La
carta de Juan Gelman “a la nieta o nieto”… que tardó 23 años en conocer
ALEJANDRO
CABALLERO
14
DE ENERO DE 2014
MÉXICO,
D.F. (Proceso).- El 8 de mayo de 1995, en su edición 966, Proceso publicó una
entrevista con el poeta Juan Gelman. En la misma, se intercaló una carta que
escribió a su nieta o nieto, cuyo destino en ese entonces desconocía. Su nuera
Claudia, con siete meses de embarazo fue secuestrada junto con su hijo Marcelo,
en los años de la guerra sucia en Argentina. Gelman encontró a su nieta cuando
tenía 23 años de edad en Montevideo, Uruguay. A continuación reproducimos el
desgarrador texto del escritor, reconocido en 2007 con el Premio Cervantes, y
quien hoy, a los 83 años de edad, falleció.
*****
“Dentro
de seis meses cumplirás 19 años. Habrás nacido algún día de octubre de 1976 en
un campo de concentración del ejército, el Pozo de Quilmes casi seguramente.
Poco antes o poco después de tu nacimiento, el mismo mes y año, asesinaron a tu
padre de un tiro en la nuca disparado a menos de medio metro de distancia. El
estaba inerme y lo asesinó un comando militar, tal vez el mismo que lo
secuestró con tu madre el 24 de agosto en Buenos Aires y los llevó al campo de
concentración “Automotores Orletti” que funcionaba en pleno Floresta y los
militares habían bautizado “El Jardín”.
“Tu
padre se llamaba Marcelo. Tu madre, Claudia. Los dos tenían 20 años y vos,
siete meses en el vientre materno cuando eso ocurrió. A ella la trasladaron –ya
vos en ella– al Pozo cuando estuvo a punto de parir. Allí debe haber dado a luz
solita, bajo la mirada de algún médico cómplice de la dictadura militar. Te
sacaron entonces de su lado y fuiste a parar –así era casi siempre– a manos de
una pareja estéril de marido militar o policía, o juez o periodista amigo de
policía o militar. Había entonces una lista de espera siniestra para cada campo
de concentración: los anotados esperaban quedarse con el hijo robado a las
prisioneras que parían y con alguna excepción, eran asesinadas inmediatamente
después. Han pasado 13 años desde que los militares dejaron el gobierno y nada
se sabe de tu madre. En cambio, en un tambor de grasa de 200 litros que los
militares rellenaron con cemento y arena y arrojaron al río San Fernando, se
encontraron los restos de tu padre 13 años después. Está enterrado en La
Tablada. Al menos hay con él esa certeza.
“Me
resulta muy extraño hablarte de mis hijos como tus padres que no fueron. No sé
si sos varón o mujer. Sé que naciste. Me lo aseguró el padre Fiorello Cavalli,
de la Secretaría de Estado de El Vaticano, en febrero de 1978. Desde entonces
me pregunto cuál ha sido tu destino. Me asaltan ideas contrarias. Por un lado,
siempre me repugnó la posibilidad de que llamaras “papá” a un militar o policía
ladrón de vos, o a un amigo de los asesinos de tus padres. Por otro lado,
siempre quise que, cualquiera que hubiese sido el hogar al que fuiste a parar,
te criaran y educaran bien y te quisieran mucho. Sin embargo, nunca dejé de
pensar que, aun así, algún agujero o falla tenía que haber en el amor que te
tuvieran, no tanto porque tus padres de hoy no son biológicos –como se dice–
sino por el hecho de que alguna conciencia tendrán ellos de tu historia y de
cómo se apoderaron de tu historia y la falsificaron. Imagino que te han mentido
mucho.
“También
pensé todos estos años en qué hacer si te encontraba: si arrancarte del hogar
que tenías o hablar con tus padres adoptivos para establecer un acuerdo que me
permitiera verte y acompañarte, siempre sobre la base de que supieras vos quién
eras y de dónde venías. El dilema se reiteraba cada vez –y fueron varias– que
asomaba la posibilidad de que las Abuelas de Plaza de Mayo te hubieran
encontrado. Se reiteraba de manera diferente, según tu edad en cada momento. Me
preocupaba que fueras demasiado chico o chica –por no ser suficientemente chico
o chica– para entender lo que había pasado, lo que habías pasado. Para entender
por qué no eran tus padres los que creías tus padres y a lo mejor querías como
a padres. Me preocupaba que padecieras así una doble herida, una suerte de
hachazo en el tejido de tu subjetividad en formación.
“Pero
ahora sos grande. Podés enterarte de quién sos y decidir después qué hacer con
lo que fuiste. Ahí están las Abuelas y su banco de datos sanguíneos que
permiten determinar con precisión científica el origen de hijos de
desaparecidos. Tu origen. Ahora tenés casi la edad de tus padres cuando los
mataron y pronto serás mayor que ellos. Ellos se quedaron en los 20 años para
siempre. Soñaban mucho con vos y con un mundo más habitable para vos. Me
gustaría hablarte de ellos y que me hables de vos. Para reconocer en vos a mi
hijo y para que reconozcas en mí lo que de tu padre tengo: los dos somos
huérfanos de él. Para reparar de algún modo ese corte brutal o silencio que en
la carne de la familia perpetró la dictadura militar. Para darte tu historia,
no para apartarte de lo que no te quieras apartar. Ya sos grande, dije.
“Los
sueños de Marcelo y Claudia no se han cumplido todavía. Menos vos, que naciste
y estás quién sabe dónde ni con quién. Tal vez tengas los ojos verdegrises de
mi hijo o los ojos color castaño de su mujer, que poseían un brillo muy
especial y tierno y pícaro. Quién sabe cómo serás si sos varón. Quién sabe cómo
serás si sos mujer. A lo mejor podés salir de ese misterio para entrar en otro:
el del encuentro con un abuelo que te espera”.
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