Lo
que el papa Francisco piensa de los argentinos/Juan Arias
EL País, 03 de junio de 2013
Dos
años antes de ser papa, el entonces cardenal arzobispo de Buenos Aires,
Bergoglio, dijo al rabino Skorka lo que él pensaba de los argentinos.
Dentro
de unas semanas, Francisco, ahora ya el
primer papa de las Américas, aterrizará en Río de Janeiro (22 de julio próximo)
para la Jornada Mundial de la Juventud, un acontecimiento para el que se espera
a dos millones de jóvenes.
Los
diarios dicen que habrá, con motivo de la llegada a América del Sur del papa ,
una “invasión de argentinos”, a los que con certeza se dirigirá en alguno de
sus discursos durante los cinco días que pasará en Brasil.
¿Qué
piensa el primer papa argentino de sus compatriotas?
He
acabado de leer la obra Sobre el cielo y la tierra, un diálogo franco y
apasionante entre el entonces arzobispo cardenal de Buenos Aires, Jorge
Bergoglio, y el rabino, Abraham Skorka, ambos argentinos.
Cuando
fue publicado en 2010, Bergoglio era sólo un cardenal más. Hoy, cuando ha
salido a la calle la última edición argentina del libro, es ya el Papa de Roma.
A
los que dimos a conocer enseguida el pensamiento del nuevo Papa en ese libro,
se nos arguyó que cuando lo escribió, Bergoglio aún no gozaba de la
responsabilidad papal y que algunas de sus afirmaciones de entonces, podría no
compartirlas hoy.
No
ha sido así. Francisco ha permitido la nueva edición integral, sin un solo
cambio, ya elegido Papa. De hecho, la editora lo presenta como “Las opiniones
del papa Francisco...”, no del cardenal Bergoglio, como aparecía en las
ediciones anteriores.
Eso,
para decir que también lo que el nuevo papa escribió entonces sobre el pueblo
argentino sigue válido hoy.
Como
he leído pocos comentarios sobre ese tema abordado por el Papa, he querido
traerlo hoy a mi blog, que cuenta con muchos amigos lectores argentinos.
Quiero
anteponer que cada vez que en el libro, Francisco hace alusión a su país,
Argentina, lo hace con una mezcla de amor, dolor y pasión.
Se
ha aireado el tópico de que ahora el Papa es de todos y que por tanto no tiene
más nacionalidad. No es así. Todos los papas del pasado han seguido manteniendo
viva su origen. Basta pensar al papa polaco, Karol Wojtyla, al italiano,
Giovanni Montini, o a los primeros papas procedentes del Oriente.
Así,
Bergoglio, se presenta siempre como argentino y cuando habla de los argentinos
lo hace con sentimientos fuertes de pertenencia.
Las
críticas van dirigidas si acaso a los políticos de turno o a los religiosos
burgueses y acomodados. A sus gentes las ama y las analiza con agudeza y cariño
a la vez.
En
el prólogo titulado El frontispicio como espejo, recuerda que en la catedral
metropolitana de Buenos Aires, se reproduce la historia bíblica de José con sus
hermanos. Y comenta: “Décadas de desencuentro confluyen en ese abrazo".
Para
Francisco "Hay llanto de por medio y también una pregunta entrañable:
“?Aún vive mi padre?”, la pregunta que José hace a sus hermanos.
Francisco
recuerda al rabino Skorka que aquella escena fue colocada allí en el
frontispicio de la catedral bonaerense, como el “anhelo de encuentro de los argentinos”,
ya que la escena “apunta al trabajo por instaurar una “cultura del encuentro”.
Y
ahí el Papa dice: “Varias veces aludí a la dificultad que los argentinos (en
primera persona) tenemos para consolidar esa cultura del encuentro”.
Y
ahora el dolor: “Más bien parece que nos seducen la dispersión y los abismos
que la historia ha creado. Por momentos llegamos a identificarnos más con los
constructores de murallas que con los de puentes”, escribe.
¿Qué
les falta según pues a los argentinos? se interroga el papa Francisco que se
coloca siempre como uno más de ellos asumiendo su propia responsabilidad.
“Faltan
el abrazo, el llanto y la pregunta por el padre, por el patrimonio, por las
raíces de la Patria. Hay carencia de diálogo”.
Y
socrático vuelve a preguntar: “?es verdad que los argentinos no queremos
dialogar?”.
Y
ahora el psicoanalista: para Francisco el problema de los argentinos es que
“sucumbimos víctimas de actitudes que no nos permiten dialogar, como la
prepotencia, no saber escuchar, la crispación del lenguaje comunicativo, la
descalificación previa y tantas otras” afirma.
Y
aprovecha el Papa para exponer no sólo a sus conciudadanos, sino esta vez a
todos nosotros, lo que para él debe ser el diálogo: “una actitud de respeto
hacia otra persona, de un convencimiento de que el otro tiene algo bueno que
decir; supone hacer lugar en nuestro corazón a su punto de vista, a su opinión
y a su propuesta”.
Explica
con esa pedagogía sencilla y esencial al mismo tiempo, característica de sus
charlas “Dialogar entraña una acogida cordial y no una condena previa. Para
dialogar hay que bajar las defensas, abrir las puertas de casa y ofrecer
calidez humana”.
Aquí
el papa Francisco nos deja un eco del papa Juan XXIII al que, según muchos se
parece. Aquel papa, cuando era Nuncio Apostólico en Bulgaria colocaba una vela
en su ventana y decía que si alguien pasaba por allí y necesitaba de ayuda
podía llamar a su puerta. Aquella vela estaba encendida esperándole. Y decía:
“No le preguntaré en que cree ni cómo piensa, sólo si necesita de mi”.
Francisco
en su prólogo, comentando el tema del diálogo quiso exponer también “las
barreras que en lo cotidiano impiden ese diálogo” franco y respetuoso.
Esas
barreras son, según él “la desinformación, el chisme, el prejuicio y la difamación”,
Todas esas barreras, dice Francisco “conforman un cierto amarillismo cultural
que ahoga toda apertura hacia los demás. Y así se traban el diálogo y el
encuentro”.
Francisco
no pierde sin embargo la esperanza y recuerda a sus compatriotas que la “frontispicio
de la Catedral está allí, como una invitación”, al encuentro y al diálogo entre
todos los argentinos.
Y
cuenta que en el diálogo con su amigo el rabino, Skorka, que dio origen al
libro, “no hubo muros ni reticencias” y acaba con una nota de humor.
Recuerda
que la sencillez del rabino “permitió incluso que le preguntara, después de una
derrota del River, si ese día iba a cenar cazuela de gallina”.
Es
que al papa Francisco le gusta cocinar.
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