Locos,
asesinos y terroristas/Andreu Claret, periodista.
El Periodico, Lunes,
27/Jun/2016
La
matanza de Orlando y el asesinato de Jo Cox han revelado un par de cosas. La
primera es que las palabras que tenemos para hablar de estos crímenes se nos
han vuelto polisémicas. Confusas. Poco útiles. La segunda es que la acción de
un individuo puede torcer el curso de la historia. Como si nuestro destino
estuviera en manos de lobos solitarios. Y ya sabemos que el hombre le tiene más
miedo al lobo que a una manada de bisontes.
Así
lo creyó Donald Trump, que manoseó los cadáveres de la discoteca con un oportunismo
tan impúdico que el escalofrío alcanzó las filas del Partido Republicano. El
asesino de los gais era un yihadista. Y si era yihadista no podía ser
norteamericano. Nacido en Afganistán, dijo Trump. Falso. Omar Mateen nació en
Nueva York, a pocas manzanas del barrio de Queens, donde una escocesa inmigrada
y el hijo de unos alemanes tuvieron su cuarto y célebre vástago. Mateen
frecuentaba la discoteca. En la escuela sufrió ‘bullying’ y de mayor maltrató a
su primera mujer. Toda una biografía. Con más ‘finesse’, pero con un
oportunismo que también se las trae, Cameron intuyó que la muerte de Cox podía
ayudarle a levantar cabeza ante un referéndum que nunca debió haber convocado.
No reparó en flores, elogios y elegías. Y subrayó las connotaciones políticas
del suceso, mientras los tabloides que han defendido el ‘brexit’ removían la
vida de Thomas Mair, el asesino, en busca de algún gen que dejara el homicidio
en un desvarío.
La
manipulación política de las víctimas se escuda en la polisemia. Si las palabras
que usamos no tuvieran tantos significados, no habría lugar para tanta
confusión. Los 49 muertos de Orlando habrían dado pie a un duelo compartido y
Jo Cox hubiese sido recordada por todos como una mujer que murió en acto de
servicio. Pero no fue así. La masacre de Orlando se asoció desde el primer
momento al terrorismo. Con fundamento, cierto. El propio Mateen se presentó
como un soldado del ISIS leal al Califato. Odiaba nuestros valores. ¿Qué es un
individuo así, si no un terrorista? Su condición encajaba en la narrativa que
nos permite entender el mundo desde el 11-S. La muerte de Cox, al contrario,
fue obra de un hombre solitario. Mair era eso que los italianos llaman ‘un uomo
qualunque’, el vecino que todo inglés bien nacido suele tener. Poco hablador,
pero bonachón. Capaz de echar una mano para cuidar los lirios del jardín.
Nadie
ha demostrado que Mateen recibiera órdenes de supuestos inductores. Pero era un
yihadista. ¿Por qué hurgar en su vida? Su mirada es inequívoca, decidida,
provocadora. Mair, en cambio, tiene los ojos nublados y los brazos caídos. Es
un hombre perdido. Y si mató a esta pobre mujer será porque estaba más loco de
lo que pensaban sus vecinos. Dicen que gritó «’Britain first!’» antes de
apuñalar a la diputada, pero ¿quién lo oyó? Y si lo dijo, ¿sabía lo que decía?
Un hombre así no sabe que este es el nombre de un partido fundado por antiguos
voluntarios del Ulster. A medida que salían pruebas de amistades comprometidas,
los tabloides construían la narrativa del desquiciado. El loco.
Tenemos
un problema. Lo tienen incluso los británicos, tan pulcros en separar hechos de
opiniones. ¿Cuándo hablamos de un terrorista? ¿Y cuándo pensamos en un loco?
Hasta hace dos o tres décadas había otras palabras para el que mataba de manera
intencionada e indiscriminada. Fascista o anarquista. Comodines que no
resistieron el paso del tiempo. Terrorista sobrevivió. Como sustantivo y como
adjetivo. Desde los zelotes hasta los yihadistas. Sirve para captar realidades
muy diversas, como ha explicado José María Tortosa. Cumple una función. Llena
un vacío. Nos libera de la complejidad.
Mateen
era un terrorista. De acuerdo. ¿Y Mair? ¿Por qué dudamos? ¿Por qué pensamos que
está loco, mientras creemos saber que Mateen estaba cuerdo? Porque para
calificarlo contamos con una narrativa. La del odio yihadista hacia un modo de
vida sin ataduras religiosas. Y como la narrativa lo explica todo, ya no
interesa la biografía del terrorista sino su condición. Por el contrario, no
sabemos dónde colocar el acto de Mair. Entonces, los detalles de su vida perra
nos ayudan. Nos reconfortan, porque nos hablan de un ser desquiciado. Una
excepción. También lo era Anders Breivik hasta que unos forenses explicaron que
se puede ser noruego, luterano y matar a 77 personas estando en su sano juicio.
¿Por
qué separar las ecuaciones personales de su entorno político? Sin atender a
ambos registros nunca entenderemos del todo qué ocurrió con Mateen, Mair, Salah
Abdeslam o Breivik. Ninguno de ellos estaba loco antes de matar. Pero todos
fueron víctimas de desórdenes activados por un contexto infernal. El de ideas
que niegan el derecho a la libertad y a la diferencia. Que vienen de Oriente o
de Occidente. Oxígeno del terrorismo.
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