Las
muchachas heridas/ Gustavo Martín Garzo es escritor.
El País, sábado,
27/Ago/2016
En
una reciente entrevista Juan Marsé rememora uno de los momentos que decidieron
su vocación de escritor. Tiene catorce años y una chica algo mayor le aborda en
la calle frente al Conservatorio, y le dice que entre en clase con ella y le
diga al profesor he sido yo, y se vaya. Hace lo que le pide y la espera a la
puerta, pero la chica no vuelve a aparecer. No sabe de qué se ha acusado, ni
qué pretendía ella al pedírselo y siente surgir en él la necesidad de dar forma
a una historia donde proteger lo que le acaba de pasar. Una historia donde esa
muchacha pueda volver a pedirle lo mismo. Contar, en suma, no tanto para
explicar las cosas que pasan, pues ¿acaso eso es posible?, sino para que
vuelvan a suceder otra vez; para regresar, en palabras del propio Marsé, al
lugar de los primeros deslumbramientos.
Una
puta tan distinguida, la última novela de Juan Marsé, deconstruye las leyes de
un género, la novela negra, donde suele haber un crimen y una investigación que
se pregunta por su autor y por las razones que le han llevado a cometerlo. Pero
aquí el crimen, la muerte de una prostituta en la Barcelona de los años
cuarenta, ha tenido lugar hace tiempo y hay un criminal confeso que sale de la
cárcel al cumplir su condena. Se trata de una historia que ya no parece dar más
de sí, y en la que sin embargo pronto descubrimos que algo esencial ha quedado
sin esclarecer. Algo que, como en el caso de la historia de la muchacha del
conservatorio, se cifra en una enigmática frase, la última que la prostituta le
dice al asesino antes de morir en la cabina de un cine: “date prisa”.
Pero
veamos el argumento de la novela. En los años ochenta un escritor recibe de una
productora de cine el encargo de escribir un guión sobre un crimen cometido en
el barrio que ha sido el escenario de todas sus novelas. Se trata del asesinato
de una prostituta en la cabina de proyección de un cine de barrio. Una turbia
historia donde hay falangistas sin escrúpulos, delaciones, policías sin alma,
que habla de aquel tiempo sórdido, lleno de abusos y perversidades, que fue este
país durante el franquismo. El escritor acepta de mala gana el encargo, pues de
algo tiene que vivir, y empieza a trabajar en la historia. Se hace con las
actas del proceso, consulta los periódicos del momento y se pone en contacto
con el asesino, que ya ha cumplido su condena y acaba de salir de la cárcel.
Pero el asesino ha perdido en parte la memoria, debido a unos tratamientos de
choque que un conocido psiquiatra de entonces aplicaba a los disidentes del
régimen.
Juan
Marsé se inspira en unos hechos de su propia vida. En Si te dicen que caí se
habla de un crimen parecido, y él mismo ha comentado como años después de
publicada la novela el asesino se presentó en su casa para reprocharle que no
hubiera contado las cosas cómo habían sucedido de verdad. Se vieron varias
veces y llegaron a tener una relación cordial. En su nueva novela Marsé retoma
este viejo asunto, y pronto descubriremos que su asesino, a pesar de la terapia
recibida, está lejos de haber olvidado lo que sucedió. No ha podido hacerlo porque
la mujer que asesina es una de esas criaturas, tan presentes en la obra de
nuestro autor, que más allá de las amargas circunstancias en que ha
transcurrido su vida siguen conservando un resto de inexplicable inocencia. Y
es esa inocencia la que empieza a resplandecer y reclamar un espacio en el
relato.
El
centro secreto de obra de Marsé es su fascinación por esas mujeres heridas que
no saben qué hacer con su propio corazón. Françoise Truffaut pensaba que
Chaplin, cuya madre moriría en un manicomio, se salvó de la locura gracias a
sus dotes de mimo, que heredó precisamente de su madre, y que detrás de todas
las muchachas que aparecen en su cine, ciegas, paralíticas, vagabundas, estaba
el recuerdo de esa madre niña y loca a la que no pudo ayudar. Y las mujeres que
pueblan las novelas de Marsé son un poco como esas muchachas que aparecen en el
cine de Truffaut y de Chaplin. Mujeres bellas haciendo cosas bellas, eso dijo
Truffaut que era el cine. Y la belleza casi siempre es triste, pues como dijo
Nabokov es una cualidad de lo que debe morir. Y así es Carol, el personaje
femenino de esta novela. Un ser triste y abandonado a quien todo le ha salido
mal. Ha fracasado como artista, ha sido engañada por los hombres que ha amado,
su hijo ha muerto y se ve obligada a sobrevivir ejerciendo de prostituta. Es
ella quien visita al que será su asesino en la cabina de proyección del cine
donde trabaja. Mas las protagonistas femeninas de las novelas de Juan Marsé
suelen resultar más conmovedoras cuanto más grandes son sus penas. Recuerdan a
esos seres heridos de los cuentos que cuanto más terribles son las pruebas que
tienen que afrontar se vuelven más adorables y resplandecientes.
Y
así la novela, que hasta ese momento solo parecía un inteligente y gozoso
entretenimiento, da un giro inesperado en su última parte y nos ofrece alguna
de las mejores páginas que ha escrito su autor. Especialmente a partir de la
llegada de Carol a la cabina del proyectista donde morirá. Momentos antes, y a
la entrada del cine, se ha encontrado con un niño. Está mirando los carteles de
Gilda, la película de Rita Hayworth, y ella le anima a colarse en la sala. Pero
enseguida sabemos que ese niño no existe, o, que si existe, a quien la mujer
está viendo en él es a su hijo muerto. Y será poco después cuando volvamos a
escuchar esa frase que aparecía en las primeras páginas del libro y a la que
entonces apenas prestamos atención. Date prisa, le dice Carol al que será su
asesino. Hay una frase así en Otelo. Otelo enloquecido por los celos se dispone
a acabar con la vida de Desdémona, y esta, que lo ha intentado todo para
convencerle de su inocencia, le pide que le regale al menos esa noche. “Mátame
mañana”, exclama. Desdémona quiere más tiempo, y Carol que todo acabe de una
vez porque ya no quiere seguir viviendo. No importa lo diferente que parezcan
estas frases, las dos hacen el mismo reproche a sus asesinos: Solo hablas de tu
deseo, pero ¿sabes tú cuál es el mío?
Juan
Marsé dice que la escritura es una tarea desesperante porque, al contrario de
lo que te sucede cuando trabajas en cualquier otro oficio nada de lo que
aprendes un día escribiendo te sirve para enfrentarte a las tareas del
siguiente, de forma que cada libro te obliga a empezar de cero otra vez. Y
afirma por eso que lo más probable es que no vuelva escribir ninguna novela
más. Pero ¿cómo podría vivir si cumple esa promesa? La realidad solo existe si
la soñamos, ha dicho. “Date prisa, he sido yo, mátame mañana”, ¿quien escucha
frases así y no se pregunta por los deseos de la muchacha que las pronuncia en
sus sueños?
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