Keiko
Fujimori: la piel del cordero/Santiago
Roncagliolo
El
País, 1 de junio de 2016
Dios
ha puesto en la mujer el himen como sello de garantía. Si una mujer no es
virgen, el hombre puede infectarse a través de ella.
Es
difícil concentrar tantos prejuicios de género en una sola frase. Cuesta
trabajo hilar todo ese oscurantismo en una única declaración. Pero el autor de
esas palabras, el pastor evangélico Alberto Santana, hizo un verdadero esfuerzo
para retroceder a la Edad Media. La ocasión lo ameritaba: se encontraba en un
evento para manifestarle su apoyo a la candidata presidencial peruana Keiko
Fujimori, con la presencia de ella misma.
El
pastor Santana también nos ha iluminado sobre la homosexualidad, de la cual
opina:
—Sí,
se puede curar. Se necesita un tratamiento para que de esta manera ellos puedan
restaurarse… Un homosexual no vive feliz.
Según
ha adelantado, en caso de que gobierne Keiko Fujimori, él le pedirá al
Ministerio de Salud “terapias de conversión” para hacer felices a estos hijos
del Señor.
Sin
duda, los haría más felices que el Perú fuese un país más tolerante: en el
último año, según el diario Perú 21, el país ha registrado ocho asesinatos por
homofobia. Pero eso a Keiko la trae sin cuidado. A cambio de los votos de los
feligreses de Santana, la candidata se ha comprometido a apoyar su conservadora
agenda moral.
Lo
curioso es que hace solo unos meses, en la Universidad de Harvard, Keiko había
defendido las uniones civiles entre homosexuales para compartir los derechos
patrimoniales. No contenta con ese inesperado alarde de progresismo, en la
misma intervención, Keiko se había envuelto en una lanuda piel de cordero:
había admitido “errores graves” de su padre, el exdictador Alberto Fujimori,
incluyendo atentados contra los derechos humanos, esterilizaciones forzosas y
el debilitamiento de las instituciones democráticas. Se había mostrado
arrepentida. Había asegurado, como repetiría durante toda la campaña a la
primera vuelta electoral, que ahora se ha convertido en una suave y tolerante
demócrata.
¿Qué
pasó? ¿Por qué Keiko cambió radicalmente de opinión? ¿Por qué se ha arrancado
la piel de cordero y la ha quemado en un contenedor de basura? Sencillamente,
porque hay más votantes peruanos en los templos del pastor Santana que en
Harvard.
Según
lo que escribe el analista Martín Tanaka en el diario La República, la
estrategia electoral de Keiko es entregarse a los sectores más extremos de su
partido. Las encuestas después de la primera vuelta anunciaban un empate
técnico entre ella y su rival Pedro Pablo Kuczynski, un liberal de tradición
indiscutiblemente democrática. Para desempatar, recurre a medidas drásticas.
Dice Tanaka: “Fujimori parecería pensar que no tendría sentido insistir con más
deslindes con los estilos de la década de los años noventa: los votos
democráticos ya estarían con Kuczynski. Con esos votos aparentemente definidos,
la estrategia parece ahora apuntar a bolsones de electores desatendidos por el
rival”.
El
cambio de piel no es ninguna novedad en un país sin un espectro político
ideológico. Buena parte del voto peruano se confía de manera personal a uno u
otro candidato. En las elecciones anteriores, Ollanta Humala pasó a segunda
vuelta prometiendo que cambiaría todo el sistema económico. Y luego ganó las
elecciones… prometiendo que no cambiaría el sistema económico. Al final, entre
esos dos Ollantas contradictorios, prevaleció el de la segunda vuelta.
Si
ocurre lo mismo con Keiko y vence su versión más dura, la homofobia no será el
único problema. La nueva Keiko también anuncia que permitiría a las fuerzas
policiales prestar seguridad a clientes privados durante su tiempo libre. Esta
fue una práctica habitual hasta que se destaparon los escándalos: policías
uniformados equipados con armamento reglamentario ofrecían servicio de
guardaespaldas a personajes turbios o directamente mafiosos. A los policías se
les prohibió continuar haciéndolo. Pero muchos agentes afectados y sus familias
echan de menos el ingreso extra, y lo desean de vuelta, aunque tengan que
cuidar de noche a quienes persiguen de día. Solo en ese nicho hay cientos de
miles de votos.
Otro
caladero donde Keiko pesca es el de la minería ilegal, que emplea a 70.000
personas según el Ministerio de Medio Ambiente (estudios más pesimistas hablan
de 100.000). La extracción sin control de minerales, en especial de oro, está
creando una economía sumergida elefantiásica mientras envenena ríos con
mercurio y deforesta el territorio, a veces incluso en zonas protegidas. Por si
fuera poco, al abrigo del dinero ilegal crece también el narcotráfico y la
prostitución. El Estado lleva años tratando de regular el sector, pero Keiko,
en alianza con líderes mineros informales, promete derogar los decretos de
formalización que ya rigen.
No
solo son sospechosas las alianzas coyunturales de Keiko. Los personajes oscuros
integran su entorno más íntimo. El mismísimo ex secretario general de su
partido, Joaquín Ramírez, ostenta un prontuario alarmante. Según un recuento
del diario El Comercio, Ramírez fue investigado en 2014 por la procuraduría de
lavado de activos. A continuación, una fiscal pidió el levantamiento de su
inmunidad parlamentaria. Poco después, una comunidad campesina lo acusó de
falsificar certificados de propiedad de tierras. Hace unas semanas, un
semanario informó que Ramírez posee propiedades en el extranjero sin declarar
al fisco por valor de casi dos millones de euros. Finalmente, Ramírez es objeto
de una investigación de la DEA, la Agencia Antidrogas de EE UU, que ha
terminado por obligarlo a dimitir (¡recién!).
¿Qué
ha dicho Keiko de todo esto? Esto:
—Jamás
le he preguntado ni a él ni a otros participantes de nuestro grupo político
sobre sus negocios o patrimonio.
Ese
precisamente es el problema. Desde que se ha quitado la piel del cordero, Keiko
se revela como la candidata de las malas prácticas, de los intereses
siniestros, de los negocios inconfesables, y en suma, de los resentidos con la
democracia, aquellos que rechazan la transparencia, la igualdad ante la ley y
los derechos civiles.
Por
supuesto, los votantes de Keiko no son de la calaña de sus socios. La mayoría
de ellos están comprensiblemente decepcionados con la corrupción de los líderes
políticos. Se sienten engañados porque en el Perú, como en muchos países de
América Latina, la justicia no es igual para todos. Se preocupan por la falta de
seguridad. Y se sienten insatisfechos por los resultados de la democracia.
Sin
embargo, poner a los policías al servicio de delincuentes no es conveniente
para la seguridad. Entregarle el gobierno a quienes son investigados por los
jueces no mejorará la calidad de la justicia. Y desde luego, en ningún caso
resolverá la corrupción. Demasiados críticos de Keiko se han concentrado en
atacarla por su pasado, pero mucho más peligroso es lo que representa para
nuestro futuro.
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