Diálogo
de conversos/ Mario Vargas LLosa
El
País | 29 de noviembre de 2015..
Esta
semana dos cosas espléndidas ocurrieron en América Latina. La primera es, desde
luego, el triunfo de Mauricio Macri en Argentina, una severa derrota para el
populismo de los esposos Kirchner que abre una promesa de modernización,
prosperidad y fortalecimiento de la democracia en el continente; es, también,
un duro revés para el llamado “socialismo del siglo XXI” y el Gobierno de
Venezuela, a quien el nuevo mandatario elegido por el pueblo argentino ha
criticado sin complejos por su violación sistemática de los derechos humanos y
sus atropellos a la libertad de expresión. Ojalá que esta victoria de una
alternativa genuinamente democrática y liberal a la demagogia populista
inaugure en América Latina una etapa donde no vuelvan a conquistar el poder
mediante elecciones caudillos tan nefastos para sus países como el ecuatoriano
Correa, el boliviano Morales o el nicaragüense Ortega, quienes deben estar en
estos momentos profundamente afectados por la derrota de un Gobierno aliado y
cómplice de sus desafueros.
La
otra excelente noticia es la aparición en Chile de un libro, Diálogo de
conversos (Editorial Sudamericana), escrito por Roberto Ampuero y Mauricio
Rojas, que es, también, en el plano intelectual, un jaque mate a las utopías
estatistas, colectivistas y autoritarias del presidente Maduro de Venezuela y
compañía y de quienes creen todavía que la justicia social puede llegar a
América Latina a través del terrorismo y las guerras revolucionarias.
Roberto
Ampuero y Mauricio Rojas creyeron en esta utopía en su juventud y militaron, el
primero en la Juventud Comunista, y el segundo en el MIR, desde cuyas filas
contribuyeron a crear el clima de crepitación social y caos económico y
político que fue el Gobierno de Salvador Allende y la Unidad Popular. Al
ocurrir el golpe militar de Pinochet e iniciarse una era de represión, torturas
y terror en Chile ambos debieron huir. Se refugiaron en Europa, Roberto Ampuero
en Alemania Oriental, desde donde iría luego a Cuba, y Mauricio Rojas en
Suecia. En el exilio siguieron militando en la izquierda más radical contra la
dictadura, pero la distancia, el contacto con otras realidades políticas e
ideológicas, y, en el caso de Ampuero, conocer y padecer en carne propia el
“socialismo real” (de pobreza, burocratización, censura y asfixia política),
los llevó a ambos a aquella “conversión” a la democracia primero y al
liberalismo después. Sobre esto dialogan largamente en este libro que, aunque
es un ensayo político y de filosofía social, se lee con el interés y la
curiosidad con que se leen las buenas novelas.
Ambos
hablan con extraordinaria franqueza y fundamentan todo lo que dicen y creen con
experiencias personales, lo que da a su diálogo una autenticidad y realismo de
cosa vivida, de reflexiones y convicciones que muerden carne en la historia
real y que están por lo mismo a años luz de ese ideologismo tan frecuente en
los ensayos políticos, sobre todo de la izquierda aunque también de la derecha,
que se mueve en un plano abstracto, de confusa y ampulosa retórica, y que
parece totalmente divorciado del aquí y del ahora.
La
“conversión” de Ampuero y Rojas no significa haberse pasado con armas y bagajes
al enemigo de antaño: ninguno de los dos se ha vuelto conservador ni
reaccionario. Todo lo contrario. Ambos son muy conscientes del egoísmo, la
incultura y lo relativo de las proclamas a favor de la democracia de una cierta
derecha que en el pasado apoyó a las dictaduras militares más corruptas,
confundía el liberalismo con el mercantilismo y sólo entendía la libertad como
el derecho a enriquecerse valiéndose de cualquier medio. Y ambos, también,
aunque son muy categóricos en su condena del estatismo y el colectivismo, que
empobrecen a los pueblos y cercenan la libertad, reconocen la generosidad y los
ideales de justicia que animan muchas veces a esos jóvenes equivocados que
creen, como el Che Guevara o Mao, que el verdadero poder sólo se alcanza
empuñando un fusil.
Sería
bueno que algunos liberales recalcitrantes, que ven en el mercado libre la
panacea milagrosa que resuelve todos los problemas, lean en este Diálogo de
conversos los argumentos con que Mauricio Rojas, que aprovechó tan bien la
experiencia sueca —donde llegó a ser por unos años diputado por el Partido
Liberal—, defiende la necesidad de que una sociedad democrática garantice la
igualdad de oportunidades para todos mediante la educación y la fiscalidad de
modo que el conjunto de la ciudadanía tenga la oportunidad de poder realizar
sus ideales y desaparezcan esos privilegios que en el subdesarrollo (y a veces
en los países avanzados) establecen una desigualdad de origen que anula o
dificulta extraordinariamente que alguien nacido en sectores desfavorecidos
pueda competir de veras y alcanzar éxito en el campo económico y social. Para
Mauricio, que defiende ideas muy sutiles para lo que llama “moralizar el
mercado”, el liberalismo es más la “doctrina de los medios que de los fines”,
pues, como creía Albert Camus, no son estos últimos los que justifican los
medios sino al revés: los medios indignos y criminales corrompen y envilecen
siempre los fines.
Roberto
Ampuero cuenta, en una de las más emotivas páginas de este libro, lo que
significó para él, luego de vivir en la cuarentena intelectual de Cuba y
Alemania Oriental, llegar a los países libres del Occidente y darse un
verdadero atracón de libros censurados y prohibidos. Mauricio Rojas lo
corrobora refiriendo cómo fue, en las aulas y bibliotecas de la Universidad de
Lund, donde experimentó la transformación ideológica que lo hizo pasar de Marx
a Adam Smith y Karl Popper.
Ambos
se refieren extensamente a la situación de Chile, a ese curioso fenómeno que ha
llevado, al país que ha progresado más en América Latina haciendo retroceder a
la pobreza y con el surgimiento de una nueva y robusta clase media gracias a
políticas democráticas y liberales, a un cuestionamiento intenso de ese modelo
económico y político. Y ambos concluyen, con razón, que el desarrollo económico
y material acerca a un país a la justicia y a una vida más libre pero no a la
felicidad, y que incluso puede alejarlo más de ella si el egoísmo y la codicia
se convierten en el norte exclusivo y excluyente de la vida. La solución no
está en retroceder a los viejos esquemas y entelequias que han empobrecido y
violentado a los países latinoamericanos sino en reformar y perfeccionar sin
tregua la cultura de la libertad, enriqueciendo las conquistas materiales con
una intensa vida cultural y espiritual, que humanice cada vez más las
relaciones entre las personas, estimule la solidaridad y la voluntad de
servicio entre los jóvenes, y amplíe sin tregua esa tolerancia para la
diversidad que permita cada vez más a los ciudadanos elegir su propio destino,
practicar sus costumbres y creencias, sin otra limitación que la de no infligir
daño a los demás.
Hace
tiempo que no aparecía en nuestra lengua un ensayo político tan oportuno y
estimulante. Ojalá Diálogo de conversos tenga los muchos lectores que se
merece.
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