El fantasma del Watergate persigue a Trump
El despido del director del FBI acentúa las similitudes con el caso de espionaje que acabó con Nixon
JOAN FAUS
El País, Washington 13 MAY 2017
Archibald Cox, en 1973. Ese año fue despedido por Nixon como fiscal especial del caso Watergate JOHN DURICKA AP
El origen del caso Watergate tiene estos días un aspecto desolador. El antiguo hotel Howard Johnson está abandonado a la espera de iniciarse las obras para reconvertirlo en un edificio de apartamentos. Desde una habitación de ese hotel, se preparó y supervisó el asalto a la sede del Partido Demócrata, ubicada a la misma altura al otro lado de la calle, en el complejo Watergate, en Washington. La incursión de cinco ladrones en 1972, frustrada por la policía, destapó un escándalo de espionaje que acabó dos años después con la presidencia de Richard Nixon.
Pese a la decadencia del viejo hotel, el caso Watergate está más vivo que nunca en Washington. Nunca ha habido un presidente más nixoniano que Donald Trump, ni una trama más watergatiana que la investigación a la presunta conexión con Rusia del entorno del mandatario estadounidense. Hay similitudes notables entre ambos seriales, acentuadas esta semana con el despido del director del FBI, James Comey, y la sugerencia de Trump de que graba sus encuentros en la Casa Blanca. Pero también hay divergencias de calado. Y, sobre todo, en el caso del presidente actual no hay pruebas, por ahora, de ilegalidad.
El epicentro de ambas tramas es el Partido Demócrata y el nudo gordiano es si el presidente trata de bloquear una investigación. En el Watergate, el detonante fue la instalación de micrófonos ocultos en la sede de la formación. Ahora, es el ataque informático por parte de Rusia, según EE UU, del servidor del Partido Demócrata para robar correos electrónicos que difundió Wikileaks antes de las elecciones de noviembre para ayudar a Trump.
Como entonces, hay un reguero constante de revelaciones y la mayoría publicadas por el diario The Washington Post. Hay muchas incógnitas por resolver, líneas que no unen, pero se consolida un paisaje. Crecen las investigaciones del FBI y del Congreso, y una sospecha generalizada de que el presidente trata de ocultar algo. A Trump, republicano e impopular como Nixon, le carcomen las filtraciones a la prensa, por ejemplo sobre las reuniones secretas de su equipo con el embajador ruso antes de su investidura. Igual que Nixon, ha declarado la guerra a los periodistas y a sus rivales políticos. No tiene reparos en despedir a investigadores amenazantes. Y sus portavoces, como hace cuatro décadas, no articulan explicaciones coherentes sobre los hechos.
“Lo que estamos viendo de muchas maneras es una repetición a cámara rápida del Watergate”, dice en una entrevista telefónica Tim Weiner, experiodista del diario The New York Times y autor de dos libros de cabecera sobre la historia del FBI y la presidencia de Nixon.
Weiner recuerda que no fue hasta 1973 —en el quinto año de su presidencia— que Nixon destituyó a John Dean, consejero en la Casa Blanca, y a Archibald Cox, el fiscal especial designado para indagar en el caso Watergate.
En sus menos de cuatro meses en el Despacho Oval, Trump ha despedido al director del FBI, a la fiscal general interina y a su asesor de seguridad nacional. Todos están relacionados con las pesquisas sobre si el entorno del republicano coordinó con Rusia la injerencia en la campaña electoral.
Diferencias
Hay, sin embargo, dos diferencias de fondo entre la trama rusa y el Watergate. La primera es que los republicanos ostentan la mayoría en ambas cámaras del Congreso. Durante el Watergate, los demócratas tenían un amplísimo control, lo que fue determinante en ejercer presión y crear un comité especial de investigación, algo a lo que los republicanos por ahora se oponen.
La segunda es que no hay un investigador especial. Tras destaparse en marzo que se reunió en secreto con el embajador ruso, el fiscal general, Jeff Sessions, se inhibió de las pesquisas sobre Moscú. Pero, aún así, abogó ante Trump por el despido del director del FBI, que unos días antes había pedido más recursos para esa investigación.
Nixon dimitió en agosto de 1974 tras constatar que carecía de apoyos para superar el impeachment que preparaba el Congreso para destituirle tras saberse que había obstruido a la justicia. Todo cambió en julio de 1973 cuando un exasesor reveló ante el comité del Congreso que Nixon instaló un sistema de grabación en la Casa Blanca.
El presidente despidió a Cox, el fiscal especial, tras pedirle que entregara las cintas. El Tribunal Supremo forzó a Nixon a facilitar las grabaciones y una confirmó cómo ordenaba frenar la investigación del FBI al caso Watergate, lo que precipitó su renuncia. Además, se destapó que, desde 1969, había pedido espiar a funcionarios para evitar filtraciones, así como a periodistas y rivales políticos. El republicano fue indultado, pero 25 personas fueron encarceladas.
Luke Nichter, profesor de historia en la Universidad de Texas A & M, subraya que lo más parecido es el “clima” político. “Como en el Watergate, no vemos qué hay en la siguiente esquina, cuál será el siguiente titular. Hay una sensación de aceleración, de que el escándalo continúa girando”, dice Nichter, coautor de un libro sobre las 3.000 horas de grabaciones desclasificadas de Nixon en la Casa Blanca.
Las cintas y los despidos se acabaron girando en contra de Nixon. Lo mismo puede ocurrirle a Trump. Al sugerir que hay grabaciones de su cena en enero con el exdirector del FBI, el presidente ha alentado a los investigadores a solicitar copias. La destitución de Comey ha alimentado nuevas filtraciones y el debate en el Congreso sobre la creación de un comité especial de investigación sobre Trump y Rusia. Y también ha avivado la especulación de si el mandatario, como Nixon, podría ser objeto de un impeachment.
El periodista Weiner recuerda que solo es necesario el apoyo de tres senadores republicanos para aprobar, junto a los demócratas, la creación de un comité de investigación. Y varios republicanos han reaccionado con inquietud al despido de Comey, que Trump atribuyó inicialmente a su papel en las pesquisas a los correos de Hillary Clinton pero luego también a la trama rusa.
Weiner sostiene que la crisis en el FBI aumenta el riesgo para Trump de que el escándalo se le vaya de las manos. Enfatiza que Nixon tenía mucha más experiencia política que él: había sido congresista, senador y vicepresidente, y sabía cómo usar y abusar del poder. Trump solo acumula experiencia empresarial. Pero ve una similitud muy nítida con Nixon y que puede marcar el destino de Trump: “una relación débil con la verdad”.
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