18 nov 2015

La tentación del déspota

La tentación del déspota/ Ana Palacio
El País |18 de noviembre de 2015
El presidente de EE UU Franklin D. Roosevelt, al ser preguntado por el dictador nicaragüense Anastasio Somoza, supuestamente contestó: “Puede que sea un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”. Apócrifa o no, esta salida presidencial compendia, en buena medida, la política exterior de EE UU durante la Guerra Fría y resume la visión compartida en Occidente respecto de una parte relevante del mundo durante esa época.
Hoy, desde la sacudida de nuestras conciencias provocada por los atentados de París, es preciso denunciar una tendencia, más alarmante si cabe, por la que algunos dirigentes occidentales parecen inclinarse no ya por (y ante) “nuestro hijo de puta”, sino por (y ante) cualquier hijo de puta capaz de imponer estabilidad a cualquier precio. Un planteamiento tan seductor como falaz y la experiencia deberían llevar a nuestros líderes precisamente en sentido opuesto. Después de todo, el clientelismo ostensiblemente pragmático de la Guerra Fría se tradujo en demasiadas ocasiones —el Sha de Irán, Lon Nol en Camboya, Augusto Pinochet en Chile, o Mobutu Sese Seko en la República Democrática del Congo…— en inseguridad y desorden en el medio y largo plazo.

Pero estos son tiempos desesperados. Incapaz de frenar la violencia, el sufrimiento y el caos que tienen sepultados a Oriente Próximo y parte del Norte de África, y cuyas consecuencias vivimos hoy a flor de piel en Europa, Occidente corre el peligro de volver a caer en la trampa de la Guerra Fría, y limitarse a buscar a alguien —y ahora virtualmente a cualquiera— que ponga orden.
Frente a la anarquía es comprensible que la estabilidad resulte atractiva, sin importar de dónde brote. Esta claudicación se hace especialmente visible en Siria: tras años de proclamar que su presidente Bachar el Asad era el problema, un buen número de políticos y estrategas europeos, desde Angela Merkel a David Cameron o John Kerry, insinúan que en realidad podría ser parte de la solución. El presidente del Gobierno de España, Mariano Rajoy, ha llegado incluso más lejos al decir que el mundo deberá “contar con” El Asad para luchar contra el ISIS. Y esto es lo que está sobre la mesa en Viena.

Fruto de la urgencia o la resignación, este giro de Occidente evidencia una visión puramente cortoplacista, reforzada, especialmente en Europa, por la existencia en Libia de otro vacío de gobernabilidad. Y explica el apoyo al régimen represivo de Abdelfatah al Sisi en Egipto, pese a las dudas sobre sus planteamientos de gobierno. Su fundamento es el falso dilema autocracia-inestabilidad, que autócratas como el presidente ruso, Vladímir Putin, promueven con especial interés.

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