Amenazados,
miles de mexicanos buscan asilo en Estados Unidos/EMILIO GODOY
Revista
Proceso No. 1927, 5 de octubre de 2013;
Para
los defensores de los migrantes mexicanos que buscan asilo político en Estados
Unidos debido a la violencia en México, el país vive una “catástrofe
humanitaria”. Los desplazamientos, dicen, no han dejado de crecer desde 2008 y
se cuentan por miles. Pero, lejos de atender a los solicitantes, las
autoridades estadunidenses les ponen innumerables obstáculos. Uno de los casos
críticos es el del exsoldado Víctor Hugo Tapia Madrigal y el del empresario
zacatecano Antonio Medina, ambos amedrentados y agredidos físicamente por Los
Zetas.
Víctor
Hugo Tapia Madrigal padeció secuestro, amenazas y persecución por parte de Los
Zetas. Eso lo llevó a buscar refugio en 2008 en Estados Unidos, donde lucha en
los tribunales de ese país para lograr el estatus de asilado político.
El
de Tapia Madrigal, quien llevaba tres años en el Ejército, es uno de los
cientos de casos de connacionales que cruzaron la frontera para escapar de la
violencia desatada por la llamada guerra contra el narcotráfico durante la
Presidencia de Felipe Calderón. Ese fenómeno, que se agudizó desde 2008, hoy
inunda los tribunales de Estados Unidos y preocupa a las organizaciones de
derechos humanos de ambos países.
El
15 de mayo último un panel de la Corte de Apelaciones del Noveno Distrito,
integrado por los jueces William A. Fletcher, Raymond C. Fisher y Raymond J.
Dearie, determinó que la Oficina de Apelaciones Migratorias (BIA, por sus
siglas en inglés) revisara el caso de Tapia, según el legajo 10-73700
consultado por Proceso.
Tapia
ingresó al Ejército en 2005, cuando tenía 18 años. Después de un entrenamiento
básico fue asignado a una base militar en Jalisco, donde participó en
operaciones contra el narcotráfico durante dos años y medio. A mediados de 2007
tropas de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) detuvieron a un jefe
regional de Los Zetas y a nueve sicarios de esa organización.
Y
aunque Tapia no participó en el operativo, apareció en televisión cuando vigiló
el traslado del grupo del poblado donde fue capturado a Guadalajara.
Poco
después pidió un permiso para descanso y salió de la base militar. Ya en la
calle, dos enmascarados lo secuestraron en la parada del camión. Le cubrieron
la cabeza y lo introdujeron en una camioneta, donde comenzaron a golpearlo con
sus puños, botas y objetos contundentes. Le dijeron que lo iban a matar por su
participación en el traslado de los zetas capturados.
Veinticuatro
horas después fue liberado. Sus captores le pidieron informar a su comandante,
Fortino Castillo León, que dejara ir a los sicarios; de lo contrario, serían
ejecutados. El militar no le creyó.
Luego
de un día de recuperación, Tapia fue comisionado durante tres meses a la
localización y destrucción de sembradíos de mariguana. Al regresar a su base
supo que los soldados que detuvieron a los zetas habían sido decapitados.
Abandonó
las Fuerzas Armadas y se refugió durante unos meses en la casa de su familia.
Pero cuando se enteró de la ejecución del comandante Castillo, huyó a otro
pueblo. Meses después, ya en 2008, unos desconocidos le dispararon cuando
caminaba por la calle. Entonces optó por irse a Estados Unidos.
En
2009 las autoridades de ese país iniciaron un procedimiento de deportación
contra Tapia, quien pidió asilo político y tramitó un recurso para postergarla
y ampararse bajo la Convención contra la Tortura, vigente desde 1987.
Para
el abogado Carlos Spector –representante legal de solicitantes de asilo en el
país vecino y quien ganó el primer caso en 1991–, situaciones como la de Tapia
son parte de una “catástrofe humanitaria”.
“Sigue
viniendo gente de México y el gobierno estadunidense hace todo lo posible por
desanimarla. En el puente fronterizo incluso la regaña; luego viene su
detención prolongada. El mensaje para la comunidad mexicana es: Si pides asilo,
te van a dar bote”, comenta el abogado a Proceso vía telefónica.
Fundador
en 2012 de la organización Mexicanos en Exilio, Spector representa a 250
personas, de las cuales sólo les cobra honorarios a unas cuantas. Con
frecuencia, dice, activistas y defensores de derechos humanos de Michoacán,
Coahuila y Veracruz le llaman para preguntarle sobre los procedimientos legales
para buscar asilo.
En
enero del año pasado, él logró que Saúl Reyes Salazar y su familia obtuvieran
ese estatus, luego de que seis de los miembros de ésta fueron asesinados
impunemente entre 2008 y 2011.
La
activista Cipriana Jurado, de Ciudad Juárez, también obtuvo el asilo en 2011.
Desde 2008 estuvo amenazada de muerte por protestar contra el despliegue
militar en esa ciudad fronteriza.
Otro
récord nefasto
Las
estadísticas ilustran la magnitud del problema. Si en 2004 México ocupaba el
escalón 21 en la lista en materia de refugiados, en 2007 ya era el número
siete, detrás de Irak, Rusia, China, Serbia, Pakistán y Somalia.
Según
el Departamento de Justicia de Estados Unidos, en el año fiscal 2007 ese país
recibió 3 mil 133 solicitudes mexicanas; sólo aceptó 49. Sin embargo, en 2008
empezó la espiral que aún no cierra su curva: se registraron 3 mil 650
aplicaciones, de las cuales sólo 73 fueron aceptadas. En 2009 se mantuvo ese
ritmo: 3 mil 855 solicitudes y 65 aceptaciones; en 2010 fueron 5 mil 98
peticiones, 49 de ellas aceptadas.
Para
2011 la estadística siguió escalando: 7 mil 616, de las que 107 resultaron
positivas; en 2012 se recibieron 9 mil 206 peticiones; 126 fueron concedidas.
Entre octubre de 2012 y junio pasado la cifra saltó a 14 mil 610 solicitudes;
según los expertos, las aceptaciones no superan 5%.
Fernando
García, director ejecutivo de la Red Fronteriza para los Derechos Humanos,
sostiene que este fenómeno no tiene precedentes. Antes, dice, cuando en Estados
Unidos se hablaba de exiliados, por lo general se pensaba en africanos,
asiáticos o sudamericanos.
“El
sistema estaba hecho para lidiar con otros, menos con mexicanos –expone–.
Solían ser refugiados económicos, gente buscando trabajo. Y tiene que ver no
sólo con la existencia de guerra, cárteles y grupos criminales, sino también
con la omisión del gobierno mexicano y sus aparatos de seguridad en su deber de
proteger a los ciudadanos. La gente sale porque el Estado no puede
protegerlos.”
Ariadna
Estévez, integrante del Centro de Investigaciones sobre América del Norte de la
Universidad Nacional Autónoma de México (CISAN-UNAM), asegura que la mayoría de
los jueces objeta las peticiones por no apegarse a la Convención sobre el
Estatuto de los Refugiados de 1951 y su Protocolo de 1967, no aplicables a
víctimas de la delincuencia organizada.
La
especialista distingue la ola de solicitantes de los noventa, quienes lo hacían
por cuestiones políticas, y la de la última década, vinculada a la
militarización de la política antidrogas, la impunidad y la corrupción. “En
comparación con Colombia y China –dice a Proceso–, México tiene un trato menos
favorable. Los solicitantes de asilo están atrapados en la relación bilateral.
Estados Unidos responde a sus intereses de política exterior. México es un caso
más”.
Estévez,
quien efectuó un trabajo de campo sobre el fenómeno en El Paso, explica que los
asilados son pobres o de clase media baja, con algunas propiedades o un capital
modesto. Las razones de su huida, precisa, son la negativa a pagar extorsiones,
exigencia de justicia, denuncia de corrupción o la colusión del Estado con los
criminales.
Persecución
sistemática
El
empresario zacatecano Antonio Medina González, proveniente de una familia
acomodada del municipio de Huanusco, donde dos tíos suyos y un primo fueron
presidentes, es otra víctima de Los Zetas.
Antonio,
quien quedó al frente de un rancho tras la muerte de sus padres en 1997, y con
su hermano Francisco, son criadores de ganado y siembran agave. El 17 de
diciembre de 2008, Antonio fue secuestrado cerca de su rancho de Huanusco por
presuntos sicarios de Los Zetas, quienes lo trasladaron por carretera a la ciudad
de Zacatecas. En el camino le preguntaron por su hermano Francisco, ciudadano
estadunidense radicado en Novato, California, según su testimonio contenido en
el expediente 10-73112 del Noveno Circuito de Apelaciones.
Durante
el viaje, según Antonio, oyó cuando el conductor del vehículo conversó con
policías en dos retenes. Al llegar a Zacatecas, sus captores le vendaron los
ojos y le colocaron una bolsa de plástico sobre la cara. Permaneció secuestrado
hasta el 28 de diciembre.
Durante
ese periodo, contó, fue golpeado y sus custodios jugaron a la “ruleta rusa” con
él; también lo molestaron sexualmente. Según el reporte médico, Antonio sufrió
golpes, quemaduras de primer grado y la fractura de una costilla del lado
izquierdo.
Francisco
Medina contactó a su prima Martina, quien trabajaba para el gobierno de
Zacatecas, a fin de localizar a su hermano. Martina le respondió que era muy
peligroso ayudarlo, por lo cual le recomendó a un abogado de la Ciudad de
México de apellido López, quien suele trabajar como mediador en ese tipo de
casos.
Francisco
Medina le pagó a López 5 mil dólares y entregó otros 15 mil a los
secuestradores para la liberación de Antonio. Al final, el litigante le dijo
que habían sido Los Zetas.
Al
mes siguiente, en enero de 2009, los secuestradores llamaron de nuevo al
celular del empresario zacatecano para pedir más dinero, así como las
escrituras de sus propiedades y vehículos.
Antonio
Medina se fue de inmediato a Estados Unidos. Semanas después, en mayo de ese
año, fue colocado en proceso de deportación por carecer de visa para entrar en
el país. El empresario se quejó de la conducta de los policías durante su
traslado de Huanusco a Zacatecas, e interpuso un recurso el 12 de octubre de
2010.
Sin
embargo, el 13 de agosto último, la BIA emitió su veredicto. En 25 páginas
sostuvo que por lo general los finqueros ricos y educados –como Antonio Medina–
no eran considerados como grupo coherente bajo la Ley de Inmigración y
Naturalización (INA, por sus siglas en inglés).
Por
casi 30 años, la BIA ha reconocido que la tenencia de la tierra puede formar la
base de un grupo social particular dentro del significado de la INA, escribió
el juez Stephen Reinhardt, quien integró el panel junto a los magistrados Mary
H. Murguia y Jack Zouhary.
Presión
sobre Estados Unidos
Carlos
Spector insiste en que problemas como el descrito, motivados por hechos de
violencia y amenazas en el país de origen, constituyen un fenómeno social y
político que requiere de una respuesta política.
El
pasado 16 de septiembre el abogado participó en una audiencia legislativa en El
Paso para denunciar las fallas en el esquema de asilo, en la cual estuvieron
los congresistas Beto Rourke, Raúl Grijalva y Filemón Vela.
Tanto
él como Fernando García demandan una reunión con el director de la Agencia de
Inmigración y Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés) para revisar el problema.
El
propósito, según ellos, es desarrollar planes alternativos para los
solicitantes de asilo, así como pedir la intervención de la Organización de las
Naciones Unidas (ONU) para investigar los casos y entrevistar a los candidatos.
Ello servirá para determinar el alcance de las políticas de detención de ICE y
permitir a organizaciones civiles locales entrevistar a los detenidos y asesorarlos.
Los
defensores de los solicitantes de asilo preparan un reporte con casos
paradigmáticos para el Consejo de Derechos Humanos de la ONU.
En
el caso del exsoldado Víctor Hugo Tapia Madrigal, su argumento es que sus
agresores –pertenecientes a Los Zetas, un grupo que el gobierno mexicano no
puede controlar– indagaron su paradero e incluso le dispararon, además de
enviarle una carta intimidatoria a su madre sólo porque perteneció al grupo
particular de tropas de la Sedena que capturaron a 10 sicarios de esa
organización criminal.
“Un
candidato (como Tapia) que alega persecución pasada tiene el peso de demostrar
que su tratamiento equivale al nivel de persecución, (que) ésta se debió a una
o más consideraciones y (que) la persecución fue cometida por el gobierno o
fuerzas que éste es incapaz de controlar o no está dispuesto a hacerlo”,
escribió el juez Fisher en su resolución del pasado 15 de mayo (legajo
10-73700).
Y
añadió: Si la BIA concluye que el gobierno mexicano no puede controlar a Los
Zetas y que Tapia tiene un miedo bien fundado de maltratos severos, entonces es
elegible para asilo, porque existiría necesariamente un nexo causal entre ese
maltrato y su pertenencia a un grupo social particular.
A
su vez, Ariadna Estévez, adscrita al CISAN-UNAM, sostiene que la inercia de la
violencia en México da pie para pensar que el flujo de asilados en Estados
Unidos se mantendrá; “de ninguna manera va a disminuir”.
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