Narciso Rey | Jean Meyer, historiador e “intelectual orgánico”
El Universal, 26 de abril de 2020
Antes de hablar de la persona, hay que recordar que una sociedad que da todos los poderes a un hombre, con la esperanza que él la salve, es una sociedad inmadura y desconectada de las realidades. Trump, Bolsonaro, Boris Johnson, la lista es larga de los salvadores, ungidos de Dios, mesías, todos, de cierta manera, víctimas de sus electores, electores que pagan ahora los costos de su voto, un voto, que a lo mejor estarían dispuestos a repetir.
La fantasmagoría personal de los dirigentes políticos tiene valor de síntoma. Nuestro presidente, a lo largo de su larga carrera pública, siempre ha tenido presentes los fantasmas patibularios de los “conservadores”, de los traidores. No tengo los elementos para articular una caracterología de López Obrador a la gran ilusión revolucionaria castrista, sin embargo, es posible hablar de la historia de un resentimiento, acompañado de indignación.
De manera muy natural, él llama a las emociones más arcaicas, al nombrar y denunciar enemigos colectivos, conservadores, fifís, porfirianos, neoliberales; digo “de manera muy natural”, porque él está poseído por estas mismas emociones arcaicas que necesitan, buscan, encuentran el chivo expiatorio. Está en la gran tradición de la Revolución Francesa, la de Marat, editor de L’Ami du peuple, del “rabioso” Hébert, cuyo Pere Duchesne nombraba personalmente a los que mandarían a la guillotina, de Maximiliano de Robespierre… Nuestro presidente, a la hora de la pandemia, tiene tiempo para denunciar “deportistas y artistas en campaña contra la 4T. Los conservadores han orquestado toda esta campaña de desinformación, como ya no les ayuda el periodismo convencional, lo que antes llamábamos la prensa vendida, los columnistas, como ya no les apoyan con el propósito de desgastar al gobierno para que se detenga la transformación, porque quieren mantener al régimen de corrupción. Como ya no les da, van escalando, buscan a personalidades más reconocidas que los columnistas, conductores de radio, intelectuales que, con todo respeto, los intelectuales orgánicos no son muy conocidos, lo que necesitan es contrarrestarnos con personalidades que tienen un reconocimiento colectivo”. Denuncia en seguida, de manera muy clara, aunque sin pronunciar nombres, al Chicharito, a Thalía, a Eugenio Derbez que tuvo la imprudencia de dar a conocer la carta desesperada que le mandaron médicos y enfermeras de Baja California.
Así ha logrado agrupar un gran número de partidarios que esperan todo de él, el justiciero que predica contra las élites, y para empezar contra los “ricos”. Resentido o no —creo que sí, porque no deja de recordar que le robaron dos veces la presidencia— se apoya en el resentimiento, sentimiento latente en todas las sociedades, y no solamente en las más desiguales. Eso contribuye a que no pueda pensar a largo plazo, inscribirse en el tiempo largo. Las emociones son cotidianas y, para movilizarlas, hay que despertarlas, mantenerlas vivas cada día. Por eso las famosas “mañaneras”, manifestación sublime de un narcicismo que funciona de maravilla, porque muchos pueden reflejarse en ese río de palabras.
Cuando Narciso gobierna, no deja de hablar, cada día, todo el día, para captar atención, fervor, admiración, incluso odio, que es lo mismo al revés; así confirma que es el centro del mundo y demuestra que su dominación es carismática, de tipo religioso, y para nada legal y racional. ¿Las leyes, la Constitución? Por el Arco del Triunfo. La presidencia es imperial y Narciso, al gobernar por decretos, decretos inmediatamente ejecutorios, sin el menor plazo, en nombre de la seguridad nacional, demuestra que él es la decisión en persona, la encarnación de la decisión. Por eso no puede pensar en la justicia social sino en términos de dama de la caridad: él reparte, personalmente, dinero en efectivo a 22 millones de personas.
Narciso es ciego. No totalmente, pero lo único que ve es el reflejo de su imagen en el río de la Historia. Narciso es insaciable: él que denuncia de manera repetitiva las obras faraónicas, los gustos faraónicos de sus predecesores, no tiene una boca, sino Dos Bocas.
¡Pobre Narciso! ¿Somos sus víctimas? Ciertamente, pero él es a la vez nuestra víctima.
Ego sum qui sum; analista político, un soñador enamorado de la vida y aficionado a la poesía.
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