Jesús,
Prometo y Snowden/Manuel Mandianes es antropólogo del CSIC, escritor y teólogo. Autor del blog: Diario nihilista.
Publicado en El
Mundo |18 de abril de 2014
Prometeo,
hijo de Japeto, es el creador de la Humanidad. Formó a los hombres cuando aún
no había ninguna sobre la faz de la Tierra; con arcilla y agua los formó a
semejanza de los dioses. En un conflicto, Prometeo luchó del lado de Zeus.
Atenea le enseñó la arquitectura, la astronomía, las matemáticas, la
navegación, la medicina, la metalúrgica y otras artes útiles que él transmitió
a la Humanidad. Prometeo mató un toro, los huesos los encerró en un saco y la
carne en otro; cuando vino Zeus le mostró el sacó de los huesos. Entonces,
Zeus, al sentirse engañado en venganza, privó a la Humanidad del fuego
diciendo: la carne que les tocó «que la coman cruda» pero Prometeo, con la
complicidad de Atenea, entró en el Olimpo, robó el fuego a los dioses y se lo
entregó a la Humanidad, y Zeus encadenó Prometeo en las montañas del Cáucaso y
todos los días, un buitre le desgarraba el hígado. Por eso los habitantes de
esta región consideran al buitre enemigo de la Humanidad.
Cuando
Heracles llegó a las montañas de Cáucaso, en donde Prometeo llevaba encadenado
30, 1.000 o 30.000 años, Heracles pidió a Zeus que levantara el castigo a
Prometeo y se lo concedió sin dilación. Zeus estaba arrepentido del castigo que
había infligido a Prometeo porque éste, desde que estaba sufriendo el castigo
le había aconsejado que no se casara con Tetis porque podría engendrar a
alguien superior a él pero tendría que llevar un anillo hecho con el material
de sus cadenas para que siguiera pareciendo un prisionero. La Humanidad lleva
animillos en recuerdo de éste. Se dice que el primer zumo de color de sangre
que protege contra el aliento ígneo de los toros era hecho de la sangre de
Prometeo (R. Graves, Los mitos griegos). «Un don al hombre me ha uncido al duro
yugo del destino: / Robé el fuego, en una o caña, / la recóndita fuente que
sería/ maestra de las artes y un recurso/ para el hombre. Y aquí pago mi culpa/
clavado y aherrojado a la intemperie» (Esquilo, Prometeo). Heracles mató el
buitre que le destrozaba el hígado a picotazos atravesándole el corazón con una
flecha; de aquí nació la constelación Sagitario.
Adán
y Eva fueron expulsados del Paraíso por haber comido la fruta del árbol del
bien y del mal; es decir, por intentar adquirir conocimientos que pertenecían
sólo a Dios. «Tomó pues, Yahvé Dios al hombre y lo dejó en el jardín de Edén
para que lo labrase y cuidase. Dios impuso al hombre este mandamiento: puedes
comer de cualquier árbol del jardín, pero no comerás del árbol de ciencia del
bien y del mal; porque el día que comieras de él morirás sin remedio». «Estaban
ambos [Adán y Eva] desnudos, el hombre y su mujer, pero no se avergonzaban uno
de otro». Entonces vino la serpiente y dijo a Eva. «De ninguna manera morirás.
Es que Dios sabe muy bien que el día en que comáis de él se os abrirán los ojos
y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal». Eva y Adán comieron y se
les abrieron los ojos y «se dieron cuenta de que estaban desnudos»; es decir,
conocieron quienes eran, se avergonzaron y se taparon con hojas. Entonces, el
Yahvé Dios dijo al hombre: «Maldito sea el suelo por tu causa, sacarás de él el
alimento con fatiga todos los días de tu vida… Comerás el pan con el sudor de
tu frente». A la mujer: «Con dolor parirás los hijos, hacia tu marido irá tu
apetencia y él te dominará». Dios hizo esto con Adán y Eva porque «resulta que
el hombre [después de comer la fruta del bien y del mal] ha venido a ser como
uno de nosotros, en cuanto a conocer el bien y el mal. Ahora, pues, cuidado no
alargue su mano y tome también del árbol de la vida y comiendo de él viva para
siempre» (Génesis, 2 y 3). Los primeros padres y Prometeo vivían en sus
respectivos paraísos hasta el día en que Adán y Eva comieron el fruto prohibido
y Prometeo robó el fuego a los dioses.
Los
miembros de las mafias que se van de la lengua y comunican sus conocimientos a
personas que no velan por los intereses de la organización son ejecutados. Por
eso, cuando escuchamos a alguien que habla demasiado de cosas que no son del
dominio común, se dice: «Éste sabe demasiado». El Departamento de Justicia de
EEUU ha clasificado la actuación de Snowden, antiguo empleado de la CIA, como
un «asunto criminal», por lo que no está clara la suerte que correrá por haber
hecho públicos documentos clasificados como alto secreto sobre varios programas
de la NSA. En las películas sobre la mafia se ve como los jerarcas ejecutan a
aquellos que se han ido de la lengua o desconfían que se hayan ido o que se
puedan ir. Cuando alguien debe de confesar ante la Justicia lo que sabe, la
misma Justicia lo declara testigo protegido «porque sabe y declara más de lo
que conviene a algunos».
Zeus
quiso acabar con la Humanidad y sólo le perdonó el exterminio por las súplicas
de Prometeo pero, al mismo tiempo, cada día estaba más irritado por las
crecientes aptitudes de éste. Zeus desencadenó un diluvio sobre la Tierra y
Prometeo construyó un arca en la que se embarcaron Deucalión y su mujer Pirra.
Al cabo de 9 días el arca quedó varada sobre el monte Atos, el Parnaso u otro y
una paloma les avisó que todo había terminado. También Yahvé quiso acabar con
la Humanidad por sus pecados pero cedió a los ruegos de Noé y permitió a éste
construir un arca en la que se salvaron ejemplares de todos los seres vivientes
para que todo pudiera continuar después del diluvio universal (Génesis, 6-8).
Noé no robó nada a Dios. Sencillamente le obedeció.
Por
el delito de uno, Adán, entró la culpa en el mundo y por Jesús, el Nuevo Adán,
entró la gracia mucho más abundante que el delito de tal manera que «no hay
proporción entre las consecuencias del pecado de uno y el perdón que se otorga
por la gracia del otro». Los que reciban la gracia y el perdón «viviendo
reinarán por obra de uno solo, Jesús el Mesías». «Cristo Jesús, el que murió -o
más bien el que resucitó-, es quien asimismo está a la diestra de Dios y quien
además intercede por nosotros» (Romanos, 5, 12-17; 8, 31-34). Esto lo logró
Jesús a través de la pasión. Jesús manifestó a sus discípulos que él «tenía que
ir a Jerusalén y padecer muchas cosas de parte de los ancianos y sumos
sacerdotes y escribas y ser entregado a la muerte y al tercer día resucitar»
(Mat. 16, 21). Es totalmente evidente que el misterio en Jesús no es un
secreto; por el contrario, es algo que se dice y se manifiesta. Jesús no es la
sabiduría de Dios sino aquello a través de quien la sabiduría de Dios se
expresa y se revela. Su contenido es lo que dice San Pablo: «Nosotros
anunciamos a Jesús crucificado, escándalo para los judíos, locura para los
gentiles» (1 Cor. 1, 23). La sabiduría de Dios se expresa en la forma de un
misterio que no es otro que el drama histórico de la pasión, un evento ocurrido
realmente que los fieles comprenden para su salvación y los no iniciados no
entienden.
Jesús
no robó ningún conocimiento a Dios, por el contrario, es el enviado de Dios
para entregar a los hombres su sabiduría para salvarlos. La personalidad y
misión de Jesús no tiene en la Historia equivalencia. Pero su muerte histórica
se debe a su ejemplaridad conflictiva como atributo indisociable de su figura
histórica porque, tanto para judíos como para romanos, sabía demasiado y lo
decía. El misterio de Jesús está relacionado con la Historia, es en sí mismo
historia, ya que la Historia de los últimos tiempos se presenta como un drama
místico o un teatro en el que también los apóstoles desempeñan un papel. «Nos
hemos convertido en un teatro para el siglo, los ángeles y los hombres» (1 Cor.
4, 9).
La
Historia del fin se presenta como un drama sagrado en el que están en juego la
salvación y la condena de los hombres. El tiempo mesiánico tiene un doble
carácter que muchos definen como un «ya» y un «no todavía». El «ya» se refiere
a la fuerza del elemento decisivo: la última venida de Cristo; y «no» todavía
se refiere a la fuerza del final. Hasta el fin existen en la Iglesia dos
elementos inconciliables, naturaleza bipartita, el bien y el mal, que no dejan
de entrecruzarse; la salvación y la condenación: está en cuestión la decisión
libre del hombre. Sobre estas materias «no hay modo de obtener una prueba
concluyente», dice Gomá. Confiar en ellas es un riesgo.
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