Cómo
puede resolver Europa una crisis mundial/Jean-Marie
Guéhenno
Crisis
Group, 1 DE MAYO DE 2016
En
los debates sobre la crisis actual de los refugiados en el mundo suelen pasarse
por alto dos sencillas verdades: que el motor principal del éxodo es, sobre
todo, la propagación reciente de los conflictos armados en Oriente Medio, y que
lo que preparó el terreno para este caos fue la descomposición de un sistema
internacional que habíamos construido durante 70 años.
Nuestra
incapacidad de poner fin a las guerras en Siria, Afganistán y Somalia hace que
seamos responsables colectivos de más de la mitad de los 20 millones de
refugiados que se calculan en la región. En conjunto, otros 40 millones más han
tenido que desplazarse dentro de sus propios países.
Resolver
estos conflictos puede parecer una tarea casi imposible cuando ya estamos
teniendo dificultades para asumir la enorme entrada de refugiados. Atormentados
por imágenes imborrables —refugiados que cruzan el Mediterráneo en
embarcaciones desvencijadas, un niño que yace muerto en una playa,
supervivientes que emprenden el duro viaje a través de los Balcanes—,
conmocionados, los europeos creen que esta es una crisis suya, sobre su
capacidad de absorción y su identidad.
Los
Estados pueden construir muros y levantar obstáculos burocráticos de todo tipo,
pero eso no sirve de nada mientras los dirigentes políticos no se pregunten en
serio qué es lo que provoca una migración humana de dimensiones tan épicas. La
verdadera crisis es el tipo de reacción europea, que no es capaz de eliminar el
carácter duradero de una amenaza mundial.
Responder
con medidas unilaterales o con ataques aéreos esporádicos y que son meras
reacciones no va a derrotar al autodenominado Estado Islámico. Quizá sea
necesaria una intervención militar colectiva fuera de nuestras fronteras, pero
no en forma de aventura neocolonial ni para aniquilar a los terroristas con
bombas. Cualquier acción debe estar expresamente pensada para respaldar los
procesos políticos encabezados por quienes sufren las consecuencias directas de
las guerras.
Además,
los líderes europeos deben tener en cuenta que la crisis de los refugiados ha
socavado gravemente los valores en los que se basa la solidaridad política de
la UE. El continente debe permanecer unido para aplacar los conflictos que
empujan a la gente a huir y elaborar una respuesta de más talla política y más
a largo plazo.
Europa
debe ofrecer más atención política y más cooperación ante las quejas enconadas
que se convierten en violencia, y tratar de apaciguar las rivalidades
regionales y de poder como la existente entre Irán y Arabia Saudí. Cualquier
estrategia debe incluir la integración de los 20 millones aproximados de
musulmanes que viven en la Unión Europea, en su mayoría procedentes de Oriente
Medio y el Norte de África. Asimismo, Europa debe vigilar de cerca a Turquía;
salvaguardar la libertad de circulación interior, que tantos beneficios
sociales y económicos ha generado; construir una respuesta conjunta a las
amenazas internas y dar prioridad a las políticas de justicia y transparencia,
entre ellas una política sostenible y sustancial sobre Israel y Palestina.
El
internacionalismo está en peligro, después de 15 años de intervenciones mal
concebidas. El aislacionismo y el provincianismo pueden atraer cada vez a más
gente, pero no son una opción seria en un mundo globalizado. Si las crisis
locales se ignoran, se extienden y se vuelven globales. En años futuros serán
necesarias intervenciones civiles y militares legítimas, respaldadas por la ONU
y que asuman verdaderamente las lecciones de las campañas anteriores que
pecaron de ambiciosas.
Porque
la crisis de los refugiados no es sólo un problema europeo, ni de Oriente
Medio, ni africano. Es un fenómeno mundial, resultado de unas guerras y unos
conflictos interminables. Exige una reacción coordinada y humanitaria y, al
mismo tiempo, una posición más proactiva —pero menos militarizada— para
afrontar todas las crisis internacionales.
Los
países en vías de desarrollo, muchos de los cuales están atravesando graves
dificultades económicas y políticas, acogen a la inmensa mayoría de refugiados
y desplazados. Los occidentales saben muy poco sobre las circunstancias que
padecen la mayoría de los refugiados del mundo, que viven en Turquía, Pakistán
y Líbano —los tres países que acogen a un mayor número—, por no hablar de los
otros 2,5 millones que residen en Etiopía, Kenia, Uganda, Chad y Sudán.
Afrontar
las causas fundamentales no significa olvidarse del aquí y ahora de la crisis
de los refugiados. Los Estados deben adoptar medidas inmediatas para acelerar
las peticiones de asilo, mejorar el reparto de la carga y desarrollar
estrategias flexibles para integrar a los refugiados en las comunidades de
acogida.
Si
no se resuelve, la propia crisis de los refugiados puede acabar provocando, a
su vez, nuevos ciclos de conflicto. Por poner sólo un ejemplo, se calcula que
el diminuto Líbano acoge a 1,2 millones de refugiados, más de un cuarto de la
población del país. Más en concreto, la ciudad fronteriza de Arsal, con una
población de 30.000 habitantes, alberga aproximadamente a 90.000 refugiados.
Esos
refugiados se sienten cada vez más inseguros; muchos han denunciado agresiones
y malos tratos por parte de libaneses, tanto civiles como miembros de las
fuerzas de seguridad. Algunos recurren a los grupos yihadistas en busca de
protección; otros se convierten en confidentes de los servicios policiales. Y
ambas tendencias alimentan aún más la desconfianza y la enemistad y crean un
terreno fértil para que grupos extremistas como el Daesh puedan encontrar
nuevos reclutas.
Aunque
el problema no se va a solucionar a base de dinero, no cabe duda de que las
organizaciones humanitarias que trabajan en esas regiones necesitan más fondos.
Los gobiernos occidentales deberían atenerse a sus promesas y dar más ayuda
económica tanto a los refugiados como a los Estados y las organizaciones que
los sostienen. Según Naciones Unidas, de los 12.000 millones de dólares
prometidos en la conferencia de Londres en febrero para ayudar a los refugiados
sirios en Oriente Medio, todavía falta por pagar más o menos la mitad.
En
2015, la falta de dinero hizo que alrededor de 1,2 millones de refugiados
sirios vieran recortadas sus raciones de comida. Los planes de actuación en
favor de los refugiados en Burundi, África Central y Sudán han recibido la
cuarta parte de los fondos necesarios.
Los
acuerdos entre bastidores tampoco son la solución. Por ejemplo, el pacto
firmado el mes pasado entre la UE y Turquía “para acabar con la migración
irregular” no va a cumplir ese objetivo. Según las condiciones estipuladas, se
devolverá de inmediato a todos los inmigrantes y refugiados que vayan de
Turquía a las islas griegas. Por cada refugiado sirio irregular que vuelva a
territorio turco, un país miembro de la Unión acogerá a otro refugiado sirio
que envíen los turcos. El acuerdo está plagado de problemas legales, morales y
prácticos. Los grupos humanitarios y de derechos humanos lo han criticado sin
reservas, y es posible que incluso infrinja las leyes internacionales.
Pero
el mayor defecto del plan es que no aborda el origen de la crisis. Eso es algo
que sólo se puede hacer si se reconstruyen la credibilidad y las instituciones
de la comunidad internacional y si se presta mucha más atención a la
construcción de la paz.
±Jean-Marie
Guéhenno es presidente y director ejecutivo de International Crisis Group.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario