(No)
Disentir en silencio/Denise Dresser
Revista Proceso # 1955, 19 de abril de 2014;
Porque
el poder es ese pétreo mascarón
que
resurge
cada
seis años
siempre
igual a sí mismo, siempre
reiterativo,
ambiguo, obtuso, laberíntico
siempre
equivocado
e
incapaz, que para eso es el poder, de enmendar y aprender…Jorge
Hernández Campos
El
ejercicio de la libertad de prensa en México en declive. En peligro. Amenazado.
Cercado. Acorralado por la violencia contra la prensa y los defensores de
derechos humanos. Cercenado por un contexto adverso a la crítica y el disenso.
Restringido por un priismo que vuelve a sus viejas prácticas, a sus viejos
métodos, a sus viejos recursos de hostigamiento e intimidación. Un país donde
el principal perpetrador contra la prensa son las autoridades. Ya sea el
gobernador o el presidente municipal o el senador o el diputado o las policías
o el Coordinador de Comunicación Social del Grupo Parlamentario del PRI en la
Cámara de Diputados. Intimidando desde el poder aunque argumente que la
violencia perpetrada proviene del crimen organizado. El Estado convertido en el
peor enemigo de la prensa, en lugar de asegurar un entorno donde opere
libremente.
Porque
la impunidad persiste y es el elemento transversal de casos que conciernen a
periodistas, columnistas, editores, y reporteros. Porque la impunidad genera
miedo y arrincona e inhibe la responsabilidad de comunicar temas de interés
público. Porque la ineficaz respuesta del Estado mexicano va de la mano con un
incremento en las agresiones contra la prensa, como lo describe el último
reporte de Artículo 19 titulado “Disentir en Silencio”. Cartas intimidatorias.
Diseminación de datos personales por las redes sociales. Amenazas de muerte.
Secuestros. Asesinatos. Todo lo que cualquier periodista de provincia vive de
manera cotidiana. Todo lo que el Estado simula proteger con una mano mientras
ataca con la otra. La máscara de la protección detrás de la cual se esconde la
cara de la agresión.
La
violencia contra la prensa aumentó en 2013. Hubo 330 agresiones contra
periodistas, de las cuales cuatro fueron asesinatos en tanto que un reportero
permanece desaparecido. En México se agrede a un periodista cada 26.5 horas. Y
50 por ciento de esas agresiones fueron llevadas a cabo por un servidor
público. Policías lanzando piedras contra manifestantes, o priistas llevando a
cabo campañas de desprestigio vía Twitter, o gobernadores bombardeando al periódico
que los persigue. Criminalizando la protesta social. Acallando al periodismo de
investigación. Generando caso tras caso de autocensura. Convirtiendo a México
en uno de los países más peligrosos para ser periodista, para empujar los
límites de la libertad de expresión, para alzar la voz, para exigir
investigaciones creíbles, contundentes y públicas sobre políticos de alto
nivel.
De
100 agresiones contra trabajadores de los medios en 2013, 85 se dirigieron
contra un reportero o periodista audiovisual; 10 contra directivos y otras
cinco se distribuyen entre columnistas, otros empleados y caricaturistas.
Eventos después de los cuales los comunicadores no pudieron retomar su trabajo
al cien por ciento. El miedo a sufrir nuevas agresiones sin la protección del
Estado llevó a cambiar su vida profesional. O dejaron de cubrir sucesos
policiacos. O se autocensuraron. O cerraron los medios. O clausuraron el
portal. O recibieron amenazas cibernéticas. O padecieron campañas de
desprestigio en redes sociales. O enfrentaron persecuciones judiciales de sus
atacantes, que en venganza los demandaron penalmente por difamación. Cientos de
plumas censuradas, cientos de voces acalladas.
Desprotegidas
por un sistema judicial incapaz de resolver los crímenes cometidos contra quienes
informan, denuncian, critican, escrutan. Desprotegidas por un Mecanismo de
Protección a Defensores de Derechos Humanos y Periodistas, que depende de la
Secretaría de Gobernación. Que depende del mismo Estado de cuyos representantes
–con demasiada frecuencia– proviene la agresión. Que sirve de poco más que para
proveer un botón de pánico, que se activa a través de una llamada telefónica, y
en rondines de vigilancia de policías estatales y municipales. Y por ello,
entre 2007 y 2013 se cometieron 726 agresiones a periodistas, trabajadores de
prensa y medios de comunicación. Y el año más violento fue en 2013 con 192
agresiones. Muchas de ellas cometidas en movilizaciones. En protestas sociales.
En marchas cuyo objetivo fue denunciar y ante las cuales el Estado optó por
censurar.
Como
el caso de Mario Segura, periodista de Tamaulipas, quien después de sobrevivir
un secuestro apeló al Mecanismo de Protección y he aquí su experiencia: “No
acepté que se me otorgara seguridad personal. Ya sé que es incómodo, que no
sólo me podían hacer daño a mí sino a los propios policías. Prefería la opción
del llamado Botón de Pánico. El dichoso botón es un programa de la Secretaría
de Gobernación. Se instala en el teléfono y está conectado con las personas que
podrían localizarme y darme protección en caso de emergencia. Es un instrumento
en el que no confío. Y espero nunca ocuparlo. En mi caso el botón está
conectado con personas que ya no trabajan en el Mecanismo desde hace varios
meses. Hace un semestre que estoy en la nueva ubicación. Me han prometido los
datos de la autoridad que debe atenderme en caso de riesgo, pero aún no ha
sucedido”.
Y
de allí el imperativo de crear protecciones reales para la libertad de
expresión en el país. De modificar el Mecanismo de Protección que reproduce la
incapacidad e inefectividad del sistema judicial que lo generó. De realmente
prevenir, investigar, juzgar y sancionar cualquier ataque a los derechos
humanos provenga de donde provenga, incluso de la Coordinación de Comunicación
Social de la Cámara de Diputados del PRI. De la integración de las medidas
cautelares dictadas por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos a la
Fiscalía Especial para la Atención de Delitos Cometidos Contra la Libertad de
Expresión. De obligar al fideicomiso público creado para aplicar medidas de
infraestructura que garanticen la seguridad de periodistas –sistemas de
circuito cerrado de televisión, alarmas, sistemas de monitoreo vía internet,
microchips de localización, etcétera– a que ejerza el presupuesto otorgado, ya
que no ha gastado un solo peso de él. De eliminar los llamados “delitos contra
el honor” como la difamación, que se usan constantemente para cercenar la
libertad de expresión.
Lo
que ningún periodista amenazado puede o debe hacer es callar. Guardar silencio
no es una opción vis a vis un Estado que se ha acostumbrado a intimidar. A
hostigar. A acorralar. Ante él habrá que disentir fuerte y claro. Al pétreo
mascarón que resurge cada seis años, habrá que enfrentarlo con cincelazos
ciudadanos, firmes y valientes. Hoy y siempre.
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