Los ‘Cien Días’ de Obama/Carlos Fuentes
Publicado en EL PAÍS, 08/02/09;
Los Cien Días se refieren al regreso de Napoleón Bonaparte de su exilio en la isla de Elba en marzo de 1815, su campaña militar de Cannes a la Borgoña, coronada por el regreso a París, la fuga del rey Luis XVIII y, finalmente, la derrota en el campo de Waterloo en junio de ese año y el exilio final de Bonaparte a la isla de Elba, donde murió en 1821, prisionero de los ingleses.
Recuerdo el origen de los Cien Días porque el término se ha popularizado políticamente para indicar el periodo de gracia concedido a un nuevo gobernante, sobre todo en Estados Unidos de América.
La presidencia de Franklin D. Roosevelt -el Nuevo Trato- se inauguró, en 1932, en medio de la peor crisis económica anterior a la que hoy enfrenta Barack Obama. Franklin D. Roosevelt, como Obama, llegó al poder con una ola de optimismo que el presidente aprovechó para lanzar, en sus primeros Cien Días, una ola de iniciativas de ley destinadas a enfrentar a corto plazo, aunque no a resolver para siempre los desafíos del momento.
Durante los Cien Días, Roosevelt propuso leyes para los problemas de la agricultura, las hipotecas y el crédito, tratando de estimular la recuperación, además, con programas de préstamos, impulso al trabajo, ayuda a los más necesitados, combate al desempleo, reforma del sistema bancario y coordinación de los sistemas de transporte.
La Ley de Recuperación Industrial (NRA) estableció, a pesar de la oposición de la derecha, programas de empleo directo, construcción pública y reducción de la semana de trabajo con protección de salario.
Y por último (ojo, presidente Calderón), Roosevelt creó la CCC (Cuerpo de Conservación Civil) para dar empleo a un cuarto de millón de jóvenes en tareas de reforestación, construcción de presas, preservación de bosques, plantación de árboles e irrigación de tierras.
Las medidas de Roosevelt, con éxitos tanto como fracasos, cobraron sentido pleno cuando Estados Unidos entró en la Segunda Guerra Mundial con una fuerza de trabajo optimista, una industria recuperada y unas finanzas saneadas.
Barack Obama se enfrenta, por clara admisión, a la peor crisis desde 1932. Su respuesta contiene dos vertientes: la exterior y la interior.
En política externa, Obama, desde su primer día en la Casa Blanca, ordenó el cierre del campo de tortura en Guantánamo, Cuba. Se ha dado a sí mismo un año para cerrar la prisión. Ha pedido a países amigos de la Unión Europea que reciban a un buen número de los prisioneros actuales. Los europeos, que con tanto vigor demandaron el cierre de Guantánamo, se muestran indecisos a la hora de recibir a los prisioneros. Austria y Holanda se niegan porque sus leyes lo prohíben. Acaso los demás Estados acaben por aceptar lo que Europa le pidió a Bush. Obama coloca a los europeos ante un nuevo dilema: cooperar con un Gobierno norteamericano que responde y co-responde al humanitarismo y a la legalidad.
El segundo acto internacional de Obama es aún más importante. Entrevistado por la cadena árabe Al-Arabiya, el nuevo presidente distingue claramente a la minoría terrorista de la mayoría islámica y a ésta, si ella abre el puño, Obama le tiende la mano. Obama se muestra dispuesto a negociar con Irán y tácitamente comprende que el poder en Teherán lo tienen los ayatolás, no el presidente Ahmadineyad, espantapájaros útil cuando Bush consigna a Irán al eje del mal, pero dispensable si Obama “tiende la mano” si Irán “abre el puño”.
Una enorme virtud de la política en Medio Oriente propuesta por Obama es que comprende la interrelación de las partes. La relación con Irán es inseparable del conflicto entre Israel y Palestina y éste de la política de y hacia Egipto, Siria, Líbano, Afganistán, Pakistán e Irak. Obama concibe un Estado palestino con continuidad e integridad territoriales, abierto al comercio exterior y a la creación de empresas e inversiones. Una Palestina mutilada, reducida a la Franja de Gaza y trozos de Cisjordania, no puede corresponder a estos objetivos. Sólo una Palestina restaurada (¿a las fronteras de 1967?) puede aislar a sus propios terroristas, reconocer al Estado judío y negociar con Tel Aviv.
Si éste es el mensaje explícito de Obama, implícitamente el presidente pide a Israel, Estado cliente de Estados Unidos, que se comporte, porque la Casa Blanca no le dará apoyo incondicional, sino sujeto a la voluntad de paz y convivencia con sus vecinos árabes.
La novedad es que Barack Obama es el primer presidente cosmopolita de Estados Unidos de América: nativo de Hawai, educado en Indonesia, con familia en Kenia, pero también graduado de la Universidad de Columbia con posgrado en Harvard y experiencia política y social en Chicago, Obama es un ave a la vez rara y representativa de un futuro mestizo (europeo, africano, latino y oriental) para la América del Norte.
La semejanza con el Nuevo Trato de Roosevelt la acentúa en el virtual Contrato Social que Obama le ofrece a Estados Unidos. Las iniciativas que ha enviado al Congreso caen bajo el rubro general de “paquete de estímulo”, con un costo previsto de 825.000 millones de dólares. Implican, entre otras cosas, un subsidio al desempleo para proteger a los casi nueve millones de trabajadores que han perdido ocupación. Obama propone aumentar los servicios de salud en 127.000 millones de dólares durante los próximos dos años.
Propone, asimismo, federalizar y universalizar el sistema de ayuda médica (Medicaid) y enfrentar el cambio climático y las emisiones de gas a partir de las leyes del Estado de California, donde se encuentran la mitad de los automóviles estadounidenses. ¿Será este un primer paso para que Estados Unidos se adhiera al protocolo de protección del medio ambiente (Kyoto), arrastrando de paso la adhesión de China y la India?
En todo caso, el paquete legislativo del presidente Obama equivale a un Nuevo Contrato Social para los pobres, los desempleados y los enfermos. Que contará con seria oposición lo indican las críticas que, de inmediato, ha recibido. Convencional, oficialista y oficioso: las críticas al programa acusan a Obama de preferir la reducción de impuestos al indispensable aumento del gasto público.
Las tasas de interés, alegan los críticos, no puede rebajarse más porque ya están en cero -y no son más (Paul Krugman) que la última bala de un arsenal vacío-. La crisis, alega Krugman, se debe a una industria financiera desenfrenada y podría conducir a la nacionalización de la banca.
Habrá oposición a Obama. Pero el presidente tiene una respuesta digna de un gallero de Tlaquepaque: “Yo gané”. Aún le quedan decenas de días de los cien iniciales para demostrarlo.
Recuerdo el origen de los Cien Días porque el término se ha popularizado políticamente para indicar el periodo de gracia concedido a un nuevo gobernante, sobre todo en Estados Unidos de América.
La presidencia de Franklin D. Roosevelt -el Nuevo Trato- se inauguró, en 1932, en medio de la peor crisis económica anterior a la que hoy enfrenta Barack Obama. Franklin D. Roosevelt, como Obama, llegó al poder con una ola de optimismo que el presidente aprovechó para lanzar, en sus primeros Cien Días, una ola de iniciativas de ley destinadas a enfrentar a corto plazo, aunque no a resolver para siempre los desafíos del momento.
Durante los Cien Días, Roosevelt propuso leyes para los problemas de la agricultura, las hipotecas y el crédito, tratando de estimular la recuperación, además, con programas de préstamos, impulso al trabajo, ayuda a los más necesitados, combate al desempleo, reforma del sistema bancario y coordinación de los sistemas de transporte.
La Ley de Recuperación Industrial (NRA) estableció, a pesar de la oposición de la derecha, programas de empleo directo, construcción pública y reducción de la semana de trabajo con protección de salario.
Y por último (ojo, presidente Calderón), Roosevelt creó la CCC (Cuerpo de Conservación Civil) para dar empleo a un cuarto de millón de jóvenes en tareas de reforestación, construcción de presas, preservación de bosques, plantación de árboles e irrigación de tierras.
Las medidas de Roosevelt, con éxitos tanto como fracasos, cobraron sentido pleno cuando Estados Unidos entró en la Segunda Guerra Mundial con una fuerza de trabajo optimista, una industria recuperada y unas finanzas saneadas.
Barack Obama se enfrenta, por clara admisión, a la peor crisis desde 1932. Su respuesta contiene dos vertientes: la exterior y la interior.
En política externa, Obama, desde su primer día en la Casa Blanca, ordenó el cierre del campo de tortura en Guantánamo, Cuba. Se ha dado a sí mismo un año para cerrar la prisión. Ha pedido a países amigos de la Unión Europea que reciban a un buen número de los prisioneros actuales. Los europeos, que con tanto vigor demandaron el cierre de Guantánamo, se muestran indecisos a la hora de recibir a los prisioneros. Austria y Holanda se niegan porque sus leyes lo prohíben. Acaso los demás Estados acaben por aceptar lo que Europa le pidió a Bush. Obama coloca a los europeos ante un nuevo dilema: cooperar con un Gobierno norteamericano que responde y co-responde al humanitarismo y a la legalidad.
El segundo acto internacional de Obama es aún más importante. Entrevistado por la cadena árabe Al-Arabiya, el nuevo presidente distingue claramente a la minoría terrorista de la mayoría islámica y a ésta, si ella abre el puño, Obama le tiende la mano. Obama se muestra dispuesto a negociar con Irán y tácitamente comprende que el poder en Teherán lo tienen los ayatolás, no el presidente Ahmadineyad, espantapájaros útil cuando Bush consigna a Irán al eje del mal, pero dispensable si Obama “tiende la mano” si Irán “abre el puño”.
Una enorme virtud de la política en Medio Oriente propuesta por Obama es que comprende la interrelación de las partes. La relación con Irán es inseparable del conflicto entre Israel y Palestina y éste de la política de y hacia Egipto, Siria, Líbano, Afganistán, Pakistán e Irak. Obama concibe un Estado palestino con continuidad e integridad territoriales, abierto al comercio exterior y a la creación de empresas e inversiones. Una Palestina mutilada, reducida a la Franja de Gaza y trozos de Cisjordania, no puede corresponder a estos objetivos. Sólo una Palestina restaurada (¿a las fronteras de 1967?) puede aislar a sus propios terroristas, reconocer al Estado judío y negociar con Tel Aviv.
Si éste es el mensaje explícito de Obama, implícitamente el presidente pide a Israel, Estado cliente de Estados Unidos, que se comporte, porque la Casa Blanca no le dará apoyo incondicional, sino sujeto a la voluntad de paz y convivencia con sus vecinos árabes.
La novedad es que Barack Obama es el primer presidente cosmopolita de Estados Unidos de América: nativo de Hawai, educado en Indonesia, con familia en Kenia, pero también graduado de la Universidad de Columbia con posgrado en Harvard y experiencia política y social en Chicago, Obama es un ave a la vez rara y representativa de un futuro mestizo (europeo, africano, latino y oriental) para la América del Norte.
La semejanza con el Nuevo Trato de Roosevelt la acentúa en el virtual Contrato Social que Obama le ofrece a Estados Unidos. Las iniciativas que ha enviado al Congreso caen bajo el rubro general de “paquete de estímulo”, con un costo previsto de 825.000 millones de dólares. Implican, entre otras cosas, un subsidio al desempleo para proteger a los casi nueve millones de trabajadores que han perdido ocupación. Obama propone aumentar los servicios de salud en 127.000 millones de dólares durante los próximos dos años.
Propone, asimismo, federalizar y universalizar el sistema de ayuda médica (Medicaid) y enfrentar el cambio climático y las emisiones de gas a partir de las leyes del Estado de California, donde se encuentran la mitad de los automóviles estadounidenses. ¿Será este un primer paso para que Estados Unidos se adhiera al protocolo de protección del medio ambiente (Kyoto), arrastrando de paso la adhesión de China y la India?
En todo caso, el paquete legislativo del presidente Obama equivale a un Nuevo Contrato Social para los pobres, los desempleados y los enfermos. Que contará con seria oposición lo indican las críticas que, de inmediato, ha recibido. Convencional, oficialista y oficioso: las críticas al programa acusan a Obama de preferir la reducción de impuestos al indispensable aumento del gasto público.
Las tasas de interés, alegan los críticos, no puede rebajarse más porque ya están en cero -y no son más (Paul Krugman) que la última bala de un arsenal vacío-. La crisis, alega Krugman, se debe a una industria financiera desenfrenada y podría conducir a la nacionalización de la banca.
Habrá oposición a Obama. Pero el presidente tiene una respuesta digna de un gallero de Tlaquepaque: “Yo gané”. Aún le quedan decenas de días de los cien iniciales para demostrarlo.
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