¿Puede
Ucrania ser salvada?/Yevhen Bystrytsky, director ejecutivo de la International Renaissance Foundation (Kiev).
La
Vanguardia |22 de febrero de 2014
El
humo negro y acre flota en el aire y hace escocer los ojos en gran parte del
centro de Kíev, donde la represión estatal hundía la esperanza de resolver la
crisis política de Ucrania. Con una tregua entre el Gobierno y la oposición
hecha añicos sólo horas después de entrar en vigor, y con decenas de personas
muertas en los últimos días, cualquier esperanza de poner fin a los desórdenes
civiles del país parecía estar desapareciendo rápidamente.
Sí,
ayer se llegó a un acuerdo provisional tras la mediación de los ministros de
Exteriores de la Unión Europea, con la promesa de elecciones anticipadas. Pero
este tipo de acuerdos se han propuesto antes y no es probable que tengan una
amplia aceptación a menos que incluyan la salida inmediata del presidente
Víktor Yanukóvich. De hecho, el Gobierno de Yanukóvich parece dispuesto a utilizar
todas las medidas para mantenerse en el poder. En el fondo, se trata de una
lucha entre una Ucrania occidental orientada hacia Europa y su parte rusa
oriental. ¿Se moverá Ucrania hacia la UE en vez de unirse a la Unión
Euroasiática, dominado por Rusia?
A
pesar de la creciente violencia, Ucrania no está al borde de la guerra civil
–al menos no todavía–. Pero no nos engañemos, el riesgo de fractura del país –y
de su ejército– es muy real, como lo atestigua la decisión de Yanukóvich de
destituir a Volodimir Zamana, el jefe de las fuerzas armadas. El conflicto
tiene que ser detenido ahora. Para lograrlo, Ucrania necesita un gobierno de
transición de expertos y una nueva Constitución que devuelva el país al sistema
que prevaleció hasta hace una década, con el poder dividido entre el Parlamento
y el presidente. Por otra parte, una elección presidencial debería tener lugar
en tres meses, con un nuevo Parlamento elegido poco después.
Pero
Yanukóvich ha demostrado que no quiere una solución negociada. Hasta el
reciente aumento de la violencia, parecía que el diálogo podría reducir las
tensiones. Se pactó una amnistía para los manifestantes detenidos y los
manifestantes acordaron retirarse de los edificios del Gobierno. Pero cuando
estos cumplieron su promesa y evacuaron los edificios ocupados, Yanukóvich
recurrió a la fuerza para poner fin a las protestas por completo.
De
hecho, la policía comenzó a disparar contra la multitud de manifestantes. Según
informaciones, han matado al menos a 70 y han herido a cientos más. Los
hospitales están desbordados y muchas personas están evitando las clínicas
estatales porque tienen miedo de ser detenidas, o algo peor. El activista Yuri
Verbitski, un físico matemático, fue secuestrado por cinco hombres a finales de
enero en un hospital de Kíev, adonde había ido a buscar tratamiento tras ser
herido por una granada de gases en una manifestación. Fue hallado torturado al
día siguiente en un bosque fuera de la ciudad .
Cualquier
perspectiva de resolución de la crisis depende en última instancia de la
recuperación de la confianza de los ciudadanos en su policía y fuerzas de
seguridad, que ahora son vistos por muchos como una fuerza de ocupación. Para
restablecer la confianza del ciudadano no puede haber impunidad para los que
dispararon balas o dieron la orden de fuego. El uso excesivo de la fuerza y la
dependencia del Gobierno de los matones semicriminales (conocidos como
titushki) para atacar a los manifestantes deben ser investigados a fondo.
Pero
aun cuando la violencia hace que tal investigación más urgente, el fiscal y los
tribunales de Ucrania se niegan a actuar. Por eso es crucial que una misión
internacional de alto nivel –que comprenda los líderes de la sociedad civil, el
Consejo de Europa y la Unión Europea– ponga en marcha una investigación
exhaustiva y presione al Gobierno de Ucrania para que coopere. Las sanciones
deben ser levantadas sólo cuando se permita una investigación creíble sobre los
últimos tres meses de violencia y un gobierno tecnocrático esté en su lugar (y
en ese momento la UE y sus estados miembros deberían ofrecer asistencia
económica concreta). El primer ministro Mikola Azárov renunció el mes pasado,
aparentemente para dar paso a una solución de este tipo. Pero Yanukóvich se ha
negado hasta ayer a dar el siguiente paso o a comprometerse a reformas
constitucionales, lo que explica en gran medida la creciente frustración de los
manifestantes.
Hay
una percepción en Occidente de que todas las fuerzas políticas de Ucrania son
débiles, están divididas y son corruptas. Y existe una creciente preocupación,
a menudo alimentada por los medios de comunicación sensacionalistas, por que
las fuerzas de extrema derecha estén ganando la partida en el campo de la oposición.
Aunque sí existen tales fuerzas, la gran mayoría de los manifestantes en las
Maidanes de todo el país son personas corrientes furiosas por el abuso de
poder, la violencia del Estado, la impunidad oficial y la corrupción.
Para
las élites que han tomado el control de Ucrania, la verdadera amenaza es la
perseverancia de estos manifestantes, no las provocaciones de un grupo marginal
radical. Mientras que me niego a creer que la marcha de Ucrania hacia una
guerra civil sea imparable, también sé que nuestros ciudadanos no serán
silenciados de nuevo.
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