Usted
se metió con la Wallace...”/MATHIEU TOURLIERE
Revista Proceso
# 1962, 7 de junio de 2014
Como
todos los días, a las 5:30 de la mañana del viernes 20 de mayo de 2011, Luis
Miguel Ipiña Doña salió de su casa en Ecatepec, Estado de México, y caminó
hasta la jaula donde guarda su taxi. Aún no introducía la llave en la cerradura
cuando lo rodearon cuatro hombres armados.
“¡Alto!”,
le gritaron. “¡Levanta las manos y tírate al piso!” Asustado, Doña gritó para
alertar a los vecinos. Mientras los hombres lo sometían supo de qué se trataba:
“Esto es por el caso Wallace”.
Toda
la unidad habitacional estaba rodeada por la policía. Efectivos de la Agencia
Federal de Investigación lo llevaron a las instalaciones de la Procuraduría
General de la República (PGR), donde le pusieron enfrente unos papeles para que
los firmara. “Puro trámite”, le dijeron.
Les
echó un vistazo. No lo podía creer: era una declaración ministerial donde
afirmaba que ese día unos agentes tocaron a su puerta y le informaron que
tenían una orden de cateo en su contra. Cuando los dejó entrar, asentaba el documento,
vieron el arma: un AR-15 de uso exclusivo del Ejército. Según el documento,
Ipiña Doña afirmó que era suya, pues él se dedicaba a vender armas
proporcionadas por la organización separatista Patria Vasca y Libertad (ETA).
“Oye,
¿eso qué?”, les preguntó a los agentes de la PGR. “Son puras mentiras. No voy a
firmar eso”. Por primera vez veía un AR-15, y eso, en la fotografía que le
enseñaron.
“La
declaración era absurda”, se indigna Ipiña Doña en entrevista con Proceso.
“¡ETA vendiendo armas en México! ¡Imagínate! En lugar de usarlas me las dan en
México para venderlas. Además no tengo nada que ver con ETA desde hace 30
años”, sostiene. “¡Y esta declaración me la dan a firmar en la PGR!”
Desde
su llegada a las oficinas de la procuraduría, a las 7 de la mañana
aproximadamente, exigía que lo dejaran llamar a su abogado. No le concedieron
ese derecho sino hasta el día siguiente.
Dos
supuestos “vecinos”, cuyos nombres fueron omitidos durante las audiencias,
presentaron su testimonio. Pese a que los agentes encargados de la
investigación se contradijeron en las descripciones que hicieron de estos
testigos, se inició un proceso judicial que llevaría a Ipiña Doña a la cárcel
de Chiconautla, Estado de México, durante un año, cinco meses y diez días.
A
los tres días de su encarcelamiento supo que su blog había desaparecido de
internet. En aquella página electrónica denunciaba los absurdos del juicio por
el supuesto secuestro y asesinato de Hugo Alberto Wallace, hijo de Isabel
Miranda, quien en 2012 sería candidata del PAN al Gobierno de la Ciudad de
México.
Vida
en México
Como
varios de sus compañeros de ETA, Ipiña Doña –quien se dedicaba a la pesca en su
natal San Sebastián, País Vasco– huyó a México. Él lo hizo el 28 de septiembre
de 1980. Aquí tuvo diversos trabajos: empleado en tiendas, madererías, bares,
vidrierías y como taxista. Se casó en 1985 y adquirió la nacionalidad mexicana
dos años más tarde.
En
2003 fueron encarcelados seis de sus compañeros etarras –cinco hombres y una
mujer–. Había una orden de extradición en su contra proveniente de Madrid. El
gobierno español argumentó que todos formaban parte de la dirección financiera
del movimiento.
Cada
semana de los tres años que sus compañeros estuvieron presos en espera de su
extradición, Doña le llevaba comida a la mujer, primero en el reclusorio de
Tepepan y luego en Santa Martha Acatitla.
En
las largas colas de visitantes siempre platicaba con los familiares de las
prisioneras. Un día la mamá de una de ellas le presentó a su hija, una
drogadicta condenada a siete años por asaltar a un taxista.
Meses
antes Ipiña Doña había encontrado casualmente un libro: Cómo escribir un blog.
Decidió redactar uno “para explicar la lucha del pueblo vasco”. Cuando escuchó
la historia de esa drogadicta le nació el deseo de narrarla.
“Se
me hizo interesante sacar a las calles las voces de las presas”, recuerda. Así
nació en 2008 el blog Cárcel de mujeres. Cada semana visitaba los reclusorios
femeniles en busca de historias para contar.
En
2008 vio en televisión a Isabel Miranda de Wallace, de cuyo caso se enteró en
2005, cuando la empresa Showcase Publicidad inundó con anuncios espectaculares
la Ciudad de México. En ellos aparecían los retratos de Jacobo Tagle, Brenda
Quevedo Cruz, Juana Hilda González, César Freyre y de los hermanos Alberto y
Tony Castillo Cruz, presuntos secuestradores del hijo de Miranda de Wallace.
Debajo de los rostros, un mensaje exhortaba: “Se busca a los asesinos. Si los
has visto denúncialos”.
En
el programa de televisión, la señora Wallace informó que Juana Hilda González,
una de las imputadas por el asesinato de su hijo, estaba embarazada en la
cárcel. El dato sorprendió al vasco, quien aprovechó su visita a Santa Martha
el sábado siguiente por pedir a una amiga que le consiguiera una entrevista con
Juana Hilda.
“Va.
Pero, ¿qué le quieres preguntar? Luego los periodistas no escriben lo que
escuchan”, le contestó la amiga.
Labor
periodística
La
prisionera le concedió la entrevista, que publicó al día siguiente en su blog
con el título “Habla Juana Hilda”.
Acompañó
el relato con el siguiente comentario: “Desde que me informan que está
dispuesta a darme la entrevista y tras enterarme bien cómo está el caso, o más
bien, enterarme cómo lo han presentado los medios de comunicación y la propia
señora Miranda, tengo mis dudas en cuanto a lo que me pueda decir Juana Hilda,
pues… ¿qué puede alegar o informarme si ya se ha declarado culpable?
“Sin
embargo, tengo cierto interés por saber qué me puede decir ante tan contundentes
pruebas en su contra. Ahora, después de la entrevista, no sólo creo que puede
haber alguna posibilidad de que sea inocente sino que creo firmemente que lo
es, cuando menos si las cosas sucedieron como las cuenta y creo que no tiene
por qué cambiarlas.”
Juana
Hilda le juró que el 12 de julio de 2005 llegaron a su casa policías, personas
vestidas de civil y una señora. Le preguntaron si ella conocía o era novia de
Hugo Alberto Wallace. Dijo que no, que su novio era César Freyre, que se
equivocaban y que la esperaba su amiga abajo para ir a comer. Según su relato,
viajó ese mismo día a Estados Unidos para una gira de grabaciones de videos
–era bailarina– y regresó 16 días después.
“Cuando
Juana Hilda baja por la comida se encuentra con policías. Si has matado a
alguien y aparecen tipos ahí, ¡sales volando y no vuelves en tu vida! Yo me
escapé y tengo 35 años fuera de casa. Ella supuestamente se escapa a Estados
Unidos tras haber matado al hijo de la señora… ¡y regresa! ¿Cómo vas a volver a
tu departamento si mataste a alguien?”, dice Ipiña Doña a Proceso.
Juana
Hilda aseveró que el 11 de enero de 2006 la policía la detuvo en la entrada de
su casa y la llevó a las oficinas de la Subprocuraduría de Investigación
Especializada en Delincuencia Organizada. La retuvieron ahí hasta el 14 de
enero, cuando la trasladaron a una casa de arraigo en la colonia Doctores.
Según
su relato, el 8 de febrero siguiente, tras largas sesiones de tortura –a una de
las cuales, aseguró, asistió la señora Wallace–, le hicieron firmar sin
asesoría legal una declaración en la que se reconocía culpable del secuestro y
asesinato de Hugo Alberto Wallace, lo que había negado en dos declaraciones
previas. En dicha declaración “relató” cómo ella y cinco personas más lo
mataron.
Juana
Hilda le especificó a Ipiña Doña el contenido de esa declaración. Según este
documento, la joven confesó haber ido al cine con Hugo Alberto y haberlo
llevado más tarde a su departamento. Al entrar, un grupo de hombres se fueron
encima de él y lo mataron. Después llevaron su cuerpo al baño y ahí lo
descuartizaron.
“Es
un departamento chiquito. No es posible que descuarticen a uno a la una de la
madrugada con una sierra eléctrica. Nadie oyó nada. Entraron a revisar y
encontraron una gota de sangre. Después del análisis se dieron cuenta que era
de mujer. No hay una sola prueba que demuestre que lo mataron”, se indigna
Ipiña Doña.
Durante
tres años el vasco difundió en su blog las “incoherencias del caso”. Desde su
punto de vista el juicio estaba plagado de “una serie de barbaridades
tremendas”. “Todo era mentira”, añade. Precisa que las versiones se
contradecían. Por ejemplo, afirma que Miranda de Wallace cita en el libro El
caso Wallace a un niño que “habría visto a dos personas bajar las escaleras
(del edificio de Juana Hilda) sosteniendo un hombre lleno de sangre”. El vasco
pregunta cómo pudo ser eso, si supuestamente el cuerpo estaba descuartizado y
lo sacaron en bolsas.
En
su blog relata las sesiones de tortura que cada uno de los acusados dice haber
sufrido, también descritas por Proceso en su número 1842 (19 de febrero de
2012).
Brenda
Quevedo Cruz, otra de las acusadas en el caso Wallace, le aseguró que unas
personas ajenas a la cárcel amenazaron con pincharla con una jeringa llena de
un líquido rojo para que firmara una declaración. “Es sangre infectada de VIH”,
afirma que le dijeron. Refiere que también la torturaron con bolsas de plástico
en la cabeza para asfixiarla casi hasta la muerte.
Felipe
Calderón le dio a Miranda Wallace el Premio Nacional de Derechos Humanos en
2010 y rindió homenaje a “la prueba indiscutible del enorme poder que tiene la
ciudadanía”. En esa ocasión, ella declaró que si no hubiera tenido el respaldo
del Estado, al encontrarse a los criminales “hubiera tenido que hacer justicia
por mi propia mano, alejándome de quien soy, convirtiéndome en un verdugo”.
Ipiña
Doña afirma que al llevar a cabo sus investigaciones recibió un correo que le
aconsejaba tener cuidado, ya que la señora Wallace “gozaba de mucho poder” en
la administración panista. “Todos sabíamos que era amiga de Felipe Calderón, de
su secretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna, y de la procuradora
Marisela Morales”, recuerda.
Durante
el juicio contra Luis Miguel Ipiña no se mencionó el caso Wallace, pero él
sostiene que su encarcelamiento se debió a la difusión en su blog de las
“incoherencias” del mismo. “Me metieron en la cárcel por un problema político.
Preguntaron a la embajada de España si podrían extraditarme, pero todos los
delitos en mi contra habían prescrito. Con el caso Wallace no me podían atacar
legalmente. Pero no tengo duda: iban por el blog”, afirma.
Cuando
la página desapareció, dos periodistas –un canadiense y una francesa– lograron
salvar información que les sirvió de base para alimentar otro blog en internet,
Cárcel de mujeres 2. Denunciaban en éste el juicio de Ipiña Doña y el caso
Wallace.
Tras
las rejas
Al
entrar en la cárcel el vasco empezó una huelga de sed y hambre, que sostuvo dos
y cuatro días, respectivamente, bajo la mirada incrédula de los otros reos.
“Además me presentaron como escritor y periodista”, dice y ríe.
Como
lo detuvieron por ser supuesto miembro de la ETA, su caso se consideró
“político”. Debido a ello recibió solidaridad y apoyo económico de sus
excompañeros etarras. Refiere que su estancia en el área de “procesados” del
reclusorio fue bastante tranquila. “Con dinero te la llevas”, afirma. Mediante
el pago de 2 mil pesos a su llegada obtuvo un espacio propio para dormir y se
salvó de la “talacha”: pasar todo el día de rodillas limpiando el piso y el
baño, así como llevar agua a la celda de 4 por 5 metros en la cual se apiñan
entre 45 y 60 personas.
Asegura
que nunca lo trataron mal. Hasta hizo amigos, como un custodio que le decía con
afecto “terrorista”. “Aquí por poner bombas, ¡50 años!”, le repetía.
Durante
su estancia en Chiconautla, cuenta, un agente del Ministerio Público le
confesó: “Usted se metió con la Wallace y eso ya es otra cosa. Desde luego la
señora está echando gritos”.
Mientras
estaba en la cárcel su abogado le proporcionaba noticias acerca del desarrollo
de su proceso. Sólo lo acusaban de poseer un arma, afirma. El delito de tráfico
desapareció. “Nunca me vinieron a preguntar a quién vendía armas porque sabían
que todo era mentira”, comenta. Su delito, de orden federal, implicaba una
sanción de entre 6 y 12 años de prisión.
Salió
de la cárcel el 30 de octubre de 2012, después de que el juez rechazó una
apelación que interpuso el Ministerio Público. Al salir, sus amigos periodistas
le propusieron transferirle la operación de Cárcel de mujeres 2. Se los
agradeció pero prefirió volver a empezar desde cero. Abrió su nuevo blog
carcelesdemujeres.wordpress.com, que sigue alimentando.
De
regreso a su casa encontró un caos. Todas sus cosas estaban apiladas encima de
su cama. Se habían llevado su reloj, un aparato para medir la presión arterial,
un diccionario enciclopédico de 12 tomos al cual le tenía mucho cariño, mil 800
pesos e incluso el libro El caso Wallace.
Pero
más grave: le faltaban su computadora, sus anotaciones, expedientes y sus
discos en los cuales tenía borradores de varios libros. “¡Me destruyeron todo
el trabajo! Durante la inquisición quemaban libros; ahora te desaparecen tus
escritos. ¡Es un terrible atentado a la libertad de expresión!”.
Durante
su estancia en Chiconautla, lo que quería era hablar para exponer la verdad. Su
experiencia lo acabó de convencer de la inocencia de Brenda, Jacobo, Juana
Hilda, César y los hermanos Castillo.
No
duda que Miranda de Wallace se encuentra detrás de su detención, lo que revela
que tenía mucho poder. “Ojalá ya no lo tenga porque ha cambiado el gobierno,
¿no?”, confía.
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