Los
cambios en la prensa escrita/Juan Carlos Rodríguez Ibarra, ex presidente de la Junta de Extremadura Publicado en EL
PAÍS, 31/03/10;
Se
suele pensar que la situación de los medios de comunicación, que casi siempre
se identifica con crisis, está provocada por la tecnología y, por lo tanto,
ésta es la causa principal, cuando no única, de la necesidad de cambiar. Esta
visión tecnocéntrica simplifica considerablemente la realidad; lo que realmente
está provocando esa transformación es el cambio cultural de los usuarios, de
los ciudadanos, que quieren estar informados de otra forma.
Si
la aparición de las nuevas tecnologías hubiera significado, como siempre ha
sido, hacer mejor y más rápido las mismas cosas, el problema planteado tendría
fácil explicación y, seguramente, sencilla solución. Pero en esta Revolución
Tecnológica las nuevas tecnologías nos obligan a hacer cosas diferentes, porque
el uso de las mismas ha variado los hábitos, las costumbres, la mentalidad y la
forma de querer saber de los ciudadanos. No estamos ante un ciudadano que
quiere más de lo mismo, sino ante ciudadanos que exigen otras formas distintas
de ver el mundo. Hoy no se hacen autopistas, por ejemplo, porque exista la tecnología
del coche, sino porque esa tecnología ha cambiado el concepto de la distancia y
el tiempo, por eso se hacen autopistas o Trenes de Alta Velocidad.
De
igual forma, la nueva manera de querer estar informados supone una presión
mayor sobre los medios que el propio cambio tecnológico. Mientras este desafío
se vive, casi siempre, como un drama para los medios tradicionales, podríamos
entenderlo, por el contrario, como una enorme oportunidad para crear modelos de
comunicación más democráticos y participativos, y el desarrollo de innovaciones
y nuevos proyectos a los que se puedan incorporar los nuevos profesionales que
vienen de una cultura plenamente digital.
Situémonos
en este nuevo escenario en el que, por una parte, Internet y la tecnología
digital y, por otra, los cambios sociales modifican radicalmente el negocio de
los medios de comunicación. La primera señal visible que percibimos nos muestra
a una prensa escrita sufriendo una profunda crisis de identidad. Crisis, por
cierto, que también afecta a los propios medios digitales, enfrentados a la
enorme producción de amateurs y lectores independientes. En este juego
participan numerosos y diversos factores, pero podemos identificar un resultado
final: la puesta en marcha de una reestructuración del ecosistema económico.
¿Cuál será el resultado final?
De
momento tenemos pocas experiencias, pero sí contamos con algunas evidencias e
indicadores bastante reveladores. Así, algunos sólo son capaces de ver tras la
crisis de los medios un futuro un tanto apocalíptico, tanto para las empresas y
los medios tradicionales como para nuestro sistema político democrático.
Parecería que esta transformación arrastra consigo a la objetividad y a la
investigación y pone en peligro a la mismísima Democracia. Es comprensible la tendencia
a caer en el catastrofismo si pensamos en que, día a día, los medios pierden
publicidad, lectores, valor en Bolsa y hasta la visión de su propia función
social.
Ante
este panorama, la respuesta inmediata que vemos en muchos casos, y que pasa por
la reducción de presupuestos y plantillas, sólo hace que el resultado final,
además de más barato, sea menos relevante y atractivo, en un contexto en que
cada vez es más difícil lograr la atención de un lector desbordado por la
oferta informativa. De este modo, se acaba por lograr el efecto contrario al
deseado, se acelera la crisis, aunque la reducción de costes pueda permitir un
período de agonía más prolongado. Un efecto preocupante de este proceso es la
posible, y constatable ya en nuestra sociedad, pérdida de credibilidad de los
periódicos. En esta situación es cada vez más urgente e imprescindible que los
medios tradicionales y los nuevos medios, que nacen ya siendo digitales,
desarrollen alternativas a la crisis del periodismo tradicional. Pocos dudan de
que un sistema democrático necesita canales de comunicación que permitan a la
ciudadanía informarse de las diferentes perspectivas de un problema, para poder
debatir con responsabilidad y conocimiento de causa. Pero que el futuro
necesite medios no significa, de ningún modo, que necesite los medios del siglo
XX.
Las
visiones catastrofistas que nos alertan de los peligros que nos acechan con la
crisis de los medios esconden muchas veces posturas corporativas preocupadas
por su propia subsistencia. Necesitamos medios de comunicación, pero medios que
entiendan el nuevo concepto social y tecnológico e informen y dialoguen con el
ciudadano del siglo XXI. Los medios podrían encontrar muchas claves en la
revolución que se está produciendo alrededor de lo que conocemos como la Web
2.0 y, particularmente, en el mundo de los jóvenes. Por el contrario, para
muchos responsables de medios tradicionales, los blogs y, por extensión, los
medios nativos digitales, son parásitos de los periódicos que nos conducen a un
futuro fragmentado y caótico, donde cada comunidad tendrá sus propias noticias
y verdades, sin que exista debate y discusión, perdiéndose un relato unificado
y el consenso acerca de los hechos.
Siguiendo
este hilo argumental, según ellos, desaparecería en realidad una de las bases
que permite hacer política en democracia. Esta postura que he descrito sigue el
argumento que Cass Sunstein, profesor de la Universidad de Chicago y uno de los
analistas más prestigiosos de las relaciones entre política y tecnología, exponía
en su libro Republic.com, publicado en el año 2001. Pero lo sucedido en los
últimos nueve años nos demuestra que Internet no es sólo ni principalmente un
filtro para seleccionar la información que alguien nos proporciona. Además,
ofrece la capacidad de crear un modo colaborativo extraordinario. Así, el mismo
Sunstein publicaba, sólo cinco años más tarde, en 2006, un nuevo libro:
Infotopía. Cuántas mentes producen conocimiento, donde dando un giro
copernicano se convertía en un optimista digital comprometido con la nueva
tecnología. Donde antes existía estancamiento e incomunicación, el autor
descubre el poder creativo de la colaboración. Esta debería ser la visión del
futuro desde la que los medios pueden afrontar su presente crisis, para
reinventarse y seguir siendo empresas viables y actores claves en la vida
democrática.
En
este sentido, una sociedad de usuarios activos y tecnológicamente capacitados,
y no de consumidores pasivos, reclama verdaderos medios sociales que padezcan
unas relaciones menos jerárquicas y unidireccionales. Los medios están ahora en
un periodo apasionante, lleno de incertidumbres, pero también de oportunidades
para la innovación, en el que exploran las tecnologías y canales más útiles
para que los usuarios consuman y creen información. Los medios que asumen este
nuevo escenario se introducen en un proceso de adaptación que tiene mucho de
experimental. Sólo mediante la prueba y error continuos, se acabará definiendo
la combinación de tecnología, diseño y modelo de relación con los usuarios que
los haga viables. En esta fase es imprescindible no dejarse llevar por las
urgencias; muchos de los experimentos que ponen en marcha los medios acaban
descartándose cuando no proporcionan, por sí mismos, una rentabilidad rápida.
Es ésta una estrategia equivocada. En el nuevo periodismo, la Red y la
integración de la tecnología son requisitos imprescindibles, no son opciones.
Nadie va a venir a decir cómo se hace algo que no se ha hecho nunca, hay que
experimentar, fracasar cuando sea necesario y volver a intentarlo.
¿Cuál
será el resultado final? Quizás aún es demasiado pronto y lo más interesante
está por venir. Sin embargo, se empieza ya a vislumbrar cómo, en este proceso
de cambio, los medios están transformándose radicalmente para convertirse en
plataformas de contenidos digitales que se hacen sociales, dado que integran a
sus usuarios en todo el proceso informativo. En definitiva, se está co-creando
con el lector.
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