Obtener
el sí con Putin/Dominique Moisi, a professor at L’Institut d’études politiques de Paris (Sciences Po), is Senior Adviser at the French Institute for International Affairs (IFRI) and a visiting professor at King’s College London. He is the author of The Geopolitics of Emotion: How Cultures of Fear, Humiliation, and Hope are Reshaping the World.
Traducido del inglés por Rocío L. Barrientos.
Project
Syndicate | 3 de diciembre de 2014
En
el enfrentamiento de Europa con Rusia por Ucrania, las debilidades y divisiones
en la política europea han sido tan alentadoras para el presidente ruso,
Vladimir Putin, como lo fue el abordaje vacilante de Estados Unidos en cuanto a
Siria. Si Europa va a actuar de forma responsable, tres conceptos claves deben
definir su política con relación a Rusia: firmeza, claridad, y voluntad para
encontrar un consenso aceptable.
Sin
firmeza, nada es posible. Sin duda, Europa y EE.UU. cometieron errores tras el
colapso de la Unión Soviética. En particular, se puede acusar a EE.UU. de
actuar con arrogancia y de humillar innecesariamente a Rusia. Sin embargo, la
desaparición de la Unión Soviética fue el resultado de una larga serie de pasos
en falso, empezando por la incapacidad de la Rusia pre-soviética para reconciliarse
con la modernidad. Los líderes de la Rusia post-soviética aún tienen que
enfrentar dichos fracasos.
Mediante
la adopción de una postura revisionista agresiva, Putin ha cometido un error
histórico y estratégico. El modelo que Putin debería haber adoptado es aquel
legado por Pedro el Grande. Su ambición debería haber sido atar el futuro de
Rusia al de Europa. En cambio, Putin buscó inspiración en Nicolás I, el más
reaccionario de los zares de Rusia del siglo XIX.
Se
puede visualizar el fracaso de la política de Putin al comparar a Rusia con
China. La brecha entre los dos países – en términos de los comportamientos y
logros de cada país –nunca ha sido mayor. En la Cumbre del G-20 en Brisbane
este mes, China jugó sus cartas con maestría, destacando su buena voluntad,
sobre todo en el tema del cambio climático. Rusia, por su parte, se mostró auto
aislado – tan patéticamente aislado, si se tiene en cuenta el impacto que su
reclusión tiene sobre su economía.
La
bolsa de valores de Rusia está colapsando. Su moneda ha perdido el 30% de su
valor. Los precios del petróleo y el gas – que se constituyen en el pilar del
presupuesto del Kremlin – han caído en más de un 25%. A diferencia de China, la
economía de Rusia depende en gran medida de sus recursos energéticos,
tornándose en vulnerable cuando los mercados energéticos mundiales se dirigen a
la baja.
La
única fortaleza que tiene Putin radica en la debilidad e indecisión de Europa.
Por lo tanto, el objetivo de Europa debe ser establecer límites claros a las
ambiciones de Putin. Ya sea que Putin trate de debilitar a Ucrania o de
agrandar el territorio de Rusia, la respuesta de Europa debe ser firme. Se debe
convencer a Putin de que él no puede llevar a cabo ninguna de las dos acciones
antes mencionadas sin tener que pagar un costo que los rusos no van a solventar
de manera voluntaria.
Considerando
el comportamiento ambiguo del Kremlin – y aún más, si se tiene en cuenta su
política deliberada de engaño – parece ser obvio que Francia no debería
entregar el buque de asalto anfibio de clase Mistral, que anteriormente acordó
vender a Rusia. Es mucho más conveniente que se perciba a Francia como un
vendedor de armas poco fiable que como un actor estratégico irresponsable,
quien solamente cuida de sus intereses mercantiles.
La
firmeza debe ir acompañada de la claridad. Putin ya no es el mismo líder que
llegó al poder en el año 2000, ni siquiera es el líder que fue en el 2008,
cuando agarró pedazos de Georgia mediante el uso de la fuerza. Bajo su gobierno
cada vez más centralizado y autoritario, Putin ha combinado el nacionalismo
ultra-religioso con las tácticas y prácticas de la era soviética. Es una mezcla
peligrosa y volátil, que se basa en los principios y métodos que llevaron a los
imperios de Rusia – tanto al zarista como al soviético – al fracaso y la ruina.
La
firmeza y la claridad son indispensables. Pero no son suficientes para formular
una política europea coherente. El objetivo no puede ser simplemente contener a
Rusia. Se debe llegar a un consenso. Es cierto que Rusia carece de medios para
lograr los objetivos de Putin. Sin embargo, el resto del mundo, a pesar de
dicha carencia, necesita de la cooperación y la buena voluntad del Kremlin en
sus esfuerzos de contención de las ambiciones nucleares de Irán y de lucha
contra el Estado Islámico.
Mientras
Rusia continúe con sus intenciones de lograr resultados inaceptables, y
acompañe dichas intenciones con indicios de ruidos de sables nucleares, llegar
a un consenso va a ser difícil. Putin está lejos de ser un socio ideal con
quien se puede tratar de reconciliar los dos principios fundamentales del
derecho internacional: el derecho que tiene un pueblo a la libre determinación
y la inviolabilidad de las fronteras nacionales. Sin embargo, lograr dicho
consenso no es imposible.
Cualquier
consenso deberá abordar el futuro de Crimea, región que ahora se encuentra bajo
el dominio ruso, y también deberá mantener la independencia de Ucrania. Se debe
convencer a Putin de que al obtener Crimea él ha perdido a Ucrania. Por su
parte, los líderes ucranianos tendrán que comprometerse a no unirse a la OTAN, a
cambio de que Rusia acepte el derecho que tiene Ucrania a entrar en la Unión
Europea. La eliminación progresiva de las sanciones debería venir a
continuación de esto, lo que a su vez permitiría que todas las partes
concentren sus energías en otras prioridades, ya sean económicas o
estratégicas.
En
sus negociaciones con Rusia, Europa tiene las cartas más fuertes. Sin embargo,
mientras se continúe jugándolas de forma deficiente, tal como ha ocurrido hasta
ahora, Putin seguirá ganando todas las manos.
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