Revista
Proceso
#2078, a 28 de agosto de 2016..
El sometimiento como
“estrategia” federal/MATHIEU TOURLIERE
El
31 de octubre de 2013, el presidente Peña Nieto presentó al país su Estrategia
Nacional para la Prevención y el Control de Sobrepeso, la Obesidad y la
Diabetes, que planteaba anteponer “la salud por encima de cualquier otra
consideración”.
Al
lado del mandatario se encontraba Brian Smith, presidente de Grupo Coca Cola
Company en América Latina, quien en su turno al micrófono alabó la iniciativa
presidencial y manifestó el compromiso de la trasnacional con la salud, ya que
“los negocios de la empresa simplemente no serán sustentables si las
comunidades en las que invierte no son saludables”.
En
los últimos ocho meses José Antonio Meade, titular de la Sedesol, se ha reunido
con representantes de otros emporios, con quienes hizo “declaraciones conjuntas
en el marco de la estrategia de combate a la pobreza”. Lo hizo, por ejemplo,
con los directivos de Femsa –la mayor embotelladora de Coca Cola en América
Latina–, Nestlé, Bimbo, Walmart, Grupo Viz –dueña de SuKarne– y Grupo Soriana.
Desde
el lanzamiento de la Cruzada Nacional contra el Hambre en 2013, la paraestatal
otorgó a Nestlé, por adjudicación directa, 9 mil 798 contratos (lo que equivale
a 10 diarios) cuyos montos variaron entre 151 pesos y 13 millones de pesos,
según la información del Portal de Obligaciones y Transparencia.
De
igual modo, la Fundación Coca Cola patrocinó el programa gubernamental de
actividad física Ponte al 100, implantado por la Comisión Nacional de Cultura
Física y Deporte, mientras Nestlé lanzó en agosto de 2014 su programa Unidos
con Niños Saludables en colaboración con la Secretaría de Salud.
Alejandro
Calvillo, director de la organización El Poder del Consumidor e integrante del
colectivo Alianza para la Salud Alimentaria, denuncia en entrevista con
Proceso: “La industria no debe participar en esto. Los programas
gubernamentales no pueden promover marcas y productos”.
Su
organización en favor de los consumidores promueve acciones y políticas
públicas para reducir la alta ingesta de refrescos y comida chatarra en el
país, que contribuye a propagar enfermedades crónicas no transmisibles, como la
diabetes, la cual cobra 94 mil vidas de mexicanos cada año.
Calvillo
indica que la ausencia de voluntad política para enfrentar el problema
desemboca en estrategias “mal diseñadas” y plagadas de conflictos de interés:
“No puede funcionar una estrategia cuando tienes a la industria en su diseño”.
Este
semanario publicó una entrevista con Mikel Andoni Arriola Peñalosa, titular del
Instituto Mexicano de Seguro Social (IMSS), quien se dijo alarmado de que la
epidemia de diabetes en México esté a punto de colapsar el sistema de salud
pública. Insistió en la necesidad de atacar, con políticas públicas, los
detonadores de la principal causa de muerte en el país, entre ellos el alto
consumo de bebidas azucaradas y de comida “chatarra” (Proceso 2076).
“Ya
basta de que los intereses comerciales estén por encima de la salud. Daremos un
viraje de lo curativo a lo preventivo. Pero de a de veras”, declaró el
funcionario.
Al
respecto dice Calvillo: “Cuando Arriola llama a detener los intereses
comerciales, posiblemente tiene que ver con lo que él vivió en la Comisión
Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (Cofepris), donde estos
intereses fueron tan poderosos que no se pudieron hacer las reglamentaciones
adecuadas en materia de etiquetado y de publicidad… estas declaraciones son
contradictorias con las acciones que él tomó en el pasado”.
Sin
embargo, el activista saluda la decisión de Arriola de sacar las azúcares
añadidas de las guarderías del IMSS, y añade: “Espero que esta declaración
implique la revisión de la estrategia especialmente en materia de etiquetado,
para que el etiquetado sea entendible para la población”.
Durante
los cinco años que el funcionario estuvo al frente de la Cofepris, esta
dependencia elaboró regulaciones que él considera benéficas para la industria
refresquera, sobre todo en materia de etiquetado y de publicidad orientada a un
público infantil. Es más, enfatiza Calvillo, en esos dos temas la Cofepris de
Arriola dejó que la industria dictara sus propias reglas.
Normas
a modo
En
la estrategia del gobierno federal se planteó la necesidad de elaborar un
etiquetado frontal “útil”, “de fácil comprensión” y que fomente “el alfabetismo
en nutrición y salud”.
Sin
embargo, la Cofepris elaboró las normas del etiquetado frontal sin convocar al
Instituto Nacional de Salud Pública (INSP) ni a la academia de medicina ni al
Instituto Nacional de Nutrición; tampoco realizó foros ni consultas.
Cuando
El Poder del Consumidor solicitó mediante la Ley de Transparencia el estudio en
el cual se había basado la Cofepris para determinar el etiquetado, la
dependencia respondió que no hubo tal estudio. El etiquetado que entró en vigor
legalmente en abril de 2015 resultó una copia del modelo que elaboró la
industria, por iniciativa propia, en marzo de 2011.
Organizaciones
y activistas deploran que ese etiquetado engañe a los consumidores y sea
incomprensible incluso para estudiantes de nutrición. Argumentan que un estudio
del INSP, presentado en 2011, mostró que el 87.5% de un panel de 122
estudiantes fue incapaz de descifrar el contenido de los productos y sólo dos
acertaron sobre la cantidad de azúcar.
Por
ejemplo, el etiquetado burla las recomendaciones de la Organización Mundial de
la Salud en materia de azúcares. Ese organismo diferencia entre los azúcares
“naturales” –presentes en las frutas– y los “añadidos”, que la industria agrega
a sus productos para endulzarlos y los hace más dañinos. La OMS establece en 50
gramos el límite diario tolerable de azúcares añadidos que puede ingerir un
adulto, pero aconseja una cantidad inferior a 25 gramos.
Para
evadir esta recomendación, la Cofepris empleó un truco: reunió en el etiquetado
todos los azúcares, tanto naturales como añadidos, en la categoría de “azúcares
totales”. La Cofepris estableció ese límite en 90 gramos por día.
El
etiquetado mexicano de una Coca Cola de 600 mililitros indica que el producto
cubre 70% del límite diario, cuando en realidad los azúcares añadidos rebasan
en 152% el límite de riesgo para la salud según la OMS.
Lo
mismo ocurrió con la regulación de la publicidad de refrescos y comida chatarra
dirigida al público infantil, que entró en vigor en abril de 2014. En lugar de
elaborarla con base en opiniones de científicos y expertos en salud, la
Cofepris prácticamente copió las medidas del llamado EU Pledge, es decir el
paquete de regulaciones que diseñó la propia industria en la Unión Europea. “Es
como si la industria hubiera dictado la regulación en México”, lamenta
Calvillo.
Ahora
la regulación mexicana se limita a prohibir la difusión de comerciales de
comida chatarra y refrescos en el cine y la televisión entre las 2:30 y las
7:30 de la tarde, pese a que los niños forman parte de la audiencia entre las
ocho y las 10 de la noche.
Esta
prohibición no se aplica a los medios digitales ni a las redes sociales, y los
límites de azúcares a partir de los cuales se prohíbe la difusión de un
comercial son seis veces superiores a los que recomienda la Organización
Panamericana de la Salud (OPS).
Cabildeo
oficial
a
favor de la industria
La
industria refresquera y de la comida procesada, reunida en el organismo privado
Conméxico, desplegó la campaña de promoción del nuevo etiquetado denominada
“Checa y eliges”. Según Calvillo, el hecho de que la industria promocione ese
etiquetado es una prueba de que éste la beneficia.
En
Estados Unidos, la poderosa American Beverage Association demandó a la ciudad
de San Francisco porque la obligó a incluir en su publicidad de refrescos una
advertencia sobre los riesgos asociados a su consumo, entre ellos la diabetes y
la caries. El tribunal federal falló contra del grupo de interés, que alegaba
un atentado contra su libertad de expresión.
En
Chile y Ecuador, donde los etiquetados son mucho más claros, la poderosa
Alianza Latinoamericana de Asociaciones de la Industria de Alimentos y Bebidas
(ALAIAB) arremetió contra esas medidas “violatorias de compromisos
internacionales en materia de comercio”.
En
marzo de 2015, en Quito, la ALAIAB denunció la “mala práctica” que representan
los “marcos regulatorios orientados a reducir el consumo de alimentos y
nutrientes esenciales para sostener la vida humana, utilizando elementos como
el etiquetado nutricional, la publicidad de alimentos o los impuestos”.
Después
de llamar a los grupos de interés a “insistir ante las autoridades respectivas
para que los países ratifiquen la preocupación o rechazo por la manera abierta
en que algunos países están violando compromisos internacionales en materia de
comercio internacional”, la ALAIAB anunció que extendería sus quejas “ante
instancias como la Organización Mundial del Comercio (OMC) y el CODEX
Alimentarius”.
El
gobierno mexicano se puso del lado de la industria: el 17 de junio de 2014, la
Subsecretaría de Comercio Exterior, de la Secretaría de Economía, envió un
oficio de 15 páginas al representante de Ecuador ante la OMC (con copia a la
Cofepris), en el que le pidió modificar el etiquetado porque obstaculizaba el
comercio internacional y sus efectos positivos no habían sido demostrados
–justo los argumentos que emplea la industria–, reveló el portal noticioso
SinEmbargo en febrero de 2015.
Dicha
subsecretaría realizó una labor de cabildeo similar ante las instancias
internacionales contra los etiquetados impresos en las cajetillas de cigarros
en Australia y las advertencias que señalan la presencia de Organismos
Genéticamente Modificados (OGM) en los envases ecuatorianos.
El
10 de junio de 2013, al inaugurar la octava conferencia global sobre la
promoción de la salud, Margaret Chan, directora general de la OMS, advirtió:
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