Rubén corazón de león/VICENTE
QUIRARTE, es ESCRITOR
E INVESTIGADOR DE LA UNAM
Nuestro
columnista invitado, destacado alumno del poeta y traductor, aborda en su texto
diversas facetas de Rubén Bonifaz Nuño, quien en cada uno de sus versos y de
sus actos realizó una apuesta total por el arte de vivir.
Publicado
en
Milenio, 2 de febrero de 2013
Dice un
refrán kukuana: “Una lanza afilada no necesita brillo”.
Sir Henry
Rider Haggard, Las minas del Rey Salomón.
El 12 de
noviembre de 1923 llegó a este planeta un niño llamado Rubén Bonifaz Nuño. El
empleo itinerante de su padre como telegrafista determinó que el nacimiento
tuviera lugar en un sitio ilustre: la casa en la Ciudad de Córdoba donde se
firmaron los tratados que otorgaban a México su existencia como nación
independiente. Ambas circunstancias determinaron el futuro de ese niño: su padre
transmitía mensajes en ayuda del prójimo, y el sitio donde Rubén vio la primera
luz culminaba un tiempo de héroes y hazañas épicas, de principios exigentes y
lumbres morales, elementos todos a los que ha sido fiel nuestro maestro.
Todo niño
sueña con ser héroe o mago. De ser posible, ambas cosas. Rubén Bonifaz Nuño no
fue la excepción. La encomienda materna de ir a las compras en el antiguo,
siempre hondo y sorprendente barrio de San Ángel adquiría proporciones épicas.
El niño Rubén iba en busca del pan y la leche con Sandokan y sus compañeros de
aventuras, revividas en las ediciones de Saturnino Calleja, traducidas del
italiano por R. Balsa de la Vega e ilustradas por A. Della Valle y L. Palau.
Trasponer el umbral de la escuela primaria Porfirio Parra -oficial, como todas
aquellas en las cuales habría de templarse el acero de su alma- equivalía a la
iniciación experimentada por Alain Quatermain a punto de dar el paso que lo
separa de la gloria o de la muerte.
Enfrentarse a golpes con Narciso Bassols a la salida de la secundaria 10, en
Mixcoac, lo llevaba al instante supremo en que Melchor Ocampo exclamó: “Me
quiebro, pero no me doblo”.
Con
motivo de la exposición Rubén Bonifaz Nuño en la Biblioteca Nacional, el
maestro facilitó sus libros: los salidos de su pluma y aquellos otros,
igualmente importantes, que forjaron su educación sentimental: Víctor Hugo, Pietro Collodi, Edmundo de
Amicis, Daniel Defoe. En esos libros de aventuras, en esos sus primeras
lecturas, Bonifaz, halló tempranamente “el alma / de gozosas herramientas:
nervios / de espadas, sangre destellando / por el codo abajo, resquebradas /
corazas...” Los héroes del niño y adolescente Bonifaz fueron aquellos seres de
excepción que por medio del valor, el conocimiento o la integridad se elevaban
por encima de sus semejantes, eran rechazados por ellos y devolvían con creces
las bondades de mundo. Más tarde, las facultades de Química, Derecho y
Filosofía y Letras lo recibieron y fueron testigos de la manera en que deseaba
ejercitar sus armas: los misterios de la materia y sus transformaciones, la
defensa de las causas justas, las letras que ilustran y liberan. Estas tres
disciplinas recorren y vertebran su escritura y su existencia. El Bonifaz
defensor, que demuestra su disciplina de abogado, ofrece las pruebas necesarias
para establecer la relación entre hombres y serpientes. Sin su conocimiento de
los grandes arcanos, no existiría el hermetismo luminoso de La flama en el
espejo o de El corazón de la espiral. Su prodigiosa capacidad verbal y su autenticidad
expresiva lo han llevado a ser el más clásico y el más mexicano de nuestros
poetas vivos.
Todo niño es un héroe y es un
brujo. La diferencia es que Rubén Bonifaz Nuño, leal a su infante interior,
lector tanto de Homero como de Harry Potter, con el paso de los años ha
continuado siendo mago y héroe. La refinada y exigente alquimia de sus versos lo ha
conducido a transformar la miseria cotidiana en un as de oros que permite la
entrada a ciudades fundadas sobre el canto. La atracción por el ser más prodigioso
de la creación, escrito con cinco letras, lo ha llevado a hacer de la emoción
inmediata poemas de amor que vencen las edades y ya forman parte no sólo de
nuestro canon sino, lo que es más difícil e infrecuente, de nuestro patrimonio
espiritual. Su inmersión en los trabajos y los días de los antiguos mexicanos
lo ha llevado a encarnar las múltiples máscaras del héroe, desde Temilotzin de
Tlatelolco, guerrero y cantor de la amistad, hasta el indígena anónimo que, a
la pregunta del conquistador de dónde podía encontrar grandes señores,
respondió, espontáneo y seguro: “Aquí todos somos grandes señores”. El heroísmo
de Rubén Bonifaz, al frente de su Seminario y la revista Chicomoztoc, ha
consistido en buscar nuevos escudos para defender la dignidad de una parte
esencial de nuestra herencia. Su estoicismo nace además de soportar
calladamente los trabajos del solitario, de ejercer la caridad sin hacerla
pública, de afianzar la mano fraterna sin decirlo. “Yo amé, se hace insigne en
mi memoria, el honor del peligro”, escribe el poeta. La vida es el más
peligroso y noble y canalla de los oficios, contesta el hombre. En nuestro
héroe Rubén, ambos deberes se cumplen y se nutren. Cada uno de sus versos y de
sus actos vitales es una apuesta total al arte de vivir.
Muchas
son las imágenes que guardo en la memoria acerca de mi maestro. Algunas no las
viví, pero a través de sus palabras las he imaginado. Fausto Vega, amigo de
Bonifaz desde su juventud, podrá dar mejor testimonio de aquellas caminatas
juveniles desde el viejo barrio universitario hasta la calle de Frontera, donde
vivía Rubén. Caminatas de joven, de rebelde, de inconforme, cofradía de seres
luminosos que se afanaban en su oscuridad y en asomarse a las fiestas, “ávidos
de tiernas compañías”. Me gusta imaginarlo asimismo el día de la victoria
aliada, en compañía de su maestro de francés, don Luis R. Cuéllar. Sorprendidos
por la noticia, comenzaron a cantar la Marsellesa en compañía de quienes en se
momento se hallaban en la plaza mayor de México. En una fotografía de los hermanos Mayo, así como en las películas
existentes sobre el movimiento del 68, aparece registrada la marcha de
silencio, encabezada por el rector Javier Barros Sierra. A su lado camina el
poeta Rubén Bonifaz Nuño, que en ese entonces traducía uno de los libros
que mejor reflejan el amor y la cólera de esos días: Cayo Valerio Catulo,
merced a sus traducciones, volvía a ser nuestro contemporáneo. “Toda juventud
es sufrimiento”, inicia ese texto estremecedor y formador de quienes en ese
instante, al igual que Catulo, se enfrentaban al mundo con la entrega y la
energía de sus años verdes.
Sé que no estoy solo cuando
afirmo que Rubén Bonifaz Nuño es uno de los grandes acontecimientos de mi vida.
Prácticamente
no pasa un día sin que lo cite, mencione o recuerde alguna de sus múltiples
enseñanzas, desde sus invaluables, irrepetibles lecciones poéticas y
gramaticales hasta la sabiduría amorosa que tiene mejores resultados en quien
recibe el consejo que en quien lo da. Como la montaña, Rubén siempre está allí,
sincero en sus dolores, estoico en la carcajada de niño que lleva a la práctica
su idea de que escribir poesía es como jugar. Lo dice muy seriamente porque
cuando jugamos, nadie nos obliga, y estamos realizando una actividad que nos
hace libres. Igual la poesía. Escribe Luis Miguel Aguilar, a partir de unas
palabras de Cesare Pavese: “Sólo hay un modo de hacer algo en la vida. Consiste
en ser superior a lo que haces”.
Si líneas
arriba me ha atrevido a hablar de la cofradía de los Calaca es porque nuestro
general jefe ha dado a la luz, en su octagésimo cumpleaños, un libro de poemas
titulado Calacas. Muy clásico y muy mexicano, Bonifaz habla con la Dientona, la
Flaca, la Huesuda, la Pelona, y lo hace con sentido de humor, con irreverencia,
casi con amor. En la plenitud de sus años, Bonifaz la provoca y la burla. Sin
embargo, en esta juventud, en esta frescura verbal que sólo se logra con el
paso de los años y con el dominio del oficio, el poeta es fiel a la esencia que
lo llevó desde el principio a enfrentarse al mundo. Léase si no este fragmento
de Siete de espadas:
Hiel del
macho hasta el fondo; bilis
negra del
macho desde el fondo; amargo
tizón
viril del que se aguanta,
por
dentro, los filos y el resuello.
Resquemor
mexicano en las espinas
de lujo.
Si me viene guango.
Si te
fuiste. Si me importa madre.
En los
versos anteriores se halla una de las piedras angulares de la idea del héroe
cantada y personificada por nuestro poeta y una de sus más altas lecciones.
Este México al cual ha dedicado sus afanes -en sus próceres, en sus piedras, en
la defensa de su lengua, en sus centros educativos- se mantiene en pie merced a
la casta de sus habitantes, a su capacidad de sacrificio y a la virtud de
burlarse de sí mismos. Rubén Bonifaz Nuño no se toma en serio porque sabe que a
la vida hay que enfrentarla con la mayor gravedad. En varias ocasiones, ante
los detractores de nuestra Universidad, ha dicho que en ella se concentran los
cien mejores hombres de México.
Traductor de los clásicos
grecolatinos, heterodoxo y valiente lector de los antiguos mexicanos, es sobre
todo nuestro primer forjador de cantos, como se llamaba al poeta en la Gran
Tenochtitlan. Sus palabras consuman la alianza con el prójimo, la mujer amada o
la ciudad, “sitio y raíz de solidaridad, ámbito del amor sensual y de la
fraternal comunicación.” En sus versos se testimonia la entrada de la lluvia,
la consagración de la primavera en el cuerpo femenino, la cotidiana derrota del
hombre de la calle y su capacidad de resistir, la valerosa alegría con que
enfrenta la inminencia de la sombra. Hacer parte nuestra sus poemas nos templa
el alma y blinda el heroísmo de existir con dignidad y plenitud.
En
caminatas con sus discípulos en La Venta; en páginas de libros como Hombres y
serpientes, Escultura azteca en el Templo Mayor, El cercado cósmico; en las
páginas lúcidas y provocadoras de su revista Chicomoztoc, Rubén Bonifaz Nuño
enseña que las piezas elaboradas por nuestros ancestros, desde la más humilde
vasija, utilitaria y cotidiana, hasta los grandes monolitos simbólicos, son
acumuladores de energía, formas que nos entregan su mensaje a través de los
siglos. Poeta, humanista y hermano mayor, Rubén Bonifaz Nuño, Rubén corazón de
león, lujo entre los lujos de la Suave Patria.
II
Entre las
numerosas luces de la constelación que Rubén Bonifaz Nuño ha trazado para ser
fiel a la consigna que descubre en el hombre la medida de todas las cosas, la
poesía ha sido la más libre de sus ocupaciones. En un poeta tan riguroso como
él, semejante afirmación parecería un elegante juego de palabras. Pero quien
examina en conjunto su aventura verbal y la compara con la vida del autor,
descubre que el hombre ha sabido llevar a la práctica lo planteado por el
poeta. La poesía ha sido para él una labor solitaria, compañera de duelos y
alegrías de lectores que en sus palabras han hallado una vía para latir al
mismo tiempo que el corazón del mundo.
En 1945, Rubén Bonifaz Nuño
publica su primer libro de versos, La
muerte del ángel. En 1994 aparecen sus Trovas del mar unido. Las trompetas
fastuosamente enlutadas de los pájaros del alma de su admirado Rilke acompañan
ese primer vuelo, Jaranas y zapateado, la más reciente colección de sus versos.
En medio siglo de escritura, el mundo y el poeta han cambiado. El joven
taciturno y valiente que descubría el fin de la inocencia, no es el hombre
maduro, el niño grande cuya fresca carcajada nos estremece la osamenta y nos
brinda una nueva lección de hombría. En estas cinco décadas de combate, Rubén
Bonifaz Nuño ha aprendido a reírse de sí mismo y, lo que es más ejemplar y
difícil, nos ha enseñado que cada uno de sus versos es una lección práctica de
vida. En ese medio siglo de iluminaciones, el poeta ha vivido, escrito y amado,
según el anhelo de Stendhal, y ha dejado huellas indelebles de ese triple
ejercicio.
En
febrero de 1959, Efraín Huerta publicó, como octava entrega de Cuadernos del
Cocodrilo, El dolorido sentir, poema de Bonifaz que, con algunas
modificaciones, está incluido en El manto y la corona. ¿Qué le dice Garcilaso,
el soldado poeta que una mañana de 1536 tomo una escala para iniciar, sin yelmo
ni coraza, el ascenso para aliviar la impaciencia de Carlos I de España y V de
Alemania ante la impotencia de sus soldados para tomar por asalto la fortaleza
de Muey, defendida por las tropas de Francisco I? Como él, Bonifaz sabe que el
buen cortesano, de acuerdo con la definición de Baldassare Castiglione,
desempeña con igual habilidad, honor y valentía el ejercicio de las armas, las
letras y el amor. Como él, ha cumplido cabalmente con esas tres exigencias que
justifican nuestra estancia en la Tierra.
En los
poemas de este libro, como en los de Garcilaso, no hay sitio para la
melancolía, sí para la tristeza, cuyos embates el poeta soporta con estoicismo
y conocimiento de causa. La melancolía es el emblema del sabio, el ángel oscuro
que para tener nombre borra el nuestro. La tristeza, en cambio, es universal,
latente e invencible. Desde sus primeros combates verbales, Rubén Bonifaz supo
que para enfrentar las Furias —esas que se concentraban en su carne pero eran
también las de su semejante— era preciso ser armado caballero y forjar armas
refulgentes que soportaran el paso de los años y no perdieran el filo tras cada
nuevo combate. Su disciplina, su prodigiosa capacidad retentiva, su devoción por
la belleza y precisión del lenguaje lo llevaron desde siempre a convertirse en
el joven maestro dominador de todas las formas métricas y estróficas. De ahí
que en sus versos nunca se noten los andamios y sí asistamos a una sinfonía
donde las notas brillan con luz propia. Desde sus primeros libros de joven
madurez, Bonifaz Nuño encontró su tono y, aunque pareciera negarlo la
suntuosidad de su poesía, es el más clásico y el más mexicano de nuestros
poetas. En sus poemas se percibe tanto la devoción a la sabiduría conceptual y
rítmica de los clásicos grecolatinos como hacia la experiencia en carne viva de
José Alfredo Jiménez y la agonía istmeña. Acaso en los poemas de Albur de amor
sea donde mejor se aprecie este enfrentamiento entre los grandes lugares comunes
y el talento personal e irrepetible de Bonifaz. Él sabe que el gran poema es
intemporal, y sus poemas de amor son para nuestra cultura un patrimonio
utilizado para la conquista o el homenaje, para el combate o su celebración.
La poesía de Rubén Bonifaz
Nuño es altiva y humilde, rijosa y elegante, culta pero no culterana. Cómo ha
podido consumar esta difícil y en él armónica relación entre lo clásico y lo
popular —que lo popular es también, en cierto modo, lo clásico—, es un secreto
que escapa al más atento de sus lectores y acaso al propio poeta. Pero en esa
alquimia se halla el eslabón más vigoroso de su escritura. El aprendizaje que
dan los años le enseñó también que la emoción no basta si no la vertemos en
moldes donde el músculo verbal y la iluminación inédita ejercen plenamente sus
potencias. De esa combinación nace el tono hablado y natural de sus poemas,
desde la transparencia conversacional de El manto y la corona hasta el
hermetismo lúdico en Del templo de su cuerpo.
Más que a
Rubén Bonifaz Nuño, este libro pertenece a los numerosos hombres y mujeres que
han pasado por la llama poderosa y exigente de su poesía: el enamorado a quien
nada puede despojar del manto y la corona y reivindica su derecho a entrar en
el combate; el hombre que sabe que “es mejor sufrir que ser vencido”; la mujer
que ha sido conquistada por versos que todos, en algún momento, hemos utilizado
en el preludio o la consumación del amor; el iniciado en los altos misterios
que fulguran en La flama en el espejo o El corazón de la espiral. Todos ellos,
al leer estos versos, demostrarán la victoria de la luz sobre las tinieblas, el
imperio de la voz sobre el naufragio.
En Del templo de su cuerpo aparecen
resumidas las moradas amorosas sucesivamente habitadas por el poeta: enamorarse
de un cuerpo con los tres sentidos no platónicos que agudizan sus capacidades
ante el descuido de la vista y el oído; descubrir paulatinamente ese cuerpo
como espejo de nuestras ansias; excursionar en sus abismos y tersuras y siempre
pedir más; hacer que el tacto encuentre la analogía de cada parte del otro con
el vasto cuerpo de la creación; lograr que el olfato consuma sus nupcias con
humedades íntimas e irrepetibles; llevar la lengua a descubrir la lisura de un
vientre lamido sin tregua por el mar; aceptar que el amor, como la vida, está
determinado por el tiempo; cantar desde la herida. Finalmente, hallar que la
armonía con el otro es fruto de un combate que ha de librar con honor quien se
afane en practicar el “placentero orgullo imprudente de ser hombre”.
Tanto en
La flama en el espejo como en El corazón
de la espiral, la potencia femenina aparece como núcleo vital y
engendradora de sí misma. En Del templo de su cuerpo el poeta no canta
abstractamente el cuerpo femenino sino, de manera concreta, el cuerpo de una
mujer en plenitud de sus capacidades físicas y atléticas. Es un cuerpo pulido
“por los esmeriles del maratón y de la alberca”, dolorido e iluminado por el
ejercicio. De tal manera, dos son las historias desarrolladas en el libro: una
donde el amante reconstruye los fragmentos del instante total y único de la
posesión; otra donde el cuerpo actúa como símbolo de la victoria presente.
Los mejores poemas amorosos de
Bonifaz son aquéllos donde el orgullo del amante nace de la alabanza de la
amada aun en su ausencia física, sea cuando ésta se despereza poco a poco en el
lecho, cuando
renace en el claustro simbólico del baño o cuando corre debajo de la lluvia. La
mujer recorre la ciudad, se posesiona de ella, la explora llevando en el cuerpo
las huellas del combate amoroso.
Testimonio
de una doble victoria: la del cuerpo femenino que triunfa sobre sí al superar
sus límites mediante el esfuerzo físico, y la del enamorado que exalta ese
cuerpo, lo celebra y toca, hace su historia a medida que lo conoce y se conoce.
La proeza del cuerpo femenino al enfrentar la fatiga, al desafiar su
resistencia, al tomar físicamente posesión de la ciudad, es una lucha contra la
muerte. El poeta acompaña ese cuerpo no sólo con palabras sino con sus
sentidos. Entretejidas en los discursos amoroso y celebratorio, Bonifaz
entresaca las cartas de su muy personal Tarot donde refulgen las potencias y
energías enunciadas en la Cábala. Todo conocimiento es iniciático y para entrar
en el templo donde el cuerpo es a un tiempo continente y contenido, el amante
debe abandonar su condición profana. Sólo así descubre Bonifaz a la mujer
“finita pero interminable”.
La
colección más reciente de poemas amorosos de Rubén Bonifaz Nuño lleva por
título Trovas del mar unido, y tiene
como antecedente las raíces veracruzanas del poeta, particularmente una tarde
de noviembre de 1989, unas horas antes de dar inicio un homenaje que le
dedicaba el Instituto Veracruzano de Cultura. Gozaba de la plenitud que sólo la
Plaza de Armas del único Puerto que se escribe con mayúscula sabe brindar al
alma y a los sentidos. A su mesa se acercaron Los Tigres de Jamapa, tres
hermanos fabricantes de arpas que en sus ratos de ocio inundan de sones
jarochos los portales. Cuando los enteramos de que el maestro Bonifaz era poeta,
se entabló entre los del oficio —los Tigres y él— uno de los diálogos más
sabios y nobles que sobre poesía hayamos escuchado. En Trovas del mar unido, el
poeta amante de los clásicos sabe que para llegar a la difícil naturalidad, a
la transparencia nacida de la autenticidad y no de la retórica, es necesario
acudir a la ancestral sabiduría de la sangre. En Trovas del mar unido suenan
las jaranas y el cielo es un tablado donde se consagran los tacones de la
Ariles de Barlovento que roba el corazón con sus meneos.
En su
memorable estudio sobre Cayo Valerio Catulo, Bonifaz hablaba sobre los riesgos
de amar intensamente y sobre “la despiadada integridad del cuerpo de un hombre
joven”. Un cuarto de siglo después, el poeta ha aprendido, pero el hombre
continúa entregándose al amor con todos sus impulsos, altos los pendones y la
armadura cada vez más reluciente.
Por una
circunstancia que seguramente no es obra de la casualidad, tanto el primero
como el más reciente libro de versos de Rubén Bonifaz fueron hechos por
editores marginales. La muerte del ángel salió de la prensa de Ángel Chapero,
un impresor de corazón que ya anunciaba la pasión tipográfica del poeta, otra
de las artes donde se convertiría en maestro. Trovas del mar unido apareció, en
una edición de 300 ejemplares, en la Colección Toque de Poesía de Guadalajara.
Entre estos dos libros, que, como vimos antes, marcan los extremos temporales
de su quehacer poético, Rubén Bonifaz Nuño nos ha enseñado además que el
respeto a la poesía comienza por el respeto a los materiales y proporciones con
que la palabra se transforma en página impresa. Cada uno de sus libros es una
aventura tipográfica y en la mayor parte de ellos su participación ha sido
fundamental para que las palabras se conviertan en un instrumento de combate,
en una herramienta para mitigar los trabajos del solitario. Bajo el título El
dolorido sentir, el poeta Mario Bojórquez propició la edición de los poemas
amorosos de Rubén Bonifaz Nuño en una ejemplar edición que tuvo como cofrade a
otro poeta amante del arte bibliófilo, Luis Cortés Bargalló. Como antes lo hizo
el libro As de oros, la presente edición aparece en España para que aumenten
los lectores de una obra que merece toda la atención y toda la pasión con la
que fue concebida.
Aquí
están los más repetidos, memorables y memorizables poemas de Rubén Bonifaz
Nuño, y un panorama de la totalidad de sus libros donde el amor a la mujer y al
prójimo han sido fuerza que mueve al Sol y a las demás estrellas. Se incluyen
algunos poemas a Lesbia de Cayo Valerio Catulo, en versiones rítmicas de Rubén
Bonifaz Nuño, porque son fundamentales para comprender las influencias del
autor y la manera en que las ha trasladado a nuestro idioma. Los jóvenes que
tras el movimiento del 1968 descubrieron verdaderamente lo que era el amor y la
cólera hicieron de los Cármenes un instrumento de combate más eficiente que los
ladrillos y las bombas molotov.
Preparemos
el corazón y los sentidos para ser plenamente partícipes de un concierto cuyo
común denominador es el hombre enfrentado a la batalla de vivir. Si una figura
simboliza y resume el conjunto de estos versos, es la del héroe llamado Odiseo,
Eneas o Catulo, Cuauhtémoc o Bolívar, pero sobre todo la del héroe anónimo
llamado Juan, o la gesta del prójimo nuestro cuyo nombre no llegamos a saber,
ése que al mirar los pechos de la vecina en el autobús urbano, demuestra las
rotundas verdades del poeta, en amoroso fuego todo ardiendo. En una entrevista
con Myriam Moscona, publicada en su libro De frente y de perfil, Rubén Bonifaz
Nuño afirma: “Los hombres sólo servimos para servir a las mujeres, y muy pocas
veces lo hacemos bien”. Por una vez, el poeta se equivoca. En este libro, el
lector podrá apreciar uno de los más altos homenajes al amor y a su causa, esa
criatura capaz de trocar el agua en vino y hacer de la embriaguez un camino de
iluminación.
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