El
periodismo que necesitamos/Pedro Crespo de Lara, ex secretario General de la Asociación de Editores de Diarios Españoles.
El
País | 8 de noviembre de 2011
Astracanada,
esperpento o papelón, o todo ello junto fue el acuerdo, vigente durante 24
horas, por el que el actual Consejo de Administración de RTVE pasó con su
escandaloso ánimo de censura a la historia de la indignidad periodística. El
suceso invita a reflexionar sobre el papel que ha desempeñado la Prensa en
nuestra democracia y la misión que le corresponde en momentos de grave crisis
existencial, como la que padecemos. “La Prensa nos ha civilizado. La Prensa es
la que más ha contribuido a hacer conciencia popular nacional. La Prensa ha
hecho lo que no ha logrado la enseñanza pública oficial”, decía Unamuno. “Quien
quiera crear algo -y toda creación es aristocrática- tiene que ser aristócrata
en la plazuela. He aquí” puntualizaba Ortega, “por qué, dócil a esta
circunstancia, he hecho que mi obra brote en la plazuela espiritual, que es el
periódico”.
Nadie
me negará que la Prensa ha sido la gran dinamizadora del profundo cambio
político, cultural y sociológico que ha experimentado la sociedad española. La
Prensa nos ha modernizado. Nos ha introducido en las corrientes de pensamiento
actual. Ha ejercido, cual pupila vigilante, la representación natural de la
soberanía nacional, atenta a la acción de los poderes del Estado y de los
poderes fácticos, aplaudiendo aciertos, corrigiendo errores y reprobando lo
indebido.
Por
su buen hacer (no es este el momento de señalar sus fallos, que los hay), la
Prensa española ha conseguido un grado de libertad comparable al de las
democracias paradigmáticas, y destacado, por su calidad, a más de dos de sus
periódicos diarios entre los 10 más importantes del mundo.
Cuando
en 1978 presentamos al Rey la recién creada Asociación de Editores de Diarios
Españoles (AEDE), dije como portavoz: “Creemos que la Prensa debe asumir hoy
una función educadora que sirva para suplir la falta de formación ciudadana
que, en general, padece el pueblo español. Tenemos los españoles una asignatura
pendiente, que se llama ciudadanía. Entendida como la condición jurídica y
moral del ciudadano. Saber que cada derecho implica una obligación. Que cada
facultad de hacer o de exigir lleva aparejadas una responsabilidad”.
Treinta
años más tarde, entrados en la globalización, y tras un largo periodo de vino y
de rosas, nos encontramos zarandeados por unas fuerzas mal conocidas, poderosas
más que un tsunami. Se acabó la fiesta, se acabó la euforia de creerse el rey
del mambo con derecho al pelotazo y a ocupar, a base de dinero fácil, la
categoría social reservada al mérito y a la virtud. El reventón de la burbuja
del ladrillo fue el primer aviso. La crisis desencadenada en Europa yAmérica
por colosales estafas disfrazadas de productos financieros corrientes, y la
inclusión de España por sus problemas de déficit y balanza de pagos en los
despectivamente llamados países PIGS, ha sido el remate.
Los
diagnósticos empeoran cada día, expresados en términos que nadie entiende,
salvo que significan horrores económicos. Los políticos dan la impresión de
haber rebasado su nivel de incompetencia, el Gobierno, agonizante, trata de
cumplir las orientaciones de Bruselas, y los partidos, que a fuerza de
descalificarse mutuamente acaban ellos mismos descalificados, abordan las
elecciones del próximo día 20. Ojalá que sus enfrentamientos no vuelvan a
recordar el Duelo a garrotazos de Goya, ni vuelva a cruzarse en ellos “la
sombra de Caín”. Rotas o maltrechas las ataduras tradicionales, las socráticas
y las del humanismo cristiano, el mundo occidental parece haber perdido el
norte. Y nos preguntamos: ¿en qué manos está el mundo?
Así
las cosas, vuelve a aparecer en el horizonte español la necesidad de que la
Prensa asuma la misión de alumbrarnos en este trance. Ninguna otra institución
mejor preparada para ello, sin mengua del papel que les corresponde a los
centros de enseñanza, obligados, también, a la urgente tarea de reeducar a la
sociedad española para fortalecerla espiritualmente y ayudarla a salir de esta
crisis, que no es solo económica sino de ideales y de forma de vivir. ¿Sabremos
tender un ten con ten entre el mundo del tener y el mundo del ser? ¿Sabremos
volver a lo humano eterno, a sacar del “viejo macizo de la raza” las virtudes
tradicionales del trabajo y el ahorro, el esfuerzo y el buen nombre, el mérito,
la cordialidad y la nobleza, el amor a la obra bien hecha, y el gusto por las
cosas sencillas y las maravillas de la naturaleza? ¿Encontraremos un hueco en
nuestros afanes para pensar en la brevedad de la vida y la vanidad de las mil
cosas que perseguimos? ¿Oiremos los gallos de un nuevo día cantar a las buenas
personas como ideal supremo del ser?
Los
medios de comunicación disponen de la información de lo que pasa y tienen a su
alcance los saberes acumulados por las ciencias, las técnicas y las artes,
dadas las conexiones y la colaboración existente entre sus redacciones y los
depositarios de los conocimientos especializados; estas circunstancias han
convertido al periodismo en la forma moderna, ágil, espiritual y aun poética de
la filosofía, como intuía el genio español de Madariaga; son los periodistas,
especialistas en ideas generales y expertos en el manejo de estas, los
profesionales mejor preparados para explicar lo que pasa y las soluciones
convenientes a cada problema. Ítem más, disponen del maravilloso recurso de la
inmediatez y de la venia para introducirse en todos los hogares. Con su ayuda
no caminaremos a ciegas por las vías que señalan los políticos, cuya
credibilidad está en intervalo menguante.
También
les corresponde a los medios de comunicación erradicar esas excrecencias de la
televisión que han dañado gravemente al medio social, degradando la moral y las
buenas costumbres más allá de lo que una sociedad tolerante puede tolerar. Una
cosa es la libertad de pensamiento, el debate de las ideas y la diversión y
otra cosa es convertir en espectáculo la insolencia, la grosería y la zafiedad
y que tales atentados contra la urbanidad sirvan para que los sinvergüenzas se
encaramen como artistas en los medios. Y qué decir del menú avasallador de la
violencia.
La
Prensa está sufriendo, también, su propia crisis. A la caída de las ventas y de
la publicidad se añaden las dificultades de asimilar la revolución, no acabada,
de las nuevas tecnologías, y de encontrar la fórmula que asegure la
rentabilidad de la empresa. Rentabilidad, santa palabra y clave del problema de
la libertad de prensa; porque sabido es que sin libertad no hay información
fiable, y sin la rentabilidad que asegure la independencia económica del
informador no hay libertad. En ello están los poderosos grupos multimedia de
todo el mundo. Hagamos votos para que acierten con el quid.
Por
tanto, nada más inoportuno que añadir dificultades a los medios informativos,
que sirven al bien común investigando y publicando la verdad de lo que ocurre,
para lo que necesitan las alas de la libertad; entiéndase bien, libertad con
las limitaciones impuestas por las leyes generales, pero nada más. Para
proteger esa libertad -clave del arco de las libertades democráticas- está,
precisamente, el Derecho de la Información (artículo 20 de la Constitución
Española de 1978 y artículo 19 de la Declaración Universal de Derechos
Humanos), cuya esencia expresa con sencillez y claridad insuperables la primera
enmienda a la Constitución de EE UU: no se hará ninguna ley que restrinja la
libertad de expresión ni la de Prensa.
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