Columna Itinerario Político/Ricardo Alemán
El Universal, 12 de mayo de 2010
Maciel: ¿Engañó a todos, o muchos se dejaron engañar?
En revelaciones increíbles, Liébano Sáenz, secretario particular del entonces presidente Ernesto Zedillo, reconoció que Marcial Maciel le pidió frenar la difusión de un reportaje que en 1997 difundió el informativo de Ciro Gómez Leyva, en el Canal 40 de la primera época, donde se exhibía la verdad sobre Maciel.
Es lugar común hablar del reportaje y el boicot publicitario lanzado contra el canal televisivo. Lo nuevo, en todo caso, es que Liébano Sáenz reconoce que Maciel recurrió a Los Pinos para intentar detener la difusión del trabajo periodístico. Pero lo increíble es que el ex secretario particular de Zedillo pretenda convencer que su jefe —el Presidente—, no metió las manos. Y lo inverosímil es que Zedillo y Sáenz —los hombres mejor informados—, no hayan sabido nada sobre la triple vida de Maciel.
Las revelaciones aparecieron en el diario La Razón del pasado martes, en donde Liébano Sáenz reconoce “una gran amistad” con Maciel, se dice “arrepentido” de interferir en el intento de censura al reportaje de Canal 40, y aclara que lo hizo a título personal, nunca a nombre del gobierno de Zedillo. Desliza, además, que Maciel era un maestro del engaño.
Resulta curioso que Liébano decidiera hablar del tema, luego de otra revelación periodística —de Joaquín López Dóriga en Milenio—, quien dijo que durante la cuarta visita papal a México, en enero de 1999, Maciel habría ingresado a Los Pinos, y hasta bautizado a Nilda, la hija menor de los Zedillo. Un enviado de Zedillo, según el propio Joaquín, negó la versión y aseguró que Maciel nunca ingresó a Los Pinos, en esa gestión.
Vale retomar el tema, porque en momentos en que lo “políticamente correcto” es desmarcarse de Maciel y llenarse la boca con adjetivos para denostarlo, muchos olvidan o niegan su relación con el jefe de la legión, y prefieren la salida fácil; “engañó a todos”.
Lo cierto es que durante buena parte del gobierno de Zedillo, la conducta criminal de Maciel era, por decirlo suave, un secreto a voces. Toda la jerarquía católica sabía —y también el gobierno, el Presidente y todo el sistema de inteligencia—, que sacerdotes responsables como el desaparecido Antonio Roqueñí, integraron un abultado expediente sobre las trapacerías cometidas por Maciel. Incluso Roqueñí envió a Juan Pablo II un resumen escrito de su puño y letra —con su respectiva traducción al polaco—, para enterar al Santo Padre sobre la verdad de Maciel.
Resulta extravagante sostener que en esos años, los hombres mejor informados no sabían nada de Maciel, cuando era un secreto a voces. Y si en efecto, no sabían nada, eso explicaría todo. ¿Engañó a todos, o muchos se dejaron engañar?
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