Revista
Proceso
#2078, a 28 de agosto de 2016..
En
derechos humanos, reprobado/GLORIA LETICIA DÍAZ
México,
a decir de especialistas del más alto nivel, vive ahora mismo una de sus peores
crisis en cuestión de derechos humanos, mostrada al mundo con los casos ya
emblemáticos de Ayotzinapa, Tlatlaya y Tanhuato, donde la brutalidad de las
fuerzas estatales es inocultable. Y ante cada nuevo episodio, sostienen, el
gobierno peñanietista sigue el mismo patrón: comienza con la negación, sigue
con la fabricación de “verdades históricas” y termina –demasiado tarde– con el
reconocimiento, a regañadientes, de sus pifias, inacciones y omisiones.
Intolerancia
a la crítica, deterioro constante, negligencia, negación de la crisis
humanitaria, falta de voluntad política, ingobernabilidad y fabricación de
verdades oficiales ante los abusos, son algunos de los rasgos que distinguen la
política de derechos humanos del gobierno de Enrique Peña Nieto, marcado por la
desaparición forzada de los 43 normalistas de Ayotzinapa.
El
balance lo hacen para Proceso directivos de Freedom House, Human Rights Watch
(HRW) y Amnistía Internacional (AI), así como un integrante del Grupo de
Trabajo sobre Desapariciones Forzadas e Involuntarias (GTDFI) de la ONU,
consultados por separado.
Cumplidos
ya cuatro años de gobierno de Peña Nieto, los expertos entrevistados advierten
de retrocesos graves y cifras oficiales alarmantes, ineludibles, en materia de
derechos humanos, al mantenerse intocada la política de combate frontal contra
el narcotráfico impulsada por Felipe Calderón, quien heredó más de 26 mil
desaparecidos, cifra que se ha incrementado durante la actual administración a
cerca de 28 mil.
Si
Calderón dejó una imagen preocupante por los altos índices de abusos de las
Fuerzas Armadas y por masacres inimaginables, como las de migrantes en San
Fernando, Tamaulipas, para los defensores de derechos humanos lo que se ve es
la multiplicación de esos horrores.
No
sólo eso. La falta de acceso a justicia y verdad en México lo han colocado a la
cabeza de los países americanos con mayores peticiones de intervención ante la
Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), incluso muchas más que
durante el sexenio de Calderón, cuando empezó la guerra contra el narcotráfico.
Según
el último informe de la CIDH, con datos de 2015, en los primeros tres años de
gobierno de Peña Nieto se acumularon 2 mil nueve quejas de víctimas ante ese
órgano de la OEA, 423 más que las registradas durante todo el sexenio de
Calderón, que fueron mil 586.
A
escala nacional, en su último informe de labores la Comisión Nacional de los
Derechos Humanos (CNDH) alertó de un incremento de 18% en los expedientes de
queja entre 2014 y 2015, al pasar de 8 mil 455 a 9 mil 980, y en casi la
tercera parte de las denuncias, 3 mil 24, se ubicó como responsables de los
abusos a miembros de las Fuerzas Armadas y de seguridad pública.
Familias
investigadoras
Más
allá de las cifras, durante el gobierno de Peña Nieto las imágenes de país en
esta materia son devastadoras.
“Ver
que los padres de familia son los que buscan en las fosas clandestinas a sus
hijos, porque las instituciones del Estado no lo hacen, ¿qué significa?, ¿por
qué tiene un padre de familia que destinar sus fines de semana a desenterrar
cadáveres? Eso le toca, en un país civilizado, al gobierno; eso lo hacen las
procuradurías. Aquí lo hacen los familiares, que además realizan la
investigación. ¿Qué se puede esperar de un gobierno que abdica de esa
responsabilidad?”, pregunta indignada Mariclaire Acosta Urquidi, directora de
Freedom House.
Entrevistada
en su oficina, sostiene que en materia de derechos humanos “el panorama se ve
bastante negro” para México, calificado por quinto año consecutivo como “No
Libre”, por Freedom House, en materia de libertad de prensa y de trabajo para
los defensores de derechos humanos.
Acosta
es integrante del consejo consultivo de la CNDH, organismo al que, dice, pese a
los esfuerzos y los recursos, “le falta muchísimo para encarar esta crisis de
derechos humanos que tenemos en el país”.
Apunta
que el ejemplo más claro es que el gobierno de Peña Nieto “ya ni siquiera es
capaz de garantizar el derecho a la educación”, porque “no ha sido capaz de llegar
a un acuerdo (con el magisterio disidente), de procesar demandas que pueden ser
razonables o no”.
Al
enlistar algunas atrocidades durante el actual gobierno, entre ellas la
desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa y la matanza de Tlatlaya, afirma
que eso prueba que “la crisis de derechos humanos empieza a desbordarse y está
tocando los límites de la gobernabilidad”.
Explica:
“La incapacidad que tiene este gobierno de darle cauce a los conflictos
sociales y a las causas sociales hace que estas demandas se desborden, afecten
los derechos de terceros, y nos encontramos con que el gobierno no puede
recurrir al uso legítimo de la fuerza, porque cada vez que utiliza la fuerza lo
hace de manera desbordada, no regulada, y produce atrocidades”, como sería el
caso reciente de Nochixtlán.
Acosta
destaca que otro de los sellos distintivos del actual gobierno es el ataque
permanente a los defensores de derechos humanos, así como a especialistas de la
ONU, como el relator para la tortura Juan Méndez, a la CIDH y al Grupo
Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI), recurriendo incluso a
organizaciones afines a la administración en turno.
En
marzo pasado Acosta fue blanco de ataques emprendidos por la presidenta de Alto
al Secuestro, Isabel Miranda de Wallace, quien la ubicó como cabeza de “una red
dentro de la CNDH y la CIDH” para cobrar indemnizaciones por violaciones a
derechos humanos, campaña que el pasado mayo fue repudiada por la Junta de
Síndicos del Fondo de Contribuciones Voluntarias de Naciones Unidas para la
Cooperación Técnica en Materia de Derechos Humanos.
Acosta,
quien ha solicitado medidas de seguridad al Mecanismo de Protección de Personas
Defensoras de Derechos Humanos y Periodistas de la Secretaría de Gobernación,
al que Freedom House brinda asistencia técnica, agrega que las agresiones no
paran contra defensores y periodistas.
Aun
cuando considera que podría haber funcionarios de buena voluntad, el mecanismo,
con más de 500 beneficiarios, “no ha modificado el clima de amenazas y
hostigamiento, lo que pone de manifiesto la falta de una política integral e
integrada”.
Advierte
que si bien “desde el gobierno de Calderón las cosas empezaron a ponerse muy
mal en materia de derechos humanos, el pecado de Peña Nieto fue continuar con
esa política y no haberle dado la atención debida y haber creído que con un
poco de retórica las cosas iban a cambiar”.
Toma
de distancia
José
Miguel Vivanco, director para las Américas de HRW, coincide en que el gobierno
de Peña Nieto ve el asunto de los derechos humanos como “tóxico”, del cual
prefiere “tomar distancia”, cuando recibió como herencia de Calderón un
panorama “deplorable de violaciones sistemáticas y masivas a los derechos
fundamentales, cometidas por el Ejército, la Marina y por la policía en todos
sus niveles como parte de la guerra contra el narcotráfico”.
Añade:
“Es difícil imaginar un récord peor que ese, tanto por el número de atrocidades
cometidas como por el contexto abrumador de impunidad en que se cometieron esas
violaciones”.
Para
el activista, lo “especialmente decepcionante del gobierno de Peña Nieto es que
se activa y reactiva ante los escándalos, reacciona con soluciones de parche,
buscando más bien una temporal superación de la crisis, pero no un compromiso
de fondo sobre el tema, un esfuerzo serio, riguroso, por mostrar resultados”.
Vivanco,
quien considera un gran avance la reforma al fuero militar, en la que no ve
“mérito en el gobierno de Peña Nieto sino de las organizaciones civiles
mexicanas”, insiste en que el presidente perdió la oportunidad de cambiar la
política calderonista de seguridad, pese a que están “perfectamente advertidos
del descalabro en derechos humanos que generaron las políticas de Calderón”.
Al
recordar que desde la administración del panista “la imagen de México a nivel
internacional ya había sido fuertemente afectada por las violaciones masivas y
gravísimas en derechos humanos”, la de Peña Nieto “tiene una actitud de total
negligencia frente a abusos muy graves, como los cometidos por la Policía
Federal en Tanhuato”.
Peor
aún, apunta el representante de HRW, durante esta administración se estableció
un “patrón” para la creación de “verdades oficiales”.
En
casos gravísimos, como Tlatlaya, Ayotzinapa y ahora Tanhuato, entre otros,
apunta, “un patrón constante es la negación de los hechos en un primer momento,
se minimizan las circunstancias, se trata de vender una verdad oficial, y
cuando ya es muy tarde, frente a investigaciones independientes, a
regañadientes empiezan a admitir las cosas, cuando ya es muy tarde y se ha
impuesto la impunidad”.
En
el caso específico de Ayotzinapa, explica, “una de las cosas más perversas fue
el esfuerzo deliberado por encubrir los hechos y construir una historia
paralela”, lo que resulta grave si se toma en cuenta que el gobierno de México
es capaz de involucrarse en una operación, ya ni siquiera de maquillaje, sino de
distorsión de los hechos, de fabricación de un récord”.
Vivanco
cuestiona el hecho de que el gobierno de Peña Nieto, “específicamente la PGR”,
haya tomado la decisión de “construir un cuento” como lo fue la “verdad
histórica”, que ubicaba como destino final de los 43 jóvenes el basurero de
Cocula.
Puntualiza
que la actitud del gobierno de Peña Nieto de intentar “vender” a la opinión
pública nacional e internacional y a los familiares de las víctimas una versión
oficial que fue desmantelada por el GIEI, “es muy revelador de la profundidad
de la crisis y de lo que podemos esperar del gobierno de Peña Nieto en materia
de derechos humanos”.
Vivanco
insiste en que para las organizaciones de derechos humanos nacionales e
internacionales, los focos de alerta estaban encendidos desde mucho antes, pero
que el caso de Ayotzinapa “permitió mostrarle al mundo entero la profundidad de
lo que las poblaciones más vulnerables en México están sufriendo, y la
indefensión en la que se encuentran, no sólo por el quehacer del crimen
organizado, de los cárteles responsables de un importantísimo número de
violaciones, abusos y de violencia, sino que el problema es la participación de
agentes del Estado, tanto por sí mismos como por colusión con cárteles o mafias
del crimen organizado”.
La
marca de Ayotzinapa
Ariel
Dulitzky, integrante del GTDFI, concuerda en la importancia que tuvo ante la
opinión pública internacional el caso de los 43 estudiantes desaparecidos, pues
“renovó la atención sobre México, aunque muchos organismos indicaban algunas
preocupaciones, y Ayotzinapa vino a confirmar y (hacer) entender la gravedad de
la situación”.
Si
bien en América Latina hay otros asuntos relacionados con derechos humanos que
atraen la atención pública internacional, Dulitzky aclara que “la gravedad de
Ayotzinapa es única, porque no hay ningún otro país en el continente en el que
en un solo evento 43 personas hayan sido desaparecidas en las últimas décadas,
lo que coloca a México en una situación peculiar”.
Para
el experto de la ONU, lo lamentable del caso es que, de haberse seguido las
recomendaciones del GTDFI, retomadas por el Comité sobre Desaparición Forzada,
así como por otros organismos de la ONU y de la CIDH “que ponen énfasis en la
desaparición forzada”, la historia en relación con Ayotzinapa pudo haber sido distinta.
“No
estoy seguro si la desaparición de los 43 se hubiera podido evitar; de lo que
estoy seguro –dice– es que si se hubieran cumplido las recomendaciones, el
Estado mexicano hubiese tenido muchísimas mejores condiciones de responder a
una situación como esa.”
Dulitzky,
quien junto con otros expertos del GTDFI visitaron el país en 2011, recuerda
que entonces “se manejaba una cifra de 3 mil personas desaparecidas, y en este
momento, aun cuando no hay cifras exactas, se habla de más de 25 mil, de manera
que la situación continúa deteriorándose”.
Director
de la Clínica de Derechos Humanos de la Facultad de Derecho de la Universidad
de Austin, Dulitzky considera que el deterioro de la situación en México, y en
particular lo relativo a la desaparición de personas, radica en que “no hay un
reconocimiento del más alto nivel político de la gravedad y dimensión del
problema”.
Señala
que el ejemplo más claro de lo anterior es que hasta ahora la Ley General sobre
Desapariciones “no ha entrado como una de las agendas prioritarias, no es un
tema central de la administración”, de ahí su falta de aprobación.
Ineficacia,
negligencia…
Éricka
Guevara Rosas, directora regional de AI, considera que el deterioro de derechos
humanos en el país se origina en “la ineficacia y la negligencia de la forma de
atender los problemas y la crisis de derechos humanos, particularmente de
Enrique Peña Nieto”, además de que permea la impunidad y la negación de la
realidad.
Para
la representante de AI, lo que viven los mexicanos es una situación que se
registraba “en la región en los años ochenta, setenta, en otros países en los
que se vivían dictaduras o guerras civiles; pero en un contexto de democracia,
en un contexto de paz, por supuesto que es alarmante, y en ese sentido sí reconocemos
que México está viviendo una de las peores crisis de derechos humanos de todo
el hemisferio”.
Guevara
recuerda que después de la administración de Calderón, la llegada de Peña Nieto
al poder causó cierta expectativa en organizaciones internacionales, como AI,
cuyo secretario ejecutivo, Salil Shetty, y ella se reunieron con el mandatario
en Los Pinos, en febrero de 2014, para entregarle un diagnóstico y una serie de
propuestas, que aparentemente fueron bien recibidas.
“Estamos
en agosto de 2016 y no sólo continuamos con las mismas preocupaciones, sino que
estamos alarmados por el deterioro de la situación, y lamentablemente no vemos
que los compromisos retóricos del presidente y su gobierno hayan tenido un
impacto para cambiar las cosas. Todo lo contrario, los espacios se han
cerrado”, refiere.
Al
gobierno de Peña Nieto, asegura Guevara Rosas, lo va a marcar la desaparición
de los 43 normalistas como “un emblema de más de 27 mil desapariciones que han
ocurrido en un contexto de políticas de seguridad inefectivas e ineficientes,
que han generado graves condiciones de violaciones a derechos humanos.
“También
estará marcado por las ejecuciones extrajudiciales que se han cometido en su
sexenio; la violencia generalizada en estados como Guerrero, Michoacán y
Tamaulipas; por la polarización que provocaron sus reformas estructurales, que
no han generado cambios significativos que mejoren las vidas de las personas.
“Pero
también será recordado por los escándalos de corrupción que lo implican, y que
pese a las pruebas, no pasa nada; lo que hacen es mandar un mensaje oscuro de
impunidad para los que cometen graves violaciones a derechos humanos”,
puntualiza Guevara Rosas.
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