Los presidentes de Israel, Shimon
Peres, y de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, han mantenido este domingo 8 de junio día del Pentecostés un encuentro sin precedentes en el Vaticano y junto al papa
Francisco para rezar por la paz.
El
Papa los recibió frente al edificio en el que se encuentra
su modesta residencia elegida por Francisco tras su elección en lugar de los
fastuosos Palacios Pontificios.
Abbas y Peres llegaron juntos en un microbús.
El
encuentro, ha despertado expectativas
sobre un nuevo impulso al proceso de paz palestino-israelí.
Esta
ha sido la primera reunión pública entre Peres y Abbas en más de un año y al
encuentro ha asistido también el Patriarca de Constantinopla Bartolomé I,
máximo responsable de la Iglesia Ortodoxa.
Los
cuatro se han reunido en un lugar "neutral" de los jardines del
Vaticano, en el que no hay ningún símbolo religioso, según ha informado el
propio Vaticano. Allí han caminado los tres, con el papa entre Peres y Abbas,
por una senda hasta el lugar donde estaban preparadas las sillas. Allí
esperaban varios músicos de cámara.
"Nos
hemos reunido aquí israelíes, palestinos, judíos, cristianos y musulmanes, así
que cada uno de nosotros puede expresar su deseo de paz para Tierra Santa y
para todos los que allí viven", ha comenzado la responsable de la
ceremonia al principio del servicio religioso.
Los
presidentes israelí y palestino quieren expresar "el deseo de sus
respectivos pueblos de invocar a Dios las ansias comunes de paz", ha
añadido. Inmediatamente después, representantes de las tres religiones han
comenzado las oraciones por la paz en italiano, hebreo, árabe e inglés.
El
rezo, al que el Papa ha invitado a sumarse en un llamamiento global, supone la
primera vez en que se escuchan rezos judíos, cristianos y musulmanes en el
Vaticano.
Tras
la ceremonia los plantaron un olivo, "símbolo
duradero del mútuo deseo de paz entre los pueblos israelí y palestino", según
el Vaticano.
Discurso del Papa Francisco en el encuentro de oración por la paz
Señores
Presidentes
Los
saludo con gran alegría, y deseo ofrecerles, a ustedes y a las distinguidas
Delegaciones que les acompañan, la misma bienvenida calurosa que me han
deparado en mi reciente peregrinación a Tierra Santa.
Gracias
desde el fondo de mi corazón por haber aceptado mi invitación a venir aquí para
implorar de Dios, juntos, el don de la paz. Espero que este encuentro sea el
comienzo de un camino nuevo en busca de lo que une, para superar lo que divide.
Y
gracias a Vuestra Santidad, venerado hermano Bartolomé, por estar aquí conmigo
para recibir a estos ilustres huéspedes. Su participación es un gran don, un
valioso apoyo, y es testimonio de la senda que, como cristianos, estamos
siguiendo hacia la plena unidad.
Su
presencia, Señores Presidentes, es un gran signo de fraternidad, que hacen como
hijos de Abraham, y expresión concreta de confianza en Dios, Señor de la
historia, que hoy nos mira como hermanos uno de otro, y desea conducirnos por
sus vías.
Este
encuentro nuestro para invocar la paz en Tierra Santa, en Medio Oriente y en
todo el mundo, está acompañado por la oración de tantas personas, de diferentes
culturas, naciones, lenguas y religiones: personas que han rezado por este
encuentro y que ahora están unidos a nosotros en la misma invocación. Es un
encuentro que responde al deseo ardiente de cuantos anhelan la paz, y sueñan
con un mundo donde hombres y mujeres puedan vivir como hermanos y no como
adversarios o enemigos.
Señores
Presidentes, el mundo es un legado que hemos recibido de nuestros antepasados,
pero también un préstamo de nuestros hijos: hijos que están cansados y agotados
por los conflictos y con ganas de llegar a los albores de la paz; hijos que nos
piden derribar los muros de la enemistad y tomar el camino del diálogo y de la
paz, para que triunfen el amor y la amistad.
Muchos,
demasiados de estos hijos han caído víctimas inocentes de la guerra y de la
violencia, plantas arrancadas en plena floración. Es deber nuestro lograr que
su sacrificio no sea en vano. Que su memoria nos infunda el valor de la paz, la
fuerza de perseverar en el diálogo a toda costa, la paciencia para tejer día
tras día el entramado cada vez más robusto de una convivencia respetuosa y
pacífica, para gloria de Dios y el bien de todos.
Para
conseguir la paz, se necesita valor, mucho más que para hacer la guerra. Se
necesita valor para decir sí al encuentro y no al enfrentamiento; sí al diálogo
y no a la violencia; sí a la negociación y no a la hostilidad; sí al respeto de
los pactos y no a las provocaciones; sí a la sinceridad y no a la doblez. Para
todo esto se necesita valor, una gran fuerza de ánimo.
La
historia nos enseña que nuestras fuerzas por sí solas no son suficientes. Más de
una vez hemos estado cerca de la paz, pero el maligno, por diversos medios, ha
conseguido impedirla. Por eso estamos aquí, porque sabemos y creemos que
necesitamos la ayuda de Dios. No renunciamos a nuestras responsabilidades, pero
invocamos a Dios como un acto de suprema responsabilidad, de cara a nuestras
conciencias y de frente a nuestros pueblos. Hemos escuchado una llamada, y
debemos responder: la llamada a romper la espiral del odio y la violencia; a
doblegarla con una sola palabra: «hermano». Pero para decir esta palabra, todos
debemos levantar la mirada al cielo, y reconocernos hijos de un mismo Padre.
A
él me dirijo yo, en el Espíritu de Jesucristo, pidiendo la intercesión de la
Virgen María, hija de Tierra Santa y Madre nuestra.
Señor,
Dios de paz, escucha nuestra súplica. Hemos intentado muchas veces y durante
muchos años resolver nuestros conflictos con nuestras fuerzas, y también con
nuestras armas; tantos momentos de hostilidad y de oscuridad; tanta sangre
derramada; tantas vidas destrozadas; tantas esperanzas abatidas... Pero
nuestros esfuerzos han sido en vano.
Ahora,
Señor, ayúdanos tú. Danos tú la paz, enséñanos tú la paz, guíanos tú hacia la
paz. Abre nuestros ojos y nuestros corazones, y danos la valentía para decir:
«¡Nunca más la guerra»; «con la guerra, todo queda destruido». Infúndenos el
valor de llevar a cabo gestos concretos para construir la paz.
Señor,
Dios de Abraham y los Profetas, Dios amor que nos has creado y nos llamas a
vivir como hermanos, danos la fuerza para ser cada día artesanos de la paz;
danos la capacidad de mirar con benevolencia a todos los hermanos que
encontramos en nuestro camino.
Haznos
disponibles para escuchar el clamor de nuestros ciudadanos que nos piden
transformar nuestras armas en instrumentos de paz, nuestros temores en
confianza y nuestras tensiones en perdón. Mantén encendida en nosotros la llama
de la esperanza para tomar con paciente perseverancia opciones de diálogo y
reconciliación, para que finalmente triunfe la paz.
Y
que sean desterradas del corazón de todo hombre estas palabras: división, odio,
guerra. Señor, desarma la lengua y las manos, renueva los corazones y las
mentes, para que la palabra que nos lleva al encuentro sea siempre «hermano», y
el estilo de nuestra vida se convierta en shalom, paz, salam. Amén.
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