Una cita/Sully
Proudhome, primer Premio Nobel de Literatura.
En este nido furtivo
en que nos
encontramos los dos solos,
¡oh alma querida,
cuán agradable es olvidarse
de los hombres
estando tan cerca de ellos!
ara que la hora que
huye
vaya más lentamente,
para gozar de ella
no es necesaria una
alegría ruidosa. Hablemos quedo.
Temamos acelerarla
con un gesto,
con una palabra,
incluso con un soplo.
Es tan celeste, que
hemos de procurar
no perder uno solo
de sus momentos.
Para sentirla bien
nuestra,
para que no se
gaste, estrechémonos
el uno contra el
otro sin movernos.
Sin levantar
siquiera los párpados, imitemos
el casto reposo de
esos viejos castellanos de piedra,
de ojos cerrados,
cuyos cuerpos inmóviles
y vestidos de pies a
cabeza se han callado en el mausoleo,
lejos de sus almas,
que emprendieron el vuelo.
Dormitemos
gravemente como ellos,
en una alianza más
sublime que las uniones terrenales.
Porque para nosotros
pasaron ya los ardores
del amor joven que
puede terminar.
Nuestros corazones
ya no necesitan labios para unirse,
ni palabras solemnes
para transformar el culto en deber,
ni espejismo de las
pupilas para verse.
No me obligues a
jurar de nuevo que te amo,
no me obligues a
decirte cuánto otra vez.
Gocemos de la
felicidad, aunque sea sin juramentos.
Saboreemos la
ternura que diviniza los dolores
en lo que nuestras
lágrimas nos dicen silenciosamente.
Amada, en este
inefable remanso
se adormece
hechizado el deseo
y se sueña en el
amor como se sueña en la muerte.
Parece que se siente
el fin del mundo.
El universo parece
zozobrar o hundirse
en una caída suave y
profunda.
El alma se aligera
de sus cargas
por la inmensa huida
de todo lo existente,
y la memoria se
funde como si fuera de nieve.
En torno nuestro
parece aniquilada
toda la vida
ardiente y triste. Para nosotros
ya no existe nada;
nada mas que el amor.
Amemos en paz. La
noche es lóbrega
y el pálido fulgor
de la antorcha se va extinguiendo.
Pudiéramos creemos
en la tumba.
Dejémonos sumergir
en los fúnebres mares
y adormecer por sus
tinieblas
como después del
último suspiro...
¿No es cierto que
hace mucho tiempo
estamos juntos bajo
tierra? Escucha cómo los pasos
estremecen el suelo
encima de nosotros.
Mira desaparecer a
lo lejos
las innúmeras noches
del pasado como una sombría
bandada de cuervos
que huyen hacia el Norte,
y disminuir a lo
lejos la blancura de los viejos días,
como una inmensa
nube de cigüeñas ¡que nunca han de volver!
¡Qué extraña y dulce
es la velada de nuestros corazones
lejos de la esfera
llena de sol cuyos rigores hemos soportado!
Ya no sé qué
aventura apagó antaño nuestros ojos,
ni desde cuándo ni
en qué cielo transcurre nuestro éxtasis.
Las cosas de la
antigua vida
han huido por
completo de mi memoria; pero,
en todo lo que
alcanzan mis recuerdos, siempre te he amado.
¿Qué ser bienhechor
hizo erigir este lecho?
¿Qué himeneo dejó
para siempre tu mano en mi mano?
Pero no importa,
amada mía.
Durmamos bajo
nuestros ligeros sudarios,
solos al fin por
toda la feliz eternidad.
Versión de Max
Grillo,
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