Lincoln,
el presidente legendario/Mario Muchnik
El
País | 8 de noviembre de 2014
Pocos
hombres en la historia son tan conocidos como Abraham Lincoln. Tolstói cuenta
que, viajando por el Cáucaso, conoció a un jefe musulmán que nunca había oído
hablar de norteamericano alguno, salvo de Lincoln. “Fue un héroe” le dijo el
anciano, parco de palabras.
También
era legendaria la parquedad de palabras de Lincoln, tanto como la fuerza
fulminante de algunas de sus respuestas. Un comentario suyo en el Congreso ha
quedado grabado en la historia: “Más vale callar y parecer idiota que abrir la
boca y despejar toda duda”. Y a un imprudente que le criticó su aspecto físico
le respondió: “Tengo una sola cara, porque si tuviera dos ¿cree usted que iría
mostrando ésta?”
Hay
que admitir que, sobre todo en sus años mozos, antes de llegar a la
presidencia, Lincoln brilló como el Gran Manipulador de la prensa, sobre cuya
pureza no se hacía ilusiones: solía entrar (a veces inesperadamente) en las
redacciones de todos los periódicos —no había otra cosa que manipular, por
entonces, ni televisión, ni radio, ni Internet, y muy pocas editoriales— y
presionar a los jefazos con una argumentación irresistible. Jamás se interpuso
a un periodista que quisiera entrevistarlo, aunque se tratara de alguien que se
opusiera a sus políticas. Llegó incluso a tener sus propios semanario e
imprenta, en alemán, a cargo de un editor dispuesto a elogiar a Lincoln ante el
bloque de inmigrantes alemanes.
Suele
creerse que Lincoln es tan famoso por haber abolido la esclavitud en su país.
Es cierto que siempre se opuso a ella, considerándola contraria a los
principios fundacionales del país. “Por mal que pensemos de la esclavitud,
podemos permitirnos dejarla tal cual porque es una necesidad que nace de su
innegable presencia en nuestro país; pero ¿podemos, mientras nuestros votos lo
impidan, permitir que se extienda a todos los Territorios Nacionales y nos
echen de estos Estados Libres?” Solía referirse a los 39 padres de la
Constitución como “los treinta y nueve”, pero advertía: “No quiero que se me
interprete mal. No sostengo que estamos obligados a seguir implícitamente todo
lo que nuestros padres hicieron. Hacer eso sería descartar todas las luces de
la experiencia en curso. Rechazar todo progreso, toda mejora. Lo que digo es
que si modificáramos las opiniones y políticas de nuestros padres, en cualquier
caso deberíamos hacerlo basándonos en pruebas tan concluyentes y argumentos tan
claros que, aun la autoridad máxima, considerándolos con equidad, no podría
resistirlos; y mucho menos en un caso del que nosotros mismos declarásemos que
los treinta y nueve entendían el asunto mejor que nosotros”.
Era
una monstruosa hipocresía, decía, que, con esos principios, Estados Unidos
fuera el Estado esclavista más grande del mundo.
Pero
en realidad la esclavitud le importaba bastante menos que la unidad de Estados
Unidos. Cuando asumió la presidencia, siete Estados ya habían declarado la
secesión y fundado una nueva nación, y unos cuantos más estaban al borde de
hacerlo. Esa presidencia iba a ser más bien la de los Estados Desunidos. En su
discurso de aceptación Lincoln dijo: “La secesión es la esencia misma de la
anarquía, porque, si un Estado se separa, también puede separarse cualquier
otro, hasta que no quede nada del gobierno ni de la nación”. Y en mayo de 1861,
ya estallada la guerra, dijo: “La idea central de esta guerra civil es la
necesidad que nos incumbe de demostrar que el gobierno del pueblo no es un
absurdo. Hemos de zanjar ahora el siguiente asunto: en un gobierno libre,
¿tiene derecho la minoría de romper el gobierno cuando le dé la gana? Y si
fracasamos estaremos demostrando la incapacidad del pueblo de gobernarse a sí
mismo”.
Esas
sí que son señas de estadista…
En
cuanto a la esclavitud, Lincoln fue explícito: “Mi objetivo fundamental en este
conflicto es salvar la Unión, y no salvar o destruir la esclavitud. Si pudiera
salvar la Unión sin liberar un solo esclavo, lo haría, y si pudiera salvarla
liberando a todos los esclavos, lo haría; y si pudiera salvarla liberando a
algunos y no a otros, también lo haría”. Pero se sabe que, en el momento de
hacer esta declaración, ya tenía sobre su mesa, para la firma, el texto de la
proclamación de emancipación de los esclavos. Su cometido, con esas palabras,
no era sino el de ir preparando la opinión pública para una medida que no
concitaba unanimidad ni siquiera entre quienes lo apoyaban en la guerra.
Lincoln
fue el primer presidente asesinado de los Estados Unidos. Lo mató a balazos un
actor mediocre en el teatro, infiltrado, la noche del 15 de abril de 1865, en
el palco presidencial. El presidente tenía 56 años.
Su
determinación como comandante en jefe del ejército y la marina de la Unión
durante los momentos más desesperantes y pese a la lluvia de burlas y críticas
que recibió, fue esencial para conseguir la victoria. Como otros dos héroes de
ese país: Washington en la Revolución y Roosevelt en la Segunda guerra mundial.
Otros
tiempos, otros lugares, otros hombres.
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