Indigna la
“ocurrencia” de intervenir “El Caballito”: Zaldívar/
JUDITH
AMADOR TELLO
Revista
Proceso
No. 1927, 5 de octubre de 2013;
El
arquitecto y restaurador Sergio Zaldívar no puede creer la idea de que se haya
intervenido El Caballito de Tolsá, y considera que el daño causado a la
superficie de bronce que está debajo de la pátina “sí es grave”, pues se aplicó
33% de ácido. Pero cree que el dictamen de los expertos del INAH “va a
contemporizar y a decir que no es tan grave, porque todos son responsables”.
Califica la escultura como “un hito, una obra de arte que debería tener ya,
probablemente, un pabellón protegiéndola”, y la coloca entre las cuatro o cinco
más importantes estatuas ecuestres del mundo, al lado de El Gattamelata de
Donatello, el Colleoni de Verrocchio y el Marco Aurelio de Roma.
Determinante,
el arquitecto Sergio Zaldívar Guerra afirma que el bronce es un material que no
requiere de restauración, si acaso una limpieza sólo con agua o combinada con
un poco de vinagre. Por ello considera que la intervención de la escultura
ecuestre de Carlos IV, conocida popularmente como El Caballito, además de
parecer una ocurrencia hace pensar en un fraude:
“Parece
que se intervienen obras y monumentos que no requieren restauración, pero
ofrecen oscurecer el ejercicio del gasto del presupuesto.”
El
especialista en restauración, director del proyecto de rectificación geométrica
de la Catedral Metropolitana, fue responsable del traslado en 1979 de la
estatua de la glorieta de Reforma, Juárez y Bucareli a su actual sede frente al
Palacio de Minería, en la calle de Tacuba, en el Centro Histórico.
Luego
de visitar la Plaza Tolsá –a la cual él mismo rebautizó tras la llegada de la
escultura realizada por el arquitecto y artista de origen valenciano Manuel
Tolsá (antes llamada Plaza del Senado)– y tomar fotografías de la obra que dan
cuenta de los daños que ocasionó la intervención contratada por la Autoridad
del Centro Histórico, Zaldívar ofrece sus impresiones a Proceso,
manifiestamente indignado:
“Desde
luego, es muy desconcertante. La primera impresión es irritante. Indigna la
banalidad, cómo de repente, por ocurrencia de alguien, se va a restaurar una
obra que es un hito, una pieza muy simbólica del patrimonio de la Ciudad de
México y del país, una de las grandes esculturas ecuestres del mundo. Está
entre las cuatro o cinco más importantes: El Gattamelata, de Donatello; el
Colleoni, de Verrocchio; el Marco Aurelio, de Roma.”
Anticipa
que, dada la concentración de ácido nítrico utilizada (33%), los daños podrían
ser irreversibles, aunque el dictamen del Instituto Nacional de Antropología e
Historia (que al cierre de esta edición no se había emitido, pese a que se
comprometieron a entregarlo el 26 de septiembre y desde entonces esto se ha ido
postergando) pueda decir que no son tan graves, puesto que la institución es
tan responsable como las autoridades de la ciudad.
Fue
una banalidad, insiste, pues no se ha informado por qué ni cómo se iba a
restaurar, tampoco hubo un consejo técnico previo para informar sobre los daños
que presentaba y la metodología para atacarlos. Parece más bien que algún
funcionario, “que no ha de saber nada, quería que la limpiaran y que brillara”.
Pero el bronce, cuando está a la intemperie, en un ambiente urbano, tiene una
reacción y se va patinando con el tiempo.
Se
le comenta que el director del Fideicomiso del Centro Histórico (FCH), Inti
Muñoz, dijo a este semanario que la restauración, a cargo del despacho privado
de Javier Marina, fue decidida por el Comité de Monumentos y Obras Artísticas
en Espacios Públicos en la Ciudad de México, integrado por representantes de
diversas dependencias del gobierno capitalino (Proceso 1926).
Entre
ellas se encuentran la Autoridad del Centro Histórico, que coordina Alejandra
Moreno Toscano, el propio FCH y los titulares de las secretarías de Desarrollo
Urbano y Vivienda, de Turismo, Educación y de Cultura, cuya titular, Lucía
García Noriega, fue directora del Centro Nacional de Conservación y Registro
del Patrimonio Artístico Mueble del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA).
Muñoz
dijo recientemente (El Universal) que en la reunión donde se tomó tal decisión
participaron también el INAH y el INBA, así como otros integrantes del comité,
como el arquitecto Francisco Serrano, Hilda Trujillo, Zelika García y Miguel
Cervantes. Se sabe que forma parte también el arquitecto Vicente Flores,
director de Desarrollo Inmobiliario del FCH.
A
decir del arquitecto Zaldívar, no saben de restauración, “que me perdonen, aquí
debe haber un consejo de especialistas puesto que se aproximan a una obra
histórica, una obra de arte”.
Para
él “restaurar una obra de arte impone previos y serios estudios para precisar
sus daños y los agentes del deterioro a combatir, para restituir sus
condiciones y estructura. En seguida, proponer la metodología para llevar a
cabo el proceso. No hay nada de eso y se dejan al criterio de personal no
preparado acciones delicadas de mucho riesgo”.
Al
tiempo que golpea con el puño la mesa de su despacho, el arquitecto enfatiza
que a una obra tan emblemática no debe dársele el mismo trato que a cualquier
mobiliario urbano. Pregunta con ironía si la Autoridad del Centro Histórico
habrá oído alguna vez que restauraron el Colleoni o El Gattamelata con ácido
nítrico o con esmeril electromecánico. Ironiza:
“¿O
simplemente tomaron una receta de limpiar chapas y metales de algún conserje
que abrillanta jaladeras en la oficina de Miguel Ángel Mancera?”
–Inti
Muñoz ha dicho que El Caballito tenía daños, incluso agujeros y grietas.
–Yo
conozco los daños que tenía y el más grave era que la pata del caballo, por las
vibraciones que soportó cuando estuvo en Reforma (y Bucareli), estaba fisurada.
Pero cuando lo movimos fue intervenido y se decidió observarlo durante un largo
tiempo antes de pretender una restauración, ahí en la pata, para no alterar la
escultura.
“Esos
son los daños. Si hay otros, que digan cuáles y luego qué se va a hacer, cuándo
y cómo. Ése es el procedimiento de intervención en una obra de arte de
cualquier naturaleza. Ésta, además de ser un hito, no es parte del mobiliario
urbano, no son los botes de basura que se quiere que estén limpios y
brillantes. Es una obra de arte que debería tener ya, probablemente, un
pabellón protegiéndola.”
Proeza
técnica
Si
bien el arquitecto no se extiende en las cualidades estéticas de la escultura
realizada entre 1795 y 1802 con 500 quintales de bronce del Mineral de Santa
Clara del Cobre, según relata en su ensayo El Caballito, incluido en el libro
Jahrbuch Für Geschichte Lateinamerikas, sí la pondera como una obra de gran
calidad, pues “es un caballo formidable por la perfección de su movimiento”.
Habla
también de la proeza técnica de su hechura, por ser la primera obra fundida en
una sola pieza en la Nueva España, cuando Tolsá no era fundidor “ni había
fundidores de ese calibre en México”. Describe cómo el escultor organizó
durante varios años la fundición del modelo en cera con molde de arcilla, para
trabajar con la técnica de la cera perdida.
Tolsá
se encargó de crear los mecanismos de canaletas, ductos y chimeneas para el
proceso hecho en una sola operación, con el fin de lograr que durante tres días
el bronce candente fluyera de manera ininterrumpida; si se enfriaba o algo
fallaba, tendría que regresar irremediablemente a la elaboración del modelo
original.
“Fue
una hazaña técnica extraordinaria. Un proceso excepcional. Muchas de las
grandes esculturas están hechas en partes. Este caballo está fundido de una
sola pieza… Dicen que a Manuel Tolsá se le cayeron los dientes, se enfermó por
los gases y se estaba muriendo, y que quedó medio ciego después de esos tres
días que estuvo el bronce corriendo para llegar a la fundición.”
Sin
embargo, añade, generalmente los méritos técnicos no forman parte de las
cualidades artísticas de una obra. Así puede haber un Picasso hecho en dos
horas, tan o más valioso que un paisaje de José María Velasco realizado en más
de seis meses:
“Pero
El Caballito, es admirable, a todos nos gusta, todo mundo lo hemos visto y lo
apreciamos, es un animal precioso, y el pobre de Carlos IV se deja ver que es
un imbécil.”
La
escultura fue mandada a hacer por el virrey Miguel de la Grúa Talamante y
Branciforte. “Debe haber sido una ocurrencia políticamente obsequiosa”. Y,
“como si se adelantaran las costumbres hoy prevalecientes”, se inauguró en 1796
sin estar hecha siquiera. Se colocó un modelo provisional de madera en tanto la
obra definitiva se terminaba. La pieza original se colocó en lo que hoy es el
Zócalo y se inauguró el 18 de noviembre de 1803.
Varias
fueron –sigue Zaldívar– las guerras en las cuales El Caballito se salvó de ser
fundido para fabricar cañones y balas, incluidas las de Independencia y de
Reforma. Lucas Alamán sugirió, a mediados del siglo XIX, trasladarla de la
Plaza Central al patio de la Real y Pontificia Universidad de México, que se
encontraba donde hoy es la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Ahí estuvo
hasta 1852. En ese momento, Lorenzo de la Hidalga se encarga de su traslado al
cruce del Paseo Nuevo o de Bucareli y el Paseo del Emperador (actualmente De la
Reforma).
Y
cuenta que se decidió su traslado y emplazamiento en la Plaza Manuel Tolsá
porque el lugar donde se encontraba ya no permitía su aprecio y se había
convertido sólo en una referencia urbana, una parada de camión: “Bajamos en El
Caballito”, pero la gente había perdido la vinculación con la obra de arte.
“En
cambio acá logramos ponerla en diálogo con la arquitectura de Tolsá, y se puede
ver, se pueden apreciar los belfos, la expresión del caballo, la fluidez de las
crines, la anatomía del personaje. Es un placer la contemplación.”
Recuerda
que el fallecido arquitecto Pedro Ramírez Vázquez opinaba que debía estar al
revés, con el Palacio de Minería detrás y viendo hacia el Museo Nacional de
Arte (Munal)”, para formar un conjunto con las dos obras de Tolsá, pero “yo
creo que no, Tolsá nunca pensó en juntar El Caballito con Minería, es mejor que
dialoguen y que se vea la estatua como obra escultórica y el Palacio como obra
arquitectónica”.
Responsabilidades
El
arquitecto refiere que Tolsá logró también representar a El Caballito en
movimiento, y a la vez ponerle tres puntos de apoyo, lo cual no consiguió
Donatello, quien tuvo que poner una pata con una especie de bala de cañón. Por
ello no concibe que pudiera tener daños como fisuras. Y concediendo que así
fuera, la intervención con el ácido no los estaba atendiendo.
–Lo
que usted observó o las fotografías que tomó, ¿hablan de un daño irreversible?
–Desde
abajo no se puede ver totalmente pero, si la concentración del ácido nítrico es
demasiado fuerte, es probable que sí le haya causado daño a la superficie del
cobre. Quién sabe qué le pusieron, por eso se limpian con agua o, cuando mucho,
agua con vinagre. Meterle ácido nítrico a una escultura es muy peligroso porque
se puede lastimar la superficie que creó el artista.
–Se
ha dicho que fue ácido nítrico a 33%.
–Se
me hace una concentración muy alta para un tratamiento de limpieza. Arriba de
5% con ácido nítrico ya es muy alto para el bronce.
Zaldívar
evoca que hubo un momento en el cual se puso una pátina nueva a la escultura
ecuestre, pero quedó de un negro intenso. Las críticas y burlas señalaban que
ya no era Carlos IV, sino Escipión el Africano. Entonces se sometió a un
proceso químico para disminuir ese recubrimiento.
–¿Podrían
argumentar ahora que la pátina que le barrieron no era tan antigua?
–La
pátina probablemente no, pero si hay daño del ácido a la superficie de bronce
que está debajo de la pátina, sí es grave. Y si hubo una alteración a la pátina
del tiempo, tampoco es muy agradable. Las pátinas aportan elementos de gran
riqueza plástica.
Considera
que la pátina ya no existe porque se ve claramente el color del metal crudo, ni
siquiera parece bronce, sino cobre; es posible que fuese un bronce muy rico en
cobre, pues viró al rojo, y “eso es muy preocupante”.
“Y
el dictamen de los expertos del INAH va a contemporizar y a decir que no es tan
grave, porque todos son responsables.”
–¿El
INAH, en qué medida? Ellos argumentan que el FCH inició los trabajos sin su
autorización.
–¡Está
bajo su cuidado! ¡Tengan o no autorización! Es el organismo que tiene la
responsabilidad. ¿No se dieron cuenta de que había andamios de más de ocho
días? Está frente a un museo de Bellas Artes, el Munal. El director del museo
no puede decir: “Oigan ¿qué van a hacer en El Caballito?” Alguien debió
preguntárselo, ¿no?
“Está
enfrente de sus oficinas. Es más, ya podría considerarse como parte del museo
esa figura, y al señor no se le ocurrió preguntar porque ya está afuera de las
puertas de su museo. Son hombres del campo cultural, tienen obligación de
hablar, de intervenir, de decir las cosas.”
–¿Se
vuelve un problema la división del cuidado del patrimonio entre el INBA y el
INAH? Porque el director del Munal puede argumentar que está bajo cuidado del
INAH, y que el INBA no tiene responsabilidades.
–¡Exactamente!
Pero es responsable hasta el policía de la esquina, porque debe preguntar:
“Oigan, ¿qué van a hacer aquí, quién les dio permiso de poner andamios?”. La
cadena es así. Para que funcionen las cosas en este país debe acordarse todo
esto. Es responsable el delegado, Obras Públicas… “Es que vamos a arreglar El
Caballito…”. “¡Ah! A ver sus papeles”. ¿No?
Con
pesar, el arquitecto afirma que la gestión del patrimonio en México está muy
mal. Dice que, aunque parezca exagerado por la situación del país, así como
Enrique Peña Nieto fue a ver a los damnificados de Guerrero, aunque no “va a
reparar los daños con sus manos”, los responsables de cultura, Rafael Tovar y
de Teresa, presidente del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes; María
Teresa Franco, directora general del INAH, e incluso el mismo Emilio Chuayffet,
secretario de Educación Pública, debieron apersonarse en el lugar.
“Ir
a ver qué ha pasado con la obra de arte más importante de esta ciudad, porque
es su responsabilidad. Hacer un acto que implicara una especie de disculpa a la
sociedad de parte de las autoridades responsables.”
Reconsidera
que en el desastre en el cual se encuentra el país, con las carencias que hay,
las reformas pretendidas, los bloqueos en las calles, la depresión económica y
moral, quizá las cuestiones artísticas y culturales dejan de interesar. Para él
es cuando más atención debería prestárseles.
Su
primer comentario tras ver la escultura fue que alguna autoridad cultural
debería renunciar, siquiera por vergüenza, pues un daño a una obra de arte de
tal naturaleza tiene un responsable con nombre y apellido. El problema es que
se diluye, no se sabe cuál es, si la Autoridad del Centro Histórico o el INAH,
que es “responsable de todo y de nada”, cuando obras tan emblemáticas como ésta
deberían tener un encargado, como lo tienen muchas de las zonas arqueológicas
del país.
Piensa
asimismo que los trabajos de restauración de este tipo de monumentos deben
hacerse públicos y con respeto a la comunidad. Informar, mediante cédulas e
imágenes fotográficas, qué se está realizando. Pero “ahora lo que van a hacer
es encerrar El Caballito para que no se vea lo que se hace. Y lo primero que
deberíamos exigir es ver cómo se trabaja, a los ojos de todo el mundo, es un
bien que nos concierne a todos”.
Cuando
se le comenta que siempre se trabaja a puertas cerradas, resalta que en algunas
partes del mundo se hace a la vista de la ciudadanía. Lamenta que, como en el
Claustro del ex Convento de la Merced, el primer paso haya sido cerrar. Nadie
se entera de las obras y al final vienen las sorpresas, por las alteraciones o
por hacer del patrimonio recintos para la “cultura de consumo”, “parques
temáticos tipo Disneylandia”.
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