Columna Sólo para Iniciados/Juan Bustillos
Impacto diario, 25 de abril de 2014
Calambres de Peña
Nieto con David
La lealtad, debería
saberlo el gobernador de Sinaloa, es la virtud que más estima el Presidente; en
consecuencia, la traición le resulta imperdonable
Suerte de reportero.
Una tarde Enrique
Peña Nieto ya no pudo más y se rindió a la insistencia del celular; se disculpó
y contestó al “Señor teléfono”, Emilio Gamboa. Este saludó y pasó su aparato a
un “amigo”; al menos eso dijo. Minutos después, el entonces gobernador
mexiquense dio a su interlocutor una lección de política partidista:
“Sí Javier, yo jalo,
pero hasta que tu gobernador decida. Yo no haré lo que no permitiría que
pretendieran hacerme”, sentenció. En otras palabras, le dijo que cuando ya
fuera candidato acudiera a él, antes no.
Así, Duarte esperó
el auxilio de Peña Nieto hasta que Herrera Beltrán decidió que él sería su
sucesor; ignoraba Fidel que en breve sería traicionado, como él…, pero esas son
otras historias.
El miércoles, en
Sinaloa, Peña Nieto estaba de vena; llegó de Sonora dispuesto a ofrecer otra
lección de política a quien la necesite por allá y por acá, quizá más acá que
allá.
Supongo que en
principio al gobernador Mario López Valdez que dio la espalda al PRI y se echó
en brazos del PAN para obtener la candidatura que su partido y Juan Millán le
negaron, a pesar del decidido apoyo de Manlio Fabio Beltrones, por aquel
entonces coordinador de los senadores priístas.
Cambiarse de partido
por una candidatura le llaman traición algunos; pragmatismo, otros, como Rafael
Moreno Valle y Ángel Heladio Aguirre que abandonaron el PRI. López Valdez
(Malova) ni siquiera renunció a su militancia y es el día que el partido no lo
echa.
Hoy, con Peña Nieto
en la Presidencia, Malova ha intentado por todas las formas posibles convencer
al mandatario que es el gobernador más priísta.
Pero a Malova lo
inquieta la cercanía con el Presidente de un paisano suyo. El coordinador de
Comunicación Social de la Presidencia, David López, quizá su amigo más cercano
y más leal; será él quien cerrará la puerta cuando todo se acabe, cuando el
resto busque acomodo en el futuro; de hecho antes, cuando los autoproclamados
químicamente peñistas, intenten descubrir a quién seguir o ser ellos los
sucesores.
Es David el único
del que no tiene que cuidarse la espalda.
La lealtad, debería
saberlo Malova, es la virtud que más estima el Presidente; en consecuencia, la
traición le resulta imperdonable.
Desde luego, quizá
el sueño más acariciado de David, como diría cualquier priísta, es gobernar su
tierra; será candidato si lo busca y si el Presidente quiere, pero Enrique Peña
Nieto sabe que vienen tiempos más difíciles que los que ambos ya pasaron juntos
y que, como entonces, no habrá muchos en quienes confiar. David siempre estará
ahí o en donde quiera el Presidente.
Pero Peña Nieto
acalambró al gobernador.
Llegaron juntos al
evento en donde el Presidente dijo que en cada ocasión que David lo acompaña a
Sinaloa, “los políticos sinaloenses se inquietan mucho… no hay razón… David
está en lo suyo… apoyando al Presidente”.
Y luego, mirando
fijamente a Malova, remató: “…pero nunca mates esperanza alguna, mi queridísimo
gobernador”.
López Valdez tragaba
gordo y David enrojecía por las carcajadas, hasta una seña hizo al gobernador.
Malova no previó, no
tenía forma de hacerlo, que el Presidente se comportaría como lo hizo; no es lo
usual, ni siquiera ahora que existe eso llamado “interacción”.
Llegó al evento en
compañía de Peña Nieto, del jefe del Estado Mayor, Jorge Corona, del jefe de
asesores, Francisco Guzmán Ortiz, y de David. En el trayecto no hubo en
palabras o actitudes del ilustre visitante que delataran lo que estaba por
ocurrir.
Quizá el calambre
tenga que ver con esa imprudencia tan de Malova. En un discurso de bienvenida
que duró 12 minutos y medio reclamó a Peña Nieto que antes de llegar a Sinaloa
pasara por Sonora.
Ha venido 5 veces,
dijo, pero ésta no la contamos porque es una visita de paso.
Luego vendría el
revire (“señor gobernador, no es una visita de paso”), el calambre a Malova y
la cargada que ya agobia a David.
Pero también el
calambre a quienes en el grupo compacto suponían que David estaba a distancia,
sólo porque, como dice su amigo y jefe, no suele subirse al presidium. Está en
lo suyo, cuidando al Presidente.
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