto lo hace, también nos influye. Quedan aún muchas incógnitas y todavía no se sabe exactamente cómo funcionan estos mecanismos ni cómo se contagian. Fowler explica desde California que la conciencia de formar parte de una red ha cambiado su vida cotidiana: “Ahora cuido más mi salud porque sé que mis acciones influyen en mi hijo, el amigo de mi hijo y, tal vez, también en la madre del amigo de mi hijo. Cuando una persona aprende el efecto total que tiene en la red social, ya no puede creerse una isla. Estamos conectados”.
Las ancestrales relaciones humanas se han trasladado de alguna forma a Internet. A la eterna pregunta de cuántos amigos es posible tener online sin volverse loco se suele responder que 150. El antropólogo Robin Dunbar observó en los años noventa que el tamaño del grupo con el que se relacionan los primates depende del tamaño de su cerebro. Los humanos, como monos con un cerebro muy grande, estaríamos programados para relacionarnos con esa cantidad de individuos. Con 150 miembros en
la tribu, todos se conocen entre sí, se dedican tiempo y recuerdan las relaciones existentes entre los demás. Si se supera ese número comienzan los problemas de cohesión. Dunbar defiende que ni siquiera Facebook es capaz de ampliar una cifra para la que estamos programados.
Aunque nuestra experiencia cotidiana es otra. Cantantes, actores y deportistas de todo el mundo han puesto al límite el número de Dunbar. El actor Ashton Kutcher es seguido en Twitter por 4.700.000 personas. En España, aún lejos de esas cifras, 190.000 leen los mensajes de David Bisbal. Algunos, como el músico Santiago Auserón o el periodista Ignacio Escolar, han descubierto por sí mismos que el tope de amigos permitido por Facebook es de 5.000. Un lugar donde más de 400.000 fans agradecen a Andrés Iniesta que él en persona actualice su página: si escribe “Gran partido y el pase a semis conseguido”, recibe 2.800 comentarios y 13.000 seguidores dicen: “¡Me gusta!”. “¿Cómo es posible que yo tenga más de 100.000 fans?”, se pregunta el divulgador científico Eduard Punset.
Detrás de cada uno de esos números no hay un amigo íntimo. Pero sí utilísimos “lazos débiles”, usando la terminología de las redes. Hace unos años conocíamos a alguien (o no) y punto. Hoy existe un montón de relaciones en el limbo, como la que mantenemos con una persona a la que leemos en Twitter y de la que podemos saber a qué hora se ha despertado y qué ha desayunado, pero que puede no sospechar de nuestra existencia. “Antes se formaba parte sólo de tres redes sociales: la del lugar donde vivíamos, la de la familia y la del trabajo, que se solapaban entre ellas. Hoy puedes estar en un montón de redes a la vez y, además, elegirlas tú”, defiende el biólogo y profesor universitario Juan Freire. Antes vivíamos en un sitio y nos relacionábamos con la gente de ese lugar. Ahora, nuestro mundo se puede ampliar extraordinariamente, porque quizá por las noches nos conectemos con personas de la otra punta del planeta con las que sólo nos une una afición común.
“Siempre hemos formado redes. Pero con la tecnología se han desarrollado más, se han eliminado barreras como las geográficas y podemos tener una mayoría de vínculos débiles que en conjunto pueden ser más importantes. Por ejemplo, me pueden afectar más en una decisión 200 pequeños amigos que una opinión fuerte de un amigo”, continúa Freire. La acción de los lazos humanos es poderosa. ¿Necesitas encontrar un buen colegio? ¿Una pareja? Lo mejor es movilizar a los contactos. Si tenemos 100, y cada uno de ellos otros 100, encontrar lo deseado no es casualidad. Es como si se les hubiera preguntado a 10.000 personas. Siempre hemos utilizado el potencial de las redes de forma intuitiva. La tecnología sólo ha acelerado el proceso para no tener que decírselo uno a uno a todos nuestros conocidos.
En realidad, todas las tonterías que hacemos en las redes sociales de Internet tienen como objetivo mantener vivos los lazos. Al hacernos fan de Iniesta o de Punset, etiquetar las fotos de los amigos, responder a sus comentarios o unirnos al grupo “yo también hacía notitas en clase” (que es exactamente lo que se suele hacer en Facebook) estamos recordando a los demás que existimos. Freire cree que esos actos superfluos sirven de “pegamento social”. “Hacemos lo mismo que en la vida cotidiana. Si me tomo un café o me doy un paseo también es una pérdida de tiempo. Pero todas esas interacciones basura son las que luego te permiten obtener ayuda”.
Los expertos también han puesto nombre (“ambient awareness”) a esa sensación de estar acompañados por nuestra Red de Internet. De reojo y de forma inconsciente, sabemos quiénes están con su lucecita verde conectados al chat. Nos imaginamos que un familiar está feliz si se hace fan de algo divertido en Facebook. Sabemos que un contacto profesional está de viaje o muy ocupado si desaparece de Twitter. Y así, casi sin querer, somos conscientes de un entorno de cientos de personas.
Uno de los usos más pragmáticos de crear una compacta red a nuestro alrededor es el laboral. Para hacer networking pueden aprovecharse redes específicas como LinkedIn o Xing (según Adecco, visitadas por el 51% de los internautas españoles), pero también cualquiera de las generalistas. “Más que las redes sociales, se trata de la red social que tú te montes, de que seas capaz de encontrar contactos interesantes”, explica el coach de desarrollo profesional Alfonso Alcántara. Para él, las redes son un poco injustas cuando se trata de empleo. “Dan más a los que tienen muchos recursos y casi nada a los que no tienen”.
España se ha enamorado enseguida de las redes. Aunque llegó tarde a Internet (se acaban de superar por primera vez los 25 millones de internautas) y se acarrean problemas históricos en el acceso en zonas rurales, las conexiones desde el hogar y el precio de la banda ancha, sorprende saber que somos líderes en tecnologías móviles y en adopción de redes sociales. Las cifras asombran. Según Nielsen, somos el segundo país del mundo que más las utiliza (tras Brasil). De cada cuatro internautas españoles, tres las visitan. No sólo caemos en ellas, sino que además les dedicamos mucho tiempo. En concreto, 5,3 horas al mes por persona, sólo superados por Rusia, Brasil, Canadá y Puerto Rico, de acuerdo con la empresa de medición Comscore.
¿A qué se debe la fiebre española? Sebastián Muriel, director general de Red.es y usuario intensivo “de todo lo que sale” en Internet, cree que encajan bien con nuestro carácter hipersociable. “Mi padre entendió por fin la utilidad de Internet cuando pudo ver las fotos de sus nietos al momento en Flickr”, explica. El otro factor que alimenta las cifras, dice, es demográfico. Los usuarios de Internet en nuestro país son sobre todo los jóvenes, precisamente la franja de edad más aficionada a las redes.
Para estos españoles más jóvenes, Internet es sinónimo de Tuenti. Sus millones de usuarios le dedican una buena parte de su tiempo libre. “Han llegado al 80% de los adolescentes en menos de dos años”, expresa con asombro Adolfo Sánchez Burón, psicólogo, vicerrector de Investigación de la Universidad Camilo José Cela y autor del
estudio Los adolescentes en la red. “Sin nada de publicidad, sólo con el boca a boca, a través de amigos y familiares”, añade. Aun hoy, a Tuenti sólo se puede acceder previa invitación de un miembro, algo sencillo de conseguir siempre y cuando uno no se lo pida a su propio hijo.“Todos los millones de usuarios que ahora están en Tuenti son los descendientes de los primeros amigos que invitamos a la red. Eso hace que la plataforma sea real y mucho más segura”, afirma Zaryn Dentzel, el californiano de 27 años fundador de la compañía. Está convencido de que el gran empujón que tuvieron al principio de su nacimiento se debió a “la solidez de las redes universitarias˝. A Facebook, que nació de y para los estudiantes de Harvard, le ocurrió lo mismo. Si tus amigos cercanos están, tu también acabarás estando.
Ahora, tuenti ha llegado incluso a los niños. Aunque en teoría las redes sociales en España sólo pueden admitir a mayores de 14 años, en la más popular del país abundan las clases enteras de doceañeros que dicen tener 14. En 1º de la ESO usan las redes sociales un 40% de los chavales. El estudio de Sánchez Burón también desvela el gran secreto, ¿qué hacen con el ordenador?: compartir y subir fotos, comentar las fotos de los amigos y mandarse mensajes privados. A diferencia de los adultos, cuando llegan a casa siguen relacionándose con los amigos que acaban de ver en persona.
Sánchez Burón intenta deshacer varios mitos sobre el uso que hacen los chavales de las redes sociales. Primer mito: son malas. “Son un instrumento de socialización, mejoran su autoestima y habilidades sociales justo en un momento, la adolescencia, que se caracteriza por la inseguridad. Les da más seguridad en sí mismos”. Segundo mito: están encerrados en casa todo el día por su culpa. “No es cierto. Les gusta salir con los amigos, más que Internet; las redes no son un sustituto, sino un complemento”. Tercer mito: suspenden por su culpa. “Al revés. Las utilizan los que tienen mejor rendimiento. Los chicos que mejores notas sacan suelen ser los más maduros también en el ámbito social”.
Aunque hay excepciones y conviene educarlos para que sean responsables, opina el experto, los jóvenes usan de una forma bastante sensata las redes. Por ejemplo, no suelen admitir como amigos a desconocidos en Tuenti. La mala fama que les han creado los adultos puede considerarse una reacción provocada por el desconocimiento de una tecnología que no entienden. Tampoco ayuda ver en las noticias el perfil en las redes sociales de cada menor de 18 años que sufre o provoca una tragedia.
La preocupación social por el uso de las redes ha cristalizado sobre los jóvenes, alimentada por casos como el de Marta del Castillo o el crimen de Seseña, en los que ha trascendido información privada de menores; pero los problemas afectan también a adultos. Quizá el de la privacidad sea el principal; por ejemplo, no siempre se sabe configurar el filtro que permite ver a un amigo lo que nunca debería sospechar el encargado de selección de una empresa. Mejorar la situación no es una prioridad para las empresas de redes sociales, ya que, por definición, la intimidad va en contra de su negocio. “La privacidad ya no es una norma social”, llegó a afirmar el fundador de Facebook, Marck Zuckerberg. La última moda en redes es un juego llamado Foursquare que consiste en ir marcando a través del móvil los lugares donde nos encontramos en cada momento, compartiendo la ubicación a través de redes como Twitter. Para algunos, es un pasatiempo tonto y peligroso para la intimidad y la seguridad. Otros ven el futuro en el centro de ese triángulo formado por las redes sociales, el geoposicionamiento y los móviles. “El futuro es trasladar todo lo que hacemos en el mundo real a un contexto web, móvil y social”, explica Dentzel, que ha lanzado este año Tuenti Sitios con esa intención.
También se habla mucho de la adicción a las redes, a pesar de que los expertos están divididos. Los más cautos prefieren hablar de personalidades con predisposición a la adicción, una de las cuales puede ser Internet, pero también cualquier otra.
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Si todo el mundo está en Facebook y los jóvenes están en Tuenti, podría decirse que los influyentes están en Twitter. Es la más simple de las redes porque consiste en enviar mensajes de 140 caracteres como máximo a aquellos que nos siguen (followers) y recibir los mensajes de aquellos a los que se sigue. En su simplicidad está su poder. No sirve para subir fotografías ni escribir una sesuda reflexión, pero sí para que los usuarios informen con detalle a los demás de lo que hacen en cada momento. Fascina su potencial informativo. Quien elija bien a quién seguir recibirá como premio y sin hacer nada la información que más interesa a sus contactos (y que gracias a la magia de las redes seguramente será la que más le interese a él también). Y todo a la velocidad del rayo. Su crecimiento ha sido exponencial: en octubre de 2009 ya había llegado a un acuerdo millonario con Google y Bing para aportarles justo aquello en lo que los grandes buscadores comienzan a flaquear, la web en tiempo real.
El momento en el que el mundo descubrió la influencia real de las redes fue noviembre de 2008, cuando Barack Obama se convirtió en presidente de Estados Unidos en parte gracias a su magistral uso de Internet, que ha sido comparado con el modo en el que J. F. Kennedy usó en 1960 ese nuevo medio que era la televisión. Empleó YouTube, Facebook, Flickr y Twitter, e incluso creó una aplicación de iPhone que “recordaba” a sus bases a qué amigos y familiares todavía no habían llamado para animarles al voto. “Las fuerzas políticas españolas intuyen lo que aún no comprenden”, interpreta el asesor de comunicación Antoni Gutiérrez-Rubí, que opina que ninguna formación de nuestro país se ha dejado transformar de verdad por la cultura de la red. “Obama no sólo ha comprendido las herramientas, sino también la cultura 2.0. Las herramientas no son suficientes. Esa cultura cambia el modelo organizativo y también la capacidad política de las redes y los activistas”, añade.
Tíscar lara, vicedecana de cultura digital de la Escuela de Organización Industrial (EOI), ahonda en el significado más profundo de esa “cultura 2.0”. “Lo más importante es la cultura que existe detrás de la tecnología”, defiende. Internet es lo que es gracias a la devolución, la cita, el agradecimiento, la mejora continua. “Los valores de la red no tienen nada que ver con las estructuras tradicionales”, dice. Para el estudiante es difícil ser pasivo en el aula cuando con una búsqueda en Google puede rebatir al profesor. Los enfermos se organizan a través de la red y discuten sus tratamientos médicos. Los lectores corrigen a los periodistas, los consumidores ponen en su sitio a las empresas y los ciudadanos pelean con sus políticos. Es una crisis de poder en toda regla.
Aunque poderoso, el caos de Internet es frágil. A pesar de su éxito, nadie sabe si las redes sociales son una moda que desaparecerá tan rápido como llegó. Funcionan porque sirven para que nos comuniquemos mejor que con las herramientas que teníamos antes. Pero si mañana surge una forma de comunicación mejor, podría dejar vacíos los sitios de redes. De momento, en medio de ese caos, los humanos estamos más conectados que nunca. Y cada día, millones de personas (como Eva y David) crean y destruyen nuevos y viejos lazos.
ocas veces los problemas son realmente graves, aunque sí pueden provocar unos dolores de cabeza nada virtuales. Sara Turrado, una vallisoletana de 23 años, montó hace un año una pequeña revolución en Tuenti en protesta por sus abusivos términos de uso, por los que se cedía a la empresa los derechos de los contenidos subidos por los usuarios, incluidas las fotos. Tuenti acabaría modificando esas cláusulas, pero Sara no disfrutó demasiado de su victoria. El día antes de la huelga online que convocó, alguien robó su identidad virtual y la de su novio. Correo electrónico, Tuenti, Facebook… Todo. “Fue muy estresante, un horror… Tenía una cuenta de PayPal [un sistema de pago] asociada al correo y lo pasé fatal pensando que podían quedarse dinero”, explica Sara, que ya es profesora de Primaria y usa las redes para comunicar a sus pequeños alumnos con sus padres. Abandonó Tuenti, y aún hoy no se atreve a usar su propio nombre en Facebook.
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