2 oct 2008

No se olvida

Cámara de Diputados del Honorable Congreso de la Unión, LX Legislatura
Versión estenográfica de la sesión ordinaria del jueves 2 de octubre de 2008
El Presidente diputado César Horacio Duarte Jáquez: El siguiente punto del orden del día es el posicionamiento relativo a la conmemoración de los 40 años de los acontecimientos del 2 de octubre de 1968.
Para acompañar al rector de la Universidad Nacional Autónoma de México a que nos acompañe precisamente en este punto, se pide al diputado Javier González Garza, al diputado Héctor Larios Córdova, al diputado Emilio Antonio Gamboa Patrón, al diputado Alejandro Chanona Burguete, a la diputada Gloria Lavara Mejía, al diputado Ricardo Cantú Garza, a la diputada Silvia Luna Rodríguez y a la diputada Aída Marina Arvizu Rivas, sírvanse acompañar a este recinto al señor rector, doctor José Narro Robles.
Hacemos un receso para el ingreso del señor rector e iniciar con este punto.
(Receso)
La Presidenta diputada Martha Hilda González Calderón: Les damos la más cordial bienvenida a los invitados distinguidos que nos acompañan, en lo que es la conmemoración de los acontecimientos del 2 de octubre de 1968.
Le damos la bienvenida al doctor José Narro Robles, rector de la Universidad Nacional Autónoma de México. Al doctor Sergio Manuel Alcocer Martínez de Castro, secretario general de la Universidad Nacional Autónoma de México. A la doctora Rosaura Ruiz Gutiérrez, secretaria de Desarrollo Institucional de nuestra máxima casa de estudios. Al señor Ramiro Jesús Sandoval, secretario de Servicios a la Comunidad, de la Universidad Nacional Autónoma de México. Al maestro Juan José Pérez Castañeda, secretario administrativo de la Universidad Nacional Autónoma de México. Al licenciado Enrique del Val, coordinador de planeación de la Universidad Autónoma de México. Al licenciado Luis Raúl González Pérez, abogado general de la Universidad Nacional Autónoma de México. Al doctor Manuel Peimbert, miembro de la Junta de Gobierno de la UNAM.
Así como directores de facultades, escuelas, bachilleratos, institutos, centros y directores generales de nuestra máxima casa de estudios.
Se han registrado para posicionar el tema de la conmemoración de los 40 años de los acontecimientos del 2 de octubre de 1968, los siguientes diputados:
Por el Grupo Parlamentario de Alternativa, la diputada Elsa Conde Rodríguez; por el Grupo Parlamentario de Nueva Alianza, la diputada Silvia Luna Rodríguez; por el Grupo Parlamentario del Partido del Trabajo, el diputado Ricardo Cantú Garza; por el Grupo Parlamentario del Partido Verde Ecologista de México, el diputado Luis Alejandro Rodríguez; por el Grupo Parlamentario de Convergencia, el diputado Alejandro Chanona Burguete; por el Grupo Parlamentario del Partido Revolucionario Institucional, el diputado Eduardo Sánchez Hernández; por el Grupo Parlamentario del Partido de la Revolución Democrática, el diputado Javier Guerrero García; por el Grupo Parlamentario del Partido Acción Nacional, el diputado Juan José Rodríguez Prats.
Tiene la palabra la diputada Elsa Conde Rodríguez, del Grupo Parlamentario de Alternativa, hasta por 10 minutos.
La diputada Elsa de Guadalupe Conde Rodríguez: Con su venia, señora presidenta. Honorable asamblea, en el año de 2006 el titular del Tercer Tribunal Unitario en Materia Penal, Jesús Guadalupe Luna Altamirano, exoneró a Luis Echeverría Álvarez, al considerar que no existía ninguna prueba que lo inculpara como responsable de los hechos ocurridos el 2 de octubre de 1968, cuando fungía él como secretario de Gobernación.
A pesar de ello, en su alegato, el juez determinó que sí hubo genocidio planeado y ejecutado. Es decir, el 2 de octubre de 1968 un grupo de estudiantes fueron eliminados por motivos políticos.
Si Luis Echeverría Álvarez ya fue exonerado, entonces, ¿a quién inculpar por este genocidio planeado y ejecutado en la plaza de Tlatelolco? ¿Quiénes fueron los autores y quiénes los cómplices de este genocidio?
A cuatro décadas de estos sucesos, lo único que tenemos por certeza es que hay culpables sin castigo y decenas de muertos, a los cuales la incipiente democracia nuestra no ha hecho justicia.
Los crímenes de 1968 no pueden quedar en un pasado irresuelto, operando constantemente sobre nuestro presente. Como sociedad, estamos obligados a reflexionar sobre la tesis del juez español Baltasar Garzón, quien al referirse al caso de Argentina menciona que la obediencia de vida sea un valor legitimado por la palabra del derecho, es la mejor forma de permitir la repetición de las prácticas genocidas.
Hacer memoria es hacer política. Por ello, para esta sociedad que se resiste al olvido, cuatro décadas de impunidad deben traducirse en una sola palabra "justicia" para los caídos del 68.
Así como el régimen posrevolucionario adquirió una deuda con los campesinos que dieron su vida en la Revolución de 1910, que por cierto sigue sin saldarse, los gobiernos actuales ?producto de la alternancia política, alternancia que sólo es posible bajo un sistema democrático? tienen una deuda con el movimiento de 1968. Con la alternancia política llegó el Partido Acción Nacional al Poder, y es este partido y su gobierno el que tienen esta responsabilidad de saldar esa deuda histórica.
El movimiento estudiantil del 68 fue un momento de ruptura. La juventud mexicana reaccionó frente al fracaso posrevolucionario, cuya pura política esencial nunca fue suficiente para cumplir con sus propias divisas: justicia, libertad y democracia.
Gracias al movimiento del 68 el sistema político mexicano observó signos de apertura; la democracia como forma de vida y no sólo como retórica, inició un camino de posibilidad con la reforma política de 1976, con la eclosión de la pluralidad y la heterogeneidad de la sociedad mexicana, producto de los movimientos políticos del 86 y del 88, la definitiva reforma de 1996 y la consolidación del Instituto Federal Electoral.
Con estos cambios, el autoritarismo, la injusticia y las palabras huecas del régimen de partido de Estado parecieron encontrarse seriamente en entredicho. Hace 40 años México se derrumbó; un México autoritario y paternalista se vino abajo gracias a una juventud que no se resignó a seguir el curso del viejo régimen. Por eso pregunto hoy al Partido Acción Nacional, ¿están ustedes dispuestos o no, no con discursos sino con actos de gobierno, a hacer justicia al movimiento del 68?
Puede ser ése su compromiso el día de hoy para conmemorar 40 años de resistencia y de lucha contra la impunidad; ¿o tendremos que esperar al 2012 o al 18, cuando de nueva cuenta se dé la alternancia por la vía de la democracia en este país?
1968 fue también el tiempo de la izquierda, de una izquierda revolucionaria, ciertamente radical, comprometida con la denuncia de las promesas incumplidas y con el desenmascaramiento de una nueva alianza entre los herederos políticos de la Revolución y el conservadurismo oligopólico que durante tantos años ejerció un control férreo sobre el país; una izquierda joven, activa, creativa y contestataria que tuvo la osadía de tomarle la palabra a un régimen empeñado en la simulación y en las apariencias; un régimen que ni por equivocación podía autodenominarse democrático. La "dictadura perfecta", mencionó alguna vez el escritor Vargas Llosa.
Sin embargo, como izquierda también tenemos una deuda con el movimiento del 68; una deuda que tiene que ver con el hacernos cargo del actual déficit democrático con el que vive nuestro sistema político; desterrar de una vez y para siempre el clientelismo y el corporativismo de nuestras instituciones políticas; el charrismo y la corrupción de las instituciones sindicales. En pocas palabras, desterrar las transacciones que todavía se realizan con ese viejo régimen político. No, no es suficiente un discurso de izquierda; no es suficiente luchar contra la desigualdad y contra la discriminación. Requerimos de una práctica democrática comprometida de verdad con la democracia.
El Movimiento Estudiantil del 68 se reveló contra el viejo régimen para acabar con el autoritarismo revolucionario. En pocas palabras, para iniciar nuestro tardío arribo a la construcción de ciudadanía.
¿Qué ha hecho la izquierda, si no ser cómplice del cierre de espacios de participación ciudadana? En los últimos cinco años la izquierda ha hecho un triste papel al votar reformas electorales que limitan la pluralidad y gobernabilidad democrática; reformas que se traducen en un precario sistema de partidos cómodamente instalados en la repartición del poder; la izquierda partidista ha perdido contacto con la ciudadanía.
¿Será capaz esta izquierda de recuperar el rumbo hacia una sociedad más democrática y con ello dar continuidad a lo que inició el movimiento del 68? Y sin embargo, el movimiento del 68 no sólo significó una revolución política; sobre todo significó una revolución cultural. Para las mujeres mexicanas el 68 fue un parteaguas; el inicio de nuestra emancipación.
Para nosotras significó, por primera vez, vivir la experiencia de la libertad y la igualdad aunque fuera sólo por unos cuantos meses. Por primera vez, hombres y mujeres salieron a las calles para reclamar la democratización no sólo del régimen político, sino también de nuestra sociedad. Ésa fue la señal y muchos la comprendieron y la respaldaron dando a la sociedad mexicana la posibilidad de, por primera vez, verse entre pares. Junto con el 68 llegaron también, para quedarse, por ejemplo, la píldora y el derecho a decidir sobre nuestros cuerpos y sobre nuestras vidas.
Por eso hoy, a 40 años de ese movimiento que revolucionó la vida de las mujeres mexicanas y habiendo avanzado en la conquista de nuestro derecho a decidir, queremos rendir un homenaje a las mujeres del 68. Este movimiento nos abrió las puertas hacia la democracia, hacia la igualdad y hacia la no discriminación, pero nuestra actual clase política sigue renuente a cruzar el umbral. Una clase política que ignora sus deudas con el pasado y que es incapaz también de conmoverse con el presente.
Conmoverse, por ejemplo, ante la muerte de Ramiro Guillén Tapia, dirigente campesino popolupa, que, en un acto de desesperación, se prendió fuego ante la mirada indiferente de las autoridades de Veracruz. Ramiro Guillén Tapia es una metáfora, una metáfora del México actual, frente a la mirada indolente de una clase política que no se compromete, sino con ella misma.
Para terminar. En cambio, una sociedad civil, cada vez más vital y participativa, busca fuera del sistema de partidos, avanzar hacia el futuro sin olvidarse de saldar las cuentas con su pasado. Esperemos que la izquierda salga a su encuentro muy pronto. Muchas gracias.
El Presidente diputado César Horacio Duarte Jáquez: A continuación tiene el uso de la palabra la diputada Silvia Luna Rodríguez, en representación del Grupo Parlamentario de Nueva Alianza, hasta por 10 minutos.
La diputada Silvia Luna Rodríguez: Con su permiso, señor presidente. Como pocos momentos, 1968 constituye un parteaguas en la historia del siglo XX. En ese año una generación de jóvenes estudiantes universitarios, hijos de la clase media urbana, tomaron las calles para rebelarse ante lo establecido.
Ciudades tan distantes no sólo en la geografía, sino en el desarrollo social, político y económico en el mundo como: París, México, Los Ángeles, Chicago, Berlín o Praga se vieron envueltas en protestas estudiantiles con propósitos diferentes, pero sorprendentemente parecidos en sus expresiones y formas de manifestar el descontento, las consignas y las actitudes.
A 40 años de esos hechos, continuamos intentando entender el significado del 68 para la actual sociedad mexicana. Sin embargo, en este esfuerzo colectivo existe un consenso esencial: éste fue un movimiento profundamente antiautoritario, fue una reacción en contra de la falta de libertades y en contra de un modo de pensar y hacer la política.
Aunque existen diversas interpretaciones sobre el impacto que ha tenido el 68, para los cambios y transformaciones en el ámbito político y cultural del país, no hay duda de que este movimiento anticipó una larga lucha por el derecho a la democracia y a la diversidad, a la ciudadanía y a la libertad de los mexicanos y las mexicanas.
En la década de los 60s, la Revolución Mexicana había consolidado algunos logros de impacto social, tales como el reparto agrario, la seguridad social, la educación pública gratuita y un crecimiento y nivel de desarrollo que colocaba a nuestro país como un modelo a seguir en la región.
Sin embargo en el ámbito político el aparato oficial de dominación era abrumador. Las organizaciones sindicales y campesinas, los medios de comunicación, las elecciones, y en parte también los sectores académicos e intelectuales, estaban controlados casi en su totalidad por el régimen.
El partido oficial tenía la capacidad de ganar por todos los métodos cada una de las elecciones que se realizaban en el país y de manera simultánea coptaban los líderes disidentes o de ser necesario se les coaccionaba con métodos represivos.
El Poder Legislativo y el Judicial carecían de autonomía, actuaban bajo el peso de la decisión presidencial, no discrepaban del Ejecutivo, no proponían y, en su actuar, no representaban los intereses de la nación, limitaban su función a legitimar las decisiones del presidente.
Nuestro país contaba con un entramado jurídico de una nación democrática, se comprometía en el ámbito internacional con las causas libertarias, se presentaba ante el mundo como un país moderno, republicano y comprometido con el desarrollo; era precisamente esa ambigüedad y simulación la que hacía difícil que la inconformidad existente se canalizara como una propuesta política organizada.
La crítica era controlada y quien se atrevía a evadir, manifestar una opinión libre, enfrentaba el riesgo de sufrir las represalias del poder.
En ese contexto fue el sector estudiantil universitario, sector que era producto del esfuerzo educativo del Estado, en donde reventó la presión acumulada por la rígida estructura de control del régimen.
El Estado impulsó la educación pública, la alfebetización de los mexicanos, sin abrir los espacios a una sociedad más crítica y educada.
Los hechos que dieron origen al movimiento, forman parte de la historia; sus impactos en el país son indiscutibles.
La irrupción de los estudiantes en las calles y la conformación de lo que sería un movimiento social que rebasó con mucho el ámbito estudiantil, puso en vilo la conciencia de la sociedad.
El movimiento estudiantil del 68 centró su combate contra el autoritarismo del Estado. Fue un movimiento que vino a cambiar el espectro social y cultural de un país acostumbrado a la imposición y al ostracismo.
Las palabras democracia y libertad aparecieron desde ese momento en el lenguaje de los estudiantes y sectores importantes de la sociedad; una democracia que clamaba por la pluralidad y por la libertad. Y de las acciones y movilizaciones, que muchos de sus protagonistas califican como festivas, partió todo.
Del clima de insatisfacción de los jóvenes que hasta ese momento no habían encontrado forma para expresarlo y hacer escuchar su voz, surgió un movimiento que tuvo el valor y el atrevimiento de manifestar al régimen su inconformidad. Las brigadas estudiantiles, las campañas informativas y las asambleas fueron formas incipientes de una democracia que era vista por los jóvenes como una ideal o una utopía posible.
La democracia que no se daba en los círculos de poder, donde se concentraban las decisiones, apareció en las calles, en las movilizaciones multitudinarias, en las pintas, en las mantas, en las consignas de una generación que decidió tomar el cielo por asalto.
El pliego de peticiones que el Consejo Nacional de Huelga hizo público reflejaba, ante todo, el rechazo de la juventud ante la irracionalidad de la violencia gubernamental y la existencia de normas y aparatos represivos. Las seis demandas planteadas tenían precisamente ese sentido: destitución del jefe y subjefe de la Policía Preventiva del Distrito Federal, desaparición del cuerpo de granaderos, libertad a los presos políticos, derogación de los artículos 145 y 145 Bis del Código Penal Federal, relativos al delito de disolución social, y la indemnización a los familiares de los muertos y heridos.
Además de una demanda adicional: el deslindamiento de responsabilidades de los actos de represión y vandalismo por parte de las autoridades, por conducto de la policía, granaderos y ejercito.
Esas exigencias, con la consiguiente demanda de dialogo público, situaron a los interlocutores gubernamentales en una posición extremadamente vulnerable. Las demandas de destitución de jefes policiacos, reforma normativa, liberación de presos e indemnizaciones, entraban en los márgenes de una negociación tradicional. No así, el deslinde de responsabilidades, y mucho menos el reconocimiento público y autocrítico de la represión gubernamental.
El movimiento estudiantil puso al régimen contra la espada y la pared dado que no podía ceder sin poner en riesgo el destino del sistema político autoritario. Era momento de entender que era tiempo de exigir, de sacudirse las apatías y avanzar en el camino hacia la democracia. Así lo entendían los jóvenes del 68.
En estas cuatro décadas, al menos en su significado moral y ético, existe un veredicto sobre el 2 de octubre de 1968 en la historia de México. Aunque nunca se sabrá el número exacto de muertos, aquella tarde en Tlatelolco no hay duda que fue un crimen masivo, un sacrificio inútil e injustificable contra un movimiento estudiantil.
En todas las ciudades donde se dieron manifestaciones estudiantiles en 1968, se resolvieron o fueron encausadas a través de medios políticos; México fue una vergonzosa excepción.
Las víctimas de ésta trágica tarde del 2 de octubre continúan esperando justicia. Los autores intelectuales y materiales de estos hechos continúan impunes, dando vigencia a una tradición de ineficacia, incapacidad o falta de voluntad política por hacer política por parte de las instituciones.
El régimen político mexicano, admirado a lo largo de los años sesenta como un mecanismo eficiente que combinaba el crecimiento económico y una cierta vocación social con una variedad de autoritarismo político, mostró ese 2 de octubre su verdadero rostro.
Con la matanza, el régimen del partido gobernante selló su destino. Un orden político que asesina a su incidencia cívica era visto como una dictadura, y en esa medida el sistema político mexicano tenía el tiempo contado.
En ese sentido, una de las principales aportaciones de esta generación a la cultura política, a la lucha por la democracia, fue el haber puesto en evidencia a un régimen político que se encontraba anquilosado con una fuerte tendencia conservadora. El movimiento introdujo a la vida política mexicana, y le confirió, una nueva significación a la democracia.
Con el solo hecho de conquistar la calle o la mera circunstancia de cristalizar, con un gran movimiento de masas, el movimiento del 68 contribuyó a derribar el mito de la invulnerabilidad del poder y abrió cauces a nuevas formas de participación política.
Mucho de lo que la democracia ha avanzado hoy tiene su explicación en el movimiento del 68. Las luchas democráticas actuales solamente se entienden en función de todos estos antecedentes.
Para las generaciones de hoy el mundo necesita todavía muchos cambios; nuevos retos han surgido, pero si comparamos el mundo del 68 con el de hoy, nos daremos cuenta que también hemos vivido enormes cambios. Muchos de éstos se han logrado por medio de una revolución pacífica, otros con el sacrificio de una generación que acabó sumida en dictaduras brutales, tal vez las peores en la historia del continente.
El 2 de octubre del 68 será por siempre en México recordatorio de lo que no debe volver a suceder.
Hoy enfrentamos otros desafíos como la urgencia de una transformación educativa. Debemos enseñar a pensar, a entender, a actuar, a tolerar y, lo que es muy importante, enseñar a aprender. Una auténtica revolución educativa exige revisar profunda y permanentemente objetivos y conceptos de nuestro sistema educativo. La transformación que se impulse debe surgir en cada aula y estará fundada en la unión de esfuerzo y en la participación de la sociedad.
Ningún pueblo puede desenvolverse a plenitud, dependiendo exclusivamente de los conocimientos ajenos ni decidir su futuro por sí mismo, mientras factores externos sean capaces de frenar o distorsionar, en cualquier momento, su proceso de desarrollo. Cobra así nueva vigencia un antiguo principio, según el cual se es libre por el saber.
La semilla de cambio sembrada en los días del 68 ha fructificado en varios aspectos: el escenario político, la cultura y cosmovisión de la juventud, su compromiso social, la idea de que el cambio es posible y la perspectiva según la cual la democracia es un valor fundamental para impulsar el desarrollo de la sociedad como un todo, forman parte de este legado.
Hoy son 40 años en que la distancia nos permite recordar. Sabemos que el mundo es diferente. Será oportuno saber también qué piensan los jóvenes de esta generación y no dejar de recordar que hay una generación que en la historia nos remarca que el mundo es un sueño que nunca debe terminarse. Muchas gracias.
El Presidente diputado César Horacio Duarte Jáquez: (...) invitamos al señor diputado Ricardo Cantú Garza para que, en representación del Partido del Trabajo haga uso de los 10 minutos que tiene asignados. Se le concede el uso de la palabra.
El diputado Ricardo Cantú Garza: Gracias, diputado presidente. Compañeras y compañeros diputados, el Movimiento Estudiantil del 68 representa la explosión social contra un sistema económico y político de dominación que mostraba claras señales de agotamiento.
Era el rechazo abierto a un modelo de sociedad que había privilegiado la concentración de la riqueza en manos de los monopolios y oligopolios, y había generado una polarización social, un desarrollo desigual de nuestra nación.
Al mismo tiempo, representa el punto culminante de la lucha social contra un sistema político autoritario que se negaba a reconocer los derechos y las libertades políticas de la sociedad mexicana.
También puso al desnudo que el Estado no era y no es el representante del interés general de la población, sino el representante de la clase capitalista dominante que para mantener la subordinación del pueblo, tiene que hacer uso de la fuerza pública y de la violencia.
La rebelión estudiantil que se inició desde julio del 68 y que culminó con la represión del 2 de octubre de ése año, coincidió con otros movimientos igualmente importantes en otras partes del mundo como el de la Primavera de Praga y la Revolución de Mayo en París, Francia que detonaron el despertar de la sociedad civil para protestar contra el autoritarismo de los gobiernos.
En nuestro país, los estudiantes enarbolaron la bandera de exigir el diálogo, libertad para los presos políticos y una reforma legislativa que derogara los artículos del Código Penal Federal en que se sustentaba el delito de disolución social.
Se trataba de movimientos pacíficos de protesta ajenos a la violencia que no atentaban a la seguridad y al patrimonio de los mexicanos. Sin embargo, ya asomaba la violencia descarnada del Estado mexicano contra los jóvenes que demandaban una nueva sociedad y un nuevo estado de cosas, así fue como el gobierno de Díaz Ordaz en vez de propiciar el diálogo, el 2 de octubre lanzó la represión alcanzando su punto máximo cuando militares y francotiradores abrieron fuego contra miles de estudiantes y otros ciudadanos inermes congregados en un mitin en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco.
Para justificar esta represión, el gobierno federal usó el argumento de que el Movimiento Estudiantil era una conjura comunista empujada por las entonces Unión Soviética y Cuba, cuyos propósitos eran: desestabilizar a las instituciones nacionales, entorpecer la justa olímpica, que se celebraba en el país ése año, y enviar el mensaje al mundo de que México era una nación ingobernable.
También se valió el pretexto de que los estudiantes realizaban disturbios en las calles, así como actos vandálicos. En cada una de las conmemoraciones que se llevaban a cabo en la Ciudad de México.
Haciendo gala de la fuerza represiva, el gobierno federal creó ex profeso dos unidades paramilitares, el Batallón Olimpia, integrado por policías y militares comandados por el General José Hernández Toledo, y los Halcones, encabezados por el Coronel Manuel Díaz Escobar.
Como en todas las actividades de inspiración militar, el jefe máximo era el presidente Gustavo Díaz Ordaz y la mano ejecutora era la de Luis Echeverría Álvarez, secretario de Gobernación, y Alfonso Corona del Rosal, en su calidad de regente de la Ciudad de México.
Dada la magnitud del Movimiento Estudiantil, la Fuerza Militar ocupó a punta de bayoneta las instalaciones de la UNAM y del Poli la madrugada del 30 de julio del 68. No debe olvidarse la reacción heroica del rector de la UNAM, Javier Barros Sierra, quien encabezó una manifestación de Ciudad Universitaria a Félix Cuevas para protestar contra la incursión militar y defender la autonomía universitaria.
Los estudiantes siempre se pronunciaron por el diálogo. Prueba de ella es que presentaron el pliego petitorio de seis puntos en el que exigían: libertad a los presos políticos, destitución de los generales Luis Cueto y Raúl Mendiola, la desaparición del cuerpo de granaderos, derogación del Código Penal Federal del delito de disolución social del Código Penal Federal, indemnización para los familiares de los muertos. Para dar dirección, organización y potenciar el movimiento se constituyó el 5 de agosto el Comité de Huelga del Poli, y tres días después se conformó el Consejo Nacional de Huelga con representantes del Poli y de la UNAM, Chapingo y la Nacional de Maestros, que se convirtió en el único interlocutor legítimo ante el gobierno.
Como una forma de silenciar al movimiento y detener su difusión y crecimiento, el gobierno de Díaz Ordaz contó con la complicidad de los medios masivos de comunicación, cuyos propietarios fueron premiados por el propio gobierno por su mutismo ante el genocidio. El control de la producción del papel y de publicidad, que mantenía el Estado mexicano, coadyuvó en el ominoso y cobarde silencio de estos medios de comunicación.
¿Qué simboliza el movimiento estudiantil de octubre del 68? Para el Grupo Parlamentario del Partido del Trabajo ese movimiento significa la lucha por las libertades políticas, la lucha por la libertad del conocimiento y el pensamiento crítico, la lucha en contra de los prejuicios sociales y del conservadurismo de la clase dominante.
Sirvió como detonante para que se permitiera la entrada masiva de estudiantes en todas las universidades públicas del país; representa la lucha por la apertura política plasmada en la ley electoral que dio entrada a la participación de la izquierda en los procesos electorales.
Asimismo, influyó para que el Estado mexicano reconociera la autonomía de las instituciones electorales, aunque a la fecha no la ha respetado totalmente. Prueba irrefutable de esta afirmación es el fraude electoral perpetrado en 2006.
En el Grupo Parlamentario del Partido del Trabajo nos preguntamos, ¿qué ha pasado en México a 40 años del movimiento estudiantil del 68? Para nosotros aún continúan vigentes la democracia simulada, los fraudes electorales y las mafias enquistadas en el gobierno en todo el país.
A 40 años del movimiento un puñado de oligarcas que se adueñaron de la nación, se han enriquecido hasta la saciedad al amparo de la política gubernamental que continúa manteniendo bajo férreo control a la sociedad. Bajo el esquema del neoliberalismo estos oligarcas son los que manejan al país en contubernio con las cúpulas de los partidos que han detentado la Presidencia de la República. Dictan la política interior y exterior, compran todo lo que se les antoja, mientras la mayoría del pueblo mexicano se debate en la miseria, la exclusión, la marginación y la migración de millones de ellos a Estados Unidos, porque aquí no se generan los empleos necesarios.
¿Qué tenemos que hacer para reivindicar a los héroes del 68? Para el Grupo Parlamentario del PT es prioritario desterrar al neoliberalismo cuya expresión es el capitalismo salvaje que, afortunadamente en estos momentos está en fase terminal, como lo prueba la crisis actual en Estados Unidos de Norteamérica.
Desterrar el neoliberalismo significa romper con la cultura criminal del individualismo y con los valores del mercado, para imponer una cultura basada en la responsabilidad colectiva y la solidaridad.
La mejor manera de honrar a los caídos del 68 es preservar la educación pública gratuita, ampliar la cobertura de ingreso a todas las universidades públicas, otorgar mayores recursos a la educación superior y promover un modelo educativo que vea a la educación como una poderosa palanca para formar seres humanos con un conocimiento integral de nuestra realidad, y que sean capaces de transformarla como lo querían los estudiantes del 68.
Compañeras diputadas y compañeros diputados, seamos realistas: no dejemos de soñar en un mundo mejor, que sí es posible. Es cuanto, diputado presidente.
El Presidente diputado José Luis Espinosa Piña: Muchas gracias, señor diputado Ricardo Cantú Garza. Se concede el uso de la palabra, al diputado Luis Alejandro Rodríguez, del Grupo Parlamentario del Partido Verde Ecolgista de México.
El diputado Luis Alejandro Rodríguez: Con su venia, presidente. Compañeras y compañeros diputados, el día de hoy se cumplen 40 años del movimiento estudiantil que fue un parteaguas en la historia de nuestra sociedad y democracia.
Estos jóvenes guerreros que reclamaban por sus derechos civiles protestaban en contra de un autoritarismo, exigían la libertad de presos políticos, pero vivían también temerosos por ser reprimidos en la manifestación de sus ideas.
Hoy son recordados por su coraje y valentía por haberse enfrentado a un sistema autócrata que hacía caso omiso de la desigualdad y el rezago económico. Sin embargo, este suceso no fue un acontecimiento aislado en nuestro país, ya que en el ámbito mundial surgieron eventos políticos que involucraron a la sociedad, como la Primavera de Praga, en Nueva York el Movimiento Hippie y de estudiantes que protestaban por la guerra que se estaba llevando en Vietnam, por considerarla sólo una forma de Estados Unidos para demostrar al mundo al mundo que era la nación más poderosa y que podía intervenir en cualquier lugar que se le apeteciera.
También en Francia, en mayo de 1968, se produjeron una serie de huelgas estudiantiles en numerosas universidades e institutos de París, seguidos de confrontaciones entre jóvenes y la policía para reprimir la manifestación de ideas.
También había movimientos estudiantiles en Japón, pues los jóvenes estaban hartos del metodismo japonés y deseaban un poco de libertad, además de que criticaban fuertemente el sistema gubernamental del país.
Las manifestaciones en Tokio eran bastante agudas y, como en otros países, la policía tuvo que intervenir en estas ocasiones. Esto demostró al mundo que se avecinaba un cambio de época.
Sin embargo, el movimiento de México se caracterizó por haber sido fuertemente reprimido y haber terminado con un alto saldo rojo. Esto sembró el terror en la población de jóvenes que sólo buscaban la atención por parte del gobierno para que atendieran sus demandas.
Por tanto, para entender la coyuntura de la época es necesario puntualizar la falta de respeto y la reprimenda a las exigencias de la voz del pueblo, así como un periodo de Guerra Fría en donde el hemisferio occidental veía como una amenaza el ideal del comunismo que se expandía de manera vertiginosa en toda la juventud. Tal es el ejemplo de la izquierda en nuestro país, que estaba conformada por maoístas, espartaquistas, trosquistas, guevaristas, que juntos formaban el Partido Comunista.
La influencia ideológica del exterior cobró gran fuerza en la población, debido a que el desarrollo estabilizador sólo había generado riqueza para algunos sectores empresariales, provocando el malestar de la gente y la exigencia por un sistema plural, justo, que ofreciera educación de calidad, empleo, libre expresión, así como un sistema de desarrollo y estabilidad económica.
Asimismo, en julio del 68 se suscitan acontecimientos por elementos de seguridad que reprimen riñas de estudiantes en la vocacional 2 y en la preparatoria Isaac Ochotorena. Pero el 2 de octubre, del mismo año, es cuando se derrama la gota del vaso de la intolerancia y del autoritarismo por parte de un gobierno que no permitía se le cuestionase ni mucho menos cuando a los ojos del mundo se encauzaban al país en vísperas de unos Juegos Olímpicos, en donde supuestamente se buscaba posicionar a México en la falsa idea de ser parte del primer mundo.
El resultado es aún desconocido si fueron cientos o miles de muertos y heridos, así como más de 2 mil detenidos. Ése fue el costo de un cambio radical en nuestra sociedad, que entendió que no se puede callar la voz del pueblo a través de las armas, y manteniendo una actitud soberbia en donde se hace caso omiso de los problemas que afectan a la sociedad.
Actualmente no podemos pensar que el Movimiento Estudiantil del 68 haya establecido por completo un canal de comunicación entre gobierno y sociedad. Demostrado está que no se están atacando los problemas de raíz y que la sociedad aún exige.
Es decir, en este momento aún existe un gran rezago educativo, un alarmante crecimiento de inseguridad y desempleo, así como un deterioro desenfrenado que acaba con nuestros recursos naturales, esto es prueba de la falta de visión en los cambios de las autoridades para mejorar la calidad de vida de los mexicanos. En este sentido, es en esta fecha que se celebran cuatro décadas de un suceso que marcó la historia de nuestra democracia, es nuestro deber como legisladores velar por la tolerancia la protección de todos los derechos civiles de la población de nuestro México.
2 de octubre no se olvida, porque muchos de los motivos originales que encausaron estos estudiantes aún no han sido atendidos y deben ser cuidados por esta legislatura. Por su atención, muchísimas gracias.
El Presidente diputado José Luis Espinosa Piña: Muchas gracias, señor diputado Rodríguez. Ahora se concede el uso de la palabra al diputado Alejandro Chanona Burguete, del Partido Convergencia.
El diputado Alejandro Chanona Burguete: Con el permiso de la Presidencia. Doctor José Narro, rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, sea usted bienvenido con su distinguido equipo.
Compañeras y compañeros legisladores. El 2 de octubre de 1968 se produjo una balacera con hombres que traían guantes blancos en la mano y tiraron contra una multitud inerme, en la que había niños, mujeres, ancianos, mucha gente en una plaza encajonada que no encontraba salida por ningún lado.
Empezaron a correr. En los hospitales estaban heridos en la espalda, en la nuca, en la cabeza. Realmente fue una masacre que se debió al miedo del gobierno. Lo que pasó en Tlatelolco fue una verdadera infamia. Así lo dice Helena Poniatowska.
El gobierno tenía miedo, ¿de qué? ¿De que su imagen se deteriorara ante la comunidad internacional, que esperaba los juegos olímpicos, de una supuesta intriga del comunismo internacional o de estudiantes armados únicamente con el valor, la ingenuidad y el idealismo de su juventud?
No. No, el gobierno tenía miedo del amanecer de una sociedad cansada de callar y obedecer, de una ciudadanía que deseaba recuperar lo que siempre le había correspondido: su derecho a expresarse, a mostrar sus anhelos de una sociedad mejor, de una sociedad de iguales y libres.
La respuesta del gobierno autocrático de Díaz Ordaz estuvo a la altura de su pequeñez y de su miedo: mátenlos, mátenlos. Los gritos del pueblo sólo se apagaban con el estruendo de los tanques, con el silbar de las balas. Se les olvidó, a quienes perpetraron esa masacre, que el camino de la libertad se riega con la sangre de los mártires, que los gritos de las víctimas convocan al despertar de los pueblos.
Rosario Castellanos, chiapaneca por elección, reclama: ¿quién, quiénes? Nadie. Al día siguiente, nadie. La plaza amaneció barrida, los periódicos dieron como noticia principal el estado del tiempo y en la televisión, en la radio, en el cine, no hubo ningún cambio de programa, ningún anuncio intercalado ni un minuto de silencio en el banquete.
Solamente Excélsior, único bastión de la libertad de prensa de aquellos días, publicó: "Se calcula que participaron unos cinco mil soldados y muchos agentes policiacos, la mayoría vestidos de civiles. Tenían como contraseña un pañuelo envuelto en la mano derecha, así se identificaban unos a otros, ya que casi ninguno llevaba credencial, por protección frente a los estudiantes. El fuego intenso duró 29 minutos, luego los disparos decrecieron, pero no acabaron.
Han pasado cuatro décadas, el silencio se ha levantado, la verdad histórica se ha abierto camino, pero la verdad jurídica se enfrenta a los vestigios del antiguo régimen.
En efecto, se han abierto canales a la democracia, pero ahora, quienes en este tiempo callaron, callaron cínicamente y justificaron la matanza, pretenden cerrar esos cauces y emprender un camino de regreso al autoritarismo. Lo que es peor, las causas profundas del movimiento del 68 siguen vigentes. El fracaso del proyecto de la revolución institucionalizada con su saldo de desigualdad, asomada desde entonces, desde 1968, sigue vigente porque es un proyecto que aparentemente ha sido cambiado por uno más cuestionable.
La voz de Octavio Paz condenó al régimen y con valentía se desvinculó; en su posdata nos dice: "El otro México es pobre y miserable; además, es efectivamente otro. El otro México, el sumergido y reprimido, reaparece en el México moderno: cuando hablamos a solas, hablamos con él; cuando hablamos con él, hablamos con nosotros mismos".
La desigualdad nos confronta y nos envilece como sociedad. El régimen no lo percibió en 1968, no atina verlo 40 años después. Ese régimen, en voz de Luis Echeverría, no le pide perdón a nadie. Debemos recordar el 2 de octubre, pero pretender institucionalizar esa conmemoración en las fechas cívicas no tendría sentido si no hay respuesta ?reitero? en la verdad jurídica.
Tendrá sentido cuando la búsqueda de privilegios deje sin lugar a la búsqueda de la justicia social, de la inclusión social de un México diferente. Cuando hagamos realidad los sueños de quienes cayeron asesinados o fueron tomados presos en la Plaza de las Tres Culturas.
Compañeras legisladoras y compañeros legisladores, dejo en sus conciencias nuevamente la voz de Elena Poniatowska y dice así, doctor Narro: "La sangre pisoteada de cientos de estudiantes; hombres, mujeres, niños, soldados y ancianos, se ha secado en la tierra de Tlatelolco. Por ahora la sangre ha vuelto al lugar de su quietud. Más tarde brotarán las flores entre las ruinas y entre los sepulcros".
Yo los exhorto, compañeras legisladoras y compañeros legisladores a que no abandonemos la búsqueda de la utopía. Demos paso a una sociedad de hombres y mujeres libres. Construyamos de una vez por todas una sociedad de iguales.
2 de octubre no se olvida. Es cuanto, señor presidente.
El Presidente diputado José Luis Espinosa Piña: Gracias, diputado Alejandro Chanona. Se concede el uso de la palabra al diputado Eduardo Sánchez Hernández, del Grupo Parlamentario del Partido Revolucionario Institucional, hasta por diez minutos, señor diputado.
El diputado Eduardo Sánchez Hernández: Gracias, diputado presidente. 1968 fue un año de convulsiones en todo el mundo. La guerra de Vietnam, la invasión soviética sobre Checoslovaquia, el golpe de Estado en Panamá, el asesinato de Martin Luther King, y otros sucesos sangrientos dieron marco al surgimiento de revueltas estudiantiles que lo mismo en México que en Chicago, París o Berlín, clamaban libertad para una generación atrapada entre la rigidez, el miedo y los prejuicios de sus mayores.
Los ideales, los sueños de miles de jóvenes se estrellaron contra el muro de la intolerancia. El mundo no supo qué hacer con ellos y los abandonó a la manipulación, las ambiciones y los intereses de quienes apostaban y siguen apostando a las ganancias del río revuelto.
Lo que pasó después todos lo sabemos. En México, como en otras partes del mundo, las cosas se salieron de control y fue entonces cuando se impuso la fuerza y pagaron justos por pecadores. La cacería de brujas no se hizo esperar y muy pronto se señalaron culpables. Hubo muchas manos que se escondieron después de lanzar la piedra y hoy seguimos escuchando medias verdades.
El recuerdo nos traerá de regreso siempre en esta misma fecha, los reclamos de las buenas conciencias que en 1968 exigieron al gobierno un castigo ejemplar para los estudiantes revoltosos y que hoy, como cada año, se lavan las manos censurando los acontecimientos que ellos mismos instigaron.
Y ya mejor ni hablar de los que durante cuatro décadas han lucrado con la desgracia de los que alguna vez fueron sus compañeros.
Son muchas?
El Presidente diputado José Luis Espinosa Piña: Permítame, señor diputado, permítame un segundo. Señoras y señores diputados, estamos escuchando la intervención, el posicionamiento de los grupos parlamentarios. Les pido respeto al orador y respeto al recinto, respeto a la sesión por la naturaleza de lo que estamos tratando. Gracias. Prosiga, señor diputado.
El diputado Eduardo Sánchez Hernández: Claro que sí, señor diputado presidente. Son muchas las lecciones que podemos tomar de lo que pasó hace 40 años y más allá de remover viejas heridas, las nuevas generaciones esperan conclusiones surgidas a partir de la reflexión.
Pertenezco a una generación que está convencida de que la historia sirve para no repetir errores. "Estudia el pasado?decía Confucio? y podrás pronosticar el futuro".
Sabemos que utilizar la historia para abundar en las diferencias de los mexicanos, es un enorme despropósito.
Lo mejor que podemos hacer los políticos, por nuestras familias y por nuestra patria, es allanar el camino que lleva al acercamiento de quienes piensan distinto.
Mi generación considera que es mucho más lo que nos une que lo que nos separa; que hay muchas personas de buena fe en todos los partidos políticos, que además están dispuestas a trabajar por México.
Sabemos que el verdadero reto es imaginar fórmulas, encontrar soluciones y aportar ideas que ayuden a ponernos de acuerdo.
No es mucho lo que una sola persona puede lograr aquí, pero sí lo que una voluntad puede alcanzar si facilita el avance de las otras.
Pertenezco a esa generación que repudia la violencia y la considera solución de nada. La violencia es una debilidad.
En los muros de este Palacio Legislativo están inscritos con oro los nombres de muchas mujeres y hombres que ofrendaron sus vidas para construir esta tribuna que sustituyera a las armas por el diálogo.
Bien vale la pena honrar sus memorias, trabajando en la solución de los problemas en lugar de dedicar tanto tiempo a encontrarle el inconveniente a la solución que plantea el de enfrente.
Creemos que hay que despejarle el camino a las propuestas y entender que a veces no es tan importante la paternidad de las soluciones, como la habilidad de quienes ponen esfuerzo y talento para convertirlas en realidad.
Mi generación apuesta por el diálogo, la tolerancia y el respeto. A nosotros nos ofenden más que los insultos, la pobreza de nuestra gente, la violencia, la inseguridad y la impunidad en la que vivimos todos los mexicanos. Donde hay justicia no hay miseria.
Mi generación está en deuda con la gente pobre, con las víctimas de la delincuencia y con quienes han confiado en nosotros, en todos nosotros, para construir un México más justo.
Nosotros aspiramos a generar soluciones, llevarlas a cabo y convencernos de que es mejor dejar que otros, más adelante, cosechen lo que hoy sembremos.
Es necesario ya que los mexicanos entendamos que hay que pensar en el largo plazo y actuar en el inmediato, no al revés. Las grandes naciones lo han hecho así y los resultados están a la vista de todos.
Compañeras y compañeros, el 2 de octubre de 1968, yo tenía cuatro años de edad. Y de entonces a la fecha he escuchado cualquier cantidad de versiones de lo que entonces sucedió.
Más allá de lo que se diga, la realidad nos ha alcanzado y hoy cada quien ocupa el lugar que se ha procurado.
Nuestros jóvenes viven en libertad, la Universidad Nacional Autónoma de México es considerada una de las universidades más prestigiosas a nivel mundial. Es la casa de la pluralidad donde convergen y conviven todas las ideologías, ejemplo de educación, orgullo de México.
La sociedad de hoy es mucho más tolerante que la de hace 40 años y nuestro ejercito goza, como ninguna otra institución, del respeto, reconocimiento y aprecio de los mexicanos. Su lealtad, disciplina y espíritu de servicio son ejemplo a seguir para el resto de nuestras instituciones.
Mi generación está consiente de que estamos mejor preparados que nuestros padres. Sabemos que el mundo de hoy nos ofrece muchas más herramientas de las que ellos tuvieron a su alcance. Nuestros retos son enormes y muchos los obstáculos que debemos vencer.
Pero la dificultad es una excusa que la historia nunca acepta. A nosotros nos corresponde la solución de nuestros problemas y lo tenemos que hacer con talento, audacia e imaginación. La política de nuestros días debe estar al servicio de facilitar las cosas, de ser aliados de las buenas ideas, aun de las de nuestros adversarios y ser enemigos del sabotaje, el encono y la estéril discusión entre ideologías.
De nada habrá valido tanta preparación, tanta tecnología, tanto conocimiento, si no lo unimos en beneficio de todos. Alvin Tobler dijo alguna vez: "si no aprendemos de la historia, nos veremos obligados a repetirla". Es cierto, pero si no cambiamos el futuro que se avizora, nos veremos obligados a soportarlo y eso podría ser peor. Muchas gracias.
El presidente diputado José Luis Espinosa Peña: Muchas gracias, diputado Sánchez Hernández. Ahora se concede el uso de la palabra al diputado Javier González Garza, del Grupo Parlamentario del Partido de la Revolución Democrática.
El diputado Javier González Garza: Gracias, señor presidente. Con todo respeto le pido a usted que guardemos un minuto de silencio en memoria de los caídos el 2 de octubre de 1968.
El Presidente diputado José Luis Espinosa Piña: Solicito a los presentes ponerse de pie para guardar un minuto de silencio.
(Minuto de silencio)
El diputado Javier González Garza: Señor rector, señores y señoras funcionarias de nuestra máxima casa de estudios, bienvenidos. El movimiento estudiantil popular de 1968 no fue espontáneo, fue producto del autoritarismo y temor del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz. Había también en el aire el espíritu que ha alimentado, en este país, las luchas democráticas y libertarias. Solamente así puede explicarse lo que sucedió en Tlatelolco. La lucha eterna entre autoritarismo y deseo de libertad.
Unos años antes se había producido un gran movimiento nacional de médicos que luchaban por mejoras para enfrentar con divinidad la tarea de curar a la sociedad. La represión contra luchadores sindicales se volvió común. El gran movimiento ferrocarrilero que impulsaba la libertad sindical fue violentamente reprimido y sus principales dirigentes fueron encarcelados.
Recordemos que Valentín Campa y Demetrio Vallejo estaban todavía presos en esos años. Una de las demandas del movimiento era precisamente la libertad de presos políticos. 12 años antes, el domingo 23 de septiembre de 1956, se había producido la ocupación militar del internado del Instituto Politécnico Nacional, fundado por el general Lázaro Cárdenas con el propósito de ofrecer condiciones dignas a todos aquellos estudiantes pobres, sobre todo de la provincia mexicana, que venían a prepararse para enfrentar los grandes desafíos técnicos de la época. Dirigentes dignos y valientes, como el doctor Nicandro Mendoza, defendieron con toda su fuerza al Politécnico.
En aquellos años se cerraban los espacios de lucha electoral. Recordemos a Rubén Jaramillo, en Morelos. Años de participación democrática, de lucha por el reconocimiento de su organización política electoral; siempre hostigado por el régimen hasta que fue asesinado, junto con su familia, el 23 de mayo de 1962.
Las luchas en las escuelas de agricultura en la Ciudad de México y en Ciudad Juárez fueron reprimidas. También a ese régimen, como a éste, le parecía que la inversión en educación era un gasto inútil e innecesario.
No olvidemos que en Guerrero, Lucio Cabañas y Genaro Vázquez iniciaron su lucha en organizaciones político-electorales. Ahí está la Asociación Cívica Guerrerense, fundada por Genaro, el 2 de septiembre de 1959. Esa organización participaría el año siguiente en la elección en Iguala, Guerrero. Les cometieron un fraude y en el proceso de protesta los masacraron el 30 de diciembre de 1960. Genaro Vázquez fue acusado de ser el causante de esa matanza.
El gobierno también arremetió contra los movimientos de Salvador Nava, en San Luis Potosí, los estudiantes de la Universidad Nicolaíta, de San Nicolás de Hidalgo, y la Universidad de Tabasco. Así podríamos seguir.
Era la época de la represión del Estado en contra de la disonancia, en contra de la oposición, en contra de los diferentes.
El 12 de octubre del 68 se inauguraron las olimpiadas. Aquel régimen autoritario suponía que eso haría que entrásemos en la modernidad y la antesala del primer mundo. Cuando un evento estudiantil provocó una pequeña riña, el régimen reaccionó con miedo, quiso imponer orden para que nada perturbara las Olimpiadas.
El movimiento comenzó con la organización de una protesta en contra de esos primeros actos y, ante la incapacidad del gobierno de establecer un diálogo, reprimió otra vez. Crecimos entonces y nos transformamos en un movimiento que luchaba por las libertades del pueblo y que exigía democracia, justicia, libertad de presos políticos y la derogación del 145 y 145 Bis del Código Penal. Aquel delito de disolución social definido en tiempos de la II Guerra Mundial como una medida de protección en contra del Eje, que únicamente se utilizó para perseguir a los luchadores sociales en nuestro país.
En ese momento, Luis Echeverría y Gustavo Díaz Ordaz hicieron pública la teoría de la conspiración internacional; nos acusaron de estar al servicio de otras naciones, de ser representantes del comunismo internacional, cuando realmente éramos unos jóvenes aprendiendo a ser libres.
La fuerza moral del movimiento se acrecentó con la actitud y acción de mucha gente, destacadamente el caso del ingeniero Javier Barros Sierra, rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, cuando ante la represión en la Prepa 1, izó la bandera nacional a media hasta y marchó con lo mejor de la comunidad universitaria en defensa de los estudiantes. El rector pasó a ser, como todos nosotros, denostado por los medios de comunicación y personeros del régimen. 2 de octubre no se olvida.
Esta Legislatura debería aprobar la inscripción en letras de oro de los "Mártires del 68". Esto como un acto de desagravio de la Cámara de Diputados consigo misma. Recordemos las frases de Luis M. Farías, líder de la mayoría de los diputados en 1968 cuando dijo: "La medida fue necesaria, ahora sólo resta que el rector, en vista de que no fue posible por sus propios medios restablecer el orden, agradezca la medida adoptada por el gobierno federal".
Recordemos, el primero de septiembre de 1969, el informe de Díaz Ordaz, tres minutos de aplausos en su recibimiento. Son de los tres minutos de ignominia más importantes en nuestra historia.
El Movimiento Estudiantil Popular del 68 fue civil, pacífico, generoso, prodigó cambios innegables. No fue fácil vivir después del 2 de octubre. Empezó a hacerse imprescindible cambiar ese sistema y a esos gobernantes.
El movimiento nos cambió a todos los que participamos en él. Convivimos con jóvenes de gran valor y nos dimos cuenta de que la vida sólo tiene sentido si se pone al servicio de los demás. No podemos olvidar a los que murieron entonces, eran los mejores.
Avances sí, ha habido avances. Por ejemplo, en la libertad de expresión, ahora podemos decir que eran unos asesinos, que son asesinos, pero la impunidad sigue igual. Hoy tenemos luchadores sociales desaparecidos como los del EPR, presos políticos como los líderes de Atenco, sentenciados materialmente a cadena perpetua, seguimos sin libertad sindical.
El gobierno no quiere el referéndum, sigue sin querer escuchar la opinión de la gente. Podemos decir y demostrar que un funcionario es un delincuente y no pasa nada. En Oaxaca culpan a los que fueron agredidos. Ayer mismo, la policía de Puebla detuvo a cuatro muchachos universitarios por cometer un horribilísimo crimen, pintar en una pared la consigna "2 de octubre no se olvida".
La impunidad sigue igual. La desigualdad ha empeorado. Ante el fraude electoral de 2006 nos quieren multar por una protesta pacífica organizada con el propósito de proteger a la gente.
El movimiento estudiantil nunca, nunca fue derrotado, fue masacrado en un terreno que jamás se planteó como terreno de su lucha, la vía armada. La única lucha que se pierde es la que se abandona o se olvida. Por eso nuestra lucha es hoy en defensa de Pemex, en defensa de las universidades públicas, en defensa de los más pobres, en defensa de la patria. Hoy les decimos que esta lucha no la vamos a abandonar. Y naturalmente, 2 de octubre no se olvida.
El Presidente diputado César Horacio Duarte Jáquez: Gracias, diputado. Se concede el uso de la palabra al diputado Juan José Rodríguez Prats, en representación del Grupo Parlamentario de Acción Nacional.
El diputado Juan José Rodríguez Prats: Con su permiso, señor presidente. Señor rector José Narro, con su presencia usted honra a sus antecesores y principalmente a un mexicano Javier Barros Sierra.
Él, precisamente en aquél diálogo con Gastón García Cantú, planteaba la interrogante ¿qué fue el 68? Y se ha derramado mucha tinta, se han hecho muchísimas especulaciones. Yo me permitiría definir el 68 como el aldabonazo a la conciencia de los mexicanos.
Por muy confuso, heterogéneo y delirante que haya sido, el 68 nació de una resistencia global a cerrar los ojos. Fue la voz de la inteligencia, de la civilidad, de las instituciones de cultura criticando las instancias del poder. Y, en un acto de justicia, debemos recordar que en esta Cámara se levantó la voz, única voz, de un partido político, el Partido Acción Nacional, en las personas del maestro Rafael Preciado Hernández, de José Ángel Conchello, de Gerardo Medina, de Efraín González Morfin, de Manuel González Hinojosa, y allá en el centro de la universidad, de Diego Fernández de Ceballos, denunciando un sistema autoritario.
El PAN fue congruente entonces y lo es ahora, y desde el Poder ha creado las instituciones para que se sancione y se castigue, pero entendamos también, que hoy ya no estamos en presencia del Ejecutivo absoluto, sino que hay Poderes y hay división de Poderes. Asumamos cada uno sus responsabilidades. El PAN puede presumir que sigue siendo congruente.
Y el Partido Acción Nacional ha hecho el análisis con otros estudiosos y participantes del 68. Y hubo consecuencias, unas positivas, otras voces han sido críticas. La voz de un gran líder, Gilberto Guevara Niebla, que concluye su libro hablando de las fallas provocadas, fundamentalmente, en el relajamiento de la educación pública.
De Luis González de Alba, que dijo con claridad: "Fuimos más hábiles en criticar al Poder, que ahora en ejercerlo y en construir acuerdos y transformar a México". Porque aquella generación, hay que decirlo, ahora estamos en el Poder y tenemos responsabilidades.
También surgió, y lo han dicho muchos estudiosos: "La cultura maniquea". El dividir a los mexicanos en trincheras y etiquetar movimientos. El movimiento del 68 no fue ni de izquierda ni de derecha, fue la voz de la juventud, fue la inquietud, fue la rebeldía y sus banderas derivan del pensamiento liberal; era defender al ciudadano frente a las arbitrariedades del Estado y es el reclamo, desde el principio, de la ideología liberal.
Fue una crítica al Poder, a partir de entonces las relaciones entre el Estado y la sociedad estuvieron plagadas de jaloneos que eran manifestación de una atención constante, pero desafortunadamente, también a partir del 68, somos una sociedad envenenada. Hemos entrado en una torre de Babel, como lo decía algún analista, para generar un discurso que no comunica ni tiende puentes al acuerdo.
Luis González y González, un gran historiador, analiza las generaciones que han ejercido el poder en México y dice una frase que me parece certera: "en ninguna de las minorías rectoras ha habido suficiente sitio para los coléricos, los nerviosos, los amorfos y los apáticos". Eso es algo que debemos evitar y que desafortunadamente es una herida que sigue sangrando y que no podemos lograr que cicatrice.
Sí, aprendamos lecciones del pasado; pero no el cultivo del rencor, no el cultivo de la frustración, no el cultivo de la amargura. Sí, aprendamos del 68, porque de ahí deriva un compromiso generacional, un compromiso con los que ahí estuvimos protestando en las calles y que hoy debemos seguir transformando a México.
Viene al caso la frase de Neruda: "Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos". Ya no es la juventud que señala errores, sino hoy somos los de más de 60 años que con madurez debemos darle instituciones y soluciones a la problemática nacional.
Tenemos que defender a la racionalidad con pasión, y el Congreso es el escenario donde debe surgir la racionalidad. Debemos reconciliarnos con la política.
En 1908, Porfirio Díaz decía que México estaba preparado para la democracia. En 1928, Plutarco Elías Calles hablaba de que México debería pasar del país de caudillos y de hombres indispensables, al país de leyes e instituciones. En 1968 una generación lanzó su mensaje y protestó. En 1988 se dio la elección más competida con el estigma del fraude en historia de México.
¿Hoy qué debemos hacer? ¿Cuál es el llamado ante lo que sucede en el 2008? Y yo señalaría que es un compromiso de equipo. La problemática del reconocimiento de sí alcanza simultáneamente dos cimas: la memoria y la promesa. La primera mira hacia el pasado, la segunda hacia el futuro; pero ambas deben pensarse juntas en el presente vivo del reconocimiento de sí, gracias a algunos rasgos que poseen en común.
Asumamos nuestro deber. El deber es la deuda contraída con los otros, es el legado que nos liga con nuestros antepasados, es decir, con todos aquellos que nos han dado todo cuanto somos y tenemos. Pero es también el pacto, el acuerdo, el compromiso que nosotros mismos contraemos con nuestros contemporáneos, y finalmente es la responsabilidad que asumimos hacia nuestros descendientes, hacia todos aquellos que han de sucedernos.
El deber, pues, es un segundo puente entre el yo mortal y el nosotros inmortal, pero también entre el pasado y el porvenir; entre lo que nos ha sido dado o legado y lo que nosotros mismos instituimos con el propósito de darlo o legarlo a nuestros descendientes. Además, al igual que el saber, también suele repartirse de forma diferenciada y discriminatoria. Se ha impuesto forzadamente o asumido voluntariamente.
El deber se encuentra distribuido muy desigualmente entre unos individuos y otros. Y definitivamente entre los que de alguna manera formamos parte en la toma de decisiones, ese deber es superior.
Ahora es difícil huir atrás o hacia delante o hacia un pasado inmaculado y reaccionario, o hacia un progreso sin miedo y sin reproches. La ética no es un paseo al campo ni unas vacaciones en El Caribe, enfrenta a los desarraigados en la evidencia de su desarraigo.
El 68 forma parte de una experiencia ética colectiva con una condición clara: no engañarse con una concepción demasiado benigna y edificante de la ética, la ética no es ni tiene por qué ser el catecismo laico de la buena conducta, no se espera de la ética que desgrane el rosario de las reglas del saber vivir, ni que venda al mejor postor las recetas supremas del parecer privado y la felicidad pública, todo lo contrario; la ética es inquietante, la ética es inquietud, es un campo de batalla, es un enfrentamiento de gigantes, es un enfrentamiento de principios; es un cuestionamiento cotidiano de nuestros principios con nuestras conductas y nuestras actitudes.
No estoy de acuerdo con el discurso escéptico y pesimista de que la democracia ha fracasado o que la alternancia no es útil, no estoy de acuerdo en que estemos viendo hacia el pasado en el ánimo de derrumbar un porvenir y una esperanza. Yo creo que nuestra democracia es perfectible y el mayor peligro es la regresión. Por eso concluyo diciendo a nuestra generación de 68, a nuestra generación que hoy está en trincheras de responsabilidad, una frase muy simple pero muy señera: escucha el consejo de la aurora. Muchas gracias.
El Presidente diputado César Horacio Duarte Jáquez: Gracias, señor diputado Rodríguez Prats. Esta Presidencia, al agradecer la presencia del señor doctor José Narro Robles, rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, así como de los funcionarios universitarios que hoy lo acompañan, le pedimos a la comisión de cortesía acompañarlo para abandonar el salón de sesiones, cuando así lo decida. Gracias por su presencia este día.

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