Traducción: José María Puig de la Bellacasa.
La Vanguardia, 14 y 15 de abril de 2016.
La
utopía islamista del Estado Islámico (EI) se ha apoderado de la imaginación de
pequeñas comunidades suníes de todo el mundo, incluidos los terroristas
suicidas del aeropuerto y el metro de Bruselas, que provocaron la muerte de 31
personas el mes pasado.
Su
visión del mundo, llamada yihadismo salafista, es el arma más poderosa de su
mortífero arsenal. Una ideología itinerante y en expansión, el yihadismo
salafista o totalitarismo religioso, ha evolucionado en forma de un influyente
movimiento social con un repertorio de ideas, líderes simbólicos, seguidores en
todo el mundo, redes de reclutamiento e instrumentos teóricos que aportan un
sostén ideológico.
Aunque
el EI es una ampliación del movimiento global yihadismo salafista, Abu Bakr al
Bagdadi, el líder del EI que se autoconsagró califa en el verano del 2014, y
sus seguidores representan otra ola, una generación post-Al Qaeda, de
yihadistas salafistas. En la actualidad, el EI –su ideología, así como su
Estado y estatus de seguridad– ha aprovechado con éxito un enfrentamiento
encarnizado de identidades entre musulmanes suníes y musulmanes chiíes en
Oriente Medio y más allá.
A
diferencia de Al Qaeda, cuya preocupación esencial es el enemigo lejano –es
decir, EE.UU. y sus estrechos aliados europeos–, el EI es un grupo cercano que
se centra en el mundo árabe-islámico. Es una identidad hipersuní impulsada por
una ideología genocida contra los chiíes.
Como
el EI pierde terreno en su declarado califato iraquí y sirio, ha dedicado más
recursos a perpetrar más ataques contra el enemigo lejano, incluyendo Rusia,
Europa, Norteamérica y el Sudeste Asiático. Este cambio táctico reciente no
debería impedirnos considerar el trofeo estratégico del EI, consolidar un
Estado panislamista suní en el corazón del mundo árabe.
Independientemente
de lo que le suceda en el caso del EI, el yihadismo salafista ha venido para
quedarse y ganará probablemente más adeptos y seguidores en las polarizadas
sociedades árabes y musulmanas. El desafío consiste en arrojar luz sobre esta
ideología creciente y desentrañar su significado. Aunque el EI no tiene sus
propios expertos o teóricos famosos, ha extraído contenidos del repertorio de
ideas yihadista salafista tomando prestado selectivamente todo lo que le convenga
según su punto de vista mundial. En ocasiones, la organización ha sido acusada
incluso de apropiarse espuriamente de los trabajos de los teóricos salafistas
extremistas.
Bagdadi
y su círculo más estrecho se basan especialmente en tres manifiestos yihadistas
salafistas para racionalizar y justificar sus actos. El más conocido de los
tres es La gestión de la barbarie. Difundido en PDF bajo el pseudónimo Abu Bakr
al Nayi a principios del decenio del 2000, el manifiesto proporciona una hoja
de ruta de cómo crear un califato islámico que se diferencia espectacularmente
de esfuerzos similares de yihadistas salafistas en décadas anteriores.
El
segundo libro es una Introducción a la jurisprudencia de la yihad, obra de Abu
Abdulah al Muhajjer, que apela a los yihadistas salafistas a hacer todo lo
posible para crear un Estado Islámico totalmente unificado.
El
último libro es Los puntos esenciales de la preparación de la yihad, por Sayid
Imam al Sharif, conocido como Abdel Qader ibn Abdel Aziz o Dr. Fadl. Este
grueso volumen se centra en los significados teológicos y prácticos de la yihad
en el islam y se ha convertido en texto básico para el entrenamiento yihadista.
Dr. Fadl admitió que escribió el libro en 1987-1988 para que fuera el manual de
entrenamiento de campo de lo que posteriormente fue conocido como Al Qaeda.
Los
tres manifiestos representan el pensamiento más extremista en el seno del
movimiento yihadista salafista y la degeneración de esta ideología en Fiqh al
Damaa (la jurisprudencia sangrienta). Pese a las diferencias, existen hilos
conceptuales comunes entre los tres manifiestos que ofrecen una guía teórica de
las acciones del EI. En primer lugar, los tres libros hacen un llamamiento a la
guerra total y defienden la yihad ofensiva como opuesta a la únicamente
defensiva para desangrar a los kuffar (infieles) o enemigos del islam,
acarreando en consecuencia caos y temor. En segundo lugar, aunque esta guerra
total debería apuntar tanto contra el enemigo cercano (los gobernantes musulmanes)
como el lejano (Estados Unidos y sus aliados europeos), priorizan la lucha
contra los gobernantes musulmanes tiránicos que no aplican la charia o ley
islámica según el Corán.
Por
último, los tres manifiestos hacen un llamamiento a los planificadores y lugartenientes
del movimiento para matar impunemente, no respetar límites y seguir los pasos
de los compañeros del profeta que, en su opinión, castigaron brutalmente a los
discrepantes y rivales. Citan al respecto casos especiales del inicio de la
historia islámica para demostrar su afirmación de que la violencia excesiva
produce el efecto deseado: la sumisión. De acuerdo con su lógica, la
perversidad y la barbarie son el secreto del triunfo y la victoria en tanto que
la blandura es la receta del fracaso y la derrota. Argumentan, asimismo, que
los fines –reivindicar la era dorada del islam y establecer el Estado Islámico–
justifican los medios; esto es, la barbarie.
Aunque
los tres teóricos yihadistas salafistas abogan por la yihad ofensiva en lugar
de la defensiva, Nayi propugna la guerra total. Nayi critica duramente a sus
compañeros yihadistas por despilfarrar tiempo y esfuerzos preciosos en
“predicar” la yihad en lugar de ejercerla. Por el contrario, ofrece un plan en
tres fases según el cual se produciría una escalada cualitativa y estratégica
de la violencia en lugar de una acción ya sea especial o aleatoria. En la
primera fase, Nikayawal-Tamkeen (vejación y potenciación), debe quebrantarse la
voluntad del enemigo mediante ataques contra objetivos vitales estratégicos y
económicos tales como instalaciones petrolíferas e infraestructuras
turísticas. Como las fuerzas de seguridad se apresurarían a movilizar recursos
para proteger estos objetivos sensibles, el Estado resultaría debilitado y sus
facultades mermadas, situación que daría lugar a “la barbarie y el caos”. Los
yihadistas salafistas aprovecharían entonces este vacío de seguridad, observa
Nayi, lanzando una ofensiva en toda regla contra unas fuerzas de seguridad
debilitadas y dispersas.
Una
vez derrocados los gobernantes, empezaría una segunda fase, Idrarat al-Tawhush
(la gestión o dirección de la barbarie) y la tercera fase, Shawkat al-Tamkeen
(potenciación), presentaría la fundación del Estado Islámico. Este Estado
Islámico, precisa Nayi, debería ser gobernado por un solo líder que unificaría
entonces unos diseminados grupos y regiones de “barbarie” en el seno de un
califato.
No
es de extrañar que Nayi haga hincapié en el significado de los medios de
comunicación y en la propaganda como instrumento ideológico para movilizar y
reclutar las masas musulmanas para el bando de los yihadistas salafistas
durante la primera y segunda fase de la larga guerra, para pasar
posteriormente a controlarlos y pacificarlos durante la fase final bajo un
gobierno islámico centralizado.
#
El EI y el uso del horror (y II)/Fawaz
A. Gerges
Los
tres manifiestos que nutren ideológica y teológicamente al EI son La gestión de
la barbarie, de Abu Bakr al Nayi; Introducción a la jurisprudencia de la yihad,
de Abu Abdulah al Muhayer, y Los puntos esenciales de la preparación de la
yihad, de Sayid Imam al Sharif, conocido como Abdel Qader ibn Abdel Aziz o Dr.
Fadl.
En
La gestión de la barbarie, la única preocupación se refiere al enemigo cercano,
los laicos y renegados gobernantes musulmanes. De modo similar, en Los puntos
esenciales de la preparación de la yihad ,el Dr. Fadl sostiene que aunque la
yihad debería apuntar tanto contra el enemigo lejano como contra el enemigo
cercano, este último debería ser prioritario. Según el Dr. Fadl, el enemigo
cercano son esos “gobernantes infieles” que aplican leyes asimismo infieles y
una democracia infiel.
Argumenta
que atacar a estos gobernantes, que denomina murtadeen (apóstatas), debería
incluso ser prioritario sobre la otra “yihad contra los judíos” porque “son más
cercanos a nosotros y han abandonado y renunciado a las creencias islámicas”.
El
Dr. Fadl se basa en pasadas fetuas para justificar la guerra contra el enemigo
cercano, afirmando que la yihad contra “líderes apóstatas” constituye una fard
ayn (una obligación) de todos los musulmanes que hayan cumplido quince años. El
objetivo principal, observa el Dr. Fadl, es instaurar la hakimiyya (la ley de
Dios) en la tierra, lo que ocurrirá “cuando los musulmanes derroten a sus
enemigos y apliquen las reglas del islam en los territorios conquistados”.
Los
recientes ataques contra objetivos rusos y occidentales están teológicamente
inspirados por Muhayer y priorizan la lucha contra el enemigo lejano. Muhayer
pide a los yihadistas-salafistas que lancen la guerra contra los kuffar
(infieles). En la Introducción a la jurisprudencia de la yihad se opone al
consenso entre los expertos en jurisprudencia a lo largo de los siglos y afirma
que “matar kuffar y luchar contra ellos en su tierra natal es una necesidad
aunque no perjudiquen a los musulmanes”. No distingue entre “civiles” y
“combatientes” entre los no musulmanes porque confiesa sin rodeos que la razón
principal de “matarles y confiscar sus bienes” es el hecho de que “no son
musulmanes”.
Por
otra parte, Muhayer, que se ganó el seudónimo de Al Faqih Damaa (jurisconsulto
de sangre) amplió la definición de Dar al Kuffr (tierra de la apostasía) para
incluir a los países habitados por una mayoría de los musulmanes; estos estados
no aplican la charia o ley islámica y por lo tanto son objetivos legítimos de
los ataques de los yihadistas salafistas. Esta lógica subyacente podría
explicar los ataques del EI en Egipto, Malasia, Indonesia y otros lugares.
Si
los tres teóricos dan prioridad a la lucha contra el enemigo cercano, al igual
que Nayi, o bien insisten en que se debe prestar atención tanto al enemigo cercano
como al enemigo lejano, como hacen el Dr. Fadl y Muhayer (en menor medida), los
tres argumentan que el sistema existente de kuffr (apostasía) debe ser
derrocado, e incinerado, sin importar el costo o el sacrificio inherente. De
hecho, el argumento clave de los autores es que los yihadistas salafistas deben
acelerar la desintegración social e institucional del sistema estatal, inducir
al caos y estar preparados para manejar este cataclismo. El objetivo es matar y
aterrorizar no en nombre de la muerte o del terrorismo, sino con un propósito
moral más alto: limpieza cultural e imposición de las leyes de Dios sobre los
kuffar.
Por
ejemplo, en la gestión de la barbarie, Nayi señala que “la peor condición
caótica es, con mucho, preferible a la estabilidad en el sistema de la
apostasía”, invirtiendo así la sabiduría recibida de las autoridades
religiosas. Él representa a los yihadistas salafistas como una vanguardia mejor
equipada para desencadenar un apocalipsis o poner fin a la apostasía, el fin
del mundo tal como lo conocemos así como un renacimiento religioso.
“Hay
que arrastrar todo el pueblo a la batalla y echar el templo sobre las cabezas
de todo el mundo”, afirma Nayi.
En
cuanto a sus métodos favoritos de violencia, parece que los autores tienen una
preferencia por la decapitación y el fuego, que consideran eficaces para
inculcar el miedo y disuadir a otros de resistir. Tales métodos brutales y
despiadados, insisten, también se pueden utilizar para atacar objetivos
económicos, en particular el petróleo. Nayi aboga por atacar a la población y
la infraestructura con el fin de aterrorizar al enemigo y maximizar los niveles
de barbarie, una táctica común utilizada eficazmente por el EI en Siria e Iraq.
En
una línea similar, Muhayer aboga por el uso de métodos horripilantes como la
decapitación, una táctica favorita de los suyos. En Introducción a la
jurisprudencia de la yihad, dedica un capítulo entero a la decapitación,
argumentando a favor de “transmitir una imagen sangrienta” por “el
fortalecimiento de los corazones de los musulmanes aterrorizando a los
apóstatas”, disuadiéndoles de esa forma. Se dedica un capítulo a los ataques
suicidas, alegando que quitarse la vida es legal desde una perspectiva
teológica y está concebido para potenciar la religión.
Yendo
más allá de las directrices de Nayi, Muhayer aconseja que los yihadistas
salafistas obtengan armas de destrucción masiva, que él ve como una “necesidad”
en esta guerra total. Aunque dice que las armas de destrucción masiva sólo
deben ser utilizadas como defensa contra una invasión de kuffar, lo precisa
insistiendo en otras medidas de castigo si beneficiaran a los musulmanes.
Hay
una actitud sobria, realista, a sangre fría en las directrices ofrecidas por
Nayi, Muhayer, y el Dr. Fadl, una actitud formal que contrasta con el mensaje
ideológico oscuro, siniestro y vil. Su punto de partida es que el EI sólo puede
ser alimentado en la “sangre”, erigido sobre “esqueletos y restos humanos”;
toda la sociedad debe transformarse en una sociedad guerrera preparada para
librar una prolongada batalla que dará líderes históricos. La suya es una lucha
existencial entre la fe y la incredulidad, islam y apostasía, y sólo la guerra
total contra los enemigos cercanos y lejanos traerá consigo la utopía
islamista.
Los
tres manifiestos ofrecen una ojeada a la visión del mundo; es decir, una
perspectiva que se caracteriza por una guerra perpetua contra enemigos reales e
imaginarios. Según esta ideología, la estabilidad sólo puede alcanzarse cuando
los enemigos están sometidos u obligados a reconocer el sagrado mandato del
grupo. Pero la ideología totalitaria y absolutista del EI es una espada de
doble filo, que si bien, por una parte, consolidó los lazos que relacionan el
EI con combatientes y seguidores, se ha negado a las complejas realidades de la
gobernabilidad en el país y las relaciones internacionales en el extranjero.
Los instrumentos teóricos del EI, en última instancia, podrían anunciar su
caída. El fanatismo ideológico y el extremismo han llevado a Bagdadi y sus
socios a errar el cálculo volviendo al mundo entero en contra de ellos,
incluido el establishment religioso musulmán.
El
EI es un producto de la descomposición de las instituciones de Oriente Medio y
de las rivalidades regionales y globales geoestratégicas. La ideología
religiosa del grupo es importante en la medida en que le permite explotar un
clima tóxico y ofrecer un modelo alternativo (el Estado Islámico) al
autoritarismo político secular. Mientras que las ideas son la primera línea de
defensa contra el EI y otros yihadistas salafistas, la clave para deslegitimar
esta ideología transnacional dependerá de la reconstrucción del proceso
político y de una verdadera reconciliación política entre las comunidades
étnicas y religiosas enfrentadas.
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