Despotismo y demencia/Jesús Silva-Herzog Márquez
en REFORMA, lunes 14 de febrero de 2022
Después de dos semanas en caída libre, el Presidente cae en bajezas inimaginables. A un tiempo lo que vemos con absoluta nitidez es el autoritarismo y la irracionalidad; el despotismo y la demencia. Por una parte, la evidencia de que el Presidente puede ostentar como orgullo su desprecio por la ley y el empleo de los recursos del poder para fines de venganza personal. Por la otra, la sospecha de que no es capaz de encarar la realidad, que carece del mínimo autocontrol y la elemental lucidez para entender la relación entre reto y acción.
No creo que sea prematuro decir que el reportaje de Houston marca una inflexión en la historia de este sexenio. A partir de ese reportaje del que siguen saliendo revelaciones, el discurso moralizante suena hueco. Por primera vez en su gobierno, el Presidente ha perdido el control de la conversación pública.
Incapaz de plantear una réplica sólida y convincente, el Presidente agrede, intimida, abusa de su poder. No ha podido dar un paso tras las revelaciones sobre las andanzas de su hijo. A cada movimiento se hunde más. Lo que ha pasado en unos cuantos días es en verdad grave: el Presidente ha puesto en riesgo relaciones diplomáticas cruciales para México, ha insultado con fiereza inaudita a un periodista, ha intimidado a sus críticos y ha violado la ley ante las cámaras de televisión. Me detengo en esto último por ser, quizá, lo más alarmante. El Presidente violó normas constitucionales y legales ante todo el país. "Sólo en un régimen autoritario", escribía José Antonio Aguilar hace unos días, "la cabeza del estado puede romper la ley a plena luz del día, como una muestra de su poder, y no temer consecuencia alguna". Eso fue, en efecto, el delirio del viernes pasado: un brutal abuso de poder a la vista de todos.
El jefe de Estado mexicano dando rienda suelta a su furia. El Presidente fuera de sí. El patiño del powerpoint, sin duda el hombre más poderoso del gobierno lopezobradorista, alienta la cólera presidencial. Lo que es claro es que no hay quien lo cuide, quien lo asesore, quien le advierta las consecuencias de sus actos, quien aporte serenidad. Cuando el Presidente amenaza abiertamente con usar los instrumentos del Estado como látigos de venganza no da muestra solamente de su impulso autoritario. También da señales de una política demencial. Uso el calificativo porque creo que es lo que tenemos frente a nosotros. Es lo que veo cada vez con mayor alarma: en la Presidencia es cada vez más visible un trastorno de razón que le impide tener una idea clara de la realidad, que le permita caminar del entendimiento del problema al planteamiento de la solución. Un embrollo de rabia, prejuicio y frases hechas que encuentra como salida un arrebato. A mi frustración, el berrinche, el insulto, la bravata.
Por un berrinche, el Presidente está dispuesto a congelar nuestras relaciones diplomáticas con el segundo socio económico de nuestro país. ¿Qué justificación existe para llevar las relaciones con España al punto más bajo desde el restablecimiento de relaciones diplomáticas? Entre el problema y la acción no hay el menor vínculo. Porque te portaste mal, rompo el vaso. Bajo la espesa nata de su indignación no hay entendimiento. La política exterior mexicana se convierte en desahogo, en rabieta. Así, en un berrinche transmitido a todo el país, el presidente de México decide poner en pausa las relaciones con España. Política exterior de pataletas.
La Presidencia se ha convertido en una avalancha demencial. Cada vez más ajena a los apremios del día, cada vez más irracional, más delirante, más peligrosa. Que el presidente de la República haya hecho públicos los supuestos ingresos de Carlos Loret de Mola, que haya instruido al SAT a investigarlo, que haya exigido a una empresa privada informes sobre sus pagos es una ilegalidad, una amenaza, un abuso de poder. No es un simple exceso, es la más ostentosa violación de la ley. En la política del berrinche no hay gobierno, no hay administración. El Presidente da pataletas y de inmediato hay que declararlas expresión de su sagacidad histórica y de su visión democrática, de esa capacidad que tiene para ver lo que nadie más logra ver.
Falta todavía la mitad del sexenio y lo que vemos es una Presidencia iracunda y disparatada. Autoritaria y demencial.
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