Guerra
sin lenguaje/ Kepa Aulestia
La
Vanguardia |17 de noviembre de 2015
Los ataques de París han dejado sin palabras al mundo. Los calificativos se agotaron en minutos por la brutalidad de la actuación terrorista. Fue la sorpresa en la noche, el relato fragmentario de lo que ocurría, la suma escalofriante de víctimas, el temor a que pudieran venir “otras réplicas” –en palabras de Manuel Valls– lo que desbordó el lenguaje. Las advertencias sobre una amenaza latente tampoco permitían imaginar algo así. Los asesinatos de enero no podían ser meros avisos de lo peor. Las detenciones y la frustración de otros atentados conferían una cierta sensación de seguridad. Cuando menos, de que el yihadismo no era imbatible. Pero de pronto la masacre del 13 de noviembre lleva el término guerra a la comparecencia de François Hollande y a los titulares informativos. No ya como una evocación metafórica, un recurso para realzar la tragedia y el temor a que pudiera repetirse, sino como un anuncio formal de la disposición al combate abierto.
Los ataques de París han dejado sin palabras al mundo. Los calificativos se agotaron en minutos por la brutalidad de la actuación terrorista. Fue la sorpresa en la noche, el relato fragmentario de lo que ocurría, la suma escalofriante de víctimas, el temor a que pudieran venir “otras réplicas” –en palabras de Manuel Valls– lo que desbordó el lenguaje. Las advertencias sobre una amenaza latente tampoco permitían imaginar algo así. Los asesinatos de enero no podían ser meros avisos de lo peor. Las detenciones y la frustración de otros atentados conferían una cierta sensación de seguridad. Cuando menos, de que el yihadismo no era imbatible. Pero de pronto la masacre del 13 de noviembre lleva el término guerra a la comparecencia de François Hollande y a los titulares informativos. No ya como una evocación metafórica, un recurso para realzar la tragedia y el temor a que pudiera repetirse, sino como un anuncio formal de la disposición al combate abierto.
Desde
los atentados del 11-S la estrategia internacional contra el terrorismo global
se ha basado, fundamentalmente, en el objetivo compartido por todos los países
desarrollados de evitar que la violencia de raíz islamista atravesase sus
fronteras.
Ante la dificultad de acabar con un fenómeno tan incontrolable en sus comunidades de origen, se trataba de acotar sus efectos, de intentar que el terror no saliera de Oriente Medio, de Afganistán, de Pakistán o de Somalia. Aunque la rivalidad interreligiosa, los reajustes en la galaxia Al Qaeda y hasta la competitividad entre esta y el Estado Islámico han acabado multiplicando el peligro yihadista. Con un añadido. No nos encontramos ante una manifestación nihilista del poder de aterrorizar, de “relaciones de fuerza como relaciones de daño” –André Glucksmann–. Aunque ello haya provocado una quiebra de la confianza que ha de existir entre congéneres que habitan en un mismo espacio físico, aunque sea temporalmente. Porque la amenaza es, a la vez, difusa y concreta.
Ante la dificultad de acabar con un fenómeno tan incontrolable en sus comunidades de origen, se trataba de acotar sus efectos, de intentar que el terror no saliera de Oriente Medio, de Afganistán, de Pakistán o de Somalia. Aunque la rivalidad interreligiosa, los reajustes en la galaxia Al Qaeda y hasta la competitividad entre esta y el Estado Islámico han acabado multiplicando el peligro yihadista. Con un añadido. No nos encontramos ante una manifestación nihilista del poder de aterrorizar, de “relaciones de fuerza como relaciones de daño” –André Glucksmann–. Aunque ello haya provocado una quiebra de la confianza que ha de existir entre congéneres que habitan en un mismo espacio físico, aunque sea temporalmente. Porque la amenaza es, a la vez, difusa y concreta.
El
propio concepto de guerra ha variado de significado sin que nos percatásemos de
ello. Claro que no existe una convención universal al respecto. El presidente
de la República Francesa se refirió a la guerra no sólo como constatación de un
estado de cosas que requiriera tal calificación, sino como expresión de su
determinación por responder a los ataques con todos los medios disponibles. La
pregunta inmediata es a quién concierne su llamamiento o, mejor, quién se da
por concernido. Cuando en verano se desató la crisis de los refugiados, pudimos
oír cómo Mariano Rajoy soslayaba sus propias reticencias a acoger asilados
abogando públicamente porque se fuese a la raíz, al origen del problema, sin
que todavía sepamos a qué se refería exactamente. Si se postulaba para una
intervención directa en territorio sirio o esperaba que lo hicieran otros.
Es
evidente que la guerra no puede quedar al albur de una especie de alistamiento
moral a favor, en contra o por la indiferencia. Pero tampoco puede sojuzgar las
conciencias que conforman las sociedades abiertas. Es por ello obligado que se
conozca de qué se trata. De qué habla Hollande cuando pronuncia la palabra, y
qué entendía Rajoy por ir a la raíz del problema del éxodo sirio o iraquí. Las
sociedades democráticas no pueden afrontar la amenaza yihadista de manera
dicotómica, apelando al sistema de derechos y garantías en las acciones a
desarrollar en los países libres y dando rienda suelta a la utilización de la
fuerza en las zonas controladas por el Estado Islámico. Como si los
terroristas, los sospechosos de serlo o los procedentes de dichos lugares
pudieran ser tratados como personas con derechos en un caso y pasaran a
cosificarse en un grupo informe con el que acabar en el otro. La certeza de que
los integrantes del EI no son precisamente sensibles a una aproximación
pacifista hacia sus posesiones, ni a iniciativas de interposición, tampoco
exime a los gobiernos que emprendan expresamente la guerra contra el Estado
Islámico de dar cuenta de lo que hacen y no a bulto. Porque esa rendición de
transparencia es el mínimo indispensable para que los gobiernos democráticos no
se deshagan del Estado de derecho cuando actúan fuera de sus fronteras.
Es
sabido que los victimarios necesitan hacerse las víctimas para soportarse a sí
mismos. Ocurre hasta en las expresiones más patológicas del terror. Los
asaltantes de París gritaban al parecer “Os vamos a hacer lo que nos hacéis en
Siria”. El nosotros y el vosotros totalizan la realidad en un conflicto
descarnado visto por ojos fanáticos. Por eso la asunción de la guerra como
acción de Estado ha de renunciar al vosotros y conjugar el nosotros patrio con
moderación y respeto a la libertad. El nosotros-víctima tampoco puede ser
objeto de una leva moral.
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