NOta de Rosa
Elvira Vargas
Periódico
La Jornada, Domingo
1º de mayo de 2011, p. 2
Sobran
evidencias para documentar que Juan Pablo II tuvo conocimiento de que el
fundador de la Legiósn de Cristo, Marcial Maciel, era un criminal, un
delincuente, un sobornador, un manipulador de conciencias, un depredador, un
destructor de los sacramentos; verdaderamente un tipo abominable..., como
aseguran sus víctimas y denunciantes, y que se ha realizado toda una operación
desde el Vaticano para transformar de cómplice en víctima al jefe de la Iglesia
católica fallecido en 2005, y no afectar así el proceso para ubicarlo en el
estado previo a la santidad.
El
ex legionario José Barba, uno de los acusadores de Maciel Degollado, señala:
quizá la beatificación es el último epítome del encubrimiento a Maciel. Esto,
ante las innumerables pruebas físicas, más allá de los testimonios y las
denuncias, con las cuales Juan Pablo II podría haberse allegado –de haber
querido– elementos incontrovertibles para conocer la verdad sobre el sacerdote
michoacano.
Y
no sólo no procedió, sino que, como nunca, fue en el papado de Karol Wojtyla
cuando los legionarios tuvieron su mayor expansión y crecimiento económico con
la apertura de escuelas, universidades y creciente número de sacerdotes de la
congregación, entre otros beneficios, sino que además existió un claro
acercamiento entre ambos. Tanto, que cuando Maciel anunció su retiro como
director general de los legionarios de Cristo, Juan Pablo II lo elogió
públicamente.
Una
de esas fuentes donde se encuentran depositadas las pruebas de los hechos
criminales de Maciel es el archivo de la Congregación para Institutos y
Sociedades de la Vida Consagrada, con documentos que datan de entre 1944 y
2002.
Este
dossier fue entregado para su difusión desde el propio Vaticano a los ex
legionarios Alberto Athié y José Barba, así como al investigador Fernando M.
González, autor de libros sobre el fundador de los legionarios de Cristo. Se
trata de fuentes que actuaron movidas por la ignominia que para la Iglesia
católica representan los hechos de Marcial Maciel.
Entre
los 212 documentos que conforman este archivo está una carta –de la que La
Jornada posee copia– escrita el 14 de agosto de 1956 por el fallecido obispo de
Cuernavaca Sergio Méndez Arceo, dirigida a Arcadio María Larraona Saralegui,
entonces secretario de la Congregación de Religiosos.
Esta
misiva, sumada a otros señalamientos, entre ellos otra carta del entonces
arzobispo primado de México, Miguel Darío Miranda, llevaron a la suspensión por
dos años de Maciel, cuando también se le ordenó internarse en una clínica para
drogadictos, lo que éste contravino y se alojó en un hospital de
gineco-obstetricia, en las cercanías de Roma.
“Por
circunstancias que no es el caso referir –indica en su parte medular la misiva
de Méndez Arceo enviada al Vaticano–, vine a quedar constituido en consejero de
quienes tenían conocimiento de la vida íntima del P. Maciel y se sentían
obligados en conciencia a remediar la situación, aunque con diferentes medios.
Los encaucé, por no tener yo casa de la Congregación, a que se hiciese la
denuncia al Excmo Sr. Arzobispo de México y hablé con él. Los defectos de que
se habla son: procedimientos tortuosos y mentirosos; uso de drogas heroicas;
actos de sodomía con chicos de la Congregación.
“Yo
recomendé, y así lo hará el Sr. Arzobispo, que sólo se interrogue a los dos que
ahora han hablado y que esto se envíe a V.R. para que, si lo juzga prudente,
remueva al P. Maciel y deje el paso libre a una investigación mayor, dada su
habilidad sin escrúpulos.
Uno
de los que han hablado asegura que en el Santo Oficio (actualmente Congregación
de la Doctrina de la Fe) uno de los oficiales le comunica cuanto llega contra
él y le parece que también en la Congregación de Religiosos, aunque no sabe
quién.
Athié,
Barba y González exponen que este legajo agrupado por la Sagrada Congregación
de Religiosos no es por supuesto el único archivo donde están documentadas las
conductas de Marcial Maciel, puesto que al menos debe haber uno más en la
Secretaría de Estado del Vaticano, otro en la Congregación de la Doctrina de la
Fe y el propio archivo secreto del Papa.
Y
mencionan que dos antecesores de Juan Pablo II habrían tenido, si no
directamente, por lo menos sus secretarios de Estado, información respecto a
las tropelías de Maciel: Juan XXIII y Paulo VI.
Un
documento más en este archivo es la misiva escrita por Gregorio Lemercier,
monje benedictino quien además de ser muy cercano a Méndez Arceo fue el primero
en introducir el sicoanálisis en el convento, al grado de ser suspendido por la
iglesia en 1967. La remitió el 15 de octubre de 1959 también a Arcadio
Larraona, en Roma, y le expone con detalle los testimonios recibidos de
Federico Domínguez, ex secretario particular de Maciel, con las constancias
sobre su toxicomanía y su abuso sexual contra menores de edad.
Alberto
Athié, ex sacerdote, asegura que este archivo demuestra que existía la
información suficiente para saber quién era Maciel, cómo había organizado su
congregación, sus fundamentos para la operación de la misma, así como la
fórmula diseñada por él para infiltrar el Vaticano y neutralizar cualquier
acción que pudiera afectarle.
Al
propio Benedicto XVI, en su condición de encargado de la Congregación de la
Doctrina de la Fe, le llegaron los reclamos de las víctimas de Maciel y tiene
responsabilidad directa tanto si omitió informarle a Juan Pablo II como si éste
los soslayó en su momento.
Para
ellos, hubo mentiras flagrantes para conducir el proceso de beatificación de
Juan Pablo II. Los responsables de esto falsearon información existente y por
la cual es muy claro que el hoy beato tuvo conocimiento del comportamiento de
Maciel.
Tercia
José Barba: ¿quién se beneficia con esta beatificación? ¿La cristiandad o el
papa Benedicto XVI? Él se siente más seguro con la beatificación de Karol
Wojtyla, pero como la tragedia subsiste, aparecerá toda esta evidencia y
Ratzinger no tendrá ninguna protección porque, en todo caso, él lo engañó, no
le dijo la verdad, y el silencio es a veces un engaño.
¿Le
creyó y no investigó?
Y
en efecto, si no le dijo la verdad sobre Maciel –añade–, Juan Pablo II tampoco
la buscó, y por eso se pretende pasarlo de cómplice a víctima.
Los
tres resaltan un hecho: Marcial Maciel le juró delante de Dios a Juan Pablo II
que no era cierto de lo que lo acusaban, y que todo era un complot.
Entonces
–insiste Barba–, el papa Juan Pablo II ¿le creyó a Maciel? ¿Sólo tuvo una
fuente, el propio legionario, para hacerse de un criterio? ¿No recurrió a nadie
más? ¿No preguntó? ¿Nadie se le acercó para decirle nada? ¡No puede ser!
Como
muchos especialistas, también cuestiona el procedimiento fast track para
beatificar a Juan Pablo II. Como nunca, se rompieron las reglas del derecho
canónico, porque éste exige que apenas a los cinco años después de muerto
empiece el proceso. Y en este caso, a los seis años de fallecido, ya está listo
su asunto, expresa Athié.
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