La
ruleta rusa del Tea Party/Carmelo Mesa-Lago es catedrático emérito de Economía y Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Pittsburgh, autor de una docena de libros sobre reformas sanitarias en el mundo y finalista al Premio Príncipe de Asturias en Ciencias Sociales en 2009.
El
País |4 de octubre de 2013
La
sanidad esencialmente privada estadounidense tiene los mayores costes internacionales,
pero también indicadores a la zaga en el mundo desarrollado; 48 millones de
personas carecen de seguro, la burocracia es exuberante y el fraude masivo. Las
aseguradoras privadas (HMO) cargan altas primas y copagos, excluyen
enfermedades crónicas y seleccionan riegos para reducir costes y aumentar
ganancias. No hay un seguro nacional sanitario, como en la Unión Europea,
Canadá y la mayoría de Iberoamérica, donde el Estado es el asegurador o juega
un rol crucial en la provisión, regulación y supervisión del sistema privado.
En Chile, pionero en la privatización sanitaria, solo un 16% de la población
está cubierta por ese sector y el resto por el sistema público. En 1966,
enfrentando un boicot de los médicos, el presidente Johnson creó el seguro de sanidad
para retirados (Medicare), obligatorio y con financiación federal, pero con
atención por instalaciones privadas y seguro suplementario en HMO. Hoy es el
segundo programa público más popular en el país.
La
Ley de Atención Sanitaria Asequible (ASA o Obamacare) aprobada por el Congreso
en 2010, que comenzó a operar el 1 de octubre, enfrenta los severos problemas
descritos. No cambia el sistema privado pero hace obligatoria la cobertura,
garantiza prestaciones mínimas, provee subsidios a los necesitados y multa a
los infractores, lo cual es tildado de “socialización de la medicina” por los
extremistas republicanos del Tea Party. Estos solo cuentan con unos 40 miembros
en el Congreso pero han cerrado el Gobierno federal, al vincular la aprobación
del presupuesto a su demanda de recortes de fondos o demoras en Obamacare. Unos
800.000 funcionarios quedaron parados mientras que un millón pueden trabajar
sin salario, y están cerrados desde el Parque Nacional del Gran Cañón hasta la
Estatua de la Libertad (¿signo ominoso?). Un grupito irresponsable antepone sus
obsesiones ideológicas al bienestar del país; al no poder derrotar a Obama en
las elecciones de 2012, ahora intentan cobrársela cerrando el Gobierno. La
ironía es que la ley no ha sido bloqueada porque tiene financiamiento
obligatorio.
Bajo
Obamacare, las aseguradoras deberán garantizar 10 prestaciones esenciales a
todos: atención preventiva, ambulatoria, emergencia, hospitalaria, maternidad y
neonatal, pediátrica, mental, dental y ocular, de enfermedades crónicas,
rehabilitadora y de laboratorio y fármacos. El Gobierno federal abonará
subsidios para cubrir a los pobres y personas de bajo e incluso mediano ingreso
(con una escala decreciente); se predice que siete millones recibirán el
subsidio. Las HMO no podrán negar cobertura por enfermedades preexistentes pero
podrán cargar extra a los fumadores. La prima promedio sin subsidio se estima
en menos del 1% del salario.
La
cobertura es obligatoria para lograr la universalidad y un pool muy amplio de
asegurados que equilibre riesgos; aquellos que ya están cubiertos por HMO,
planes de empresa o Medicare pueden conservar sus planes y no tienen que
inscribirse. El registro ya se abrió y habrá que inscribirse a final de año
para tener cobertura en 2014. Los que rehúsen registrarse pagarán una multa del
1% del salario o 70 euros anuales, pero creciente. Para aumentar la competencia
y reducir la prima, funciona un mercado de planes de seguro gestionado por el
Gobierno federal en el que los habitantes comparan prestaciones y primas, y
seleccionan el plan privado que más les guste (por Internet, correo, teléfono o
en persona). Los empresarios con menos de 50 trabajadores también podrán
comparar opciones y escoger un plan; los empresarios grandes sin un plan
adecuado para sus empleados serán multados. Hay fondos federales para entrenar
a “navegadores” que ayuden de forma gratuita a consumidores y empresas a
estudiar los planes y hacer decisiones.
No
todo es Jauja: aún se están promulgando regulaciones y guías federales, no se
comenzó la educación al público con suficiente antelación y existe confusión,
el programa para pequeños empresarios fue pospuesto para noviembre, y las
multas a los empleadores grandes que no cubran a sus empleados hasta 2015.
Estos son dificultades lógicas en un programa grande que comienza, pero las
bondades capitales de la ley son indudables y el mercado de planes se ha
iniciado con vigor inesperado: seis millones de visitas en dos días, que han
atascado Internet.
El
jefe de la mayoría republicana en la Cámara, John Boehner, inicialmente fue
conciliador pero, arrastrado por el vociferante Tea Party, se unió a su
esfuerzo para abolir un impuesto de 2,3% o posponer un año el registro en
Obamacare. La ofensiva conservadora alcanzó su cénit con el maratón oratorio
del senador Ted Cruz de Texas, que habló 21 horas sin parar a fin de atrasar el
debate y criticar la Obamacare, así como a sus colegas moderados acusándoles de
que aceptar la ley era igual que apaciguar a los nazis. Su meta era ganar
puntos con los extremistas en Texas y para su posible nominación presidencial
en 2016, sin importarle un bledo el daño al país; pero al final su pataleta
—según el New York Times— lo convirtió en “el hombre más impopular en
Washington”.
Boehner
ha perdido estatura, ha sido incapaz de enfrentarse a Cruz y está siendo
perjudicado por el impasse.
El
Tea Party aduce que representa al pueblo norteamericano, pero las cifras
prueban que no hay tal mandato. Según encuestas recientes, el 44% se opone a la
ley (debido a la escasa información ciudadana y la masiva y aviesa propaganda
conservadora), pero el 71% está en contra de cerrar el Gobierno para bloquear a
Obamacare. La elección presidencial de 2012 fue ganada por cinco millones de
votos demócratas (con esta ley como una conquista clave de Obama), y la
“victoria” republicana en la Cámara fue manipulada con su previo rearreglo de
distritos electorales y los demócratas ganaron por 1,4 millones el voto
popular.
Los
republicanos más racionales y moderados, como el senador John McCain, saben que
los kamikazes perderán la batalla y que el cierre gubernamental les perjudicará
como ocurrió en 1995-96, cuando ayudó a la reelección de Clinton, porque la
población los culpará de ello, dañando así sus posibilidades en 2014 de
mantener la mayoría en la Cámara y ganarla en el Senado. Varios ya han
declarado públicamente que el cierre del Gobierno es una locura irresponsable y
se están pasando al otro bando. Harry Reid, jefe de la mayoría demócrata en el
Senado, ratifica que su bloque se opondrá a un recorte o demora en la ley, y
Obama advierte de que vetará cualquier presupuesto que se le someta con dichas
cortapisas.
El
miércoles Obama se reunió con los cuatro dirigentes del Congreso pero no se
llegó a un acuerdo. Paliativos que se barajan son: pasar una “resolución
continua” para mantener el Gobierno funcionando o un presupuesto por un periodo
corto (stop gap), o financiar sectores como la investigación sanitaria y los
parques, pero estos son parches que no resuelven el problema. Peor aún, el 17
de octubre es posible que, por primera vez en la historia, la Cámara se niegue
a alzar el tope a la deuda federal (porque los republicanos demanden
concesiones sobre regulación ambiental y bancaria, recortes presupuestarios,
etcétera), desatando la insolvencia federal para pagar sus obligaciones, una
vuelta a la recesión y la agravación de la crisis económica mundial. Los
economistas predicen una caída en el valor de los bonos del Tesoro, un disparo
en los intereses, una pérdida de 15.000 millones de euros en un decenio, y el
derrumbe en los mercados de valores en el mundo. En fin, la catástrofe a fin de
derrotar a esta ley y a Obama.
A
la larga saldremos de esta crisis, aunque pagando un coste; Obamacare mejorará
la sanidad norteamericana y llegará a ser tan popular como Medicare. Pero la
división profunda en el Congreso y en la nación es un grave reto al progreso
democrático y económico de EEUU.
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