El
Santo Padre: Nuestro Dios es el Dios de las sorpresas
En
el Regina Coeli agradece las oraciones por el encuentro con los presidentes de
Israel y Palestina
Ciudad
del Vaticano, 08 de junio de 2014 (Zenit.org) Redacción
El
papa Francisco rezó hoy la oración del Regina Coeli desde la ventana de su estudio
en el Vaticano. Desde allí se dirigió a los varios miles de fieles que le
escuchaban en la Plaza de San Pedro.
Les
recordó que esta tarde en el Vaticano los presidentes de Israel y Palestina se
unirán a él y al patriarca ecuménico de Constantinopla para invocar de Dios el
don de la paz en Tierra Santa, en Medio Oriente y en el todo mundo.
“Deseo
agradecer --dijo el Papa-- a todos los que, personalmente y en comunidad, han
rezado y rezan por este encuentro y se unirán espiritualmente a nuestra súplica.
Antes
de la oración del Regina Coeli el papa dijo:
“Queridos
hermanos y hermanas, la fiesta de Pentecostés recuerda la efusión del Espíritu
Santo sobre los apóstoles reunidos en el cenáculo. Como en la Pascua, es un
evento que sucedió durante la preexistente fiesta judía, y que conlleva un
cumplimiento sorprendente”.
El
libro de los Actos de los Apóstoles describe los signos y los frutos de esta
extraordinaria efusión: el viento fuerte y las llamas de fuego; el miedo
desaparece y deja lugar al coraje; las lenguas se desatan y todos entienden el
anuncio. Donde llega el Espíritu de Dios, todo renace y se transfigura. El
evento de Pentecostés indica el nacimiento de la Iglesia y su manifestación
pública. Y nos impresionan dos aspectos: es una Iglesia que sorprende y
desapunta.
Un
elemento fundamental de Pentecostés es la sorpresa. Nuestro Dios es el Dios de
las sorpresas, lo sabemos. Nadie se esperaba másnada de los discípulos: después
de la muerte de Jesús eran un grupito insignificante, derrotados y huérfanos de
su Maestro. En cambio se verifica un evento inesperado que suscita maravilla:
la gente se queda turbada porque cada uno oía a los discípulos hablar en el
propio idioma, contando las grandes obras de Dios.
La
Iglesia que nace en Pentecostés es una comunidad que despierta estupor, porque
con la fuerza que le viene de Dios, anuncia un mensaje nuevo --la resurrección
de Cristo-- con un lenguaje nuevo: el universal del amor. (...)
Los
discípulos son revestidos de la potencia del alto y hablan con coraje, pero
pocos minutos antes eran cobardes, en cambio ahora hablan con coraje y
franqueza, con la libertad del Espíritu Santo.
Así
siempre la Iglesia está llamada a ser: capaz de sorprender anunciando a todos
que Jesucristo ha vencido la muerte, que los brazos de Dios están siempre
abiertos, que su paciencia está siempre allí esperándonos para curarnos y
perdonarnos.
Justamente
para realizar esta misión Jesús resucitado ha donado su Espíritu a la Iglesia.
(...) Alguien en Jerusalén habría preferido que los discípulos de Jesús,
bloqueados por el miedo se hubieran quedado cerrados en su casa para no crear
desapunte. También hoy tantos quieren esto de los cristianos.
En
cambio, el Señor resucitado los empuja hacia el mundo: “Como el Padre me ha
enviado, también yo les envío a ustedes”. La Iglesia de Pentecostés es una
Iglesia que no se resigna a ser inocua, demasiado destilada, como un elemento
decorativo.
Es
una Iglesia que no tiene dudas en salir hacia fuera, hacia la gente, para
anunciar el mensaje que le ha sido confiado, mismo si ese mensaje molesta e
inquieta las conciencias, nos trae problemas y también nos lleva al martirio.
Ella
nace una y universal, con una idea precisa pero abierta, una Iglesia que abraza
al mundo pero no lo captura, como la columnata de esta plaza: dos brazos que se
abren para acoger, pero no se cierran para retener. Los cristianos somos libres
y la Iglesia nos quiere libres.
Nos
dirigimos a la Virgen María, que en esa mañana de Pentecostés estaba en el
Cenáculo, la Madre estaba con los hijos junto a los discípulos. En ella la
fuerza del Espíritu Santo cumplió realmente “grandes cosas”.
Ella
la Madre del Redentor y Madre de la Iglesia, nos obtenga con su intercesión una
renovada efusión del Espíritu de Dios en la Iglesia y en el mundo”.
Regina
Coeli...
En
los saludos finales, además de agradecer las oraciones por el encuentro por la
paz en el Vaticano con los presidentes de Israel y Palestina, saludó a diversos
grupos presentes, como los estudiantes de la diócesis española de Valencia.
Y
concluyó deseando a todos “una buona domenica”, pidió “recen por mi; “buon
pranzo y arrivederci”.
Benedicto XIV estableció, en 1742, que durante el tiempo Pascual (desde la Resurrección del Señor hasta el día de Pentecostés, o sea hoy) se sustituyera el rezo del Ángelus por la antífona "Regina Coeli".
G: Reina del cielo, alégrate, aleluya.
T: Porque el Señor, a quien has llevado en tu vientre, aleluya.
G: Ha resucitado según su palabra, aleluya.
T: Ruega al Señor por nosotros, aleluya.
G: Goza y alégrate Virgen María, aleluya.
T: Porque en verdad ha resucitado el Señor, aleluya.
Oremos:
Oh Dios, que por la resurrección de Tu Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, has llenado el mundo de alegría, concédenos, por intercesión de su Madre, la Virgen María, llegar a los gozos eternos. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amen.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amen. (tres veces)
Benedicto XIV estableció, en 1742, que durante el tiempo Pascual (desde la Resurrección del Señor hasta el día de Pentecostés, o sea hoy) se sustituyera el rezo del Ángelus por la antífona "Regina Coeli".
G: Reina del cielo, alégrate, aleluya.
T: Porque el Señor, a quien has llevado en tu vientre, aleluya.
G: Ha resucitado según su palabra, aleluya.
T: Ruega al Señor por nosotros, aleluya.
G: Goza y alégrate Virgen María, aleluya.
T: Porque en verdad ha resucitado el Señor, aleluya.
Oremos:
Oh Dios, que por la resurrección de Tu Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, has llenado el mundo de alegría, concédenos, por intercesión de su Madre, la Virgen María, llegar a los gozos eternos. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amen.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amen. (tres veces)
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