José Gil Olmos, reportero
Revista Proceso # 1851, 22 de abril de 2012
Aunque lleva medio siglo de militancia en el PRI –“sólo lo abandonaré cuando me corran”–, Manuel Bartlett aspira ahora a una curul de senador arropado por el Movimiento Progresista. Pragmático y de “izquierda”, el controvertido político poblano, criticado por sus correligionarios y aun por los lopezobradoristas, relata a Proceso los problemas que tuvo con el establishment político y con Cuauhtémoc Cárdenas a raíz de la “caída del sistema” en 1988.
Cuestionado por este semanario en relación con ese hecho y con otros pasajes negros de su paso por Gobernación, Bartlett insiste en dar su versión exculpatoria, y en contraparte arremete contra un personaje al que sirvió, “un broker del poder inmensamente rico, de una influencia infinita”: Carlos Salinas de Gortari.
Manuel Bartlett Díaz es el único candidato de la izquierda que sigue siendo priista. Lejos de negarlo, argumenta que su posición es comprensible si se toma en cuenta que él comparte con Andrés Manuel López Obrador y con Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano el nacionalismo y una animadversión a Carlos Salinas de Gortari, “el verdadero operador de la campaña de Enrique Peña Nieto”.
El político poblano milita en el PRI desde hace más de medio siglo; conoce a la perfección las entrañas del sistema creado por su partido. Durante ese periodo ha ocupado cargos de relevancia: fue secretario de Gobernación durante el sexenio de Miguel de la Madrid y estuvo al frente de la SEP con Salinas; en 1993 llegó a la gubernatura de su entidad natal, donde estuvo hasta enero de 1999, y en 2000 obtuvo una curul en el Senado, al que quiere regresar.
La inclusión de Bartlett en las listas de candidatos del movimiento progresista que encabeza López Obrador molesta a muchos de los seguidores del tabasqueño; algunos incluso le reclaman por darle juego, sobre todo por los escándalos en los que el político priista ha estado inmerso, en particular el fraude de 1988, cuando se le acusó de ser el responsable de la “caída del sistema”.
El miércoles 11 López Obrador visitó Cholula y tuvo que contener a un grupo de seguidores cuando abuchearon al actual candidato a senador y desplegaron una manta con una foto en blanco y negro en la que aparece con Salinas. Bartlett minimizó el hecho. Dijo que aun cuando sólo fueron seis o siete los inconformes, algunos articulistas ligados a Salinas le dieron vuelo a la información.
–¿Cómo es que, sin renunciar al PRI, ahora se lanza como candidato de la izquierda? –se le pregunta en su casa de campaña montada en el centro de Puebla.
–No es difícil explicar que siendo un priista que se desprende del partido sea ahora un candidato de la izquierda.
–¿No es pragmatismo cínico, como ahora se dice?
–No. Si tomamos en cuenta mi desempeño de los últimos años, no hay ninguna sorpresa. Yo he tenido una profunda diferencia con las dirigencias del partido y del Congreso desde hace muchos años.
Explica que desde el Senado tuvo enfrentamientos con el grupo de sus correligionarios del PRI que impulsaba la privatización del sector energético, lo que lo acercó al PRD. Luego, Jesús Ortega lo invitó a reunirse con López Obrador.
“Él fue el conductor”, relata. Desde la Cámara, marché junto a Cuauhtémoc Cárdenas en defensa de la energía eléctrica nacionalizada. La posición de López Obrador es la misma, hay coincidencias, dice Bartlett, e insiste: “Hemos estado en todas las jornadas de defensa del sector eléctrico junto con López Obrador. La invitación se repite ahora. Entonces, no hay ninguna contradicción, sino continuidad”.
Aunque presume sus coincidencias con Cárdenas y López Obrador, en particular durante su gestión como senador, a Bartlett se le recuerda más por sus excesos como funcionario, sobre todo cuando estuvo en Gobernación.
En noviembre de 1983, por ejemplo, Proceso elaboró un reportaje sobre tres sobrinos de Bartlett que se engancharon con una secta religiosa y se fueron a Venezuela con la anuencia de sus padres, quienes luego se arrepintieron y los obligaron a regresar al país. El tío Manuel, secretario de Gobernación, usó su influencia para que el gobierno venezolano los deportara.
Los sobrinos denunciaron los abusos cometidos por Bartlett ante este semanario, que preparó el reportaje para difundirlo en su edición 369. Poco antes del cierre de edición, el jefe de la Dirección Federal de Seguridad (DFS), José Antonio Zorrilla Pérez, llegó a las instalaciones de la revista para impedir la publicación del trabajo.
En su libro Los presidentes, Julio Scherer García relata las presiones que ejerció el enviado de Bartlett para que no se publicara la historia escrita por Enrique Maza. Vicente Leñero también cuenta el episodio en un texto especial publicado con motivo del 30 aniversario de Proceso. En él relata que el funcionario colocó un vaso lleno de Coca-cola en el filo de una mesa y lo empujó para que se cayera; quedó hecho añicos. “Eso mismo le podría pasar a tu familia”, le dijo Zorrilla a Leñero.
El reportaje no fue publicado. Cuando el reportero le recuerda a Bartlett ese episodio, el candidato a senador se justifica: “Mire, eso ya lo aclaré con Julio Scherer, que es quien lo narra. El asunto no tenía la menor importancia, nunca la tuvo”.
Se trataba, dice, de “unos sobrinos míos que se fueron con una secta a Venezuela con sus papás; una locura”. Cuando se regresaron los padres, las autoridades de ese país no dejaron salir a los menores. Comenta que habló con el oficial mayor de la Secretaría de Relaciones Exteriores para explicarle el problema.
“‘No te preocupes’, me dijo, ‘los vamos a deportar’. Entonces fueron con las autoridades locales de Venezuela y los deportaron a México. Éstos (los tres sobrinos de Bartlett) fueron a Proceso –estaban todavía obnubilados– a declarar en contra de sus papás, en contra mía. Eso salió (semanas después) en la revista Contenido.”
Y resume: “Eso es lo que fue a decir Zorrilla (a Proceso). No era un tema que ameritara una amenaza, esa amenaza del vaso que se caía (como cuenta Leñero). Era un tema de familia. Esos muchachos se quedaron un tiempo (en Venezuela) y los papás los convencieron (de que regresaran). Ya viven aquí”.
Una época de las peores
El 30 de mayo de 1984, cuando Manuel Bartlett era secretario de Gobernación, fue asesinado el columnista Manuel Buendía, quien presumiblemente iba a revelar nombres de policías y funcionarios vinculados al narcotráfico.
En 1985 fueron detenidos varios delincuentes con credenciales expedidas por la DFS y firmadas por el propio Bartlett. Ese año fue ejecutado el agente de la Drug Enforcement Administration (DEA) Enrique Camarena Salazar. Ante la presión de Estados Unidos, el secretario destituyó a Zorrilla Pérez, quien fue incluido en la lista de candidatos al Congreso de Hidalgo, entidad natal del exfuncionario.
En julio de 1986, Bartlett fue acusado de operar el fraude electoral en Chihuahua para impedir el arribo del panista Francisco Barrio Terrazas e imponer a un correligionario suyo: Fernando Baeza. Un grupo de intelectuales y escritores –Carlos Monsiváis, Octavio Paz, Enrique Krauze y Héctor Aguilar Camín– publicaron una carta en la que exigían la anulación del “fraude patriótico”.
“Yo me reuní con todo ese grupo de intelectuales puros y les dije: ‘¿De dónde sacan que hubo fraude en Chihuahua? Aquí les vamos a ofrecer todo el material de lo que hubo en la elección’. En ese momento deciden encargarle el estudio técnico de la información a un intelectual puro, experto en lo electoral, pero que supuestamente no tenía nada que ver con los partidos. Ese intelectual era Juan Molinar Horcasitas, que se tarda como un año y saca un galimatías en la revista de Aguilar Camín diciendo que el fraude estaba en el padrón.
“Desde entonces dicen que yo dije que fue un fraude patriótico; es una expresión que inventa Krauze como si yo hubiera dicho semejante estupidez. Ya perece que yo iba a decir esa estupidez, y lo siguen repitiendo. ¿Cuándo dije yo eso? Pues no importa”.
Dos años después, como titular de la Secretaría de Gobernación y presidente de la Comisión Federal Electoral, Bartlett fue acusado de operar el fraude electoral que permitió a Salinas llegar a Los Pinos. Y aun cuando esta historia es conocida y está documentada, el candidato al Senado insiste en que detrás de todo –de los casos de Buendía y Camarena, y del fraude patriótico en Chihuahua– está la mano de Carlos Salinas.
“Mira, él es un personaje muy especial. Es un jugador sucio, no es un demócrata. Si analizamos con equilibrio todos esos ataques, se dan en el periodo en el que se iba a decidir la candidatura a la Presidencia de la República para suceder a Miguel de la Madrid. Todas esas manipulaciones se dieron en esa época. A todas les he dado respuesta.”
Insiste: “Hay que analizar con cuidado todo, ver qué hay detrás; ver todos los elementos. Eso de que hay una investigación en Estados Unidos, de la DEA, todo eso estuvo cocinado. O del asesinato de Buendía, diciendo que Zorrilla fue el asesino. ¡Ah!, pero como Zorrilla trabajaba en Gobernación, dicen que yo lo mandé. ¡No! Todo eso se ha discutido años y años con pruebas”.
–¿Quién nombró a Zorrilla? –se pregunta, y él mismo responde: “Déjeme decirle cómo fue. Cuando iba a tomar posesión de la Secretaría de Gobernación, Fernando Gutiérrez Barrios me pidió decirle al presidente electo (Miguel de la Madrid) que él había pasado toda su vida en Gobernación y que le gustaría estar en un cargo más tranquilo, como en Caminos y Puentes.
“Yo le transmití al presidente la petición y él me dijo: ‘¿No lo necesitas?’. Le dije que no: Lo que necesito es que se vaya ya, porque tiene demasiado tiempo ahí, demasiados compromisos, demasiadas cosas. El presidente pensaba que se debía quedar, eso es importante.
“A Zorrilla lo nombró López Portillo; está en sus memorias. Esto me lo preguntó Granados Chapa y le mandé un escrito. Cuando lo nombró, López Portillo dijo: ‘He tenido que nombrar al director de la Federal de Seguridad, pensaba yo nombrar a alguien del Estado Mayor Presidencial, pero eso me iba a acarrear algunos conflictos con el Ejército. Entonces he tomado la decisión de nombrar a Zorrilla Pérez, gente de Gutiérrez Barrios. (La DFS) queda en sus manos’. Así fue, se quedó en el sistema de seguridad.”
–Muchos le adjudican a usted la frase de 1988 de que “se cayó el sistema”…
–Quien lo dijo fue Diego Fernández de Cevallos, lo ha reconocido públicamente. Yo le dije que les íbamos a participar de una información que teníamos nosotros a los partidos. Entonces él dijo: ‘Señor presidente de la comisión, se cayó el sistema, no se oye. ¿Qué pasó?, pues que no llega la información’. En ese instante le abrimos el sistema de información.
“Se lo puede preguntar a quien quiera. Ahí está Jorge Alcocer, que era asesor de Cárdenas. Entraron al sistema que teníamos, era telefónico; no había computadoras. ¡Hombre! Nos estaban informando de los datos, de lo que llegaba de los comités electorales distritales.
“Ese día, como a las seis de la tarde, llegaron Cuauhtémoc, Porfirio (Muñoz Ledo) y (Manuel J.) Clouthier a reclamar un fraude generalizado en el país. Yo les dije: ‘Señores, aquí abajo están los comisionados de ustedes y no han dicho nada. Nunca reclamaron que hubo una caída del sistema. ¡Nunca!’
“Esa sesión terminó mal porque el presidente del PRI, Jorge de la Vega Domínguez, declaró vencedor a Salinas. Lo hizo como a las 11 de la noche. Se armó un revuelo en la comisión… A mí me reclamaron porque no declaré ganador a Salinas. Les dije: ‘Aquí no se puede declarar ganador. Si ustedes tienen las actas, digan lo que quieran, pero aquí no’.”
–¿Había presiones para que se declarara vencedor a Salinas?
–¡Sí, claro!
–¿De quién eran las presiones? ¿De Salinas o del presidente Miguel de la Madrid?
–¡De Salinas! Y también del presidente. Los dos me habían llamado varias veces para preguntarme cómo iban las votaciones. Les dije a uno y a otro que no podía darles resultados porque no había elementos para dar un resultado.
–¿Qué le decía Salinas?
–Quería que se le declarara candidato vencedor.
–¿Así, de plano? ¿Eso era lo que quería que dijera?
–¡Claro! Quería que ya se diera el resultado. Le dije que no, porque no había resultados. No se dieron nunca resultados ahí. Hasta que yo vi que habían llegado los cómputos de todos los distritos. Ellos fueron los que dieron el resultado. Les dije que en el Código Electoral que estaba vigente en ningún momento se le atribuye a la Comisión Federal Electoral facultades de computar elecciones. Por eso cuando terminó el cómputo distrital nosotros salimos a decir: el cómputo distrital nos ha dicho esto.
“Pero todas las boletas, los paquetes de la elección presidencial se fueron al Colegio Electoral, donde se calificó la elección”, precisa el político poblano y recuerda que entonces era la Cámara de Diputados, convertida en Colegio Electoral, la que calificaba y dictaminaba la elección presidencial.
“¡Ahí es donde se calificó la elección! Entonces, ¿cómo pude haber calificado una elección cuando nunca tuve facultades? O esa fantasía de que yo apagué una computadora (cuando) iba ganando uno (Cárdenas) y al volverla a prender ganó el otro (Salinas). Es una soberana fantasía que no resiste la menor reflexión. Eran 300 distritos los que se estaban computando, se tardaron tres días en hacerlo. Todo eso que computaron se fue allá. Si hubo fraude, pues fue allá.”
–¿Usted cree que hubo fraude?
–Siempre me preguntan eso. Yo les digo: califíquenlo. Ya lo investigó Martha Anaya y descubrió el pastel: el acuerdo Salinas-PAN. Él se comprometió a hacer todo (para ayudar al PAN a llegar a Los Pinos) y lo cumplió.
“¿Por qué ocultar esto tantos años?”, inquiere Bartlett. Se responde: “Porque no les conviene que se conozca el acuerdo entre Salinas y el PAN para que éste lo dejara ser presidente”. Reitera que la responsable de calificar la elección fue la Cámara de Diputados, cuyo líder era Guillermo Jiménez Morales, junto con Diego Fernández de Cevallos.
E insiste: “Quien hizo presidente a Salinas fue el contubernio entre el PAN y el PRI, cuyos legisladores quemaron después los paquetes para que no hubiera pruebas. En eso estuvieron unidos Fernández de Cevallos y Salinas, como están ahora unidos Calderón y Beltrones.
Peña=Salinas
Manuel Bartlett considera que se trata de la misma historia, una historia de asociación política en la cual participan los mismos personajes: “Ahí está Salinas con Peña Nieto; ahí está Fox con Peña Nieto; ahí está Calderón permitiendo que se trastoque el sistema constitucional para convertir a México en un Estado neoliberal.
–¿Es el regreso de Salinas?
–Ahí está Salinas, es un broker del poder. Él maneja los grupos que enriqueció, es un hombre inmensamente rico. Ahí está metido, publicando un libro cada año en los que elogia el neoliberalismo. Es un hombre de una influencia infinita.
Se le recuerda la escena reciente del funeral de Miguel de la Madrid en Palacio Nacional, con una guardia paradójica: de un lado Salinas y del otro Felipe Calderón.
“Ahí estaba todo el salinismo –comenta–. Ahí estaban parados todos y vimos el espectáculo que dieron, todos callados. Es una escena que indigna porque no hace mucho Miguel de la Madrid dio una entrevista a Carmen Aristegui donde acusa de narcos a la familia Salinas y de haberse robado parte de la partida secreta.
“Todos ellos se movieron y fueron a aplastar a De la Madrid en su propia casa, en una operación verdaderamente criminal, pues lo obligaron a declararse débil mental, enajenado. Esto solamente lo puede hacer Salinas; es la megalomanía y la voluntad de poder.
“Por eso digo que esa ceremonia de Estado que hicieron en Palacio Nacional en realidad fue un homenaje que se hicieron Calderón y Salinas. Ese es el nivel de la política mexicana. Es verdaderamente repugnante.”
–Y lo que se viene…
–Sí. Todos están coludidos. Ese es el peor vaticinio para el país, por lo que Salinas representa: su connivencia con los grandes intereses económicos y Televisa al frente, haciendo la telenovela o vendiendo un producto. Peña Nieto es un manutenido que se rinde ante el poder de Televisa. ¡Hombre, que tenga un poquito de decoro! Es un títere, lo han convertido en un títere.
Al final de la entrevista, Bartlett dice que quiere llegar al Senado de la República para frenar desde la izquierda los planes neoliberales de sus excompañeros del PRI, el partido donde se formó y del que sólo saldrá si lo corren.
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