21 nov 2014

Mi madre, doña Cayetana/Carlos Fitz-James Stuart y Martínez de Irujo

Mi madre/Carlos Fitz-James Stuart y Martínez de Irujo, Duque de Huéscar y heredero del Ducado de Alba de Tormes.
Publicado en ABC, 21 de noviembre de 2014

Difícil resulta hilvanar unas líneas a las pocas horas de morir mi madre. Qué decir de mi madre, una mujer irrepetible, atemporal, distinta y, en algunas facetas, poco conocida. Pero, en nombre de mis hermanos, de mis hijos y de mí mismo, he creído oportuno trazar una breve semblanza de la duquesa de Alba de Tormes, mi madre, desde mi condición de hijo.

He dicho ya que mi madre es irrepetible, y es cierto. Yo no he visto jamás aunar en una misma persona tanta pasión y, a la vez, tanta capacidad de raciocinio. Dicho esto, quiero destacar algunos aspectos del proceder de mi madre que han constituido el guión por el que discurrió su fecunda vida.
Sin duda, el primero de ellos ha sido su amor a España, que para ella era indisoluble de su pasión por la Institución Monárquica. Ahijada de SS.MM. los Reyes Don Alfonso XIII y Doña Victoria Eugenia, dedicó a su madrina todo su amor hasta su fallecimiento en Lausana en 1969. En este menester, como en tantos otros, contó con la inestimable ayuda de mi padre, Luis Martínez de Irujo y Artázcoz, paradigma de caballero español, que ejerció las funciones de jefe de la Casa de Doña Victoria Eugenia. La lealtad y el profundo afecto de mi madre por el Rey Don Juan Carlos I han sido públicos y notorios, lo mismo que por el actual Rey, Don Felipe VI.
El segundo, su amor y dedicación a la Casa de Alba, que ha reconstruido y engrandecido de su peculio personal sin solicitar ayuda alguna, a costa incluso de ciertas renuncias, tanto de ella como de todos los miembros de la familia. La culminación de la reconstrucción del Palacio de Liria iniciada por mi abuelo el duque Jacobo fue el primer gran hito de su ingente labor restauradora. En ese esfuerzo, que calificaría de titánico, contó también con el decidido apoyo de mi padre, que dedicó a la casa sus esfuerzos y vida, truncada prematuramente en 1972. Esta pasión por la cultura, traducida en poderosos logros en el terreno arquitectónico, pictórico e histórico, no se restringió a conservar su legado. Su característica de verdadera mecenas la adquirió, sobre todo, al haber protegido a muchísimos artistas, en especial músicos y pintores, algunos de los cuales son hoy destacados académicos y artistas de renombre. Mi hermano Jacobo ha continuado esta afición por la cultura transformándola en la profesión de su vida. Esta labor en pro de las bellas artes fue reconocida con la reciente concesión de la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio, la Medalla de Oro de las Bellas Artes y la Medalla de Oro de Madrid.
Pero no solo se interesó por las Bellas Artes propiamente dichas. Amó intensamente el cine y, sobre todo, el arte popular, singularmente el cante y baile flamenco, profundamente vivido y sentido, afición que ha heredado mi hermano Alfonso, excelente guitarrista.
Mi madre fue una mujer caritativa. De caridad callada, de manera que su mano izquierda nunca supo lo que daba con la derecha. Pero, como algunas de estas labores son de conocimiento público, mencionaré que fue presidenta de Cruz Roja de Madrid, y se volcó con los huérfanos de los Salesianos, orden religiosa a la que ha estado siempre especialmente vinculada. Por cierto, esa labor le valió la Gran Cruz de Beneficencia. Era también presidenta de la Asociación de Esclerosis Múltiple. Además, siempre ha respondido de su puño y letra a las personas necesitadas que se han dirigido a ella, y también, siempre que estuvo en su mano, ayudó a quien lo necesitó. En este amor por los más vulnerables, por las minorías como la gitana, se fraguaban sus sólidas creencias religiosas sumamente prácticas, alejadas de todo beaterio, pero muy firmes porque mi madre contemplaba a Dios en la dedicación y entrega a los más débiles, tal como Él nos enseñó.
Su carácter cosmopolita, su dominio de idiomas y su actitud equidistante de intereses políticos y económicos le permitieron relacionarse de manera independiente con importantes personajes a lo largo de diferentes periodos del siglo XX, desde el actual Emperador del Japón cuando era Príncipe Heredero a primeras damas de los Estados Unidos, más que nada para hablarles de España con ese amor sin condiciones que se acrecentaba en los momentos menos fáciles. Aunque, a decir verdad, siempre gozó mucho más de la compañía de los artistas y los humanistas con los que trabó sólidas amistades. Dotada de gran carácter, firmeza y capacidad de decisión. Mi querido hermano Fernando ha heredado ese don de gentes y esa innata elegancia con las personas.
Otra característica de mi madre ha sido su dedicación a los animales. Antes de que surgiesen los actuales movimientos proteccionistas, que tan importante labor realizan, ella ya adoptaba perros abandonados incluso en los Pirineos. Ese amor por los animales lo compatibilizó perfectamente con su afición a los toros porque supo distinguir el arte del maltrato y la estética de la violencia chabacana. El toro, decía, se cría para morir con dignidad al servicio del arte y no para ser carne de matadero. Tenía muy presentes las Tauromaquias de Goya y Picasso. Esta sensibilidad por los animales es característica de mi hermana Eugenia.
Notoria ha sido su pasión por el deporte, en especial el esquí y la hípica. Excelente amazona, no pudo por sus seis embarazos desarrollarse plenamente en este sentido, pera esa afición la transmitió a algunos de mis hermanos, singularmente a mi hermano Cayetano, destacado jinete en el plano hípico internacional.
Y Sevilla. Sí, Sevilla, su última morada, su refugio, donde transcurrieron los momentos más significativos de su vida. Andalucía en general y Sevilla en particular, sus gentes de toda condición, sus colores, sus olores, sus tiempos, le han dado a mi madre durante toda su vida esas íntimas y pequeñas satisfacciones cotidianas que sostienen ese misterioso y sugestivo acontecimiento que llamamos vida. Y en esta hospitalaria ciudad ha vivido, junto con su dedicado y cariñoso marido Alfonso Díez, sus últimos años, cumpliéndose así su voluntad de entregar su alma a la Divina Misericordia en su casa del Palacio de las Dueñas. Con esa generosidad proverbial del pueblo andaluz, la Junta la honró haciéndola hija predilecta de Andalucía y el Ayuntamiento de Sevilla le concedió la Medalla de Oro de la ciudad.
Quiero dar las gracias en su nombre a todos. A la familia, a los muchos amigos, colaboradores y medios de comunicación. Y muy especialmente, también, a la gran cantidad de personas anónimas que se han interesado por ella en estos días.
Por último, y solo en mi condición de hijo, diré que, sin ser una madre tradicional –se adelantó mucho a su tiempo–, estuvo pendiente de nuestras vidas sin entrometerse en ellas, dándonos mucha libertad, pero también exigiendo actitudes responsables. Muchas veces, generalmente por sorpresa, notamos su aliento y ayuda, pero sin empalagos ni remilgos. Nos educó para ser personas independientes y dotadas de un espíritu libre. Merced a ello, ha logrado que entre todos los hermanos exista hoy una buena sintonía porque cada cual afronta su vida según su mejor criterio. Gracias por todo, mamá. Carlos

http://es.wikipedia.org/wiki/Ducado_de_Alba_de_Tormes

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