El
fracaso democrático de Gran Bretaña/Kenneth Rogoff, Professor of Economics and Public Policy at Harvard University and recipient of the 2011 Deutsche Bank Prize in Financial Economics, was the chief economist of the International Monetary Fund from 2001 to 2003. His most recent book, co-authored with Carmen M. Reinhart, is This Time is Different: Eight Centuries of Financial Folly.
Traducción del inglés de Rocío L. Barrientos.
Project
Syndicate, 27 de junio de 2016
Lo
lunático de la votación sobre la salida del Reino Unido de la Unión Europea no
es el hecho que los líderes británicos se atrevieran a pedir a su población que
sopese los beneficios de la adhesión del país a la Unión Europea frente a las
presiones migratorias que dicha adhesión conlleva. Por el contrario, la
verdadera locura fue colocar la valla de medición de los resultados de dicha
votación en una posición absurdamente baja, misma que requería solamente una
mayoría simple. Dado que la participación electoral fue del 70%, se puede decir
que la campaña por dejar la UE ganó el referéndum con sólo el respaldo del 36%
de los electores habilitados para votar.
Esto
no es democracia; esto es un juego de ruleta rusa para las repúblicas. Una
decisión que conlleva enormes consecuencias – mucho mayores incluso que
modificar la constitución de un país (por supuesto, el Reino Unido carece de
una constitución escrita) – se ha llevado a cabo sin aplicar ningún sistema de
controles y equilibrios de pesos y contrapesos.
¿Se
debe repetir la votación después de un año para estar seguros? No. ¿Tiene que
contar la brexit con el respaldo de una mayoría en el Parlamento? Aparentemente
no. ¿Sabía realmente la población del Reino Unido sobre qué ellos estaban
emitiendo su voto? Absolutamente no. De hecho, nadie tiene idea cuáles serán
las consecuencias para el Reino Unido tanto interna como externamente; es
decir, cuál será el efecto para el Reino Unido en el sistema de comercio
mundial, y cuál será el efecto sobre su estabilidad política interna. Me temo
que todo esto no pintará un escenario muy bonito.
Eso
sí, los ciudadanos de Occidente cuentan con la bendición de vivir en tiempos de
paz: se puede abordar la evolución de las circunstancias y prioridades mediante
procesos democráticos en lugar de hacerlo a través de guerras exteriores y
guerras civiles. Sin embargo, ¿cómo se define, exactamente, un proceso justo y
democrático para tomar decisiones irreversibles que definen lo que es una
nación? ¿Es realmente suficiente obtener el 52% de los votos a favor de una
ruptura en un día lluvioso?
En
términos de durabilidad y convicción de las preferencias, la mayoría de las
sociedades plantean mayores obstáculos en el camino que tiene que recorrer una
pareja de esposos que busca un divorcio en comparación con lo que planteó el
gobierno del primer ministro David Cameron para tomar la decisión de salir de
la UE. Los que apoyan a la brexit no inventaron este juego ni sus reglas; se
tiene amplios precedentes, incluyendo el referéndum en Escocia el año 2014 y el
referéndum de Quebec del 1995. Sin embargo, hasta ahora, el cilindro de la pistola
nunca se detuvo en la bala. Ahora que la bala sí se disparó, es momento de
replantear las reglas del juego.
La
idea de que de alguna manera cualquier decisión tomada en cualquier momento
según la regla de la mayoría es necesariamente una decisión “democrática” es
una perversión del término. Las democracias modernas cuentan con sistemas
avanzados de controles y equilibrios de pesos y contrapesos para proteger los
intereses de las minorías y para evitar que se tomen decisiones desinformadas
con consecuencias catastróficas. Cuanto más grande y más duradera sea una
decisión, más altas serán las vallas a superar para tomarla.
Es
por esta razón, por ejemplo, que la promulgación de una enmienda constitucional
típicamente requiere que se superen vallas muchísimo más altas en comparación
con las que se deben superar para aprobar una ley de gastos. Sin embargo, la
actual norma internacional para la salida de un país de una unión de países es,
sin duda, menos exigente que la que se aplica a una votación para disminuir la
edad para beber bebidas alcohólicas.
Ya
que Europa se enfrenta ahora al riesgo de que se presente una gran cantidad de
nuevas votaciones para salidas de países de la Unión Europea, una pregunta
urgente es si existe una mejor manera de tomar estas decisiones. Sondeé la
opinión de varios científicos políticos líderes para ver si existe algún
consenso académico; lamentablemente, la respuesta corta a dicha pregunta es no.
Por
un lado, la decisión brexit puede haber parecido simple en la papeleta de votación,
pero en verdad nadie sabe lo que viene a continuación después de una votación a
favor de una salida. Lo que sí sabemos es que, en la práctica, la mayoría de
los países requieren de un “súper mayoría” para tomar decisiones que definen a
una nación, no un mero 51%. No existe una cifra universal, como por ejemplo el
60%, pero el principio general es que, mínimamente, la mayoría debe ser estable
de manera demostrable. Un país no debería hacer cambios fundamentales e
irreversibles sobre la base de una minoría muy estrecha que podría prevalecer
sólo durante un breve período de un estado emocional pasajero. Incluso si la
economía del Reino Unido no cae en una recesión plena después de esta votación
(la caída del precio de la libra podría amortiguar el golpe inicial), existen
muchas posibilidades de que el desorden económico y político causará que
algunos que votaron a favor de la salida sientan lo que se denomina como “el
remordimiento después de la compra”.
Desde
la antigüedad, los filósofos han tratado de idear sistemas para tratar de
equilibrar las fuerzas de la regla de la mayoría con la necesidad de garantizar
que los participantes informados obtengan una mayor voz en las decisiones
críticas, por no hablar de que se escuchen las voces de la minoría. En las
asambleas espartanas de la antigua Grecia, los votos se emitían por aclamación.
Las personas podían modular su voz para reflejar la intensidad de sus
preferencias, y el funcionario que presidía dicha evento tenía que escuchar
cuidadosamente y luego declarar cuál era el resultado. Esta fue una forma
imperfecta, pero quizás fue una mejor forma de la que acaba de acontecer en el
Reino Unido.
Según
algunas versiones, el Estado hermano de Esparta, Atenas, había puesto en
práctica el ejemplo histórico más puro de lo que era una democracia. Se otorgó
a todas las clases sociales un número igual de votos (aunque, cabe mencionar,
que solamente votaban los hombres). En última instancia, sin embargo, después
de algunas decisiones catastróficas sobre guerras, los atenienses vieron la
necesidad de dar más poder a organismos independientes.
¿Qué
debería haber hecho el Reino Unido si tenía que formular la pregunta sobre su
adhesión a la UE (pregunta que, dicho sea de paso, no se formuló)? Sin duda, la
valla debería haber sido colocada en una posición mucho más alta; es decir, la
brexit debería haber exigido, por ejemplo, que se ganen dos votaciones
populares espaciadas a lo largo de al menos dos años, tras las cuales se debía
obtener una votación de 60% de votos a favor en la Cámara de los Comunes. Si la
brexit aún prevalecía, al menos hubiéramos sabido que no fue sólo una foto
instantánea tomada en una sola oportunidad de lo que quería un fragmento de la
población.
La
votación del Reino Unido ha lanzado a Europa a una situación de caos. Mucho
dependerá de cómo reaccione el mundo y de cómo maneje el gobierno del Reino
Unido su propia reconstitución. Es importante hacer un balance no sólo de los
resultados, sino que también del proceso. Cualquier acción para redefinir un acuerdo
de larga data sobre las fronteras de un país debería requerir mucho más que una
mayoría simple en un referéndum que se celebra en una única oportunidad. La
norma internacional vigente en la actualidad de la regla de la mayoría simple
es, como acabamos todos de ver, una fórmula para el caos.
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