Obama
en la diana/Norman Birnbaum es catedrático emérito de la Facultad de Derecho de la Universidad de Georgetown.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia
El
País, 6 de octubre de 2013
El
Partido Demócrata y el Republicano tienen posturas distintas sobre política
exterior, la relación del mercado con el Estado y la naturaleza de la comunidad
nacional. Interpretan nuestra historia de manera diferente. Mientras tanto,
muchos ciudadanos estadounidenses necesitan que el Estado les ayude. En los
últimos decenios, los ingresos de la gente de a pie han disminuido. El 15% del
país vive en la pobreza. La mayoría republicana de la Cámara de Representantes,
que ha logrado el cierre de la Administración, y que tal vez rechace el techo
de deuda, se muestra indiferente.
¿Existe
una ciudadanía estadounidense? La gente está separada por muros económicos,
educativos, étnicos y raciales. Tiene pocos recuerdos históricos en común. Hace
40 años, los sindicatos acogían a un tercio de los trabajadores; hoy, al 10%.
Aquellos sindicatos servían para educar políticamente y fortalecer a los
ciudadanos. Hoy, nuestros trabajadores viven en la fragmentación social y la
privatización espiritual. Lo que une al país son los deportes espectáculo y las
vulgaridades de la cultura de masas.
Los
republicanos exigen que el presidente renuncie a la reforma sanitaria de su
primer mandato. El presidente y los demócratas responden que las elecciones de
2012 la legitimaron. Casi todos los republicanos piensan que cualquier plan de
seguridad social es un ataque a la libertad y que el sistema de gobierno
moderno es “socialismo”. Alrededor del 20% de la población cree que el
presidente es musulmán, que nació en Kenia y que está conspirando para destruir
nuestra nación. El 40% es receptivo a las siniestras imágenes e inanes ideas
sociales de los primitivos republicanos.
El
presidente está siendo objeto de múltiples críticas. Entre las élites de la
política exterior, muchos lamentan que de la amenaza de atacar Siria se haya
pasado a las negociaciones con Rusia. Les alarma la reconciliación con Irán. El
presidente sabe que la mayoría de los estadounidenses se opone a otra guerra en
Oriente Próximo. Los intelectuales, burócratas, políticos y propagandistas que
trabajan para el imperio pretenden tener el monopolio de la sabiduría. Expertos
militares sin experiencia de combate proponen guerras sin cesar. Menos mal que
los responsables de las Fuerzas Armadas son más reflexivos.
El
presidente no ha sido una total decepción para el aparato. Ha mantenido la
“guerra contra el terror” mientras retiraba las fuerzas estadounidenses de Irak
y empezaba a retirarlas de Afganistán. El Estado sigue violando nuestros
derechos constitucionales. Las contradicciones de Obama suscitan la furia del
partido de la hegemonía imperial y de los grupos decididos a acabar con el
intervencionismo endémico de Estados Unidos. Está claro que el presidente no se
cree capaz de invertir por sí solo la tendencia que comenzó en 1898.
Obama
propone renovar nuestras infraestructuras. Quiso lograr el acuerdo de los
bancos con el nombramiento de Lawrence Summers como presidente de la Reserva
Federal. Pero el grupo partidario de la redistribución dentro del Partido
Demócrata rechazó a Summers porque tenía una relación demasiado estrecha con la
banca, y le obligó a retirarse. Muchos demócratas partidarios del presidente
opinan que sus medidas de apoyo a la justicia económica y social son muy
tibias.
Ha
comenzado una lenta recuperación de la crisis. La reforma sanitaria es un paso
importante hacia la inclusión social. Obama ha defendido el voluminoso Estado
de bienestar norteamericano. Ha hablado en favor de la reforma de la
inmigración, la limitación de las armas de fuego, los derechos económicos y
sociales de las mujeres, la financiación de la educación y la ampliación de la
igualdad social en general. En 2010 sufrió un batacazo político al perder la
mayoría demócrata en la Cámara de Representantes, además de importantes puestos
de gobernadores y Asambleas de diversos Estados.
Los
republicanos reciben inmensas cantidades de dinero de los grupos que se oponen
a la regulación económica. Es evidente que Obama minusvaloró el odio irracional
y el sentimiento de pérdida de muchos ciudadanos blancos ante nuestro primer
presidente afroamericano. La facción que encarna el odio blanco (el Tea Party
republicano), concentrado en Estados que no reciben grandes fondos federales,
no puede reconocer la dependencia económica de sus miembros. El hecho de que el
presidente y su esposa estudiaran en universidades de élite intensifica su
furia plebeya. Odian a quienes no son como ellos. Hacen caso a la demagogia que
oyen en radio y televisión y no leen más que textos que confirman sus
prejuicios. Ahora, su mayor inquietud es la ley de sanidad de Obama. Su revocación
se ha convertido en el principal objetivo de los republicanos de la Cámara.
Los
votantes que reeligieron a Obama son afroamericanos, hispanos, ecologistas,
sindicalistas, personas con formación universitaria, mujeres, jóvenes. El
gobernador Romney quería acabar con el Estado de bienestar. Su arrogancia
nacionalista habría provocado guerras sin fin. A pesar de eso, muchos
demócratas critican sin cesar a Obama. Cuando evocan a Roosevelt, Truman,
Kennedy y Johnson no tienen en cuenta que aquellos presidentes disponían de
mayorías en el Congreso. Quienes se pueden comparar con Obama son Carter y
Clinton, porque también tuvieron que hacer frente a una sociedad cultural y
económicamente fragmentada, el declive del imperio, el agotamiento intelectual
del progresismo en Estados Unidos (nuestra versión de la socialdemocracia
europea) y los temores de una mayoría blanca.
Obama
tiene un gran logro en política exterior: no librar una guerra con Irán. Esa
reconciliación constituiría una tremenda derrota para el partido de la
hegemonía imperial norteamericana. Todavía no ha rechazado los absurdos
pronunciamientos oficiales que presentan el Pacífico occidental como un lago
perteneciente a Estados Unidos, pero no parece probable que vaya a haber ningún
enfrentamiento con China.
El
antagonismo de los republicanos y la desilusión de los demócratas atribuyen
poderes excesivos a la presidencia. En la Francia medieval existía el rey
taumaturgo, el rey hacedor de milagros. Estados Unidos es pluralista en sentido
cultural y en sentido religioso. Discrepamos sobre Dios, pero asignamos poderes
divinos a los mortales que asumen la presidencia.
Nuestra
población desunida se engaña a sí misma. Los republicanos se creen personajes
de viejas películas sobre idílicos pueblos de Estados Unidos. Los demócratas
tienen fe en un pueblo “inteligente” que ejerza el autogobierno, una utopía que
no se ha hecho realidad. Gobernar una nación de 300 millones de personas,
conectadas a un mundo que no controlamos, es difícil. El presidente, durante
gran parte de su primer mandato, se presentó como un mediador, y tiene una gran
responsabilidad por haber prometido demasiado. Dados los conflictos que vive el
país, seguramente habrá más antagonismo político que consenso durante las
próximas décadas. Visto con realismo, el presidente lo ha hecho bastante bien.
No estaría mal que sus detractores demócratas pensaran más y se quejaran menos.
Yo también me declaro culpable de eso.
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