Viaje
en el tiempo/RAFAEL
CRODA
Revista Proceso # 1955, 19 de abril de 2014
REPORTAJE
ESPECIAL
Uno
de los ejes de la vida de Gabriel García Márquez fue la amistad. Es célebre su
frase:“Escribo para que me quieran más mis amigos”. Una de sus relaciones más
cercanas desde su juventud fue la que tuvo con Plinio Apuleyo Mendoza, escritor
y periodista colombiano y autor de un libro sobre él: El olor de la guayaba
(1982). Entrevistado por Proceso, Mendoza rememora los años prolíficos de la
agencia Prensa Latina, las penurias en París, el caso Padilla, que dividió a la
intelectualidad latinoamericana sobre la Revolución Cubana, y de su propio
distanciamiento ideológico, pero jamás afectivo.
SANTA
FE DE BOGOTÁ, COLOMBIA.- La última vez que Plinio Apuleyo Mendoza lo vio fue en
2008, en Barcelona, donde fue a comer con él a un restaurante de tapas y
mariscos. Bebieron vino catalán de Penedès y un tinto Sumoll, picotearon
viandas marinas rebozadas en aceite de oliva y conversaron de los viejos
tiempos: de las épocas en París, de su paso por la agencia cubana de noticias
Prensa Latina, de las penurias y la gozosa juventud de aquellos años.
Eran
tres en la mesa: Plinio, Gabriel García Márquez y la esposa de éste, Mercedes
Barcha, quien esa tarde optó por no hablar más de lo indispensable, para dejar
que los dos viejos amigos se explayaran en sus nostalgias.
“Es
que Gabo estaba feliz y Mercedes lo sentía –recuerda Mendoza–, y Gabo estaba
feliz porque tenía intacta su memoria antigua, hasta el punto que me dijo:
‘Tienes que ir a verme a México y allá nos tomamos otros vinos’. La memoria
inmediata ya le fallaba mucho y eso me preocupó un poco. Se le olvidaban cosas.
Me preguntaba lo mismo varias veces: que cuándo había llegado a Barcelona, que
dónde estaba viviendo, y yo le decía: ‘ya sabes que estoy viviendo en Madrid’.”
Mercedes
se contrariaba con esas preguntas insistentes, pero ya con el almuerzo y con
los vinos Gabo comenzó a recordar sus años en París, donde coincidió con
Mendoza, así como sus días de periodistas en Prensa Latina.
“Cuando
hablaba del pasado distante recordaba todo perfectamente y al encontrarse
conmigo le dio por compartir viejos recuerdos. Era sorprendente ver lo bien que
funcionaba su memoria antigua, no así la inmediata. Por eso la charla se centró
en lo que habíamos vivido juntos muchas décadas atrás. La pasamos muy bien esa
tarde. Fue la última vez que lo vi”, dice el escritor a Proceso en la
biblioteca de su departamento en Bogotá, donde un gato blanco con manchas
negras serpentea sigiloso entre los libros.
El
autor de varios libros sobre García Márquez, entre ellos el muy difundido El
olor de la guayaba (1982), siguió hablando con su amigo por teléfono en forma
periódica durante tres años más. En abril de 2013, cuando se enteró de que el
Premio Nobel estaba en Cartagena, donde siempre mantuvo una casa, le llamó a
Mercedes Barcha desde Bogotá y le dijo que quería ir a verlo.
“Ella
me respondió: ‘No, mira, lo que pasa es que hay varios amigos que me han pedido
lo mismo, que quieren verlo, pero no sé si éste sea un buen momento. No sabemos
si vamos a quedarnos aquí, pensamos ir a Panamá, pero de todas maneras déjame
tu teléfono y yo te llamo para ver en qué momento podemos hacer algo’. Pero
pasaron los días y Mercedes no me llamó.”
Gabo
tenía problemas de memoria más agudos que los que manifestó en Barcelona: “En
muchas de esas conversaciones tenía la impresión de que no sabía exactamente
con quién estaba hablando. A mí me lo pasaba la secretaria y él me preguntaba:
‘¿Dónde estás?, ¿qué estás haciendo?, ¿cómo estás?’, cosas así, y luego, en la
siguiente conversación, lo mismo”.
–¿Esas
llamadas se convirtieron en algo incómodo?
–Bueno,
sí. Yo me sentí molesto en un momento dado porque ya no contestaba la
secretaria, sino Mercedes, y ella un día me dijo: ‘Mira, no está Gabo en estos
momentos, salió’, y me di cuenta de que había cierta incomodidad en esas
llamadas. No lo volví a llamar a México, esperando ir a verlo algún día.
El
precio del aprecio
La
amistad entre García Márquez y Plinio Alpuleyo Mendoza se mantuvo inalterable
desde que se conocieron muy jóvenes en Bogotá, pese a que sus divergencias
políticas se ampliaron con los años. Ambos eran “de izquierda, simpatizantes
del socialismo” –como dice Mendoza–, y los dos se desencantaron de la experiencia
comunista cuando viajaron juntos a los países de la “cortina de hierro” en los
años cincuenta. Uno y otro recibieron con júbilo el triunfo de la Revolución
Cubana en 1959 y fueron activos militantes de esa causa desde las trincheras
del periodismo al participar en la construcción de la agencia cubana de
noticias Prensa Latina.
Sin
embargo, Mendoza se desencantó pronto de la Revolución Cubana y adoptó posturas
que pronto lo ubicaron, para la izquierda latinoamericana, como parte de la
“derecha proyanqui” de la región, junto con los escritores Octavio Paz y Mario
Vargas Llosa. García Márquez se mantuvo fiel hasta el final a la Revolución
Cubana y a su líder máximo, Fidel Castro, quien fue uno de sus grandes amigos.
Para
Plinio, García Márquez acabó por “pagar” su amistad y lealtad inquebrantable
con el líder cubano.
“Fue
un precio alto, yo creo, porque finalmente hoy en día la gran mayoría de la
opinión mundial, ni siquiera latinoamericana, sino mundial, observa al régimen
de Castro como una cosa que realmente es impugnable, porque no hay democracia,
hay una especie de hegemonía familiar, un solo partido, ausencia de libertades,
etcétera, y eso, desde luego, hace que sea mal visto que un escritor como Gabo
haya tenido esa posición de apoyo.”
–Pero
usted, aunque no justificó esas posiciones, siempre las entendió…
–Sí,
claro, porque en eso hay que hacer salvedades importantes. Primero, la relación
de Gabo con Fidel fue, ante todo, una amistad personal. En un momento dado
Castro lo invitó a Cuba, le mostró lo que estaba haciendo, lo que quería hacer,
y lo convirtió en alguien solidario. Y al mismo tiempo hay algo que la gente no
ha tomado en cuenta, y es que Gabo se ocupó mucho de defender a gente que fue
perseguida por Castro. En eso trabajamos juntos, porque cada vez que hubo una
persona que estaba en una situación difícil, yo llamé a Gabo y Gabo ayudó. Son
muchos los escritores cubanos que están en el exilio gracias a Gabriel García
Márquez.
–Pero
dice usted que pagó un costo por eso…
–Yo
creo que sí, porque la gente puede decir: “Bueno, ¿por qué apoyó esa
dictadura?”. Fue algo parecido a lo que le pasó a Pablo Neruda con la Unión
Soviética. Todo mundo recuerda su Oda a Stalin. Eso, finalmente, creo que tiene
un costo.
–¿De
qué tipo?
–Un
costo en el sentido de que la mayor parte de la opinión pública internacional
tiene una visión muy negativa de Cuba, de la Revolución Cubana, y cuando uno
defiende eso sí implica un costo dentro de esa opinión, porque la gente no
entiende cómo se puede apoyar eso.
–¿Cree
que García Márquez tenía, como afirma el historiador mexicano Enrique Krauze,
una fascinación con el poder?
–Yo
creo que sí, que Gabo, efectivamente, tenía una cierta fascinación por el
poder. Se advierte en sus propias novelas. Pero hay que tomar en cuenta que fue
amigo de presidentes de distinto perfil ideológico, no sólo de tipos de
izquierda. Él ayudó mucho al expresidente colombiano Álvaro Uribe en muchas
gestiones con Cuba. Fue amigo de Bill Clinton, y realmente en sus relaciones no
tuvo una parcialidad ideológica ni política.
Encuentro
juvenil
Gabriel
y Plinio Apuleyo se conocieron en 1947, en Bogotá. Los dos eran estudiantes
provincianos recién llegados a la capital. Gabo de Aracataca, un pequeño
municipio bananero, húmedo y caluroso como un baño sauna, a 860 kilómetros al
norte de Bogotá por carretera, en plena región Caribe. Plinio, de la fría y
altiplánica Tunja.
“Yo
estaba en un café de Bogotá con mi amigo Luis Villar Borda (abogado, político y
filósofo de la izquierda liberal, fallecido en 2008) y llega un tipo flaco,
alegre, de bigotes, y sin pedirle permiso a nadie se sienta en nuestra mesa.
Vestía un traje color crema, tropical, que lo hacía parecer un cantante de
rumbas. Era Gabo. Era desenfadado, alegre, le coqueteaba a la camarera, la
tocaba. Yo lo miré con terror. Yo tendría unos 16 años y él 20. Así nos
conocimos, pero realmente nos hicimos muy amigos en París”, rememora Mendoza.
García
Márquez viajó a la capital francesa en julio de 1955 como corresponsal del
diario El Espectador, de Cali. Dos meses antes había salido publicada en Bogotá
La hojarasca, su primera novela, en la cual apareció por primera vez Macondo,
una recreación literaria de la añorada Aracataca. En París se alojó en el Hotel
de Flandre, un pequeño edificio en ruinas regentado por el matrimonio Lacroix.
En vísperas de la Navidad de ese año se encontró con Plinio Apuleyo en el bar
La Chope Parisienne, del Barrio Latino.
Días
después compartieron juntos una velada que resultó memorable para García
Márquez, ya que luego de cenar en un restaurante, al salir a la calle, por
primera vez en su vida conoció una nevada. Mendoza lo vio correr por el
Boulevard Saint-Michel celebrando esa especie de milagro.
El
6 de enero de 1956 El Espectador dejó de circular por presiones de la dictadura
del general Gustavo Rojas Pinilla. García Márquez se quedó sin trabajo y
comenzó para él la época de las peores privaciones.
“Gabo
duró siete meses pasando hambre y sin poder pagar el alquiler de su cuartito de
hotel, una buhardilla de techos inclinados, pero madame Lacroix resultó muy
comprensiva y le dijo: ‘No importa, usted cuando pueda me paga, no se
preocupe’, hasta que un amigo le prestó la plata. En esos días escribió El
coronel no tiene quien le escriba y La mala hora.”
El
novelista sobrevivió con ayuda de los amigos, vendió su boleto aéreo de regreso
y ganó algunos francos cantando rancheras en un club de mala muerte de la rue
Monsieur le Prince y recolectando botellas y periódicos que vendía a los
recicladores del Barrio Latino.
A
su vez, Mendoza suspendió temporalmente sus estudios de ciencias políticas en
París y regresó a Caracas, donde residía su familia. Su padre, el periodista y
político Plinio Mendoza Neira, era un cercano colaborador del dirigente de la
izquierda liberal colombiana Jorge Eliécer Gaitán, asesinado en Bogotá el 9 de
abril de 1948 durante el llamado bogotazo, y vivió muchos años de exilio en la
capital de Venezuela. El joven Plinio se incorporó a la revista caraqueña Elite
y le consiguió a Gabo trabajo como corresponsal en París, lo que alivió un poco
la situación de éste.
En
el verano de 1957 Mendoza regresó a París, esta vez con su hermana Soledad, y
compró un viejo Renault 4. Gabo le propuso que hicieran un viaje a Europa
Oriental.
“En
América Latina había dictaduras militares –aclara Mendoza–: en Colombia con
Rojas Pinillas, en Venezuela con Pérez Jiménez, en República Dominicana con
Trujillo, en Paraguay con Stroessner, en Nicaragua con Somoza. Y era evidente
que esos gobiernos tenían el apoyo de Estados Unidos, de modo que nosotros, que
éramos gente de izquierda, terminamos pensando que el socialismo era la mejor
réplica al capitalismo, al imperialismo americano, una expresión muy común en
esa época.”
En
el Renault llegaron a Alemania Oriental Plinio, Soledad y Gabo.
“Tuvimos
una impresión terrible, porque era muy triste, muy feo todo. En algún bar de
Heidelberg conocimos a un alemán que se dio cuenta de que éramos turistas, nos
llevó a su casa y nos dijo: ‘Yo soy del Partido Comunista, qué voy a hacer,
esto es horrible’, y nos dio una pintura tremenda de lo que se estaba viviendo
en Alemania Oriental, del control sobre la población, del autoritarismo, de la
falta absoluta de libertad.”
En
Leipzig encontraron a su amigo común Luis Villar Borda, quien los había
presentado una década atrás en Bogotá. Él “comenzó a explicarnos en una forma
muy pedagógica cuál era la realidad del comunismo y concluyó diciendo: ‘Para
hacerlo simple, compañeros, esto es la verdadera mierda’, y lo dijo así,
tranquilamente. Luego de 15 días regresamos a París con una idea muy mala de
Alemania Oriental y del socialismo real”.
Meses
después, Plinio y Gabo viajaron a la Unión Soviética “para mirar también cómo
era la cosa”. Se incorporaron a un grupo colombiano de música folclórica que
participó en el Festival Mundial de la Juventud ese año en Moscú y recorrieron
varias regiones.
“La
impresión fue fatal. De modo que ahí se cayó para nosotros definitivamente lo
que era el comunismo, el mundo soviético y los países tras de la ‘cortina de
hierro’.”
De
esos viajes surgiría años después De viaje por los países socialistas: 90 días
en la cortina de hierro, una colección de artículos en los que García Márquez
critica con dureza los resultados del experimento comunista soviético, bajo
cuya órbita se generó una sociedad “estragada, amargada, que consume sin ningún
entusiasmo una espléndida ración matinal de carne y huevos fritos”.
–A
pesar del desencanto, usted y García Márquez mantuvieron ideas progresistas…
–Pero
claro, porque al mismo tiempo que estábamos desencantados teníamos la ilusión
de que eso sólo era un desvío. Pensábamos que eso no correspondía a lo que
habíamos pensando que debía ser un sistema socialista, pero cuando triunfó la
Revolución Cubana renacieron todas nuestras ilusiones y todas nuestras
esperanzas. Pensamos que eso sí era algo distinto, el verdadero socialismo, y
hasta trabajamos en la agencia Prensa Latina.
Periodistas
En
diciembre de 1957 García Márquez llegó a Caracas, donde Mendoza le había conseguido
trabajo como redactor en la revista Momento. Allí vivió, tan sólo un mes
después, la caída del dictador Pérez Jiménez. El 21 de marzo voló a
Barranquilla, Colombia, para casarse con Mercedes Barcha, con quien regresó a
Caracas. Ahí residieron hasta 1959, año en que volvió a Colombia, de nuevo con
Mendoza, que así regresaba a su país y quien lo invitó a que ambos se hicieran
cargo de la oficina de la naciente agencia Prensa Latina en Bogotá.
“Trabajamos
durísimo durante más de un año para posicionar esa agencia con una visión muy
latinoamericanista, pero íbamos seguido a La Habana. A veces iba yo, a veces
Gabo, y estábamos ahí uno, dos, tres meses. Nos dimos cuenta de que el director
y fundador de Prensa Latina, Jorge Ricardo Masseti, un argentino que era muy
amigo de Castro y del Che Guevara y que estuvo con ellos en la Sierra Maestra,
y que tenía una convicción como la nuestra, estaba cercado por gente del
Partido Comunista.
“Los
comunistas de la agencia se reunían aparte, elogiaban a la Unión Soviética, y
Masseti se molestaba mucho. Les decía que ‘aquí, con la revolución estamos
todos; la revolución no es sectaria, es muy amplia, y ustedes no tienen por qué
crear un grupo aparte dentro de la agencia’. Y despidió a estos tipos, pero el
Ministerio de Trabajo cubano ordenó reinstalarlos. Masseti presentó su
renuncia, pero creyó que Fidel no se la iba a aceptar. Sí se la aceptó y salió.
Quedó completamente confinado, perdido. Gabo (quien a comienzos de 1961 había
sido trasladado a la oficina de Prensa Latina en Nueva York) y yo renunciamos.”
En
Argentina, Masseti participó en la fundación de la primera guerrilla
guevarista, el Ejército Guerrillero del Pueblo. En abril de 1964 cayó en
combate en la selva del departamento norteño de Orán.
Tras
la salida de Masseti de Prensa Latina, Mendoza se trasladó a Nueva York. En el
aeropuerto lo esperaba García Márquez con Mercedes y el hijo mayor del
matrimonio, Rodrigo –hoy cineasta–, quien es ahijado de Plinio.
“Gabo
me dijo: ‘Yo no vuelvo a Colombia, me voy a México (donde radicaba su gran
amigo el poeta colombiano Álvaro Mutis, fallecido en la capital mexicana en
septiembre de 2013), pero no puedo irme en avión porque no tengo plata. Me
alcanza para llegar en bus a Nueva Orleáns, entonces llego ahí y tú me mandas lo
que puedas’.”
Plinio
le envió un giro por 150 dólares a Nueva Orleáns.“Llegó con 20 dólares a México
y allí inicio una nueva vida y despuntó su carrera. Allá se hizo famoso, pero
también pasó muchos apuros al principio.”
De
acuerdo con el entrevistado, García Márquez era crítico hacia Cuba y del rumbo
que tomaba la revolución en esos años:
“Durante
mucho tiempo compartíamos opiniones de lo que estaba pasando en Cuba, pensando
que, en un momento dado, Fidel se iba a dar cuenta de que la revolución tomaba
un mal rumbo por culpa de los comunistas de la Unión Soviética. Esa era la
impresión que tuvimos durante mucho tiempo.”
Fidel
“le puso el ojo”
En
1971, Mendoza asumió la dirección de la revista Libre en París, entre cuyos
colaboradores figuraban escritores del llamado boom latinoamericano, como
García Márquez, Mario Vargas Llosa y Julio Cortázar. Ese mismo año el poeta
cubano Heberto Padilla fue encarcelado en La Habana por sus críticas al régimen
de Fidel Castro.
Plinio
y Goytisolo impulsaron la publicación en el diario Le Monde de una carta
dirigida a Castro, en la cual escritores e intelectuales, como Jean-Paul Sartre
y Susan Sontag, le pedían la liberación del poeta.
“Era
una carta muy prudente y esperamos que Fidel la contestara en forma positiva.
La firmó todo el mundo y resulta que Fidel nos insultó y dio un discurso donde
nos llamó ‘escritores burgueses’. Yo, sin su autorización, puse la firma de
Gabo y él me escribió una carta reprochándome eso, pero nunca rectificó
públicamente. Me dijo: ‘Yo no quería firmar’, pero él no estaba en París,
estaba en Aracataca, imposible de localizar, y yo (pensé que) conocía de sobra
lo que pensaba Gabo, y por eso dije ‘pongan su firma bajo mi responsabilidad’,
y la pusieron. Luego hasta Julio Cortázar hizo un poema pidiendo perdón por
haber firmado esa carta y yo lo publiqué en Libre.”
–Luego
vino una segunda carta, mucho más fuerte…
–Sí,
eso ya fue la división de los escritores latinoamericanos entre los críticos de
la Revolución Cubana y los que la apoyaban. Esa carta la escribió Vargas Llosa
en mi oficina y era muy dura. Ahí se produjo una ruptura, porque la mitad de
los escritores, con él enfrente, la firmaron, y la otra mitad, con Cortázar, no
la firmó. Libre publicó la carta completa y ambas posiciones, pero la revista
no tomó partido. Yo no quería romper esa unidad, pero la verdad es que ahí se
produjo una división muy profunda entre los escritores del boom. García
Márquez, Cortázar, Carlos Fuentes y varios más tomaron partido por la
Revolución Cubana.
De
acuerdo con Mendoza, fue entonces “cuando Fidel le puso el ojo a Gabo, tuvo
mucho interés en conocerlo y le hizo una invitación a Cuba. Fue el inicio de su
larga amistad”.
–¿Y
cómo fue que usted y García Márquez lograron mantener su amistad a pesar de las
discrepancias ideológicas?
–Entre
nosotros no hubo ningún problema, sólo tensiones, discusiones, pero ningún
problema.
–¿Nunca
pelearon por razones políticas?
–No.
Él sí me decía: “Mierda, tú te estás volviendo derecha”. Y yo le constaba: “¿Y
a ti no te da pena andar con el barbucha ese corriendo por todas partes?,
carajo, Gabo, ¿no te da pena?”. Nuestra conversación era así, en ese tono. Pero
mantuvimos la amistad y ayudamos a sacar gente de Cuba. En eso fue
completamente solidario. Pero claro, de vez en cuando yo le hacía un chiste por
su amistad con Fidel, y él también me decía que me había vuelto un godo (como
les llaman en Colombia a los militantes del Partido Conservador) de derecha.
–¿Cree
que se llevó muchos secretos a la tumba?
–Claro,
porque sus memorias quedaron inconclusas desde hace muchos años, por sus
problemas de memoria. De lo que fue para él la fama y todas esas cuestiones no
conocemos su propio testimonio.
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