20 abr 2014

Plinio Apuleyo Mendoza y Gabo


Viaje en el tiempo/RAFAEL CRODA 
Revista Proceso # 1955, 19 de abril de 2014
REPORTAJE ESPECIAL
Uno de los ejes de la vida de Gabriel García Márquez fue la amistad. Es célebre su frase:“Escribo para que me quieran más mis amigos”. Una de sus relaciones más cercanas desde su juventud fue la que tuvo con Plinio Apuleyo Mendoza, escritor y periodista colombiano y autor de un libro sobre él: El olor de la guayaba (1982). Entrevistado por Proceso, Mendoza rememora los años prolíficos de la agencia Prensa Latina, las penurias en París, el caso Padilla, que dividió a la intelectualidad latinoamericana sobre la Revolución Cubana, y de su propio distanciamiento ideológico, pero jamás afectivo.
SANTA FE DE BOGOTÁ, COLOMBIA.- La última vez que Plinio Apuleyo Mendoza lo vio fue en 2008, en Barcelona, donde fue a comer con él a un restaurante de tapas y mariscos. Bebieron vino catalán de Penedès­ y un tinto Sumoll, picotearon viandas marinas rebozadas en aceite de oliva y conversaron de los viejos tiempos: de las épocas en París, de su paso por la agencia cubana de noticias Prensa Latina, de las penurias y la gozosa juventud de aquellos años.

 Eran tres en la mesa: Plinio, Gabriel García Márquez y la esposa de éste, Mercedes Barcha, quien esa tarde optó por no hablar más de lo indispensable, para dejar que los dos viejos amigos se explayaran en sus nostalgias.
 “Es que Gabo estaba feliz y Mercedes lo sentía –recuerda Mendoza–, y Gabo estaba feliz porque tenía intacta su memoria antigua, hasta el punto que me dijo: ‘Tienes que ir a verme a México y allá nos tomamos otros vinos’. La memoria inmediata ya le fallaba mucho y eso me preocupó un poco. Se le olvidaban cosas. Me preguntaba lo mismo varias veces: que cuándo había llegado a Barcelona, que dónde estaba viviendo, y yo le decía: ‘ya sabes que estoy viviendo en Madrid’.”

Mercedes se contrariaba con esas preguntas insistentes, pero ya con el almuerzo y con los vinos Gabo comenzó a recordar sus años en París, donde coincidió con Mendoza, así como sus días de periodistas en Prensa Latina.

“Cuando hablaba del pasado distante recordaba todo perfectamente y al encontrarse conmigo le dio por compartir viejos recuerdos. Era sorprendente ver lo bien que funcionaba su memoria antigua, no así la inmediata. Por eso la charla se centró en lo que habíamos vivido juntos muchas décadas atrás. La pasamos muy bien esa tarde. Fue la última vez que lo vi”, dice el escritor a Proceso en la biblioteca de su departamento en Bogotá, donde un gato blanco con manchas negras serpentea sigiloso entre los libros.

El autor de varios libros sobre García Márquez, entre ellos el muy difundido El olor de la guayaba (1982), siguió hablando con su amigo por teléfono en forma periódica durante tres años más. En abril de 2013, cuando se enteró de que el Premio Nobel estaba en Cartagena, donde siempre mantuvo una casa, le llamó a Mercedes Barcha desde Bogotá y le dijo que quería ir a verlo.

“Ella me respondió: ‘No, mira, lo que pasa es que hay varios amigos que me han pedido lo mismo, que quieren verlo, pero no sé si éste sea un buen momento. No sabemos si vamos a quedarnos aquí, pensamos ir a Panamá, pero de todas maneras déjame tu teléfono y yo te llamo para ver en qué momento podemos hacer algo’. Pero pasaron los días y Mercedes no me llamó.”

Gabo tenía problemas de memoria más agudos que los que manifestó en Barcelona: “En muchas de esas conversaciones tenía la impresión de que no sabía exactamente con quién estaba hablando. A mí me lo pasaba la secretaria y él me preguntaba: ‘¿Dónde estás?, ¿qué estás haciendo?, ¿cómo estás?’, cosas así, y luego, en la siguiente conversación, lo mismo”.

–¿Esas llamadas se convirtieron en algo incómodo?

–Bueno, sí. Yo me sentí molesto en un momento dado porque ya no contestaba la secretaria, sino Mercedes, y ella un día me dijo: ‘Mira, no está Gabo en estos momentos, salió’, y me di cuenta de que había cierta incomodidad en esas llamadas. No lo volví a llamar a México, esperando ir a verlo algún día.



El precio del aprecio



La amistad entre García Márquez y Plinio Alpuleyo Mendoza se mantuvo inalterable desde que se conocieron muy jóvenes en Bogotá, pese a que sus divergencias políticas se ampliaron con los años. Ambos eran “de izquierda, simpatizantes del socialismo” –como dice Mendoza–, y los dos se desencantaron de la experiencia comunista cuando viajaron juntos a los países de la “cortina de hierro” en los años cincuenta. Uno y otro recibieron con júbilo el triunfo de la Revolución Cubana en 1959 y fueron activos militantes de esa causa desde las trincheras del periodismo al participar en la construcción de la agencia cubana de noticias Prensa Latina.

Sin embargo, Mendoza se desencantó pronto de la Revolución Cubana y adoptó posturas que pronto lo ubicaron, para la izquierda latinoamericana, como parte de la “derecha proyanqui” de la región, junto con los escritores Octavio Paz y Mario Vargas Llosa. García Márquez se mantuvo fiel hasta el final a la Revolución Cubana y a su líder máximo, Fidel Castro, quien fue uno de sus grandes amigos.

Para Plinio, García Márquez acabó por “pagar” su amistad y lealtad inquebrantable con el líder cubano.

“Fue un precio alto, yo creo, porque finalmente hoy en día la gran mayoría de la opinión mundial, ni siquiera latinoamericana, sino mundial, observa al régimen de Castro como una cosa que realmente es impugnable, porque no hay democracia, hay una especie de hegemonía familiar, un solo partido, ausencia de libertades, etcétera, y eso, desde luego, hace que sea mal visto que un escritor como Gabo haya tenido esa posición de apoyo.”

–Pero usted, aunque no justificó esas posiciones, siempre las entendió…

–Sí, claro, porque en eso hay que hacer salvedades importantes. Primero, la relación de Gabo con Fidel fue, ante todo, una amistad personal. En un momento dado Castro lo invitó a Cuba, le mostró lo que estaba haciendo, lo que quería hacer, y lo convirtió en alguien solidario. Y al mismo tiempo hay algo que la gente no ha tomado en cuenta, y es que Gabo se ocupó mucho de defender a gente que fue perseguida por Castro. En eso trabajamos juntos, porque cada vez que hubo una persona que estaba en una situación difícil, yo llamé a Gabo y Gabo ayudó. Son muchos los escritores cubanos que están en el exilio gracias a Gabriel García Márquez.

–Pero dice usted que pagó un costo por eso…

–Yo creo que sí, porque la gente puede decir: “Bueno, ¿por qué apoyó esa dictadura?”. Fue algo parecido a lo que le pasó a Pablo Neruda con la Unión Soviética. Todo mundo recuerda su Oda a Stalin. Eso, finalmente, creo que tiene un costo.

–¿De qué tipo?

–Un costo en el sentido de que la mayor parte de la opinión pública internacional tiene una visión muy negativa de Cuba, de la Revolución Cubana, y cuando uno defiende eso sí implica un costo dentro de esa opinión, porque la gente no entiende cómo se puede apoyar eso.

–¿Cree que García Márquez tenía, como afirma el historiador mexicano Enrique Krauze, una fascinación con el poder?

–Yo creo que sí, que Gabo, efectivamente, tenía una cierta fascinación por el poder. Se advierte en sus propias novelas. Pero hay que tomar en cuenta que fue amigo de presidentes de distinto perfil ideológico, no sólo de tipos de izquierda. Él ayudó mucho al expresidente colombiano Álvaro Uribe en muchas gestiones con Cuba. Fue amigo de Bill Clinton, y realmente en sus relaciones no tuvo una parcialidad ideológica ni política.



Encuentro juvenil



Gabriel y Plinio Apuleyo se conocieron en 1947, en Bogotá. Los dos eran estudiantes provincianos recién llegados a la capital. Gabo de Aracataca, un pequeño municipio bananero, húmedo y caluroso como un baño sauna, a 860 kilómetros al norte de Bogotá por carretera, en plena región Caribe. Plinio, de la fría y altiplánica Tunja.

“Yo estaba en un café de Bogotá con mi amigo Luis Villar Borda (abogado, político y filósofo de la izquierda liberal, fallecido en 2008) y llega un tipo flaco, alegre, de bigotes, y sin pedirle permiso a nadie se sienta en nuestra mesa. Vestía un traje color crema, tropical, que lo hacía parecer un cantante de rumbas. Era Gabo. Era desenfadado, alegre, le coqueteaba a la camarera, la tocaba. Yo lo miré con terror. Yo tendría unos 16 años y él 20. Así nos conocimos, pero realmente nos hicimos muy amigos en París”, rememora Mendoza.

García Márquez viajó a la capital francesa en julio de 1955 como corresponsal del diario El Espectador, de Cali. Dos meses antes había salido publicada en Bogotá La hojarasca, su primera novela, en la cual apareció por primera vez Macondo, una recreación literaria de la añorada Aracataca. En París se alojó en el Hotel de Flandre, un pequeño edificio en ruinas regentado por el matrimonio Lacroix. En vísperas de la Navidad de ese año se encontró con Plinio Apuleyo en el bar La Chope Parisienne, del Barrio Latino.

Días después compartieron juntos una velada que resultó memorable para García Márquez, ya que luego de cenar en un restaurante, al salir a la calle, por primera vez en su vida conoció una nevada. Mendoza lo vio correr por el Boulevard Saint-Michel celebrando esa especie de milagro.

El 6 de enero de 1956 El Espectador dejó de circular por presiones de la dictadura del general Gustavo Rojas Pinilla. García Márquez se quedó sin trabajo y comenzó para él la época de las peores privaciones.

“Gabo duró siete meses pasando hambre y sin poder pagar el alquiler de su cuartito de hotel, una buhardilla de techos inclinados, pero madame Lacroix resultó muy comprensiva y le dijo: ‘No importa, usted cuando pueda me paga, no se preocupe’, hasta que un amigo le prestó la plata. En esos días escribió El coronel no tiene quien le escriba y La mala hora.”

El novelista sobrevivió con ayuda de los amigos, vendió su boleto aéreo de regreso y ganó algunos francos cantando rancheras en un club de mala muerte de la rue Monsieur le Prince y recolectando botellas y periódicos que vendía a los recicladores del Barrio Latino.

A su vez, Mendoza suspendió temporalmente sus estudios de ciencias políticas en París y regresó a Caracas, donde residía su familia. Su padre, el periodista y político Plinio Mendoza Neira, era un cercano colaborador del dirigente de la izquierda liberal colombiana Jorge Eliécer Gaitán, asesinado en Bogotá el 9 de abril de 1948 durante el llamado bogotazo, y vivió muchos años de exilio en la capital de Venezuela. El joven Plinio se incorporó a la revista caraqueña Elite y le consiguió a Gabo trabajo como corresponsal en París, lo que alivió un poco la situación de éste.

En el verano de 1957 Mendoza regresó a París, esta vez con su hermana Soledad, y compró un viejo Renault 4. Gabo le propuso que hicieran un viaje a Europa Oriental.

“En América Latina había dictaduras militares –aclara Mendoza–: en Colombia con Rojas Pinillas, en Venezuela con Pérez Jiménez, en República Dominicana con Trujillo, en Paraguay con Stroessner, en Nicaragua con Somoza. Y era evidente que esos gobiernos tenían el apoyo de Estados Unidos, de modo que nosotros, que éramos gente de izquierda, terminamos pensando que el socialismo era la mejor réplica al capitalismo, al imperialismo americano, una expresión muy común en esa época.”

En el Renault llegaron a Alemania Oriental Plinio, Soledad y Gabo.

“Tuvimos una impresión terrible, porque era muy triste, muy feo todo. En algún bar de Heidelberg conocimos a un alemán que se dio cuenta de que éramos turistas, nos llevó a su casa y nos dijo: ‘Yo soy del Partido Comunista, qué voy a hacer, esto es horrible’, y nos dio una pintura tremenda de lo que se estaba viviendo en Alemania Oriental, del control sobre la población, del autoritarismo, de la falta absoluta de libertad.”

En Leipzig encontraron a su amigo común Luis Villar Borda, quien los había presentado una década atrás en Bogotá. Él “comenzó a explicarnos en una forma muy pedagógica cuál era la realidad del comunismo y concluyó diciendo: ‘Para hacerlo simple, compañeros, esto es la verdadera mierda’, y lo dijo así, tranquilamente. Luego de 15 días regresamos a París con una idea muy mala de Alemania Oriental y del socialismo real”.

Meses después, Plinio y Gabo viajaron a la Unión Soviética “para mirar también cómo era la cosa”. Se incorporaron a un grupo colombiano de música folclórica que participó en el Festival Mundial de la Juventud ese año en Moscú y recorrieron varias regiones.

“La impresión fue fatal. De modo que ahí se cayó para nosotros definitivamente lo que era el comunismo, el mundo soviético y los países tras de la ‘cortina de hierro’.”

De esos viajes surgiría años después De viaje por los países socialistas: 90 días en la cortina de hierro, una colección de artículos en los que García Márquez critica con dureza los resultados del experimento comunista soviético, bajo cuya órbita se generó una sociedad “estragada, amargada, que consume sin ningún entusiasmo una espléndida ración matinal de carne y huevos fritos”.

–A pesar del desencanto, usted y García Márquez mantuvieron ideas progresistas…

–Pero claro, porque al mismo tiempo que estábamos desencantados teníamos la ilusión de que eso sólo era un desvío. Pensábamos que eso no correspondía a lo que habíamos pensando que debía ser un sistema socialista, pero cuando triunfó la Revolución Cubana renacieron todas nuestras ilusiones y todas nuestras esperanzas. Pensamos que eso sí era algo distinto, el verdadero socialismo, y hasta trabajamos en la agencia Prensa Latina.



Periodistas



En diciembre de 1957 García Márquez llegó a Caracas, donde Mendoza le había conseguido trabajo como redactor en la revista Momento. Allí vivió, tan sólo un mes después, la caída del dictador Pérez Jiménez. El 21 de marzo voló a Barranquilla, Colombia, para casarse con Mercedes Barcha, con quien regresó a Caracas. Ahí residieron hasta 1959, año en que volvió a Colombia, de nuevo con Mendoza, que así regresaba a su país y quien lo invitó a que ambos se hicieran cargo de la oficina de la naciente agencia Prensa Latina en Bogotá.

“Trabajamos durísimo durante más de un año para posicionar esa agencia con una visión muy latinoamericanista, pero íbamos seguido a La Habana. A veces iba yo, a veces Gabo, y estábamos ahí uno, dos, tres meses. Nos dimos cuenta de que el director y fundador de Prensa Latina, Jorge Ricardo Masseti, un argentino que era muy amigo de Castro y del Che Guevara y que estuvo con ellos en la Sierra Maestra, y que tenía una convicción como la nuestra, estaba cercado por gente del Partido Comunista.

“Los comunistas de la agencia se reunían aparte, elogiaban a la Unión Soviética, y Masseti se molestaba mucho. Les decía que ‘aquí, con la revolución estamos todos; la revolución no es sectaria, es muy amplia, y ustedes no tienen por qué crear un grupo aparte dentro de la agencia’. Y despidió a estos tipos, pero el Ministerio de Trabajo cubano ordenó reinstalarlos. Masseti presentó su renuncia, pero creyó que Fidel no se la iba a aceptar. Sí se la aceptó y salió. Quedó completamente confinado, perdido. Gabo (quien a comienzos de 1961 había sido trasladado a la oficina de Prensa Latina en Nueva York) y yo renunciamos.”

En Argentina, Masseti participó en la fundación de la primera guerrilla guevarista, el Ejército Guerrillero del Pueblo. En abril de 1964 cayó en combate en la selva del departamento norteño de Orán.

Tras la salida de Masseti de Prensa Latina, Mendoza se trasladó a Nueva York. En el aeropuerto lo esperaba García Márquez con Mercedes y el hijo mayor del matrimonio, Rodrigo –hoy cineasta–, quien es ahijado de Plinio.

“Gabo me dijo: ‘Yo no vuelvo a Colombia, me voy a México (donde radicaba su gran amigo el poeta colombiano Álvaro Mutis, fallecido en la capital mexicana en septiembre de 2013), pero no puedo irme en avión porque no tengo plata. Me alcanza para llegar en bus a Nueva Orleáns, entonces llego ahí y tú me mandas lo que puedas’.”

Plinio le envió un giro por 150 dólares a Nueva Orleáns.“Llegó con 20 dólares a México y allí inicio una nueva vida y despuntó su carrera. Allá se hizo famoso, pero también pasó muchos apuros al principio.”

De acuerdo con el entrevistado, García Márquez era crítico hacia Cuba y del rumbo que tomaba la revolución en esos años:

“Durante mucho tiempo compartíamos opiniones de lo que estaba pasando en Cuba, pensando que, en un momento dado, Fidel se iba a dar cuenta de que la revolución tomaba un mal rumbo por culpa de los comunistas de la Unión Soviética. Esa era la impresión que tuvimos durante mucho tiempo.”



Fidel “le puso el ojo”



En 1971, Mendoza asumió la dirección de la revista Libre en París, entre cuyos colaboradores figuraban escritores del llamado boom latinoamericano, como García Márquez, Mario Vargas Llosa y Julio Cortázar. Ese mismo año el poeta cubano Heberto Padilla fue encarcelado en La Habana por sus críticas al régimen de Fidel Castro.

Plinio y Goytisolo impulsaron la publicación en el diario Le Monde de una carta dirigida a Castro, en la cual escritores e intelectuales, como Jean-Paul Sartre y Susan Sontag, le pedían la liberación del poeta.

“Era una carta muy prudente y esperamos que Fidel la contestara en forma positiva. La firmó todo el mundo y resulta que Fidel nos insultó y dio un discurso donde nos llamó ‘escritores burgueses’. Yo, sin su autorización, puse la firma de Gabo y él me escribió una carta reprochándome eso, pero nunca rectificó públicamente. Me dijo: ‘Yo no quería firmar’, pero él no estaba en París, estaba en Aracataca, imposible de localizar, y yo (pensé que) conocía de sobra lo que pensaba Gabo, y por eso dije ‘pongan su firma bajo mi responsabilidad’, y la pusieron. Luego hasta Julio Cortázar hizo un poema pidiendo perdón por haber firmado esa carta y yo lo publiqué en Libre.”

–Luego vino una segunda carta, mucho más fuerte…

–Sí, eso ya fue la división de los escritores latinoamericanos entre los críticos de la Revolución Cubana y los que la apoyaban. Esa carta la escribió Vargas Llosa en mi oficina y era muy dura. Ahí se produjo una ruptura, porque la mitad de los escritores, con él enfrente, la firmaron, y la otra mitad, con Cortázar, no la firmó. Libre publicó la carta completa y ambas posiciones, pero la revista no tomó partido. Yo no quería romper esa unidad, pero la verdad es que ahí se produjo una división muy profunda entre los escritores del boom. García Márquez, Cortázar, Carlos Fuentes y varios más tomaron partido por la Revolución Cubana.

De acuerdo con Mendoza, fue entonces “cuando Fidel le puso el ojo a Gabo, tuvo mucho interés en conocerlo y le hizo una invitación a Cuba. Fue el inicio de su larga amistad”.

–¿Y cómo fue que usted y García Márquez lograron mantener su amistad a pesar de las discrepancias ideológicas?

–Entre nosotros no hubo ningún problema, sólo tensiones, discusiones, pero ningún problema.

–¿Nunca pelearon por razones políticas?

–No. Él sí me decía: “Mierda, tú te estás volviendo derecha”. Y yo le constaba: “¿Y a ti no te da pena andar con el barbucha ese corriendo por todas partes?, carajo, Gabo, ¿no te da pena?”. Nuestra conversación era así, en ese tono. Pero mantuvimos la amistad y ayudamos a sacar gente de Cuba. En eso fue completamente solidario. Pero claro, de vez en cuando yo le hacía un chiste por su amistad con Fidel, y él también me decía que me había vuelto un godo (como les llaman en Colombia a los militantes del Partido Conservador) de derecha.

–¿Cree que se llevó muchos secretos a la tumba?

–Claro, porque sus memorias quedaron inconclusas desde hace muchos años, por sus problemas de memoria. De lo que fue para él la fama y todas esas cuestiones no conocemos su propio testimonio.

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