Voces
del silencio/Mario Vargas Llosa
El
País |20 de octubre de 2013
Aunque
no soy un usuario entusiasta de Internet, reconozco que su aparición ha hecho
crecer de una manera notable la libertad de expresión en el mundo e infligido
un golpe casi mortal a los sistemas de censura que los gobiernos autoritarios
establecen para controlar la información e impedir las críticas. Me ha
convencido de ello Emily Parker, antigua periodista de The Wall Street Journal
y The New York Times, que en un libro de próxima publicación en los Estados
Unidos pasa revista a la revolución que han significado la web y las redes
sociales en China, Cuba y Rusia en el campo de la información.
Su
libro se titula Now I Know Who My Comrades Are (Ahora sé quiénes son mis
camaradas), se subtitula Voices from the Internet Underground (Voces del
Internet clandestino) y, aunque es un reportaje documentado y riguroso, se lee
con la excitación de una novela de aventuras. Emily Parker habla mandarín y
español, ha conocido y entrevistado a la mayor parte de los blogueros más
influyentes y populares en aquellos tres países y se mueve con total
desenvoltura en el mundo de catacumbas en el que aquellos suelen operar, desde
el cual han establecido las relaciones digitales que los conectan con el mundo
y desde el que han devuelto la esperanza de progreso y de cambio democrático a
decenas de miles de sus compatriotas que, antaño, vivían paralizados por la
apatía, el miedo y el pesimismo. Hace tiempo que no leía un libro tan
entretenido y a la vez tan estimulante para la cultura de la libertad.
No
se crea que Emily Parker idealiza excesivamente a los personajes que pueblan su
libro, presentándolos a todos como esforzados paladines del progreso y
desinteresados idealistas, dispuestos a ir a la cárcel y hasta perder la vida
en su lucha contra la opresión. Nada de eso. Junto a admirables luchadores
guiados por convicciones y valores principistas, hay también oportunistas y
casquivanos, así como aventureros y escurridizos de inapresable filiación y,
acaso, hasta infiltrados y espías del gobierno. Pero todos ellos, queriéndolo o
no, haciendo lo que hacen, han logrado que retrocedan y a veces se volatilicen
los frenos y controles que permitían a las dictaduras manipular la información
y conseguido que en la gris monotonía de esas sociedades embridadas de pronto
las verdades oficiales pudieran ser cuestionadas, desmentidas, reemplazadas por
verdades genuinas, y que el silencio se llenara de voces disidentes y un aire
renovador, juvenil, esperanzado, y empezara a movilizar a sectores sociales que
hasta entonces parecían petrificados por el conformismo.
Si
el testimonio de Emily Parker es exacto, y yo creo que lo es, de los tres
países sobre los que escribe, donde la revolución digital ha producido mayores
cambios y donde estos parecen haber alcanzado una dinámica difícil de atajar es
en China, en tanto que en el que los cambios son menores y más susceptibles de
ser víctimas de una regresión es Cuba. Rusia parece dar manotazos en un mar de
incertidumbre en el que cualquier cosa puede ocurrir: un discurrir violento
hacia más libertad o un retroceso no menos traumático y veloz hacia el
autoritarismo tradicional.
Una
de las conclusiones más alentadoras de este ensayo es que la revolución
tecnológica que hizo posible Internet no sólo es un arma poderosa para combatir
a las dictaduras; también, para dar un derecho a la palabra a los ciudadanos
comunes y corrientes en las sociedades abiertas de modo que el derecho de
crítica deje de ser una prerrogativa de ciertas instituciones y órganos de
expresión, y puede extenderse y subdividirse sin límites, exponiendo a la
vigilancia y la crítica del conjunto de la sociedad a los propios medios de
comunicación. De esto puede resultar, desde luego, una cierta anarquía
informativa, pero, asimismo, un sistema en el que la libertad de expresión esté
permanentemente sometida a prueba y a perfeccionamiento y discusión.
Los
blogueros, talentos y genios de las redes sociales suelen ser tan extravagantes
y pintorescos como los artistas —con sus manías, estilos y ambiciones— y uno de
los grandes méritos de Emily Parker es retratarlos en su libro no sólo
prendidos a sus ordenadores y enviando sus mensajes a través del éter a la
miríada de invisibles seguidores y amigos con que mantienen contactos digitales,
sino en la intimidad familiar, en los cafés o antros donde se refugian, en el
seno de sus familias, en los mítines políticos que promueven o en los
escondites donde suelen desaparecer cuando son perseguidos. Eso hace que este
libro esté lleno de color y de vida plural, donde la política, la cultura, los
problemas sociales y económicos no aparecen nunca como realidades abstractas y
desencarnadas, sino humanizados en individuos de carne y hueso, con sus
grandezas y miserias y en unos contextos que permiten medir mejor los logros
que han obtenido así como sus fracasos.
Algunos
de estos personajes se quedan en la memoria del lector con la vivacidad y el
dinamismo de los protagonistas de una novela de Joseph Conrad o André Malraux.
Por ejemplo los chinos Michael Anti (Zhao Jing) y He Caitou, los cubanos
Laritza Diversent, Reinaldo Escobar y Yoani Sánchez, y el ruso Alexéi Navalni
aparecen en estas páginas con unos perfiles tan dramáticos y notables que
parecen provenir más de la ficción que de la pobre realidad. Navalni, sobre
todo, cuya historia ha dado ahora la vuelta al mundo gracias a su última
peripecia que lo llevó a la cárcel y lo sacó de ella para ser candidato a la
alcaldía de Moscú, en unas elecciones en las que obtuvo tres veces más votos
que los que predecían las encuestas (y probablemente muchos más que los que
dijeron los resultados oficiales).
Es
un milagro que Alexéi Navalni esté todavía vivo, en un país donde los
periodistas muy críticos del régimen que preside el nuevo zar, Vladimir Putin,
suelen morir envenenados o asesinados por hampones como la valiente Anna
Politkovskaya. Sobre todo porque Navalni comenzó su carrera de bloguero
denunciando con pruebas inequívocas las corruptelas y tráficos delictuosos de
las grandes empresas (privadas o públicas) y exhortando a sus usuarios o
accionistas a emprender acciones legales contra ellas en defensa de sus
derechos. No sólo sigue vivo, después de haber calificado a Rusia Unida, el
partido de gobierno, de El Partido de los Estafadores y Ladrones, sino se ha
convertido en una verdadera fuerza política en Rusia: ha convocado
manifestaciones de oposición con asistencia de decenas de miles de personas y
es una figura internacional, que habla varios idiomas, domina gran variedad de
temas e impresiona por su simpatía y su carisma. En las páginas de este libro
descuella sobre los otros disidentes por su apostura, su elegancia, pero
también porque es imposible precisar en su caso dónde comienzan y dónde
terminan sus ambiciones, sus convicciones y sus principios. No hay duda que es
excepcionalmente inteligente y valiente. ¿Pero es también un demócrata
genuinamente guiado por un afán de libertad o un populista ambicioso que detrás
de todos los riesgos que corre esconde sólo un apetito de poder y de riqueza?
Leyendo
este libro es difícil no sentir una gran tristeza por ver los estragos que el
totalitarismo ha causado en China, Cuba y Rusia. Todos los progresos sociales
que el comunismo pudo haber traído a sus pueblos no compensan ni remotamente el
atraso cívico, cultural y político en que los ha sumido, y los obstáculos que
ha sembrado para que puedan aprovechar sus recursos y alcanzar el progreso y la
modernidad en un ámbito de coexistencia democrática, legalidad y libertad. Es
clarísimo que ese viejo modelo está muerto y enterrado, pero, aún así, librarse
de él definitivamente les significará tiempo y sacrificios. El libro de Emily
Parker muestra el invalorable servicio que ha venido a prestar en esta tarea
Internet, la gran transformación de las comunicaciones de nuestro tiempo.
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