La Montaña,
hambrienta y discriminada/MARCELA TURATI
Revista
Proceso
No. 1927, 5 de octubre de 2013;
En
una de las zonas más pobres del país, miles de damnificados son convocados por
la Sedesol y el gobierno de Guerrero al reparto de despensas. Los titulares de
ambas instancias, Rosario Robles y Ángel Aguirre, saben que asistirán los que
puedan, y preparan su discurso: ellos siempre han estado atentos a las zonas
afectadas por los ciclones, la ayuda repartida alcanza para todos y los
programas para pobres tienen prácticamente saturada la entidad con recursos
públicos. Pero muy distinta es la realidad de la región de La Montaña que
describen los habitantes y los presidentes de sus municipios…
Cochoapa
El Grande, Gro.- Las indígenas de huipil se acercan a la secretaria Rosario
Robles, la primera funcionaria de alto nivel que pisa el municipio después de
las inundaciones, para pedirle ayuda en voz bajita y en escaso español. La
experredista les dice que se anoten en el Programa de Empleo Temporal para que
cobren como cocineras de la Cruzada Nacional Contra el Hambre. Otra confiesa su
miedo a que, con los caminos bloqueados, la comida escasee, a lo que Robles
responde que en las dos cocinas comunitarias que existen en la cabecera comerán
todos.
A
cada petición de los damnificados, la titular de la Secretaría de Desarrollo
Social (Sedesol) estira la cobija de los programas ya existentes para los
pobres. Si solicitan refugio, la receta es que acudan a los albergues para
niños de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas
(CDI). Si hay hambre porque los víveres
no llegan, ahí está ya el maíz de Diconsa. Si se teme a las
enfermedades, menciona a los médicos de la Secretaría de Salud. Dicta desde el
mundo ideal de la teoría lo que en la vida real no se ve por ningún lado.
A
unos metros de donde se realiza el encuentro de Robles y el gobernador Ángel
Aguirre con los habitantes de este municipio mixteco, clasificado como el más
pobre del país, las tres cocineras del único Comedor Comunitario de la
estrategia contra el hambre en esta cabecera hierven en plena calle un sartén
lleno de agua, sobre una pira de ocotes que despide humo denso. No tiene
ingredientes, en estos días están escasos. Tampoco hay mesas, platos o sillas
ni se ven sartenes. Lo que sí se ve es mucha hambre.
“Falta
agua, atún, arroz, sardina, mayonesa, jugos, Maicena, frutas, chile, verduras,
ya casi no hay Minsa ni frijol, sufrimos para conseguir agua”, dice la señora
Concepción Flores Francisco. Otras dos señoras asienten.
“Falta
todo: comal, olla, cacerolas, cucharas, tortilleras, estufa de tres quemadores,
leña, despensa, gente que ayude… Había todo cuando nos vinieron a enseñar los
soldados, pero estuvieron una semana nada más y cuando se fueron se llevaron
sus trastes y estufa, porque todo era de ellos”, agrega la cocinera Guadalupe
García García, una de las “voluntarias” asignadas a la fuerza por la comunidad
para esa labor.
Desde
fines de agosto, cuando se fueron los soldados del Plan DN-III-Social –como
bautizó la Sedesol a las visitas de los militares que durante varias semanas
enseñarían a las mujeres de todas las comunidades a cocinar sanamente– es una
proeza mantener el comedor funcionando.
Este
2 de octubre las cocineras están tan concentradas en atizar la lumbre rebelde
que no se enteran de que el alboroto en el auditorio de enfrente es por la
visita de Robles, su patrona, la mujer encargada del programa para el que ellas
trabajan gratis y a diario, desde las cuatro de la mañana hasta las cinco de la
tarde, amasando cada una 10 kilos de tortilla, acarreando agua limpia,
cortando, picando, pelando y sazonando ingredientes, cuando hay, para darles
desayuno y comida a 500 niños y ancianos.
Por
más damnificados que se digan, los adultos no tienen permiso de servirse.
Aunque Robles invite a todos a comer ahí, la comida no alcanza.
Los
militares asignados al pueblo respaldan sus quejas. Repelan porque ellos tienen
que compartir sus botellas de agua, sal, cebollas y chiles para que la comida
esté limpia y no quede desabrida. También las ayudan a cargar los leños de
ocote que de tanta humareda que suelta los obliga a llevar cubrebocas (y ellas
sólo tienen la opción de cerrar los ojos al acercarse a la lumbre).
Los
militares las apoyaron también cuando la esposa del presidente municipal quiso
quitarles la lona que les sirve de techo, cuando les negaron el pedazo de calle
adonde alimentan a la gente, y hasta solicitaron en vano, a nombre ellas, que
el municipio apoye la cocina con personal y alimentos.
“Ni
siquiera querían abrirles aquí porque era la comisaría y tuvimos que quitar a
los comerciantes de este pedazo de banqueta porque no querían dejarles lugar”,
comenta uno de los uniformados. Son jóvenes, se notan aburridos. Dicen que una
semana atrás los mandaron a una misión de reconocimiento, pero sus superiores
los dejaron en este lugar, que no les causa mucha gracia.”
¿A
quién le va a gustar Cochoapa El Grande? Si transitar por sus descoyuntados
caminos puede costar la vida; si en tiempos de mala cosecha la gente se
alimenta de raíces; si el municipio tiene índices de desarrollo similares a los
del África subsahariana, es el África mexicana; si los niños vienen desnutridos
desde el vientre de su madre; si todavía hay mujeres que mueren por partos y
cualquier diarrea puede ser asesina. ¿Cómo les va a gustar estar aquí?
Promesas
de oficina
Cinco
costales de maíz y dos bolsas de despensa lucen como escenografía en el
templete del auditorio donde el gobernador Aguirre y la titular de Sedesol
repiten por micrófono que la región de La Montaña (que consta de 19 municipios,
entre ellos Cochoapa) no fue discriminada durante la emergencia causada por la
tormenta Manuel a pesar de que siempre se les vio recorriendo Acapulco, La
Pintada o Chilpancingo. Explican que desde el inicio de la crisis enviaron
gente a esta zona.
Se
presentan aquí 17 días después de que pasó la tormenta que dejó a las
comunidades sin alimentos, sin vías de comunicación, cercadas por agua y con
casas tiradas, y a una semana de que líderes indígenas recriminaron a Robles (“la
acribillaron”, tituló un medio informativo) que, como siempre, los pueblos
indígenas fueron los últimos en ser atendidos.
Hasta
el 26 de septiembre, la secretaria y el gobernador destacaban ante la prensa lo
difícil que era entrar a Metlatónoc y Cochoapa (los dos municipios vecinos,
sinónimos de la miseria en México) porque las nubes permanecieron estancadas y
las carreteras y caminos quedaron triturados. Pero en esta visita cambian su
versión y dicen que desde el 17, dos días después de la devastación, ya había
brigadistas de la Sedesol y la CDI que llegaron a pie, así como militares en
esos dos municipios.
Una
situación distinta registraron los presidentes municipales.
“Estuvimos
una semana sin teléfono, sólo entró una llamada que hice a la CDI y mandaron
apoyo para trasladar heridos de Río Encajonado (el 18 de septiembre). Una
semana después pude comunicarme al gobierno del estado, cuando viajé a Tlapa a
pedir apoyo. Hasta el domingo (27) nos enviaron 3 mil despensas, pero eso no
alcanza, hay familias numerosas, de entre ocho y diez integrantes, y en el
municipio hay 18 mil 600 habitantes”, señala el alcalde de Cochoapa, Luciano
Moreno López, en una entrevista realizada el 30 de septiembre.
La
versión del presidente municipal de Metlatónoc, Neftalí Hernández, es parecida.
Desde el día 15 mandó mensajes por internet a la Secretaría de Gobierno del
estado, avisando de la destrucción. No tuvo respuesta. Hasta el 20, Protección
Civil se comunicó para informarle que su demarcación había sido declarada zona
de emergencia. Los primeros víveres llegaron entre el 21 o el 22, no recuerda
bien; eran cerca de 4 mil despensas que no alcanzaron a repartir en las 65
localidades porque varias aún estaban incomunicadas.
“Ya
tenemos cinco días que sí llegan a las comunidades –dice en la entrevista del 1
de octubre– pero la gente se siente un poco triste porque el señor gobernador
se tardó en atender la Montaña, le dio prioridad a Acapulco y cuando salieron
de allá vinieron para acá. Aunque mandaban gente no había respuesta”, dice.
La
misma sensación expresan en entrevistas sus homólogos de Acatepec, Cochoapa,
Tlacoapa e Iliatenco, que se reunieron en Tlapa con el gobernador, quien
repetía que siempre se ocupó de La Montaña.
Según
una nota comparativa del periódico Reforma, basada en un informe del gobierno
federal, en los 19 municipios de esta región, la más marginada y la que peores
daños sufrió, se habían entregado sólo 14 mil 569 despensas hasta la noche del
27 de septiembre.
En
el mismo periodo, en los ocho municipios de la Costa Grande se habían entregado
64 mil 584 despensas. En Tierra Caliente sumaban 58 mil 350; en la Costa Chica,
46 mil 213; en la región Centro, 33 mil 790, y sólo en el Municipio de Acapulco
26 mil 847.
Algunos
municipios habían recibido nada más 200 despensas.
El
2 de octubre, cuando por fin pisó los dos municipios emblemáticos por sus altos
niveles de pobreza, el gobernador Aguirre comienza su discurso recordándole a
la gente que su gobierno siempre ha trabajado “de la mano” con Metlatónoc y
Cochoapa con su programa Transformemos Nuestro Entorno, conocido por las clases
de zumba contra la obesidad a cuyos asistentes les paga el gobierno, y que en
estos parajes convoca a desnutridas viejitas mixtecas que danzan enfundadas en
sus huipiles con tal de conseguir unos centavos.
Habla
también del restablecimiento de los caminos, la luz, la electricidad, los
alimentos y hasta de una cancha deportiva que está por construir.
En
su turno, el presidente municipal Moreno López explica a los invitados que
durante las inundaciones Cochoapa estuvo incomunicado varios días, que la
restauración de caminos hacia las 140 comunidades lleva un avance del 20%, que
ya escaseaba el alimento, que el río se llevó las tuberías y los postes de luz,
y que por eso la cabecera municipal no cuenta con esos servicios, los cuales no
existían desde antes en muchos de estos pueblos.
Robles
menciona los avances en la restauración de los servicios. Anuncia que para
enfrentar la emergencia el gobierno abrirá dos comedores de la estrategia de
Sedesol contra el hambre fuera de la cabecera municipal, en algunas de las 140
comunidades donde no hay, y explica la razón: “Nos dimos cuenta que durante la
contingencia sirven de mucho”.
Habló
del censo casa por casa que levantan jóvenes becarios de Sedesol. Del maíz que
compró la CDI (la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos
Indígenas) para suplir las milpas destruidas. Del abastecimiento de productos
básicos garantizado por las tiendas Diconsa. De la continuación del programa
Oportunidades. Del Programa de Empleo Temporal al que podrán inscribirse para
tener dinero en efectivo.
Termina
su discurso, camina entre la gente. Una mixteca le suplica que no entreguen
tarjetas de débito para el apoyo alimentario a las beneficiarias de
Oportunidades –como les anunciaron los promotores del programa– porque en el
municipio no hay bancos. Un grupo de universitarias se queja de que han
trabajado durante tres meses para la estrategia Sin Hambre, visitando casa por
casa para armar un padrón, y la Sedesol les debe los 5 mil pesos mensuales de
salario. Robles, incómoda, pide a una asistente que las aleje y las atienda
aparte para que no se den cuenta los periodistas.
“Además
nos pagan muy poco, nosotros terminando poniendo de nuestro dinero porque
tenemos que pagar transporte y comida en las comunidades”, dice a este
semanario una de las estudiantes de la Universidad Pedagógica Nacional
defraudada, mientras anota su nombre entre los 26 quejosos. Un día después el
subsecretario Javier Guerrero llamará a este semanario para informar que el
viernes se les pagaría, ya que se trató de un problema técnico.
Terminado
el acto la gente sale sin despensas. Los camiones de Diconsa Puebla, enviados
desde temprano desde Tlapa como avanzada para dar realismo al anuncio oficial
de que ya viene el maíz, están varadas. Aunque los operarios de las máquinas
retroexcavadoras se esforzaron, no pudieron abrirles paso a tiempo.
Los
funcionarios están a punto de abordar las camionetas para ir a los helicópteros
en los que llegaron. Alguien avisa que ya llegan los camiones. Robles y el
gobernador regresan y piden a la gente que vuelva al auditorio para que ahora
sí le entreguen las despensas.
A
unos pasos del comedor comunitario, decenas de hombres esperan que se estacionen
los camiones de volteo para descargar 600 bultos de maíz en la tienda Diconsa.
El
establecimiento “estuvo vacío tres semanas, apenas hoy que abrió camino el
retro estamos volviendo a surtir”, explica Francisco Moreno, el joven vendedor,
quien dice que el hambre se encanijó durante los días que permanecieron
incomunicados.
“(De
las comunidades) vinieron muchos que querían maíz, pero no había. Estaban
dispuestos a ir hasta donde el camión llegara porque lo necesitaban, querían
irse caminando y cargar todo, pero les dije que esperaran, que ya venía la
maquinaria. Tardó más días pero hoy llegó”, dice sudoroso, sin despegar la
vista de los bultos, codiciados por quienes lo rodean.
¿El
futuro?
Junto
al auditorio se encuentra el albergue El Futuro de la Montaña, de la CDI, que
la publicidad oficial ofrece como refugio para damnificados. Pero ahí los niños
y niñas internos se van a dormir con hambre. No tienen agua. Nunca han tenido
luz. Duermen hacinados de a cuatro por litera. Las cocineras dicen que no
pueden recibir a ninguna persona externa.
“Casi
tres semanas van que no podemos surtir la despensa en Tlapa, por lo malo del
camino, pero aunque sea frijolitos estamos dando”, dice Martina Victorio
Villanueva desde la choza que sirve de cocina. A sus espaldas se ve el desfile
de niños y niñas de ocho a 15 años, que cargan cubetas de agua hasta vaciarlas
en un tambo. Cada uno tiene que acarrear cinco por día.
Sentados
en una litera, en el dormitorio, seis niños hojean sus libros de Ciencias. Uno
de ellos, llamado Esse, de 14 años y proveniente de la comunidad de Yosentacua
Llano del Carmen, dice que su casa se derrumbó con las lluvias y, como su
familia quedó a la intemperie, lo enviaron de nuevo al albergue escolar donde
al menos tiene garantizados pan y techo.
Él
ha notado que la cocina enfrenta problemas. “Antes nos daban carne, chorizo con
huevo, y comíamos dos veces y un atole en la noche, pero como llovió y no
pueden surtir, ahora nomás nos dan frijol, a veces sopa, a veces huevo, y nomás
comemos dos veces”, dice serio.
Este
albergue estaba a punto de ser reemplazado por uno recién construido, que no ha
podido ser habitado por peligroso, ya que estuvo cerca de quedar atrapado por
el alud que escupió un cerro.
En
el mismo terreno del albergue donde teóricamente está instalado un Comedor
Comunitario (resulta inexistente) una manta anuncia: Brigada Médica Cruzada
Nacional contra el Hambre. Aunque la publicidad oficial indica que en estos
puestos se atiende a todas las personas que lo requieran los 365 días del año,
fue imposible entrevistar a un encargado. “Sí estuvieron el médico, la
enfermera y el técnico, pero se fueron por San Miguel; regresan el martes”,
dice la cocinera.
Para
el Centro de Derechos Humanos Tlachinollan, ubicado en La Montaña, la
“emergencia humanitaria” aún no ha pasado. Mucha gente sigue incomunicada, la
ayuda fluye lenta, las milpas se perdieron, las lluvias arrebataron a la gente
lo que aún no cosechaba y lo que apenas iba a llevarse a la boca.
El
sacerdote Rodolfo Valdez, vicario de la parroquia de Cochoapa, confirma que aún
no se tienen noticias de varios pueblos. Las religiosas y el otro sacerdote que
vive en el municipio intentan llegar a pie. En tiempos buenos pueden recorrerse
90 kilómetros en siete horas, pero con los caminos rotos quizá tarden varios
días.
“Sabemos
que todavía no hay medicinas ni alimentos y el transporte todavía no tiene
acceso. Urge abrir caminos. Además sigue lloviendo. Por algo Cochoapa significa
‘lugar de la lluvia’, porque de mayo a octubre llueve”, explica en entrevista.
El
misionero comboniano dice que la ayuda comenzó a llegar el 20 o 21 de
septiembre y se concentró, como siempre, en la cabecera. “¿Cuántas bolsas de
despensa caben en un helicóptero que aterriza sólo en la cabecera, donde nomás
alcanzan los que están cerca, y no los de las comunidades? De por sí la gente
está olvidada, y peor con esto. ¿Cuántos comen en un comedor si dicen que hay
sólo uno en la cabecera y no sé si está funcionando? ¿Qué está pasando a donde
no hemos llegado? La están pasando mal porque se vinieron abajo sus milpas, las
tierras donde siembran maíz y frijol. ¿Cuánto puede durar una despensa a una
familia numerosa si además no les dan cosas que ellos acostumbran a comer?”,
dice.
Este
es el despostillado panorama que se aprecia cuando se recorren dos cuadras en
este pueblo, ubicado en el sótano de la miseria. En esta esquina, donde los
boletines oficiales redactados en un escritorio se estrellan contra la realidad
de los siempre olvidados. Donde los mismos programas pobres diseñados para
pobres son estirados ahora como cobija deshilachada para cubrir ahora a los
mismos beneficiarios, ahora también damnificados.
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