Traducido del inglés por Carlos Manzano.
Project Syndicate | 29 de octubre de 2012
El 6 de noviembre, uno de los dos candidatos –Barack Obama o Mitt Romney– será el vencedor después de una carrera electoral agotadora, lo que pondrá en marcha el mandato para los cuatro próximos años. Al otro lado del océano, el 8 de noviembre, más de 2.000 miembros del Partido Comunista Chino (PCC) se reunirán en Beijing. Una semana después, aproximadamente, los miembros del Comité Permanente del Politburó desfilarán por orden jerárquico, preparados para hacerse cargo de un país de 1.300 millones de personas.
Los dirigentes de las dos grandes economías del mundo están cambiando y el mundo también. Oriente Medio, en particular, está experimentando un momento de intensa transformación. Aunque en algunas partes de la región se está iniciando la reconstrucción –en sentido tanto literal como figurado–, países como Siria son pasto de las llamas. Otros –como, por ejemplo, el Irán, con su moribunda revolución– nunca han cesado de alborotar. En medio de una economía que se desmorona, este país sigue siendo beligerante por mediación de su agente libanés, Hezbolá, para lograr lanzar al menos un vuelo de avión no tripulado por encima de Israel e iniciar, al parecer, ciberataques recientes.
A consecuencia de ello, las relaciones entre los protagonistas regionales siguen siendo tensas. Después de su discurso en las Naciones Unidas en el que hizo un llamamiento en pro de una “línea roja” contra el programa nuclear iraní en la primavera o el verano de 2013, el Primer Ministro israelí, Benyamin Netanyahu, convocó elecciones generales anticipadas, que podrían brindarle un mandato sólido para actuar contra el Irán. Entretanto, Egipto está consiguiendo su propio equilibrio, tanto interiormente, al formular una nueva Constitución, como en materia de política exterior.
Además, tenemos a Turquía, economía en ascenso a caballo entre Europa y Oriente Medio y destinada a ser una potencia regional, que ha intercambiado disparos con su vecina del Sur, Siria, y ha pedido a sus aliados de la OTAN que refuercen su seguridad.
Forma parte del panorama en transformación que los nuevos dirigentes del mundo heredarán en Oriente Medio, región de la que los Estados Unidos se han ocupado profundamente. Después de casi un decenio de un compromiso militar agotador, la misión de combate de los EE.UU. en el Iraq concluyó en 2010 y la misión de combate en el Afganistán concluirá en 2014.
El próximo Presidente de los Estados Unidos heredará también un país con una perspectiva geopolítica profundamente transformada. Los avances y la innovación tecnológicos han empezado a hacer realidad el ya antiguo sueño de la independencia energética. Mientras que antes se consideraba inviable la extracción de las cuantiosas reservas de gas natural de los Estados Unidos, tecnologías como, por ejemplo, la fracturación hidráulica (en inglés, fracking) han dado paso a una revolución en materia de gas de esquisto.
De hecho, los EE.UU. están a punto de lograr la suficiencia energética. El año pasado, por primera vez en quince años, menos de la mitad del petróleo consumido en los EE.UU. había sido importado. El crecimiento anual de la producción de gas de esquisto ha aumentado del 17 por ciento entre 2000 y 2006 al 48 por ciento entre 2006 y 2010. En 2035, se prevé que el gas de esquisto representará la mitad, aproximadamente, de la producción energética total de los EE.UU. Las repercusiones de esa revolución no serán sólo económicas. Políticamente, una menor dependencia del petróleo extranjero puede permitir a los EE.UU. centrarse en su cambio de rumbo de la política exterior, en la que predominarán los asuntos relativos a Asia.
Pero no sólo el nuevo dirigente de los EE.UU. heredará un mundo transformado. Allende el Pacífico, la época del crecimiento económico sin precedentes en Asia, componente decisivo de la estabilidad social y política, puede tocar a su fin.
De hecho, los acontecimientos habidos en China en los últimos meses han revelado una inquietud interna. Aunque el sentimiento nacionalista dirigido contra los enemigos exteriores suele desviar temporalmente la atención de la agitación interior, ese país debe abordar sus graves problemas internos. Pronto habrá de adaptar la economía y la política chinas, ideológicamente transformadas, excepto en el nombre, para abordar la desigualdad social en aumento.
Pese a que los vientos económicos mundiales soplan en sentido contrario, los dirigentes de China seguirán con toda seguridad centrados en el mantenimiento y la intensificación del crecimiento para sacar a más chinos de la pobreza y prevenir el malestar social; también es seguro que continuarán observando el Oriente Medio, rico en petróleo. Después de años dependiendo de la presencia de los Estados Unidos en esa región y manteniendo una ventajosa actitud de espera, los próximos dirigentes de China pueden adoptar un papel más activo y, como la reputación china en esa región no está contaminada por una herencia imperialista, pueden verse con condiciones bastante ventajosas para hacerlo.
Entretanto, la Unión Europea está luchando con sus propios demonios. Pese a su necesidad de centrarse en sí misma y mientras capea el temporal de la crisis económica mundial, no debe abandonar a sus vecinos del Sur. Reviste importancia decisiva mantener el contacto con la región meridional del Mediterráneo como punto de encuentro decisivo, un lugar de cooperación política, económica y energética. A ese respecto, los instrumentos más valiosos de la UE –el modelo de diálogo multilateral y poder blando que ha obtenido el premio Nobel de la paz – son sus señas de identidad.
En la región contigua, también Rusia debe reaccionar ante nuevas vulnerabilidades que se deben a las condiciones mundiales en transformación. El Kremlin sigue apoyando al régimen del Presidente sirio, Bashar Al Assad, manteniendo una aversión estricta a la intervención militar y procurando defender sus intereses estratégicos, incluida su base naval en la ciudad siria de Tartus. Esa posición se ha plasmado de la forma más evidente en los repetidos vetos de las resoluciones del Consejo de Seguridad de las NN.UU. encaminadas a poner fin a un conflicto que ya ha provocado decenas de miles de víctimas.
La inacción internacional en Siria no sólo es una mala noticia para la población de ese país; también está erosionando la legitimidad de una de las instituciones más importantes del mundo. En vista de que las cuestiones del Irán y de Siria están estrechamente vinculadas, la división interna entre los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad (los EE.UU., China, Gran Bretaña, Francia y Rusia) podría ser extraordinariamente perjudicial para la búsqueda de una solución del problema creado por el empeño del Irán en materia de enriquecimiento de uranió nuclear, lo que se refleja en el actual estancamiento de las conversaciones entre ellos (más Alemania) y el Irán.
Hay demasiadas cosas en juego, razón por la cual se debe recurrir a todas las posibles vías para lograr un resultado negociado. Sean o no ciertos los recientes rumores de conversaciones bilaterales EE.UU.-Irán, hay que acoger con beneplácito semejantes iniciativas. Mientras los grandes protagonistas siguen muy ocupados con sus cambios internos, la región sigue ardiendo a fuego lento. La cuestión principal ahora es la de si los dirigentes que surjan en noviembre serán bomberos o pirómanos.
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