La
peste del olvido/RAFAEL
CRODA
Revista Proceso # 1955, 19 de abril de 2014;
CARTAGENA
DE INDIAS, COLOMBIA.- Como en la peste del olvido que invadió Macondo y obligó
a José Arcadio Buendía a marcar con un hisopo entintado cada cosa con su nombre
para poder recordar su uso, el creador de ese mundo mágico y deslumbrante,
Gabriel García Márquez, padeció durante los últimos años el mismo mal que
aquejó a sus personajes de Cien años de soledad: la pérdida de la memoria.
Para
Jaime García Márquez, hermano menor del Premio Nobel de Literatura 1982, el
pasaje de la peste del olvido en esa novela fue un acto premonitorio del
escritor, uno más de los que se le atribuyen. La familia cree que esos
presagios intempestivos que solía tener el fallecido autor colombiano –como su
convicción mañanera de que algo grande estaba por ocurrir en Caracas el 23 de
enero de 1958, cuando, en efecto, se produjo un golpe de Estado contra el
dictador Marcos Pérez Jiménez– eran parte de la herencia de chamán que le venía
de su abuela guajira Tranquilina Iguarán Cotes.
En
entrevista con Proceso, Jaime cuenta que Gabito –como llamaba a su hermano–
“escribió ese capítulo de la peste del olvido hace más de 47 años porque él ya
sabía estas cosas de la demencia y lo que podía venir. Mi mamá (Luisa Santiaga
Márquez) y mi abuela (Tranquilina) también murieron de ese mal. Y los hombres
de la familia también lo tenemos, como mi hermano Luis Enrique (el segundo,
después de Gabriel) y yo mismo. Yo ya tengo problemas de memoria”.
La
desmemoria invade Macondo en la página 52 de Cien años de soledad (Norma, 2008)
y José Arcadio Buendía “fue al corral y marcó los animales y las plantas: vaca,
chivo, puerco, gallina, yuca, malanga, guineo. Poco a poco, estudiando las
infinitas posibilidades del olvido, se dio cuenta de que podía llegar un día en
que se reconocieran las cosas por sus inscripciones, pero no se recordara su
utilidad. Entonces fue más explícito. El letrero que colgó en la cerviz de la
vaca era una muestra ejemplar de la forma en que los habitantes de Macondo
estaban dispuestos a luchar contra el olvido: ‘Esta es la vaca, hay que
ordeñarla todas las mañanas para que produzca leche y a la leche hay que
hervirla para mezclarla con el café y hacer café con leche’”.
Igual
que sus personajes, Gabriel García Márquez desarrolló un método para matizar
ante sus amigos y conocidos los síntomas de la desmemoria. En uno de sus
últimos viajes a Cartagena para participar en el Festival de Cine de este
balneario caribeño departió una noche en el restaurante del Hotel Santa Teresa
con un grupo de escritores y periodistas colombianos.
Al
día siguiente, uno de ellos, oriundo de Barranquilla, estaba sentado leyendo el
diario en el lobby de ese hotel cuando vio entrar al Premio Nobel. Enseguida se
levantó y tendió la mano al maestro.
–Hombre,
¿y tú que haces aquí en Cartagena? –preguntó García Márquez al sorprendido
escritor barranquillero.
–Maestro,
pero si anoche le dije que estaba aquí en el Festival…
–No,
no, pero qué haces aquí en este instante –corrigió con agilidad.
Cuando
la memoria se va
El
filólogo Ariel Castillo Mier, doctor en letras hispánicas por El Colegio de
México y experto en la obra de García Márquez, considera que la desmemoria
constituyó para el Premio Nobel “una paradoja brutal”
Si
alguien era un memorioso, dice, era él, quien recuperó para la literatura una
tradición oral: la de su abuela Tranquilina, la de su abuelo Nicolás Márquez,
que se basaba justamente en la memoria”.
“Esa
fue la gran tragedia de García Márquez. Perder la memoria es el castigo más
grande que le puede pasar a un escritor como García Márquez, cuya preocupación
fundamental fue mantener al lector atento, sin que se le durmiera, y para eso
debe haber una concatenación minuciosa entre los detalles que conforman la
historia. Cuando se pierde la memoria ya no se puede construir ese armazón. Por
eso, obviamente, dejó de escribir”, agrega el académico de la Universidad del
Atlántico.
De
acuerdo con Castillo Mier, el primer y único tomo de las memorias del escritor
–Vivir para contarla, publicado en 2002 con la promesa de que habría al menos
dos más– vino muy desmemoriado, “con muchos vacíos. Eso debe ser muy doloroso
para un narrador que habló en su obra de la peste del olvido que afecta a los
latinoamericanos y que al final acabó por sucumbir ante esa misma peste”.
En
julio de 2012 Jaime García Márquez reveló que su hermano padecía “conflictos de
memoria” por predisposición genética y por los estragos del tratamiento de
quimioterapia contra el cáncer linfático que recibió en 1999. La noticia dio la
vuelta al mundo y provocó el malestar de Mercedes Barcha, la esposa del
escritor.
El
conflicto familiar se solucionó en abril de 2013, durante la última visita de
García Márquez a Cartagena y a Colombia. Una noche salieron a cenar a un
restaurante de la zona amurallada de este puerto colonial Mercedes, el Premio
Nobel, Jaime y su esposa Margarita.
–¿Él
se acordaba bien de usted? ¿Lo reconocía? –pregunta el reportero a Jaime.
–No,
no.
En
Cien años de soledad, José Arcadio Buendía estaba determinado a dar la batalla
contra la peste del olvido y “decidió entonces construir la máquina de la
memoria que una vez había deseado para acordarse de los maravillosos inventos
de los gitanos. El artefacto se fundaba en la posibilidad de repasar todas las
mañanas, y desde el principio hasta el fin, la totalidad de los conocimientos
adquiridos en la vida. Lo imaginaba como un diccionario giratorio que un
individuo situado en el eje pudiera operar mediante una manivela”. Al final fue
el gitano Melquíades el que conjuró la desmemoria de Macondo al dar a beber a
José Arcadio una sustancia de color apacible.
En
la Cartagena de los García Márquez, la pócima de la memoria estuvo formada por
los afectos. Un día que Jaime llegó de visita a la casa del Premio Nobel en la
Calle del Curato, en el centro de la ciudad, su hermano Gabito se le acercó y
lo miró con la dulzura de un niño feliz.
–No
sé quién eres –le dijo el escritor–, pero sé que te quiero mucho.
Luego
lo abrazó.
Fue
la última vez que Jaime vio a su hermano mayor.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario