«Ratzinger se quitó el solideo y quiso una simple silla»
Entrevista al cardenal lajolo: «Sodano “luchó” para que se le asignara un sitio digno, pero Benedicto XVI ya se había puesto de acuerdo con Francisco para sentarse en un rincón»
DOMENICO AGASSO JR
CIUDAD DEL VATICANO
Giovanni Lajolo, piamontés de Novara (1935), fue presidente del Gobernatorado de la Ciudad del Vaticano de 2006 a 2011. Lajolo fue nombrado por Benedicto XVI y en 2007 lo creó cardenal. Vatican Insider lo entrevistó.
-Eminencia, ¿qué sintió cuando vio entre ustedes al Papa emérito Benedicto XVI?
-Fue un momento de conmoción, no solo de emoción. Incluso porque quiso sentarse en una simple silla al lado de los cardenales, y no hubo forma de hacerlo cambiar de opinión. El decano, Angelo Sodano, me dijo que había “luchado” para que se le asignara un sitio digno, como era lógico. Pero perdió esta “batalla”: Benedicto XVI ya se había puesto de acuerdo con Papa Francisco para sentarse simplemente en un rincón. Y, efectivamente, estuvo en un rincón, en primera fila, pero en un rincón».
-¿Cómo fue la reacción general cuando lo vieron?
-Todos los cardenales se dirigieron inmediatamente hacia donde estaba, para poder saludarlo, y fue muy divertido ver cómo se empujaban los unos a los otros, como chicos, para llegar a Benedicto XVI. Fue una nueva llamarada de amor para el Pontífice emérito.
- Cuando Bergoglio fue a saludarlo, Ratzinger se quitó el solideo blanco: ¿qué significa este gesto?
-Es una muestra de respeto y humildad. Solideo quiere decir “ante el único Dios”, por lo que se quita solo ante Dios o su representante. Esta también fue una escena conmovedora.
-¿Cómo se encontraba Ratzinger?
-Con salud, con un rostro reposado, sereno y, como siempre, amigable, abierto: a todos les preguntaba: “¿cómo estás?”, siempre con mansedumbre y sencillez.
¿Qué significado tiene esta creación cardenalicia de Francisco?
-Fue un Consistorio de carácter particularmente universal. Alimentó aún más la presencia de representantes de todas las diferentes Iglesias del mundo en la Iglesia diocesana de Roma (todos los cardenales son miembros de la Iglesia de Roma). Y me gusta subrayar la particularidad de algunos nombramientos: empezando por el de Gualterio Bassetti, arzobispo de Perugia: él, como otros, es una persona fuera del “surco” eclesiástico, es decir que no tiene un papel que prevé una promoción cardenalicia. Yo mismo, por ejemplo, tenía posibilidades, porque estaba “en el surco”: el encargo de presidente del Gobernatorado implica no un derecho sino una “expectativa” de convertirse en cardenal. En cambio, con Bassetti, Francisco eligió a un pastor, simple, fiel, humilde, desinteresado, que no tiene ambiciones de carrera. Y lo mismo con el obispo de Les Cayes (Haití), Chibly Langlois: el Pontífice fue a “pescarlo” entre los “últimos de la tierra”. Todo esto es muy hermoso, porque enriquece aún más los carismas del Colegio cardenalicio. Y también está el nombramiento de Loris Capovilla. Estoy contento de que se haya verificado a la luz de la canonización de Juan XXIII: Capovilla fue un secretario precioso porque sabía lidiar incluso con algunas espontaneidades de Papa Juan. Y también fue muy significativa la presencia de un neo-cardenal en silla de ruedas, Jean-Pierre Kutwa, de Costa de Marfil: el Papa bajó a la nave para entregarle los signos cardenalicios; fue un reconocimiento de la dignidad de y en la enfermedad.
-¿Cómo definiría este primer año de Papa Bergoglio?
Francisco, para mí, es el “párroco del mundo”. Se acerca a las personas con su predicación y con sus interrogatorios que provocan la respuesta de la gente. Me acuerdo de Juan Pablo II, que una vez, durante un almuerzo (nos recibía a menudo en su mesa), dijo: “El verdadero Papa es el párroco”, porque es de él de quien los fieles reciben directamente la doctrina. Y así, Papa Francisco, que no necesita subir a la cátedra para que lo escuchen, porque logra estar tan “en medio” de los hombres, debe ser considerado “el párroco de todos”.
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