“Como es inevitable, los problemas de la Argentina de Mauricio Macri serán graves, intrincados, de solución difícil. Tendrá que buscar aliados, negociar, actuar con la mayor firmeza frente a cualquier asomo de corrupción, mantener criterios de consenso, de reconstrucción de la democracia…“
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Del
populismo a la democracia/Jorge Edwards, escritor.
ABC
| 29 de noviembre de 2015…
Alguien,
en una conversación de sobremesa, asegura el domingo en la noche, durante una
reunión de escritores en la ciudad de Guayaquil, que en Argentina perdió la
izquierda y ganó la derecha. Esto supone, me digo, y me quedo rumiando la idea,
que el peronismo es la izquierda y que todo lo que se opone a él es la
antiizquierda, la derecha, o lo que ustedes quieran. Es una noción muy útil
para el propio peronismo, desde luego, con gran fuerza de propaganda, y me
alegro de que la mayoría de los electores argentinos no la hayan tomado en
serio. A lo largo de décadas, hemos conocido peronistas de centro, de derecha y
extrema derecha, de izquierda y extrema izquierda. El discurso del coronel
Perón de los primeros tiempos era de un anticomunismo completo, cerrado,
cercano en algunos aspectos al fascismo. Era evidente que Perón había aprendido
mucho de Benito Mussolini en sus tiempos de joven agregado militar de Argentina
en Italia. En sus primeros años de exilio, ya en la posguerra, el coronel
escogió la República Dominicana de Rafael Leónidas Trujillo y la España de
Francisco Franco para refugiarse. ¿De qué izquierdismo me hablan ustedes?
Enseguida,
si uno enfoca las cosas desde el punto de vista de la economía, descubre que el
populismo es un enorme sistema de premios y castigos, de corrupción y de exclusión.
Cuando Fidel Castro en compañía de Jean-Paul Sartre participaba en una
manifestación popular de sus comienzos, en la legendaria Plaza de la
Revolución, le dijo a Sartre que él le daba al pueblo todo lo que le pedía.
Sartre le preguntó entonces: ¿Y si le piden la luna? Les doy la luna, contestó
Fidel de inmediato. El autor de «El ser y la nada» quedó encandilado con esta
respuesta absurda, y muchos de sus seguidores aplaudieron a rabiar. Lenin
habría definido ese diálogo como manifestación de la enfermedad infantil del
comunismo, pero los tiempos de Lenin habían pasado para siempre, y uno se
podría preguntar hoy si esa enfermedad infantil que denunciaba en el año veinte
y tantos y los populismos recientes no están estrechamente emparentados.
El
populismo tiende a prometer en forma excesiva, sin analizar en forma seria la
posibilidad de cumplir lo que promete. La enfermedad de la promesa se daba en
la periferia europea rusa, en los años 20, y se ha desarrollado como una peste
en la otra periferia, la del continente nuestro. Los argentinos, que fueron un
país de lectura, de cultura, de libros, de gente que pensaba, nos llegaron a
decepcionar. Llegamos a pensar que no tenían remedio. No hay que olvidar que el
peronismo de los orígenes, en sus reflejos más primarios, aplicó formas
inéditas de censura, de control, de menosprecio en los terrenos de la cultura y
de la libertad de expresión. Trasladar a Jorge Luis Borges de una biblioteca a
un gallinero municipal fue un acto de un simbolismo aplastante, y no fue en
absoluto un acto aislado.
Yo
creo que la elección de ahora demuestra que Argentina, como país de cultura, de
democracia, de altos niveles de educación, ha despertado después de un período
de somnolencia que fue demasiado largo. Durante su campaña, Mauricio Macri
declaró con la mayor claridad que se propone gobernar con todos, sin fomentar
las divisiones y las exclusiones, sin revanchismo de ninguna especie. Era una
declaración que Daniel Scioli no podía suscribir y que daba, por eso mismo, en
el blanco exacto. El país, que todos hemos admirado en diversas etapas, tiene
espaldas anchas, posibilidades no bien exploradas. Y ya se puede observar, por
ejemplo, que la elección argentina tiene efectos saludables en Brasil, en
Venezuela, en Chile, en todo el continente. Lo que ocurre es que no ha ganado
la derecha frente a la izquierda, como dicen los comentaristas rápidos y poco
reflexivos. Ha ganado la democracia, en una expresión amplia, abierta, de
consenso, frente a un populismo de fondo autoritario, de total demagogia en el
manejo de la economía, de una ambigüedad ideológica que es la marca indeleble
de sus orígenes.
Como
es inevitable, los problemas de la Argentina de Mauricio Macri serán graves,
intrincados, de solución difícil. Tendrá que buscar aliados, negociar, actuar
con la mayor firmeza frente a cualquier asomo de corrupción, mantener criterios
de consenso, de reconstrucción de la democracia. Ya se demostró, en todo caso,
que el peronismo, es decir, el populismo en versión argentina, que había
conseguido crear el mito de su propia invencibilidad, puede ser derrotado. Y
eso significa que el país tiene todas las condiciones necesarias para funcionar
como una democracia moderna, sin lados oscuros y sin apariciones intempestivas
del Ogro Filantrópico, para citar uno de los grandes ensayos políticos de
Octavio Paz. No es poco. Veremos en el sur del mundo una energía nueva,
original, contagiosa, en marcha. Y donde disminuye y tiende a desaparecer, para
citar a otro poeta, a Vicente Huidobro, la influencia de los que él llamaba
«esclavos de la consigna».
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