Aracataca,
a la sombra de Macondo/Rafael Croda
Revista Proceso # 1955, 19 de abril de 2014
REPORTAJE
ESPECIAL
El
visitante llega a Aracataca en busca de Macondo, el pueblo donde se desarrolla
Cien años de soledad. Lo mismo les sucede a los propios habitantes de la tierra
natal de García Márquez, que se ven a través de la novela y de sus fascinantes
personajes. De la obra y la manera de ser de su paisano hablan autoridades,
parientes del Nobel e incluso personas que no alcanzaron a entrar en la novela
y se contentan con hacer de guías por su casa-museo…
ARACATACA,
COLOMBIA.- En Aracataca, población metida en un rincón insondable del Caribe
colombiano y cuyo orgullo culminante en sus 99 años de historia es haber sido
la cuna del Premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez, pocas cosas son
lo que parecen ser a simple vista.
Los
cataqueros, como se conoce en Colombia a los oriundos de Aracataca, suelen
tomar el fresco por las tardes en mecedoras de mimbre y sillas de plástico en
las orillas del Canal Tolima, un arroyo artificial que cruza el pueblo y en el
cual los niños nadan en calzones. La placidez reina en medio del calor
sofocante. El termómetro marca 41 grados centígrados a la sombra un día de
abril.
“Aquí
uno ve de repente enjambres de mariposas amarillas volando entre los árboles
frutales a la orilla del canal”, dice la señora Mafalda Blanco, quien espanta
el bochorno con un abanico en el umbral de su casa, frente al arroyo. Afirma
que las mariposas son iguales, “del mismo tamaño y del mismo color”, a las que
precedían las apariciones de Mauricio Babilonia en el Macondo de Cien años de
soledad, publicada hace casi 47 años.
Las
mariposas de Aracataca buscan una planta que aquí llaman “el perrito”, de
pequeños pétalos amarillos que, según los lugareños, son las que dan color a
esos insectos voladores.
García
Márquez decía que este pueblo, donde nació el 6 de marzo de 1927 y en el que
vivió hasta los ocho años, encontró la materia prima de su deslumbrante obra
literaria. Él siempre atribuyó a la “buena suerte” el haber nacido aquí y lo
recordaba como un lugar bueno para vivir, donde todo el mundo se conocía, “a la
orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras
pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos”. Descripción idéntica a
la de Macondo en la primera página de Cien años de soledad.
Realismo
mágico
Mafalda
Blanco dice que es feliz en el pueblo pero le gustaría vivir mejor. Igual que
todos los habitantes de Aracataca, la señora carece de agua potable a pesar de
que el municipio invirtió 5 millones de dólares en un sistema de distribución
–en Colombia lo llaman acueducto– que iba a ser inaugurado por el presidente
Juan Manuel Santos en octubre pasado, pero al probarlo horas antes
sencillamente no funcionó; nunca salió agua.
“A
los invitados especiales nos llamaron horas antes de la presidencia para
decirnos que el acto de inauguración se suspendía por falta de agua”, recuerda
Jaime García Márquez, hermano del Premio Nobel de Literatura y quien acudiría
en representación de la familia a la frustrada ceremonia.
Sin
agua potable, con una pobreza que afecta a más de 60% de la población y con una
crisis del sistema de salud que relega a la mayoría de sus habitantes,
Aracataca es un microcosmos de América Latina, como Macondo en Cien años de
soledad, donde las desventuras y la fatalidad de la política superan a las más
desmesuradas ficciones.
García
Márquez, que tenía viviendas en la Ciudad de México, Cartagena, Los Angeles y
Bogotá, siempre asumió como su “casa” la vieja vivienda cataquera de sus
abuelos Nicolás y Tranquilina, ubicada en la avenida Monseñor Espejo y que hoy
es una casa-museo, el único atractivo turístico del pueblo.
El
alcalde de Aracataca, Tufith Hatum, de abuelo sirio, padece una contractura en
el brazo izquierdo. “Lo tengo hecho mierda”, dice, pero de inmediato aclara:
“Con perdón de la palabra, pero si leíste a Gabito la conoces”.
–¿No
le parece un acto de realismo mágico y muy macondiano que se haya debido
suspender la inauguración del sistema de agua potable porque no llegó el agua a
los ductos? –le plantea el reportero.
–Sí,
puede ser –ríe Hatum–, pero la responsabilidad es de la administración anterior
porque el proyecto no se ejecutó como debía. Digamos que hubo… malos manejos.
–¿Y
no le parece muy macondiana esta respuesta?
Hatum,
médico y político del tradicional Partido Liberal, que permanece a bordo de su
camioneta frente a la Biblioteca Municipal Remedios La Bella, no para de reír.
Tiene puesto al máximo el aire acondicionado, por lo que no chorrea sudor como
todos los demás.
Es
la trabajadora social y educadora Marlene López quien confirma: “Estas cosas,
como la del acueducto sin agua, sólo pasan en Aracataca, igual que en Macondo”.
Está convencida de que “Gabito no tuvo que inventar mucho para escribir Cien
años de soledad. Aracataca es Macondo sin necesidad de buscarle mucho. Esto es
puro realismo mágico”.
Y
sí.
El
Paseo de los Almendros tiene fuentes sin agua ni tuberías. Hay una estación de
ferrocarril, pero la última vez que llegó un tren fue el 30 de mayo de 2007,
cuando García Márquez vino a los festejos por los 40 años de la publicación de
Cien años de soledad. Lo trajeron desde el puerto de Santa Marta, con Mercedes
Barcha y una numerosa comitiva, en un tren pintado de amarillo.
La
resurrección de Polo
El
director de la Biblioteca Municipal Remedios La Bella, Ancízar Vergara, afirma
que en la tierra de García Márquez los muertos suelen revivir, o cuando menos
eso cree la gente. De ello hay testimonios, evidencia popular convertida en
mito y un recuerdo colectivo que proviene no de tiempos remotos sino de hace
una década, cuando murió Jorge Eliécer Polo, sacristán de la iglesia de San
José, la principal del pueblo.
Ancízar,
cataquero de pura cepa, está convencido de que su tierra debe llamarse Macondo
como una manera de reconocer que en este pueblo del Caribe colombiano la
fantasía es tan verdadera como la realidad. Recuerda que cuando la procesión
fúnebre de Polo se aproximaba a la Iglesia, estalló un transformador de
electricidad justo arriba del féretro, que era transportado a hombros, y el
estruendo fue interpretado por la multitud como una señal inequívoca del más
allá.
“La
gente salió despavorida –cuenta Ancízar–, hubo un tumulto, varias señoras
resultaron con fracturas, los niños fueron atropellados. Y es que todo mundo
creyó que Jorge Eliécer había resucitado. Había señoras que gritaban eso:
‘¡Resucitó! ¡Jorge Eliécer resucitó!’, y qué vaina, hasta la fecha hay gente
que jura que Jorge Eliécer resucitó.”
El
poeta Joaquín Mattos Omar, oriundo del puerto caribeño de Santa Marta, afirma
que la dimensión mítica y mágica del Caribe colombiano siempre ha existido,
“pero creo que al final terminó sucumbiendo a la ficción de Gabo y nuestro
Premio Nobel, con sus maravillosas narraciones, acabó imponiendo esta noción de
Macondo en el mismo ámbito caribeño que lo inspiró.
“Todos
los costeños empezamos a ver nuestra realidad, que de por sí era mágica, con
los ojos de Gabo, con ese foco garciamarquiano, y el macondismo se impuso.
Ahora es muy común decir: ‘esto es macondiano’, y es como acabamos llamando a
los hechos de realismo mágico y a los absurdos de la clase política y de la
vida cotidiana: algo macondiano, como si Macondo en realidad existiera.”
Para
Nicolás Arias Márquez, primo del Premio Nobel y uno de los pocos cataqueros
vivos que lo conoció y llegó a convivir con él, piensa que si Macondo existe
“es aquí en Aracataca”, como lo demuestran los letreros “Bienvenido a Macondo”,
“Residencias Macondo”, “Restaurant Macondo” y “Billares Macondo”.
Nicolás
está sentado, como casi todos los demás pobladores, en la terraza de su casa.
Sin camisa y con un viejo ventilador que le da de frente, intenta ganar la
guerra al calor soporífero del mediodía. Dice que conoció a su célebre primo en
1966, cuando asistió al primer Festival de Vallenato que se realizó en Colombia
y fue en Aracataca. La música vallenata era una de sus atesoradas pasiones
caribeñas.
“Vino
a tomar ron, a mamar gallo (echar bromas) y a comer sancocho de gallina robada,
que es el más rico”, afirma el jubilado de 78 años. Asegura que el momento más
emocionante de su vida ocurrió el 21 de octubre de 1982, cuando la Academia
Sueca anunció que el Premio Nobel de Literatura de ese año era para Gabriel
García Márquez: “Fue una emoción demasiado grande ver que un colombiano,
cataquero y primo mío, se ganó ese Nobel. Es un orgullo, aunque aquí también
hay gente que no lo quiere”.
–¿Hay
cataqueros que no lo quieren?, le pregunta el reportero.
–Sí,
porque dicen que Gabo es un desagradecido, que se fue de Aracataca y nunca ha
hecho nada por el pueblo. ¿Qué querían que hiciera? Él no es alcalde, no es el
gobernador. Y yo pregunto: ¿qué hizo Jesucristo por Belén? Y nació en Belén,
¿no? No hizo nada. ¿Entonces por qué esa vaina de que están en contra de Gabo?
Son resentidos y desagradecidos. Aracataca es conocido mundialmente no por mí
ni por ellos, sino por Gabo. Yo creo que la mayoría del pueblo lo apoya.
“Aquí
somos así”
José
María Vargas Machado es uno de los detractores de Gabo. “Nunca ha vivido aquí y
nunca nos ha ayudado. Ni pa’lante ni pa’trás”, sostiene, pero le reconoce al
Nobel su valor como escritor y el haber puesto a este pueblo en el mapa del
mundo.
En
2006, el entonces alcalde Pedro Sánchez propuso agregar el nombre de Macondo a
Aracataca. Era como ponerle apellido a esta localidad de escasa infraestructura
y calles polvorientas. La idea era encontrar en el turismo macondiano un alivio
a su precaria situación económica y social. El munícipe convocó a un plebiscito
que, para sorpresa de Colombia, arrojó como resultado un mayoritario “no” a esa
iniciativa.
Nicolás
Arias Márquez fue uno de los que votó por el “no”, pero con línea de su primo
Gabo. “Yo lo llamé a México y me dijo: ‘Yo no nací en Macondo, nací en
Aracataca’. Con eso me dijo todo”, explica. García Márquez decía que “por
fortuna, Macondo no es un lugar, sino un estado de ánimo que le permite a uno
ver lo que quiere ver, y verlo como quiere”.
Rubiela
Reyes, la guía de la casa-museo Gabriel García Márquez, es una mulata sinuosa y
desenvuelta cuyo acento costeño sienta muy bien para explicar la dimensión
sensual de la obra del Premio Nobel cataquero, plagada de pasión amorosa en el
intenso calor del trópico macondiano.
“Gabo
abordó muy bien la sexualidad del Caribe porque aquí somos así, muy
desenvueltos en eso. A los extranjeros les gustan muchos las mujeres costeñas
porque somos fogosas, cariñosas, libres. Es algo del Caribe. Tenemos una
actividad sexual muy explosiva. Entonces, claro que García Márquez refleja muy
bien todo eso en sus novelas, en especial en Cien años de soledad”, dice
Rubiela con autoridad.
Cae
la tarde en Aracataca y el calor cede un poco. La gente reposa en mecedoras y
sillas en las puertas de sus casas. Los hombres forman grupos para jugar dominó
en mesas de madera instaladas a un lado de las calles. El vallenato La difunta,
del joven cantante y compositor Silvestre Dangond, suena a todo volumen en un
billar frente a la plaza. Los niños nadan en el Canal Tolima y en esos momentos
no se divisan por ningún lado las mariposas amarillas.
“Ya
vendrán, siempre vienen”, advierte Ancízar.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario